sábado, 19 de julio de 2008

LA CIENCIA YA NO ES FICCIÓN.


EN PORTADA Análisis
La ciencia ya no es ficción


JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON

BABELIA - 19-07-2008
La ciencia puede iluminar nuestro entendimiento, pero la literatura nos ofrece algo que la mayoría de las personas valoran más, porque les resulta más próximo: entretener sus días, divirtiéndoles una veces, conmoviéndoles otras. La ciencia-ficción reúne a ambas, en una combinación que, cierto es, no siempre es rigurosa desde el punto de vista científico, pero ¿importa esto, si de lo que se trata es de entretener, de desplegar imaginación?

Está claro, por ejemplo, que cuando en los Viajes de Gulliver (1726) Jonathan Swift describía una Isla Volante, Laputa, que se mantenía en el aire mediante un imán de tamaño descomunal que controlaban unos astrónomos, estaba haciendo ciencia-ficción, todo lo primitiva que se quiera, pero ciencia-ficción (como, por cierto, también lo fue un libro, Somnium, que escribió Kepler, publicado póstumamente en 1634, en el que explicaba y defendía el sistema heliocéntrico describiendo las observaciones que realizaba un hombre que había sido transportado a la Luna por demonios). Ahora bien, si valoramos los Viajes de Gulliver, si la consideramos una novela inmortal, es porque en ella Swift desplegó una tan ácida como maravillosamente imaginativa crítica. En los capítulos en que hablaba de los laputanos ("gentes tan sumidas en profundas especulaciones que no son capaces de hablar y de prestar atención a lo que otros dicen"), en realidad de lo que trataba era de los científicos; éstos eran su objetivo, desde el rey hasta los criados que "cortaban el pan en conos, cilindros, paralelogramos y otras figuras geométricas". Nos importa menos, y desde luego no ha dejado huella en la ciencia, el que incluyese entre los grandes temores de los laputanos el de si la Tierra, al acercarse continuamente al Sol, acabaría por ser atraída y tragada por él, o que la superficie solar quedara cubierta gradualmente por una costra producida por sus emanaciones que impidiera iluminar y calentar a la Tierra.

Y ya que nos ha aparecido la cuestión de la posible viabilidad futura de lo que autores de ciencia-ficción han imaginado, ¿ha sido frecuente que acertasen?

No es posible olvidar en este sentido la que muchos consideran como la primera obra de ciencia-ficción en sentido estricto: el Frankenstein (1818) de Mary Shelley. En una era como la presente, dominada en ciencia por disciplinas como la biología molecular, la ingeniería genética y la biotecnología, y por logros como clonaciones, células madre o animales y plantas transgénicas, el monstruo creado por el científico protagonista de la novela de Shelley nos resulta familiar y acaso posible. Más aún, el trasfondo ético-moral que subyace detrás de la novela es hoy más actual que nunca.

¡Y qué decir de Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, con embriones producidos en masa; esto es, la reproducción humana convertida en un proceso industrial selectivo (además, los embriones eran tratados de manera que condujeran a diferentes tipos, de acuerdo con sus destinos futuros)! Shelley y Huxley vieron, con claridad o intuyéndolo, posibilidades que la era del ADN recombinante está alumbrando.

Cuando se habla de éxito en las predicciones de autores de obras de ciencia-ficción, es inevitable mencionar el nombre de Julio Verne. Cierto, en sus novelas aparecen, por ejemplo, submarinos movidos con energía eléctrica (el Nautilus de Veinte mil leguas de viaje submarino, 1869-1870) o telégrafos "fotográficos" (París en el siglo XX, obra póstuma) que podían enviar a distancia facsímiles de documentos. Ahora bien, lo que pocas veces se dice es que Verne no fue el primero que imaginó artilugios semejantes. En 1880, el ingeniero norteamericano Robert Fulton presentó a Napoleón un submarino que había construido, proponiéndole que lo utilizase contra los ingleses. El nombre que le puso fue ¡Nautilus! Y en 1859, Narcis Monturiol construyó el Ictíneo, que llegó a sumergirse en el puerto de Barcelona. En cuanto al telégrafo fotográfico que presagiaba el fax, como en la propia novela se reconoce fue un invento de un italiano, Giovanni Caselli (1815-1891): lo llamaba "pantetelégrafo". La imaginación de Verne estaba bien nutrida por conocimientos científicos. En realidad fue una mezcla de novelista y divulgador científico, aunque esa faceta de su obra haya quedado difuminada con el paso del tiempo.

H. G. Wells es otro de los hitos clásicos en la literatura de ciencia-ficción. Combinaba el horror gótico de Shelley con los viajes de Verne y la sátira de Swift, y vislumbró algo de lo que la ciencia haría en el futuro si no posible sí imaginable. Recordemos en este sentido La máquina del tiempo (1895) y La guerra de los mundos (1898), en la que predecía la posibilidad de bombas atómicas. Por cierto, el físico Leo Szilard leyó esta novela cuando en la década de 1930 estaba desarrollando la idea de una reacción nuclear en cadena. Tal vez aquella experiencia le sirviese cuando el propio Szilard probó suerte en el género con el propósito de utilizar la ciencia-ficción para defender sus llamamientos a favor de la paz mundial. Voice of the dolphins (1961) es su principal obra en este campo.

Como Szilard y Kepler, otros distinguidos científicos también han practicado esta difícil empresa literaria. Dos astrofísicos, Fred Hoyle, autor de, entre otras, La nube negra (1957), y Carl Sagan (Contacto) son mis favoritos en este apartado. El ejemplo de Contacto viene bien para recordar un elemento que ha figurado en legiones de novelas de ciencia-ficción, los viajes por el espacio en general, y en el tiempo en particular. Es verdad que tales periplos habían sido imaginados antes (no es difícil), pero sólo adquirieron un tinte de seriedad tras el advenimiento de la teoría de la relatividad general de Einstein y de la cosmología relativista. Agujeros de gusano y negros o universos paralelos son elementos que la ciencia relativista ha puesto a disposición de los autores de ciencia-ficción y no al revés.

Y es que es muy difícil predecir el futuro. Recordemos el caso del físico estadounidense Albert Michelson, premio Nobel de Física en 1907, quien en 1894 pronunció las siguientes palabras: "Parece probable que la mayoría de los grandes principios básicos hayan sido ya firmemente establecidos y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios... Las futuras verdades de la Ciencia Física se deberán buscar en la sexta cifra de los decimales". Un año después de que Michelson pronunciase estas rotundas, y equivocadas, palabras, en 1895, Röntgen descubría los rayos X y el año siguiente Becquerel la radiactividad. La historia de la ciencia no se puede leer desde el punto de vista de la ciencia-ficción. De hecho, no es infrecuente, especialmente a partir del último siglo y medio, que los descubrimientos científicos nos parezcan más ficción que realidad; la física cuántica, con sus ondas probabilistas en las que conviven ondas y partículas, constituye un buen ejemplo. El autor de ciencia-ficción puede, acaso, imaginar el futuro, pero algunos científicos lo vislumbrarán con mayor seguridad. Mi ejemplo preferido en este sentido es el de William Ayrton, un hoy olvidado catedrático de Física aplicada de ingeniería eléctrica de Londres. En una conferencia que pronunció en 1897, Ayrton pronunció estas proféticas palabras: "No hay duda de que llegará el día en el que probablemente tanto yo como ustedes habremos sido olvidados, en el que los cables de cobre, el hierro y la gutapercha que los recubre serán relegados al museo de antigüedades. Entonces, cuando una persona quiera telegrafiar a un amigo, incluso sin saber dónde pueda estar, llamará con una voz electromagnética que será escuchada por aquel que tenga el oído electromagnético, pero que permanecerá silenciosa para todos los demás. Dirá '¿dónde estás?' y la respuesta llegará audible a la persona con el oído electromagnético: 'Estoy en el fondo de una mina de carbón, o cruzando los Andes, o en el medio del Pacífico".

En la era de los teléfonos móviles, las anteriores palabras suenan familiares, ¿no? -

http://www.elpais.com/articulo/semana/ciencia/ficcion/elpepuculbab/20080719elpbabese_4/Tes/

A VUELTAS CON EL CRUCIFIJO.



JUAN JOSÉ TAMAYO

EL PAÍS - Opinión - 19-07-2008
En la toma de posesión de sus cargos celebrada en el palacio de la Zarzuela en presencia del Rey, los miembros del actual Gobierno de la Nación prometieron cumplir con las obligaciones de su cargo ante el símbolo cristiano del crucifijo, que representa la ejecución de Jesús de Nazaret a manos de los poderes políticos y religiosos de su tiempo. Pocos días después se celebraba un funeral católico de Estado por el fallecimiento del ex presidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo en la catedral de la Almudena, oficiado por el arzobispo de Madrid, cardenal Rouco Varela, con la presencia de las máximas autoridades del Estado.

Situaciones como éstas, más propias de la España preconstitucional que del actual Estado no confesional, provocaron la justificada presentación de dos proposiciones no de ley para la eliminación de los símbolos religiosos y para la revisión de los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 por parte de los diputados de IU y del BNG, respectivamente. "El crucifijo está de más", dijo con contundencia el diputado y secretario del Grupo Parlamentario Socialista, Ramón Jáuregui, durante el debate de ambas proposiciones. Tras tan radical declaración, todo hacía pensar que el PSOE diera su apoyo a las mismas. Pero, no. Contra toda lógica -política, e incluso teológica-, votó en contra, junto con Convergència i Unió y el Partido Popular, a quien durante la legislatura anterior acusó insistentemente de haberse aliado con los sectores más reaccionarios de la Iglesia católica.

Ahora han sido los socialistas en pleno reunidos en su congreso quienes han rechazado, a petición del secretario general, Rodríguez Zapatero, la propuesta hecha por la dirección del partido a favor de la desaparición de la confesionalidad todavía hoy vigente en espacios y prácticas de instituciones como los funerales de Estado, alegando, entre otras razones, que "la laicidad no tiene constituida una liturgia alternativa". También han echado abajo la iniciativa de la corriente Izquierda Socialista de revisar los Acuerdos de 1979 con la Santa Sede. ¿En qué queda entonces el tan publicitado compromiso de profundizar y avanzar en la laicidad del Estado? Las dos propuestas aprobadas en el congreso socialista casi por unanimidad constituyen un cambio de rumbo, vienen a desmentir el citado compromiso y dejan la palabra "laicidad" vacía de contenido. De nuevo, vuelve a hacerse realidad el viejo "¡del dicho al hecho...!".

Cuatro son las reflexiones que me sugiere la actitud de los socialistas. La primera es de carácter teológico. Jurar o prometer los cargos públicos ante el crucifijo me parece una contradicción. La muerte de Jesús de Nazaret en la cruz no respondióa la voluntad de Dios, como frecuentemente han predicado las iglesias cristianas, sino que fue la aplicación de una condena impuesta por las autoridades religiosas y políticas por su afilada crítica de la religión, su transgresión sistemática de la ley, su permanente conflicto con el poder político y su práctica liberadora, socialmente revolucionaria, políticamente desestabilizadora del orden establecido, religiosamente subversiva y desacralizadora del poder.

Es necesario preservar el crucifijo, símbolo de un cristianismo liberador y comprometido con los excluidos, de cualquier uso y abuso político, manipulación partidista y legitimación del poder. Me parece un sarcasmo que quien fuera crucificado por blasfemo, heterodoxo y subversivo sirva de legitimación de las actuaciones políticas de quienes van a ejercer el poder. Es una contradicción en toda regla y una desnaturalización de la muerte de Jesús de Nazaret. Los dirigentes eclesiásticos y los creyentes de las diferentes iglesias cristianas deberían ser los primeros en levantar la voz contra el uso y abuso del crucifijo en ceremonias de carácter político y de reclamar su supresión en actos institucionales.

La segunda reflexión es de carácter jurídico y tiene que ver con la afirmación de Jáuregui durante el debate citado más arriba de que "la supresión de símbolos religiosos en actos institucionales debe producirse como consecuencia de la práctica y la evolución social y protocolaria, pero no mediante prohibiciones legales que no tienen sentido". La sociedad española es una sociedad secularizada que sabe separar perfectamente el plano político del religioso, mejor que el Gobierno más propenso a confundirlos, y no acepta fácilmente la confusión actualmente reinante al respecto.

¿Cómo pueden calificarse de prohibición legal sin sentido una ley que establezca la retirada de los símbolos religiosos en actos institucionales de tanta trascendencia como la toma de posesión de un Gobierno democrático de un Estado pretendidamente no confesional y la renuncia a los funerales religiosos de Estado, cuando los propios socialistas apelan constantemente a los principios de laicidad, igualdad y neutralidad? Para que los cambios sean operativos en un Estado de derecho, deben materializarse en leyes. De lo contrario, se quedan en meras declaraciones de intenciones o en vaporosos sentimientos que se lleva el viento. Una práctica social laica requiere una legislación igualmente laica. Las leyes han jugado un papel fundamental en las transformaciones producidas en nuestro país durante los últimos 30 años.

Mi tercera reflexión tiene que ver con el cambio de lenguaje llevado a cabo por los socialistas. Han renunciado a utilizar la palabra "laicismo", definida por el Diccionario de la Real Academia, en su vigésima segunda edición, como "doctrina que defiende la independencia del hombre (sic) y de la sociedad, y más particularmente del Estado, de cualquier organización o confesión religiosa", quizás para no airar a los obispos, que la entienden erróneamente como persecución contra la religión, y la han sustituido por "laicidad", que ni siquiera está registrada en el citado diccionario. El cambio de lenguaje es ya en sí sospechoso.

La cuarta reflexión es que la votación del PSOE en contra de las proposiciones no de ley citadas y el rechazo de la supresión de funerales religiosos de Estado en su último congreso reflejan desorientación ideológica y miedo a la Iglesia católica. Sorprende la coincidencia del PSOE con el PP cuando las posiciones en el tema religioso parecen tan diferentes. ¿O acaso no lo son tanto? No se olvide que los dos partidos son contrarios a la revisión de dos textos que están en la base de los actuales privilegios a la Iglesia católica: el artículo 16,3 de la Constitución Española y los Acuerdos con la Santa Sede. Ésa es precisamente la posición del episcopado español y del Vaticano.

A favor de la revisión de los Acuerdos y de la reforma constitucional en materia religiosa se han pronunciado, empero, numerosos colectivos religiosos. Pero dudo que esas peticiones sean atendidas. En materia religiosa, los Gobiernos tienden a llegar a acuerdos con las cúpulas y con los sectores más conservadores de las religiones. ¿Asistiremos durante esta legislatura a la triple alianza PSOE-PP-Iglesia católica en materia religiosa?

Es necesario llevar el laicismo -o, si se quiere, la laicidad- hasta las últimas consecuencias. Para ello hay que eliminar todos los restos de teísmo político -criticado tan certeramente por el teólogo Paul Tillich- que perviven incluso en los Estados no confesionales, y muy especialmente en el Estado español.

lunes, 14 de julio de 2008