viernes, 19 de diciembre de 2008

ENTREVISTA A AQUILINO POLAINO-LORENTE.


primera parte de la entrevista concedida en exclusiva a diarioya.es
Pilar Muñoz/Rafael Nieto. 18 de Septiembre.

Aquilino Polaino no es políticamente correcto, y en los tiempos que corren, esa es una de sus innumerables virtudes. Una de las mayores autoridades en Psiquiatría que hay en España y en Europa, su impresionante curriculum le convierte en una verdadera eminencia en algunos temas, entre los que destaca la tan polémica ideología de género. Miembro del Consejo Asesor de este periódico, el Doctor Polaino nos recibe en su despacho, encantado de dialogar con una brillantísima colega suya (nuestra colaboradora Pilar Muñoz, que ha elaborado la columna central de esta entrevista) y con un periodista que ha aprendido mucho al lado de tanta ciencia.


Señor Polaino, un tema muy actual es el denominado “ideología de género”, sobre él se habla sin entender muy bien de qué se trata. ¿Estamos ante un tema social, o más bien, ante una corriente de pensamiento cuya finalidad es la modificación del concepto tradicional familiar?

Bueno, estamos ante un tema de mucho calado, de mucha hondura…, probablemente, ante una de las columnas vertebrales del cambio social en el siglo XXI. Por tanto de moda nada, y el horizonte desde el que cabe analizarlo es amplísimo. Se puede hacer una consideración un poquito “light” de la ideología de género, o se puede entrar en los intríngulis de la teoría de género como filosofía, y claro eso llevaría más tiempo. Es una de las cuestiones que están previstas por la ingeniería social y avanzará progresivamente, si no se le desenmascara y critica. Si la ideología de género triunfara produciría un vuelco cultural que haría irreconocible a Occidente.

¿Puede responder, teniendo en cuenta a Engels, a un proceso de lucha de clases, iniciado en 1884, y que en la actualidad decide considerar al sexo femenino como susceptible de mano de obra, en vez de origen y garante de crianza y educación familiar?

Para entender bien la ideología de género hay que irse al neomarxismo, y de mano de las feministas. En el fondo es replicar a Engels, pero en una cuestión antropológicamente más relevante que en el planteamiento inicial de Engels. El neomarxismo que está cobijado en la ideología de género, a la que sostiene, es mucho más radical, más disolvente del hombre, de la persona, que el marxismo tradicional. ¿Por qué?, porque ahora no se habla de opresores y oprimidos, en relación con la propiedad privada, el trabajo o los bienes de producción que, entonces, era lo que provocaba la lucha de clases. Una vez que el “paraíso marxista” no se ha alcanzado, y ha fracasado, el marxismo actual es mucho más disolvente. Ahora no se trata de la propiedad que enajena a la persona, sino de la familia. Es la “abolición de género” lo que se está pidiendo en este momento, de manera que en una sociedad progresivamente democrática cada mujer se niegue a ser madre, porque la maternidad estorba a su realización como persona. Esto está relacionado también con la “autoconstrucción del hombre”, con la “autoproducción de sí mismo”. Pero la idea de que cada uno sea su propio arquitecto tiene escaso fundamento y, en la práctica, no es posible la auto-producción de sí. La ideología de género distingue entre “género” y “sexo”. La afirmación de que el “género” es cultural y el “sexo” es biológico, y que lo que hay que hacer es cambiar sexo por género, de forma que cada cual elija el “género” que quiera es otra de las metas que se propone el “constructivismo social”. Es proponer que las personas se autoconstruyan culturalmente en el género que desean, sin tener en cuenta ningún determinante biológico o corporal. En mi opinión esta hipótesis es contraria a la realidad, utópica y sin fundamento psicológico alguno.

Es decir, que se estaría configurando un nuevo ser…

Un nuevo ser que es artificialmente construido, y que va en contra del ser originario. La ideología de género se está generalizando actualmente, tal vez porque a pesar de su sinrazón dispone de un punto de verdad…

¿Cuál es?

El punto de verdad es que toda la cultura ha sido construida, diseñada y llevada a cabo desde lo masculino. Y a la mujer se la ha desplazado a tareas menos relevantes. Pero sobre ese punto de verdad, lo que se está exigiendo es un cambio de mentalidad, un cambio en el mapa cognitivo de las representaciones mentales de los ciudadanos -lo que llaman ustedes los periodistas “el imaginario colectivo”-, y eso es totalmente distinto y muy poco practicable. Hay un punto de verdad, pero bueno, la mujer ya se ha incorporado masivamente al trabajo, y espero que también en los salarios haya igualdad. En lo que no va a haber igualdad, porque es imposible, es en que el hombre y la mujer sean lo mismo. O, como ahora se va a enseñar a los niños, que elijan el género que quieren tener, porque la autoproducción de sí mismo es inviable, es imposible. Hay también otra pequeña verdad: las personas cuando nacen no están hechas, tienen que hacerse. Pero se hacen de acuerdo con las condiciones naturales que han recibido –que no son modificables ni están sometidas a su voluntad-, con la educación que reciben, con el esfuerzo que ponen en aprender y con el uso que cada persona hace de su libertad. Esa es la parte de lo conquistado, en el hacerse humano. Pero lo dado (lo natural que ha recibido) y lo conquistado (lo que cada persona alcanza con su libre trayectoria biográfica) están siempre articulados e integrados en la singularidad de la persona. Lo conquistado no puede abolir, extinguir y disolver lo dado, porque lo conquistado parte de lo dado, que es anterior y superior a lo conquistado. Lo conquistado sin lo dado carece de fundamento. Nada se puede construir sobre el vacío. De aquí que tal intento de autoconstrucción personal, además de imposible y utópico, sea radicalmente frustrante para la persona que lo intenta .

Usted ha dicho que la ideología de género está calando socialmente, y que la único arma para defenderse de ello es la capacidad crítica. ¿Qué le parece la noticia sobre unos universitarios (a los que se supone esa capacidad crítica) que van a celebrar próximamente el primer día del orgullo bisexual?, ¿estamos ante una generación perdida?

Considero que para llegar a un diagnóstico tan fuerte sería preciso matizar mucho más. De acuerdo con el pluralismo cultural que hay ahora en nuestro país, afortunadamente, hay que afirmar que hay universitarios que discrepan críticamente de ello, aunque sean minoritarios. Por tanto, tengo algunas dudas sobre ese diagnóstico maximalista. Sí se puede decir que un gran contingente de la población universitaria no es crítica, no piensa, se deja conducir por las modas. Son dependientes de sofismas tan erróneos como amplia es su circulación social. Algunos sostienen que “si una persona opta por la bisexualidad, y eso le produce placer y le hace feliz”, a ellos no les importa. El argumento que están empleando es el siguiente: “No hacen daño a nadie, así es que habrá que darles libertad”. Efectivamente. Pero el planteamiento es incorrecto, porque una persona bisexual se hace daño a sí misma, y por esa vía no podrá ser feliz. Además, a los demás sí les debe importar, aunque sólo sea por aquello del deber humanitario de ayudarle a que no se haga daño a sí misma. Porque cuando una persona se hace daño a sí misma, en su persona, nos está haciendo daño a todas las personas, porque todos somos interdependientes. Cuando una persona sufre, en gran parte todos sufrimos con él. Y esto no es por catolicismo oficial, sino porque estamos así hechos, y así es nuestra condición humana. La condición humana es naturalmente solidaria. Si vemos un accidente en el que a un perro le atropella un camión, y lo vemos cómo mueve la patita izquierda y cómo está muriéndose y no puede respirar, a cualquier persona que vea esa escena le cambia el rostro. Se nota que se compadece y sufre. En eso consiste la conmiseración, la compasión. Esa es una dimensión humana que está ahí. Por tanto, yo creo que mucha gente que asista a esa “celebración”, probablemente no sabe lo que está haciendo, y simplemente lo que le gusta y busca es otra cosa: la movida, estar juntos, conocer gente, tomar unas copas y encontrarse con otras personas. El motivo aparente de ese encuentro le importa muy poco, como si fuera otro o lo contrario también asistiría. Otra cosa es que como tal hecho constituye una parte importante de la siembra cultural que se pretende hacer. Con la repetición de convocatorias como esta, llega un momento en el que las personas sin formación no distinguen si hay error o no. Al final, el error va penetrando y habitando en las cabezas de quienes no se han atrevido a pensar por cuenta propia.

Volviendo a lo que antes comentaba sobre lo dado y lo conquistado, y repasando a algunos autores, el Dr. Money habla de un experimento realizado con gemelos, y luego refutado por el Dr. Diamond, en el cual encontró la barbaridad, el desorden mental y afectivo que provocó ese experimento en uno de los gemelos, cuando se intentó disociar el sexo del género. ¿Nos podría comentar algo al respecto, si esta adulteración perversa nos pone en la pista de que no hay que perder lo natural como punto de referencia?

Hay que considerar lo que es la libertad humana, porque ahí está la clave. Cualquier persona realista sabe que la persona es libre, y de eso tenemos todos experiencia empírica. Pero hay que saber que esa libertad está condicionada. Primero, porque es una libertad encarnada. La libertad humana no es algo abstracto, sino que se encarna en un cuerpo. Por tanto, si esa libertad está condicionada por el cuerpo, además de por otros muchos factores (la cultura, los propios límites que cada persona tiene, etc.) esa libertad no es absoluta ni puede serlo. Intentar abolir el sexo y el género, o en una primera etapa sustituir sexo por género -de acuerdo con un diseño en el que uno es el arquitecto de sí mismo-, es hacer de la libertad un absoluto. Es decir, lo que es limitado no puede contener lo ilimitable, y por tanto el planteamiento, de raíz, ya está equivocado. Una persona no puede ser todo lo que se le pasa por la mente. La fantasía, la imaginación y los deseos humanos son ilimitados en su número y, sin embargo, qué pocos deseos humanos los tenemos ya satisfechos y en la mano. Es decir, si se aceptara la utopía antropológica de que cada persona se construye a sí misma en todos los órdenes, temáticos y de contenido, al final se conduciría a esa persona a una gran frustración que acabaría en la desesperación.

¿Cuándo aparece el término “gender” (que puede traducirse, aunque no con mucha precisión, como “perspectiva de género)?

Es un término que aparece en el año 1995, y el contexto en el que aparece es el Congreso de Pekín. Es un término muy apoyado por el feminismo radical. Tiene antecedentes porque, lamentablemente, en muchas universidades americanas los alumnos han de cursar una asignatura acerca del “género”, en cuyos manuales se hace apología de la ideología de género. La ideología de género ha pasado a ser la expresión sustitutiva de la condición sexual humana. En la actualidad no quieren que se hable de masculinidad y femineidad, sino de género. Por eso ya no se habla de violencia entre hombre y mujer, o violencia doméstica (que en el fondo es lo que es), sino de violencia de género. Es decir, vamos cambiando el lenguaje, y al cambiar el lenguaje vamos cambiando el significado. Esto se está haciendo de una forma muy sutil y progresivamente acelerada. Con ello se está cambiando a las personas el significado de las cosas, lo que las sitúa en un “guetto”, en una burbuja totalmente diversa de aquella que estaban viviendo. Se ha sembrado la confusión, y ahí es muy difícil orientarse. Sobre todo, si no se dispone del necesario pensamiento crítico para hacer frente a estos errores de acuerdo con una antropología realista que salga garante de la dignidad de la persona.

Usted hablaba de una perífrasis de obligación en los manuales americanos…, ¿no viene a ser lo mismo que la tan traída y llevada asignatura, ahora curricularmente impuesta, de Educación para la Ciudadanía?

Yo pienso que sí, lo que pasa es que esto mucho más lesivo que aquello. Al fin y al cabo, un niño no tiene defensas, no puede tener espíritu crítico, no dispone de capacidad de discernimiento acerca de lo que se le está planteando. Por tanto, hay que augurar que los niños expuestos a esas enseñanzas pueden estar expuestos a una situación de indefensión. Constituye un abuso, que debería estar condenado, la manipulación del pensamiento infantil en situaciones de indefensión. Especialmente en temas que atañen y hacen referencia a su identidad personal, al núcleo duro de su persona singularísima.

¿Y nadie se opone a esto en el mundo académico?

Bueno, nadie no. Hay ya 50.000 objeciones de conciencia. La respuesta social y ciudadana en este punto comienza a ser clamorosa. En una sociedad progresivamente democrática, los gobernantes tienen que escuchar, no pueden pasar página. Se ha promulgado una ley, pero no se ha tenido en cuenta la opinión popular. Los gobiernos están continuamente haciendo catas sociales, a través de encuestas y globos sonda, antes de tomar una determinación, y según los datos de la encuesta, así cambian, modifican sus proyectos, buscan el ajuste fino…, y así es como suelen gobernar. ¿A usted no le parece que 50.000 objeciones de conciencia sea un dato especialmente significativo? No quisiera entrar en el tema jurídico, que es la otra vía, pero cabe preguntarse: ¿cómo se va a resolver esto jurídicamente? ¿Es coherente el sistema jurídico de un país, si respecto de lo mismo las sentencias son contradictorias? ¿Puede afectar esto a la democracia? ¿Acaso se puede seguir avanzando en democracia si hay una fractura del sistema jurídico? Con la cuestión de la EpC está puesto en juego el núcleo duro del Estado de Derecho. ¿Se puede arriesgar tanto la democracia que se deje sin protección alguna el núcleo jurídico, o que se le arrastre hasta lo irreconocible por unas políticas determinadas? La propia democracia puede estar en peligro. Eso sí que nos afectaría a todos.

En el fondo, intentar parar una sola asignatura (por terrible que sea, que lo es), ¿no es intentar ponerle puertas al campo?, en el sentido de que si todo va en la línea que hasta ahora, posiblemente dentro de algunas generaciones toda la educación estará impregnada de los “valores” que están en esa asignatura.

No, no creo que eso sea poner puertas al campo. De lo que se trata es de hacer como ciudadanos todo cuanto entendemos que debe hacerse. Otra cosa es que la gente se inhiba. Pero en ese caso, se están excluyendo de sus deberes como ciudadanos. ¿Cuántos años se lleva diciendo en este país que estamos con una crisis de valores? Y hasta ahora nadie ha resuelto ni la crisis ni el cambio de valores. Es la crónica de una muerte anunciada. ¿Se le puede pedir a un ciudadano que dedique su tiempo a cambiar todo el sistema? Pues ya se ve que no, porque ni es experto, ni tiene poder, ni tiene los recursos necesarios, ni es político. ¿Se le puede pedir a un ciudadano que en el núcleo íntimo, en lo que afecta a la intimidad de su hijo, trate de defenderlo y luche contra lo que considera puede hacerle daño? A mí me parece que esto es obligatorio. ¿Que con eso no se ha resuelto el problema educativo? En absoluto. Solamente el fracaso escolar de este país es alarmante, y como se descuide uno hasta en los medios más públicos, a veces aparecen faltas de ortografía en el telediario. La RAE puede ser muy flexible, pero realmente cuando se produce un deterioro del lenguaje de esa magnitud, considero que sería correcto hablar de que se ha iniciado un periodo de franca decadencia cultural. Esto es una bola de nieve. Los padres tienen derecho a objetar contra esa materia. ¿Solucionan con ello todo el sistema educativo? Ciertamente, no. Pero disponen de cierta libertad para determinar a qué colegios llevan a sus hijos. Hay colegios que tienen “cola” y otros no. A veces los propios padres no están de acuerdo con la línea educativa del colegio, pero sí están apelando a lo que consideran dará más seguridad y mejor formación a sus hijos. El sistema educativo va mal, pero los padres hacen lo que pueden, especialmente en lo que afecta a sus hijos. Es comprensible y razonable, por eso, que en relación a la EpC los padres que se hayan movilizado.


2ª parte de la entrevista a aquilino polaino en DiarioYa.es
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Pilar Muñoz/Rafael Nieto. 19 de Septiembre.


La ideología de género hemos visto que no es transtemporal, ¿pero es transcultural? Porque yo no me imagino a una tribu de Nueva Guinea, por ejemplo…, ¿es más bien de Occidente?

Bueno, el núcleo duro está en Occidente, porque es donde ha surgido y donde se ha promocionado. Pero estamos en un mundo sin fronteras, y la globalización también tiene mucho que ver con la ideología de género. Hoy puede afirmarse que lo que ocurre en Madrid se está replicando en Santiago de Chile o en Méjico D.F.

O sea, esa idea que tenemos en España de que parte de la recuperación en valores puede venir de Hispanoamérica, no es tan así…

Pues al paso que vamos, tal hipótesis es de difícil cumplimiento. Porque allí imitan bastante bien y miran a España. Hay, además, una importante correa de transmisión, sobre todo en las personas que leen la prensa española todos los días en Internet. Si, por otra parte, los gobiernos mediáticos no sólo les aconseja y orienta, sino que hace fotocopias de sus propuestas de ley para facilitarles el engranaje a nivel de su cámara de diputados, pues el mundo se convierte en una aldea. Otra cosa es África y Asia, pero bueno, todo llegará. A ello hay que añadir uno de los fenómenos que no se han estudiado en España: la aculturación de los inmigrantes. En mi opinión, hubiera hecho falta una inversión económica muy fuerte en programas de integración, de aprendizaje de nuestra cultura (respetando la de ellos…). Eso en España no se ha hecho. Basta, por ejemplo, con viajar en el metro y observar como el lenguaje de los inmigrantes latinos está cambiando radicalmente. En ellos, a pesar del acento, la estructuración del lenguaje, los tópicos, los modos de decir son absolutamente españoles. Eso significa que lo que ven lo imitan, sin apenas darse cuenta de ello. Eso tiene un efecto positivo, y es que la adaptación a la nueva cultura es más fácil, y otro efecto negativo, que si lo que copian es lo que no deben copiar, pues…se equivocan. Si algunos de ellos ahorran y regresan a sus países respectivos, naturalmente difundirán allí los valores que aquí han aprendido.

¿Qué opina acerca de la posibilidad de que el mundo musulmán se integre en la cultura occidental, lo ve factible?

Observo algunos hechos un tanto contradictorios. El primero es que, al ser un grupo con tanta cohesión religiosa, esa rigidez puede constituir una poderosa barrera para su adaptación. Ahora bien, eso no se da en el vacío. Ellos deben darse cuenta que o se adaptan a Occidente o la sostenibilidad de sus países va a ser muy difícil. Es decir, si está todo globalizado, ellos también forman parte de esa globalización, y si se quedan fuera, sus países tienen fecha de caducidad. Un tercer factor significativo es el de la mujer musulmana. Una mujer que observa cómo vive, en qué se ocupa, y cómo es apreciada la mujer occidental. Enseguida, pensará que ella quiere ser como la occidental. ¿Qué pensará de eso su esposo? Tal vez que es mejor acabar con esa cultura antes de que acaben con la propia. Se entiende así que la Alianza de Civilizaciones sea un tópico muy poco viable, precisamente por utópico. Por el momento, es más probable que esa supuesta alianza se transforme en una contradicción de civilizaciones, algo que a la larga haría eclosionar ciertos conflictos.

Es que hay religiones que no son miscibles, el islamismo y el catolicismo sólo se parecen en que son monoteístas, pero toda la cuestión que trajo Nuestro Señor sobre el perdón…

Esta es una cuestión mucho más compleja. Considero que es necesario estudiar la historia de las religiones..., antes de que pueda establecerse un diálogo entre ellas. De otra parte, si no hay diálogo entre las religiones monoteístas, no vamos a ningún sitio. Pero ese diálogo exige un estudio previo que es muy complejo, porque en cada religión monoteísta hay que ver cuáles son las categorías que dibujan el modelo implícito que tienen de persona, y cómo se articulan esas categorías. Si eso se hace en cada religión monoteísta, por separado, luego habría que comparar esa constelación de categorías que identifica a cada religión, y hacer entre ellas una investigación de antropología comparada. Sólo a partir de aquí puede iniciarse el necesario diálogo. Estamos hablando de una investigación que puede llevar fácilmente 30 años, aún disponiendo de un equipo de investigadores de mil quinientas personas.

Usted, en una de sus obras (“La autoestima perdida”), habla de encontrar la autoestima espiritual…, ¿piensa que esto está “demodé” ahora mismo, porque el hombre está de espaldas a Dios?

Eso depende de en qué tipo de contexto estudiemos el problema. En el contexto mayoritario, si observamos los medios de comunicación, puede que esté “demodé” en la actual sociedad mediática. De hecho, de esta cuestión apenas se informa. En otros contextos más profesionales, hay datos enormemente curiosos, sobre todo en psicología y en psiquiatría. Hace cuatro años, en Méjico, tuvo lugar un encuentro en el que los temas fundamentales a tratar fueron la espiritualidad, la psicología y la psicoterapia. Asistieron más de 5.000 personas, de muy variadas profesiones. Ese congreso duró cinco días, y la gente se quedó con ganas de seguir. Otro ejemplo: el año pasado, en Centroeuropa, hubo un congreso sobre espiritualidad, psicología y psiquiatría. Asistieron 1.200 profesionales. En el día a día sí que hay que contar más con la espiritualidad, sin manipularla ni mancillarla, ni utilizarla como una herramienta, pero sí saber que está ahí, y que influye en la persona…Ante el misterio el respeto. La espiritualidad –la dimensión espiritual de la persona- tiene mucho que ver con la resolución de trastornos, con el proyecto de vida por el que uno opta, con que ese estilo de vida sea más saludable o no. Eso pone de manifiesto que la fe y la religión, la espiritualidad de la persona tiene que ver con el modo en que enferma y su posible recuperación. Eso es hoy incuestionable. Sin embargo, la mayoría de los profesionales no estamos preparados para ello. ¿Le podemos dar el mismo consejo a un musulmán, que sufre un trastorno bipolar, que a un judío?, ¿Conocemos el ámbito de sus convicciones y creencias? Los profesionales no estamos preparados respecto de los trastornos psíquicos y físicos en el ámbito del actual multiculturalismo. Hemos de manifestar un gran respeto a la diversidad. Pero eso sólo no es suficiente. Es preciso conocer mejor lo que hay de específico en las personas que integran esa diversidad multicultural, para tratarlas de la forma más adecuada posible y sólo así seremos más eficaces.

El profesor De las Heras habla en su libro “La sociedad neurótica” de una sociedad intersexual, y habla de, según los roles, una tipología curiosa que me gustaría que usted nos confirmase. Habla del andrógino (alto-masculino, alto-femenino), el masculino, el femenino, y el amorfo. ¿Esto es así?

Bueno, no he leído ese libro en concreto, y no puedo opinar, pero lo que me está diciendo procede de viejas teorías que observan el misterio sexual humano, en una etapa pre-mítica. No sé si se podrá reelaborar una tipología en que puedan encajar las piezas del puzzle de lo que hoy sucede. Esa vieja teoría puede que tenga más de 24 siglos. No estoy seguro de que se puedan hacer unas celdillas en las que quepa una clasificación de lo que hay en la actualidad. Si no se supera la teoría mítica –y es superable en la medida que se estudia y analiza-, no se encontrará la verdad y la ciencia no progresará. Pasar del mito al conocimiento de la realidad supone dar un salto de gigante, y eso es lo que ha hecho avanzar la ciencia. Lo pre-constitutivo del conocimiento científico, precisamente, es ir desvelando las capas que se han ido acumulando y encubriendo el pensamiento mítico acerca de la realidad.

Y por último, con esto de los “apareamientos homosexuales”, afloran los estudios que, sin tener una metodología seria, gozan de una relativa credibilidad en la sociedad…Han salido varios profesionales que dicen que esto es buenísimo, y que los niños criados en este tipo de núcleo salen mucho más aptos para todo. ¿Qué interés hay en potenciar este tipo de cosas?

El tema que propone hay que investigarlo con mucho rigor. Y eso es complejo, porque metodológicamente tiene muchos sesgos. Por ejemplo, a la hora de seleccionar la muestra con que se va a trabajar. Los participantes pueden sesgar los resultados con las actitudes que esconden tras su decisión de ofrecerse voluntarios. Los resultados que se obtengan hay que leerlo con un talante riguroso, objetivo, distante, nada apasionado, muy frío. En la mayoría de los trabajos que hoy se dan por buenos lo que hay son errores metodológicos de bulto que puede apreciar cualquier persona un poco avezada en metodología de la ciencia o epistemología. Por tanto, hay que ir con pies de plomo y hacer un poco más de caso a los resultados obtenidos en diseños metodológicamente más depurados.

Yo quiero preguntarle por el tema del aborto y la eutanasia, ¿qué le parece la intención del gobierno socialista de hacer el aborto libre y la eutanasia también?, ¿piensa que un cambio de gobierno podría controlar o frenar esa tendencia?

Esa es una pregunta que se contesta a sí misma. Son tan poderosos e incontrovertibles los datos científicos de que hoy se dispone que, ciertamente, el aborto supone eliminar a un ser humano. El aborto ha sido un error en España desde hace algún tiempo. Sin embargo, los gobiernos se han sucedido unos a otros y aquí nada ha cambiado. Por tanto, no creo que el actual gobierno ni la oposición (en principio, si no hay una deriva muy grande y una relativa fractura con el continuismo que hasta ahora han traído) eviten ese horror atentatorio de la dignidad humana. Desde el periodismo puede hacerse mucho. Podría estudiarse e informar, por ejemplo, acerca de cuáles son los beneficios económicos que produce el aborto, y quiénes enriquecen. Resulta contradictorio, por ejemplo, que personas que están en contra de la pena de muerte, hagan enmudecer su voz en lo relativo al aborto. Sobre muchas de estas fragantes contradicciones apenas si se informa. De esas contradicciones deberían ocuparse los mass media. En España, durante el último año, ha disminuido en un 75% el número de niños que han nacido con Síndrome de Down. Esto no significa que se haya resuelto este problema, o que haya disminuido la incidencia o prevalencia de tal trastorno, sino que simplemente esos niños han sido eliminados antes de nacer. Estos son temas de los que hay que hablar. Esto ha de importar a los ciudadanos. Le diré una cosa que es muy fuerte, pero que es también muy importante: si cada persona no dedica, por lo menos, un 10% de su tiempo a la cosa pública, no se debiera considerarse un ciudadano de primera fila y, por tanto, no merece ser calificado como demócrata. La democracia es el mejor sistema de todos los posibles. Pero la democracia es exigente y a todos nos pide que hagamos un esfuerzo. Se está hablando mucho de ciudadanía, pero éste es un país en el que la ciudadanía está bajo cero. Un país con alta ciudadanía es Francia, donde para cada ciudadano la cosa pública es como el patrimonio de su abuela, y por tanto quiere meter mano allí, y alzar su voz, porque dice: “a mí nadie me administra lo que es mío”. Eso en España no es así. Quizá porque en el antiguo régimen el ciudadano esperaba todo del Estado. Antes era “papá Estado” el que solucionaba los problemas. Pero, con al optar por la democracia, ya no hay papá, y ni siquiera Estado, tal y como antes se concebía. Ahora estamos en el Estado del Bienestar, la burbuja indolora…, y se continúa pensando que todo lo tiene que hacer el Estado. ¿Dónde está la iniciativa social? El tema del aborto sólo se puede solucionar a fuerza de espíritu ciudadano. Es verdad que a veces el espíritu ciudadano se ha manifestado socialmente de forma magnánima y significativa. Eso está bien, pero no es suficiente. Hay que hacer más redes, hacer que el problema salga en los medios de comunicación y poner nombres en negrita (que siempre pone muy nerviosa a la gente),los nombres de las personas o de los laboratorios que patrocinan no sé qué cosas; recabar la información de los colectivos profesionales responsables; solicitar a las Reales Academias que se pronuncien y dictaminen sobre ello. Estos graves problemas también es un asunto del periodismo, en una sociedad democráticamente avanzada. Si hay un espíritu de ciudadanía sólido y crítico, esto cambiará, porque la evidencia científica existe, y está suficientemente probado que desde el momento de la fecundación allí hay una persona. Incluso Habermas admite que el aborto es un asesinato fatal, y estoy citando a un relevante intelectual de la elite marxista. ¿La eutanasia? Desde el punto de vista de la motivación humana, de las personas que sufren, es un campo sembrado de minas que está próximo a explotar. Los hijos no están dispuestos a cuidar a sus padres, la expectativa de vida ha crecido muchísimo, el estilo de vida en España supone muchas horas de trabajo, atender a una persona de la tercera edad, si tiene una demencia o un problema de invalidez, precisa de dos o tres personas que la cuiden. ¿Quién puede sostener eso? Por otro lado, el 70% de todos los medicamentos son consumidos por personas mayores de 65 años. Al mismo tiempo, hay que contener el gasto público con políticas restrictivas. La situación comienza a desmoronarse. La solución no consiste en acortar la vida o tratar de eliminar a las personas. Esa es una actitud decididamente antidemocrática que, además, acaba con la confianza; no con la económica, sino con la confianza en las personas. Es el caso de Bélgica y Holanda, donde una persona que padece de bronquitis coge un avión y se va a otro país…, si puede. Y si no puede, se muere en su casa, pero no va al hospital, porque sabe que si va al hospital ya no vuelve. ¿Es sostenible un sistema social que funciona así? Creo que no. Quizá la ley de dependencia –si es que alcanza a aplicarse- reste dramatismo a esta situación. La solución no es legalizar la eutanasia. Con ello se hace el más flaco de los “servicios” a la humanidad. Es probable que la eutanasia ya se esté practicando, aunque sea “soto voce”. Lo mismo sucede con la eugenesia. En este punto estoy de acuerdo con Julián Marías en que el aborto, en la sociedad española, es el crimen más grande del siglo XX. Algo absolutamente imperdonable. Sin duda alguna, hay conexión entre el aborto y la eutanasia. El uno facilita la otra. Esperemos que a los crímenes del siglo XX no haya que añadirle –en una edición ampliada- los del siglo XXI.

¿CRISIS DE LA ECONOMÍA O DE LOS ECONOMISTAS?


¿Crisis de la economía o de los economistas?
FÉLIX OVEJERO LUCAS 19/12/2008

Diario El País.

Hace ahora medio siglo una polémica entretuvo a las mejores cabezas económicas. Se la bautizó como "la disputa entre los dos Cambridges", porque sus más importantes protagonistas ejercían en el Cambridge original, en Inglaterra, y en el de Massachusetts, el que da cobijo a la Universidad de Harvard. Aunque la pregunta que la desencadenó, formulada por Joan Robinson, parece ingenua -y engañosamente- clara: "¿Cómo se mide el capital?", el debate era lo bastante técnico como para que no se deje contar en pocas líneas sin maltrato irreparable. La polémica, en suma, era ciencia en estado puro. Y, sin embargo, como dijo uno de sus comentaristas, bastaba conocer la opinión de cada uno sobre la guerra de Vietnam para anticipar en qué bando se alineaba. Una apreciación intranquilizadora para quienes confían en la objetividad de la ciencia.

¿Qué intereses consideramos prioritarios? ¿Hay poderes intocables?
Si así estaban las cosas entre aquellos respetables académicos que se ocupaban de cosas tan sesudas como "la función agregada de producción", con discutibles implicaciones -que sobre su alcance también discrepaban- teóricas y prácticas, es normal que nos preguntemos cómo estarán ahora cuando los "conceptos" que se cruzan son cosas como "neoliberales", "soluciones socialdemócratas", "globalización", "refundación del capitalismo". Para muchos críticos las cosas están claras: no podemos fiarnos de los economistas. En realidad, la culpa de nuestros males sería de la economía real, del capitalismo, y también de la economía teórica, de las ideas de unos economistas a la altura científica de los echadores de cartas. Los economistas ni han anticipado la crisis ni son capaces de darles respuesta. Sobre todo, rematan algunos, los "economistas del sistema".

Vayamos por partes. La incapacidad predictiva, como tal, no descalifica a ninguna ciencia. La geología dispone de solventes explicaciones de los terremotos pero atina bien poco a la hora de anticiparlos. En realidad son pocas las disciplinas en condiciones de establecer predicciones afinadas. Pero es que, además, la acusación es precipitada. Desde hace al menos cinco años se podían escuchar prestigiosas voces de economistas anticipando el lío inmobiliario y sus consecuencias. Y no tirando a bulto, a ver si sonaba la flauta, que también los echadores de cartas aciertan de vez en vez, sino dando cuenta de cómo han sido las cosas, que es lo que caracteriza al buen hacer científico. Otra cosa es que confundamos a los economistas profesionales con los opinadores, algo así como si confundiéramos a los politólogos con los tertulianos. Las malas noticias se dijeron. Claro si no fuerte. Otra cosa es que nos resistamos a escuchar las malas noticias y que necesitemos rede-

siguientecorar el mundo con nuestros sueños. La teoría del amor de Stendhal y la moderna psicología nos lo llevan diciendo desde hace mucho tiempo.

Un indicio de que el problema es menos de las teorías que de la realidad lo sugiere el hecho de que el núcleo último de conceptos que manejan los mejores -o al menos los más escuchados- críticos de cómo se han llevado las cosas, los Stiglitz o los Krugman, por mencionar algunos que aparecen con frecuencia por estas mismas páginas, es el mismo que el de la mayor parte de sus colegas. Basta con ojear sus manuales de microeconomía o de economía internacional. No se puede tomar como buenos sus diagnósticos -y buenos lo son- y, a la vez, sostener que no sirven las teorías en que se basan.

Por supuesto, eso no quiere decir que la teoría económica no tenga problemas. Ellos, y otros más que ellos, han destacado con frecuencia lo fantasioso -que raya en la simple falsedad en muchos casos- de muchos de sus supuestos, pero eso es bien distinto de convertir a la economía en un simple ditirambo del mercado. De hecho, si se piensa bien, esa misma irrealidad permite interpretarla como una crítica de la economía real. Si, como sostiene la teoría, el mercado sólo funciona eficientemente si se dan unas imposibles condiciones -eso que, a bulto, se subsume bajo la etiqueta de "competencia perfecta"-, ello quiere decir que es imposible que el mercado real funcione.

Convertir a los economistas en simples voceros del "sistema" es, por lo pronto, un ejercicio de esa repugnante estrategia común a cierta izquierda que consiste en asumir que los otros -a diferencia de uno mismo, forjado con el material de los santos- no tienen trato honesto con las ideas que defienden, algo que, entre otras cosas, hace imposible el diálogo, pues no cabe discutir con aquel que no cree en lo que dice, con los vendidos. Pero acusar a los economistas de los males de la economía es ya puro delirio, sobre todo, cuando, a la vez, se sostiene la sensata tesis de que quienes mandan, al final, son los ricos, la infraestructura, para decirlo como antes. El primer Plan Paulson no buscó sus razones entre los setenta y tantos economistas de primera línea, de muy diferente inspiración política, que el pasado 24 de septiembre dirigieron una carta al Congreso de Estados Unidos descalificándolo por impreciso, injusto y miope. Y, más domésticamente, se me hace que los trajines de Repsol, Sacyr y Lukoil no se han decidido en ningún seminario universitario.

Ahora bien, que bastantes economistas compartan la misma caja de herramientas teóricas no impide que discrepen en sus diagnósticos o en sus propuestas ni, aún menos, que debamos dejar en sus manos las decisiones sobre la vida colectiva, que quepa prescindir de la política. Frente a los cientificistas -que no los científicos- de viejo o nuevo cuño, conviene recordar el axioma más firme de la razón práctica: la ciencia no marca objetivos, tan sólo ayuda a sopesar sus condiciones de posibilidad. Las decisiones de asignación y la distribución de recursos escasos no son independientes de valores, de ideas acerca de la buena sociedad, y deben recaer, finalmente, en los ciudadanos. Sucede cada día. Aunque algunos defiendan que los órganos para trasplantes se han de entregar a quienes paguen más por ellos, otros podemos pensar que han de primar consideraciones como la necesidad, el provecho o el tiempo de espera. Más en general, las distintas propuestas económicas suponen distintos destinos y distintas ideas acerca de cómo transitar hacia ellos. Algo que, por cierto, se escamotea bajo la pavimentadora descripción "salida a la crisis", como si todos tuviéramos el mismo problema, como si solo hubiera una solución. En unas propuestas ganan -o pierden menos- unos y en otras otros y en casi todas pierden las generaciones futuras. Decidir si se ayuda a los bancos a deshacerse de sus cadáveres o a los hipotecados, si las inversiones públicas van a una cosa o a otra, si se alientan unas actividades y se frenan otras, asumir, en fin, que unas cosas se tocan y otras no, supone tomar decisiones acerca de qué principios y qué poderes -de nuevo, que principios- se juzgan respetables y atendibles. Es sencillamente falso que los economistas no tengan respuestas. Pero antes de pedírselas es cosa de todos contestar a otras preguntas: qué intereses consideramos prioritarios y qué poderes intocables.

Por cierto, en la disputa de los dos Cambridges los americanos reconocieron su derrota, que no tenían réplica a los argumentos de sus rivales, los críticos. Por supuesto, cada cual seguía pensando lo mismo sobre Vietnam.


Félix Ovejero Lucas
es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona.

OTRO MURO QUE CAE


Otro muro que cae

Por Manuel Jiménez de Parga, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (ABC, 28/05/08):


A finales del siglo XVIII, Thomas Jefferson utilizó una metáfora que hizo fortuna en la doctrina y en la jurisprudencia de Estados Unidos de América: «Un muro de separación entre la Iglesia y el Estado». En la sentencia del caso Reynolds, de 1878, el Tribunal Supremo transcribió unos párrafos del documento de Jefferson donde apareció la famosa frase, pero fue en 1947 (pleito de Everson/Municipio de Ewing) cuando por primera vez los jueces consideran detalladamente la tesis de «una pared divisoria entre la Iglesia y el Estado».

A partir de ese momento, mitad del siglo XX, se reanudó la polémica sobre el valor de la religión en la vida política. Algunos gobernantes europeos han invocado el ejemplo estadounidense, apreciando allí una separación radical de lo religioso y lo político. La metáfora de Jefferson es interpretada como un alegato a favor del Estado laico.

También ha sido leído el texto de Jefferson advirtiendo en él una defensa del Estado aconfesional, sin una Iglesia oficialmente establecida, pero respetuoso de la variedad de sentimientos religiosos que anidan en la sociedad.

La realidad es que en este asunto, como en otros muchos, la visión americana resulta distinta de la que adoptamos en Europa. Anota Guy Haarscher, profesor belga, que frecuentemente se opone el sistema americano a los sistemas europeos, subrayando el carácter más religioso, menos secularizado, de Estados Unidos. Allí, al otro lado del Atlántico, la presencia de Dios se patentiza en cosas tan poco religiosas como pueden ser las monedas (1864) o los billetes de Bancos (de 1964 a 1966). Algunos aseguran que se trata de algo puramente simbólico, pero los símbolos son factores importantes de la buena convivencia.

El juez Waite recordó en la sentencia de 1878, antes citada, el proceso de elaboración de la metáfora de Jefferson. Antes de adoptarse la Constitución de 1787 se intentó en algunas de las Colonias y en ciertos Estados legislar sobre materia religiosa. Se aplicaron impuestos para el sostenimiento de la religión y se prescribieron castigos para los que no asistían a los cultos públicos. Todo esto suscitó controversias que, finalmente, culminaron en Virginia, con un fuerte debate en 1784.

Jefferson presentó una sugerencia para establecer la libertad religiosa, con las siguientes palabras: «Consentir que el magistrado civil se inmiscuya con sus poderes en el terreno de la opinión, para restringir la profesión o propagación de principios de una tendencia supuestamente maligna, es una peligrosa falacia que destruye la libertad religiosa».

Un año después, y encontrándose Jefferson en París como embajador, replicó por escrito a la Asociación Bautista de Danbury, y utilizó la metáfora del muro de separación: «Creo como ustedes -dejó dicho- que la religión es asunto que radica únicamente entre el hombre y su Dios; que no debe rendirse cuentas a nadie de su fe y de su culto; que los poderes legislativos alcanzan sólo a las acciones, y no a las opiniones. Por ello aplaudo que con soberana reverencia que se siga el camino según el cual no debe sancionarse ley alguna respecto al establecimiento de una religión o prohibiendo su libre ejercicio, levantando así un muro de separación entre la Iglesia y el Estado».

A mediados del siglo XX, los intérpretes del «muro» siguen con la polémica. El 21 de noviembre de 1948 los obispos católicos de Estados Unidos hacen una declaración solemne en la que razonan que la metáfora de Jefferson sólo puntualiza que no habrá una Iglesia establecida, ni religión del Estado, pero no es un alegato a favor del laicismo.

Tengo la impresión de que esta versión matizada del «muro de separación» ha ganado puntos con la visita de Benedicto XVI al pueblo norteamericano. El Estado sigue siendo aconfesional, pero en las calles y en las plazas de aquella gran Nación han brotado espectacularmente los sentimientos religiosos. Los testigos del acontecimiento, tanto los periodistas españoles como los de otros lugares, han coincidido al destacar que el Santo Padre fue recibido no como un visitante ilustre, sino como algo más: era el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Y los ciudadanos de la primera potencia mundial han demostrado que la laicidad no es una fórmula atractiva para ellos.

Va a resultar difícil, en lo sucesivo, que los partidarios del laicismo radical invoquen a favor de su postura lo que sucede en Estados Unidos de América. Tampoco será un punto de apoyo la situación presente de Francia. En París se está elaborando la teoría del laicismo flexible, o sea de la aconfesionalidad, en una línea paralela a la seguida por nuestra Constitución de 1978.

Los sentimientos religiosos son ahora el motor de la historia. No la lucha de clases. Basta con acercarse a Oriente Medio, o al Continente asiático, sin olvidarse de las guerras de religión en África. ¿No ha sido significativo que uno de los triunfadores en el festival de Eurovisión, este último fin de semana, representante de un Estado oficialmente laico, llevase una cadena con la cruz cristiana pendiente del cuello que exhibió ostensiblemente con la camisa abierta? El muro de Jefferson ha caído, como hace unos años cayó el muro de Berlín o, más recientemente, el murete de Nicosia.

No se me olvida el día que pude atravesar el muro berlinés. Me encontraba en Berlín occidental invitado por la Universidad Libre para pronunciar una conferencia. Los extranjeros atravesábamos con relativa facilidad al Berlín Este. Mi mujer y yo nos subimos con esta pretensión a un autobús dedicado a ese transporte desde la libertad a la dictadura. Una vez en el Berlín de la República sometida a la URSS nos encontramos con los monumentos grandiosos de la antigua capital de la gran Alemania. Mis maestros, que estudiaron allí al principio de los años cuarenta, me aseguraron que al llegar a París, procedentes de Berlín, tenían la impresión de encontrarse en una ciudad provinciana.

Luego la terrible guerra destructora. Y estos muros que, por fortuna, van desapareciendo, unos político-religiosos, en América, otros esencialmente políticos, en Europa. En Chipre nos acercamos a la línea divisoria de las dos comunidades. Venía con nosotros Lara, que nos advirtió: «Esto de Nicosia, abuelos, no es un muro, sino un murete».

¡Qué felicidad, Dios mío, cuando caigan todos los muros y los muretes de la intransigencia!

LA PRIVATIZACIÓN DE LA VIDA ´PÚBLICA


Por Daniel Innerarity, profesor titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza, autor de El nuevo espacio público (EL PAÍS, 28/01/08):


Qué tienen en común cosas en apariencia tan dispares como la política de Sarkozy en relación con su vida privada, las recientes manifestaciones de los obispos españoles o la personalización de las campañas electorales, reducidas a una cuestión de confianza en la persona de los candidatos? La respuesta a esta adivinanza es: se está modificando el esquema de articulación entre lo privado y lo público al que estábamos acostumbrados. La transparencia de la intimidad de los gobernantes, las celebraciones de la familia y el hogar, la irrupción de la esfera religiosa en el espacio común, la presencia pública de la identidad sexual se han convertido en elementos habituales de nuestro paisaje social y están produciendo una verdadera privatización del espacio público. Hay una especie de invasión de lo privado, de extroversión de lo personal, en los escenarios públicos, un fenómeno que tal vez tenga su primera condición de posibilidad en el vaciamiento del espacio público oficial, banalizado y ritual, incapaz por tanto de ofrecer significaciones comunes con las que puedan identificarse los sujetos.

Se ha producido una modificación del marco de condiciones a partir del cual los temas eran identificados y tratados como privados o públicos. Convicciones personales, creencias, emociones, sentimientos e identidades adquieren preeminencia sobre cualquier otra consideración en el compromiso público de los ciudadanos. Esta privatización del espacio común se hace visible en el mundo de los medios, tanto en el fenómeno de los prominentes que dan a conocer su vida privada, como en el de la gente corriente que se confiesa públicamente en determinados programas televisivos. Los programas informativos hace mucho tiempo que renunciaron a presentar una noticia abstracta y la sustituyeron por una “historia” personal, sin la que al parecer seríamos incapaces de comprender los acontecimientos. Otro efecto de este proceso es la personalización de lo político, es decir, el hecho de que las personas sobresalgan por encima de los temas o estos sean tratados como cuestiones personales. La complejidad de la política y el hecho de que los medios giren en torno a las imágenes conduce a la personificación de los acontecimientos. El “lado humano” de las cuestiones políticas (el carácter, estilo, simpatía, talante, popularidad, credibilidad, confianza de los políticos) adquiere primacía sobre su competencia. En un horizonte de politización escasa, terminamos votando por los atributos personales. Ya no hay diferentes programas económicos, sino Solbes contra Pizarro, es decir, personas o rostros que figuran como generadores de la confianza que ningún programa electoral puede suscitar.

Los temas políticos se transforman en asuntos de imagen, sentimientos y dramas personales; el principal instrumento de la acción política es la emoción, la simulación de autenticidad, los sentimientos personales que se consigue comunicar. Por eso los políticos se muestran tan indignados, escenifican afectación o nos comunican más sus convencimientos que sus decisiones. En otras épocas de mayor densidad ideológica hubiera sido impensable que un político dedicara tanto tiempo a comunicarnos su estado de ánimo y que su grado de optimismo o pesimismo nos pareciera tan relevante.

La otra cara de este proceso es la politización de lo privado, algo que resulta bien patente si advertimos que los grandes problemas públicos son actualmente problemas vinculados a la vida privada. Vivimos en un tiempo en que la misma experiencia privada de tener una identidad personal se ha convertido en una fuerza política de grandes dimensiones. Asuntos que en otras épocas se inscribían más bien en el ámbito privado, que incluso se clausuraban en la intimidad, como el género, la condición sexual, las identidades o la experiencia religiosa, irrumpen en la escena pública con toda su fuerza e inmediatez. La actual campaña presidencial americana es un buen ejemplo de que la política que podríamos llamar abstracta o programática es incapaz de imponerse a la condición personal de los candidatos, cuya raza, género o confesión religiosa sigue siendo decisiva.

Va perdiendo fuerza el principio clásico de que el ámbito de lo tolerable y el ámbito de lo que aprobamos no coinciden. Cualquier ejercicio de distinción entre lo legal y lo moral parece una coartada para el relativismo. Pero convivir en una democracia pluralista requiere haber aprendido a distinguir lo que nos gusta de lo que simplemente soportamos, haber renunciado a erigir nuestras preferencias en norma universal, no confundir el respeto con el reconocimiento o el derecho con el aprecio. Esta distinción es correlativa a la diferencia entre un espacio público y otro privado, cuya demarcación será discutible y puede fluctuar a lo largo de la historia, pero sin la que nos enzarzaríamos en un combate por exigir de otros lo que no tenemos derecho a obtener. Son estas distinciones básicas las que se tambalean ante la extroversión histérica de la intimidad. El primer derecho humano es no estar obligado a gustar a todos. Los derechos de la persona no pueden hacerse valer si no hay un ámbito protegido de la exigencia de justificación por los demás, lo que supone una esfera de privacidad que no es propiamente política. Nos hemos acostumbrado al tópico de que la tolerancia es muy poco, pero no deberíamos olvidar que ese poco es imprescindible.

En nuestras sociedades se reclaman con frecuencia demandas que van más allá de la búsqueda de la justicia social y económica; lo que se exige como derecho político es la felicidad personal, el reconocimiento moral, la gratificación sexual o la salvación del alma. Pero esto es algo que no tiene ningún sentido demandar y que además no es necesario para el desarrollo de la propia identidad. En pleno movimiento por los derechos civiles, Martin Luther King afirmaba: “No pedimos que nos queráis. Sólo os exigimos que dejéis de fastidiarnos”. Formulaba así una idea de respeto igualitario que suponía el reconocimiento de que la acción pública y la intimidad privada tienen diferentes requerimientos. El concepto de espacio público introduce una distinción entre vida pública y experiencia privada que es actualmente oscurecido por el lenguaje terapéutico (plagado de referencias a “sentimientos compartidos” o a la “autoestima”). Tal vez esta confusión se deba a la dificultad de diferenciar los principios del espacio privado y las exigencias del mundo común. Un espacio público bien articulado requiere que haya unas cuestiones sociales que son puestas en el ámbito de la deliberación pública y otras que son protegidas del escrutinio colectivo.

Una ciudadanía democrática no puede desarrollarse allí donde no se ha aprendido a distinguir entre el mero respeto y la aprobación. Si uno no sabe que está obligado a tolerar cosas que no comparte, si se empeña en que sus preferencias deben contar con el beneplácito de todos, entonces se incapacita para vivir en sociedad. En lugar de la convivencia entre diferentes, limitada y condicionada por una perpetua negociación acerca de lo que se muestra y lo que es mejor guardar discretamente, hay quien se obstina en encontrar concesionarios de autoestima, en subrayar histéricamente sus emociones, en publicitar las conquistas amorosas, en desconectar su peculiaridad de la común humanidad, en proteger sus convicciones religiosas bajo un baldaquino social… Todas esas publicitaciones son cosas que no hace ninguna falta tener para sentirse de un lugar, ni para querer a alguien, ni para ordenar los propios afectos o practicar una religión. ¿Por qué entonces nos empeñamos en perseguir tales sanciones públicas? Seguramente porque a través de esa pública aprobación se revela una profunda debilidad de la propia identidad, de los sentimientos o de las convicciones religiosas.

No es posible vivir sin espacios de indiferencia pactada, lo que Goffman llamaba “una desatención educada”. Gracias a ellos aseguramos la principal conquista de nuestra civilización, que no es el cariño mutuo asegurado sino la posibilidad que nos ofrece de convivir e incluso actuar juntos sin la compulsión de ser idénticos.

EL MAQUIAVÉLICO SISTEMA ELECTORAL ESPAÑOL

El maquiavélico sistema electoral español, de Jorge Urdánoz Ganuza en El País
Febrero 16th, 2008


“El sistema electoral español es infinitamente más original de lo que parece a primera vista, y es bastante maquiavélico”. Quien así habla no es ni un desinformado ni un antisistema resentido, es Óscar Alzaga, uno de los padres del propio sistema. Los dos adjetivos que utiliza describen a la perfección la criatura que él y otros miembros de la UCD alumbraron durante la Transición y que todavía perdura.

Su originalidad es tal que los especialistas no acaban de catalogarlo. Aunque la Constitución habla de “representación proporcional”, lo cierto es que las desproporciones en los resultados son de las mayores de la escena internacional. No sólo no se garantiza una proporción más o menos ajustada entre votos y escaños, es que ni siquiera se salvaguarda el mero orden en el que los votantes colocan a los partidos: una formación con menos votos que otra puede conseguir más escaños. Por eso muchos estudiosos del sistema no lo consideran proporcional sino mayoritario atenuado.

Pero un sistema mayoritario se caracteriza por sobrerrepresentar al partido ganador facilitando así que forme gobierno. Y nuestro sistema no siempre beneficia al primer partido: en 2004 las elecciones las ganó el PSOE, pero el más beneficiado fue el PP. Mientras los votantes socialistas recibieron un 3.3% de escaños por encima de lo que hubiera sido proporcional, los populares se vieron agraciados con un 3.7%. De hecho, con el actual empate técnico puede suceder que el PP quede segundo en votos pero primero en escaños, perdiendo y ganando a la vez las elecciones (¡!). Las más elementales leyes de la semántica impiden denominar “mayoritario” a un sistema que posibilita semejante resultado.

Entonces, ¿qué es? Bien, ya se ha dicho: es original. De hecho, lo es tanto que puede afirmarse que su esencia consiste en su inexistencia. El “sistema electoral español” es una construcción meramente verbal que carece de una realidad empírica a la que aplicarse con sentido. Lo que hay son 52 sistemas electorales (50 por provincia más Ceuta y Melilla). Los sistemas en los que se eligen muchos escaños son proporcionales. Los sistemas en los que se eligen 3, 4 o 5 escaños no. La ciencia política suele estimar que estos últimos tienen efectos “mayoritarios”, algo que a mi juicio no merece el noble principio de mayoría. Por eso, si me permiten la licencia, yo les voy a denominar “distorsionantes”. Porque lo que hacen esos sistemas es distorsionar, y por partida doble y superpuesta.

Pensemos en Teruel, con 3 escaños. Un sistema así distorsiona en primer lugar el propio voto de muchos ciudadanos. Un voto útil no es otra cosa que una emisión de preferencias distorsionada: “Yo prefiero A, pero he de votar por B”. Y distorsiona, en segundo lugar, los resultados. Porque el reparto de escaños va a ser prácticamente siempre de 2 a 1 -aunque el partido vencedor lo sea sólo por un voto- y porque todos los votos a terceros partidos se quedan sin representación.

Conviene entonces no claudicar ante la magia de las palabras: no hay “un sistema electoral español”, y es preferible hablar, como empiezan a hacer los especialistas, de “los sistemas electorales para el Congreso”. La imagen mental adecuada no es la de una entidad más o menos unívoca, sino más bien la de una escala. Una escala en la que se sitúan 52 posibilidades y cuyos límites son por un lado la distorsión y por otro la proporcionalidad.

Soria, con 2 diputados, es un extremo de esa escala; Madrid, con 35, es el otro. Y cada provincia se sitúa de acuerdo a su número de escaños. El 62% de los españoles votan en circunscripciones de 10 escaños o menos, por lo que saben que si su primera preferencia no supera aproximadamente el 10% de los votos, su voto será electoralmente inútil. En ellas se impone a fuego el bipartidismo, ya que sólo el PP y el PSOE pueden en la práctica verse representados (o, en su caso, los nacionalistas). En las cinco provincias en las que habita el 38% de españoles restante serían a priori posibles nuevos partidos e iniciativas, pues la proporcionalidad es elevada. Pero recordemos a Alzaga: no sólo original, también maquiavélico.

Como en un taller de alquimia, la escala que acabamos de describir se encuentra salpicada con unas cuantas gotas de sufragio desigual. Las provincias más pequeñas eligen más escaños de los debidos, disfrutando así de un poder de voto mayor. En las últimas generales el precio del escaño basculó desde las 20.000 papeletas de Soria hasta las 100.000 de Madrid. Tenemos así dos escalas que corren paralelas pero en sentido contrario. La primera nos divide en 52 grupos de acuerdo a nuestra mayor o menor proporcionalidad (sistemas electorales diferentes). La segunda nos divide en otros tantos grupos de acuerdo a nuestro mayor o menor poder de voto (sufragio desigual).

Maquiavelo habría tomado apuntes: los electores cuyos votos son fuertes se hallan en los sistemas “distorsionantes” y por tanto presionados para votar útil o, lo que es lo mismo, a los dos grandes; los votantes eximidos de esa losa psicológica son libres, pero sus votos son débiles. En cifras: en Teruel bastan 25.000 votos para alcanzar un escaño, pero es que eso es un 33% de los votantes turolenses y por tanto sólo el PP y el PSOE pueden permitirse tales escaños de saldo. En Madrid un 3% de los votos suponen 3 escaños, pero es que eso equivale nada menos que a 300.000 votantes.

Aunque centrarse sólo en ellos es ya a mi juicio parte del problema, los efectos del entramado son obvios. Por un lado se impone el bipartidismo y se fomenta la polarización, siendo casi imposible que surja un partido de centro que pueda ejercer un factor moderador. Por otro, la única alternativa para pactar la ofrecen los nacionalistas.

¿Qué hacer? La decisión sobre el sistema electoral configura una situación en buena medida excepcional desde el punto de vista de la filosofía política. Nadie defiende, por ejemplo, que sean las empresas las que redacten las leyes anti-monopolio: esa labor ha de corresponder a instituciones que, situadas por encima de ellas, vayan más allá de sus intereses. Pero el sistema electoral lo deciden los partidos y, ¿qué hay por encima de ellos? “La ley y el Estado de Derecho”, se dirá, pero es que la ley y por tanto el derecho son, empezando por la propia Constitución, creaciones suyas.

Si hay otro cuerpo en el Estado que comparte esa situación soberana de los partidos es el militar. El ejército no tiene por encima nada que pueda controlarlo, lo que explica el destacado papel que el honor y la obediencia han desempañado siempre en su código moral: son nuestra única garantía. De ahí que, de la misma manera que la democracia sólo germinó cuando las cúpulas militares interiorizaron de verdad su acatamiento al poder civil, compartieran o no sus designios, la regeneración de la democracia sólo será posible cuando las cúpulas partidistas asuman ciertos principios, convengan o no a sus intereses.

Por eso, a pesar de que de ellos no se escuche ya últimamente ni el más leve susurro, resulta fundamental volver a hablar de principios. Cuando uno lee a los viejos defensores del ideal de la proporcionalidad descubre los valores que la nutren: a los electores les garantiza libertad; a los resultados, justicia. Y cuando uno vuelve a los clásicos de la democracia, recuerda que hay un valor que bajo ningún concepto puede claudicarse: la igualdad del voto. Son las élites de los grandes partidos las que han impedido que esos tres valores sean hoy y ahora una realidad entre nosotros. Llevar los principios al centro del debate y recordar lo que significa “inalienable” es el primer paso para evitar que puedan seguir haciéndolo.

Jorge Urdánoz Ganuza es doctor en Filosofía y Visiting Scholar en la Universidad de Columbia, Nueva York.

BIPARTIDISMO Y DINÁMICA PERVERSA

Bipartidismo y dinámica perversa.

Jorge Urdánoz Ganuza en El País
Abril 1st, 2008


Nuestro peculiar sistema electoral venía arrojando hasta estas elecciones tres divisiones bastante claras: los beneficiados (PP y PSOE), los proporcionalmente representados (nacionalistas periféricos) y los perjudicados (partidos estatales menores). Aunque suele afirmarse que el sistema beneficia a los nacionalismos, tal aseveración es empíricamente falsa. Los nacionalismos se encuentran representados aproximadamente como merecen, y haríamos mal en achacarles a ellos los problemas de nuestro modelo representativo.

A la extendida imagen del nacionalismo bisagra que recibe contraprestaciones desmedidas habría que superponerle otra escena igualmente cierta pero no tan aireada. En ella PP y PSOE primero devoran cualquier alternativa de ámbito español y después se reparten sus escaños. Porque, como ha demostrado el 9-M, es así como se construye la sobrerrepresentación de ambos: a partir de la infrarrepresentación de los ciudadanos que votan IU, UPyD o cualquier otra tentativa de alcance nacional.

Lento pero seguro, el bipartidismo ha acabado por imponerse en todos los rincones no nacionalistas de nuestra geografía. Los partidos estatales que han sobrevivido pagan un precio tan excesivo que carecen de posibilidades de permanencia más allá de lo testimonial y lo meritorio. El grotesco cálculo que permiten los escaños de los seis partidos menores resulta demoledor: de los 17 diputados que suman, los 3 que pertenecen a IU y a UPyD tienen más votos que los otros 14 en su conjunto. ¿Qué expectativas pueden albergar formaciones sometidas a semejante trato?

Hay dos clases de razones para considerar nefasto el panorama que dibuja este nuevo escenario en el que sólo hay ya dos divisiones (PP-PSOE y los nacionalismos). En primer lugar las relativas a la dinámica que arroja sobre nuestro sistema político. Por un lado, los dos grandes únicamente pueden ganar si descalabran al rival.

La recurrente polémica sobre la crispación ha de entenderse en este contexto, porque se trata en buena medida de un comportamiento inducido institucionalmente: PP y PSOE están condenados a enfrentarse. Ambas formaciones luchan en un escenario de tierra quemada en el que cualquier concesión ha de interpretarse siempre como una derrota y un avance del rival. Por otro, sólo el nacionalismo queda en pie para pactar. Se trata de una dinámica intrínsecamente perversa: el país se consume en un enfrentamiento que roza lo cainita y cuyo desenlace va a ser siempre el mismo: el pacto con los nacionalismos.

El segundo tipo de razones se relaciona con la ética democrática y con los valores constitucionales que en teoría nutren nuestro sistema político. La lectura más sencilla de lo que han supuesto las últimas elecciones es esta: para los ciudadanos españoles no nacionalistas el pluralismo ha desaparecido definitivamente de su horizonte de posibilidades. Todos esos millones de ciudadanos son forzados en la práctica a elegir entre un menú a dos, no hay más opciones. Losmecanismos mediante los cua-les se les somete son conocidos: voto desigual y reducción de la libertad de opción merced a la presión del voto útil. El resultado también: injusticias flagrantes en el reparto de escaños.

Treinta años después de que la Constitución viera la luz, los principales valores que sobre el papel la animan -igualdad, libertad, justicia y pluralismo- son para la mayoría de los españoles poco más que retórica barata en lo que a su representación política se refiere.

El bipartidismo y su dinámica se han impuesto de un modo tan arrollador en estas elecciones que, sin modificar el modelo representativo que nos dimos en la Transición, no parece posible otro horizonte. El ideal de la representación proporcional podría solucionar tanto las carencias democráticas básicas como los problemas que arrastra hoy la configuración del poder. No sólo garantizaría la justicia en la representación, motivo ya de por sí suficiente si de verdad se asumen los valores constitucionales; es que, además, la dinámica institucional que previsiblemente desplegaría abundaría en un inmediato beneficio para el funcionamiento de nuestro sistema político.

En cuanto a los valores, sólo hemos de imaginar lo que de modo inmediato supondría la proporcionalidad. Cada ciudadano podría votar por su opción preferida, sin cortapisas de ningún tipo (libertad). Cada voto contaría exactamente lo mismo (igualdad). Cada partido recibiría la proporción de escaños que los ciudadanos, y no las artimañas del sistema electoral, le concedieran (justicia). ¿Hay que decir algo más si de principios se trata? Lo inaudito aquí y ahora es que tales valores se vean todavía en el trance de ser defendidos, porque ni su fundamento ni su idoneidad deberían encontrarse sometidos a discusión ni lesionados en la práctica. No son opciones, son derechos.

Las objeciones que suelen lanzarse contra la proporcionalidad provienen normalmente del lado de la dinámica institucional. Durante la Transición se estimó necesario “corregir” la proporcionalidad para promover la gobernabilidad del frágil sistema constitucional que, tras cuarenta años de oscuridad franquista, iniciaba su andadura. Tal razonamiento carece ya de vigencia. No sólo porque el sistema se ha asentado, sino porque además el tiempo ha invalidado el argumento: con excepción de la de 2000, no hay mayorías absolutas desde 1989. No es que se esté de acuerdo o no, es que no hay caso. Aunque los correctivos a la proporcionalidad se mantienen, los alegados beneficios de tal sacrificio no hacen acto de presencia. En libertad, en igualdad, en justicia y en pluralismo (se dice pronto) los ciudadanos seguimos pagando el precio, pero la recompensa no aparece. En lugar de gobernabilidad recibimos polarización y dependencia periférica.

Si el 90% de españoles no nacionalistas disfrutaran de un sistema proporcional no habría que esperar ninguna explosión de nuevas formaciones, tal y como el ejemplo de Madrid viene a demostrar. Los madrileños votan desde 1977 en un sistema totalmente proporcional con una barrera del 3%, y no se ha producido una debacle a la italiana ni nada parecido. Los cuatro partidos de ámbito nacional que ya hay serían probablemente más que suficientes. Pero el reparto de escaños entre ellos sería justo y los votos emitidos para ellos serían libres. Libres e iguales. Y los pactos posteriores lo serían bien entre ellos, lo que hasta ahora es imposible; bien con los nacionalistas, como hasta ahora. No parece un horizonte demasiado inquietante sino todo lo contrario. En este país ni tenemos sólo dos voces ni los ciudadanos nos merecemos estar condenados a un eterno enfrentamiento entre ellas.

El ideal de la proporcionalidad electoral podría así solucionar tanto los problemas de ética democrática como los de dinámica política. Garantizaría la justicia en la representación y promovería una mayor eficacia institucional. Pero quienes han de tomar nota de ello son el PP y el PSOE, precisamente los más beneficiados por el actual estado de cosas. Aunque sin duda la reforma del sistema representativo es una exigencia de Estado, está por ver si ambas formaciones se encuentran a la altura. Después de todo, los perjudicados somos el país y sus ciudadanos, no ellos ni sus dirigentes.


Jorge Urdánoz Ganuza es doctor en Filosofía, Visiting Scholar en la Universidad de Columbia, Nueva York.

NEUTRALIDAD PENDIENTE

Neutralidad pendiente


JORGE URDÁNOZ GANUZA 19/12/2008

Diario El País.


La reciente decisión judicial que ordena retirar los crucifijos de un instituto público ha vuelto a destapar una cuestión que comienza a perder los contornos terminológicos que posibilitan abordarla. Aunque está bastante claro qué significa que un Estado sea confesional (Arabia Saudí o la España franquista son buenos ejemplos), ciertos enfoques van a acabar logrando que no lo esté qué etiqueta otorgar al Estado que no lo es. Según parece, un Estado no confesional podría ser -además de "laico", que es el nombre sencillamente correcto- "aconfesional" y "laicista". Encantados con la idea, algunos no han tardado en añadir también cosas como laicidad-flexible o incluso laicismo-rabioso, que ahí es nada. ¿Cómo aclararse?

Abandonemos de momento ese lodazal denominativo y vayamos a la cuestión central: un Estado de derecho que se precie ha de ser neutral en lo tocante a las creencias religiosas. De este acuerdo básico sólo discrepan unos pocos que, como Jiménez de Parga, tienen a bien celebrar que "el muro de Jefferson haya caído, como hace unos años cayó el muro de Berlín" (Abc, 28 de mayo de 2008). El muro es, como es sabido, la imagen que utilizó Jefferson para formular la doctrina de la separación entre Estado y religión. Pero tal postura -sorprendente en alguien que ha presidido nuestro Tribunal Constitucional- no sólo es falsa en cuanto percepción, sino premoderna en cuanto posicionamiento, así que nada pasará si la orillamos.

Lo habitual es esgrimir un razonamiento más intrincado. Muchos reconocen que el Estado ha de ser neutral, pero añaden que tal neutralidad es imposible de lograr del todo en una sociedad religiosa. Ese argumento remite a una casuística en la que merece la pena detenerse. Los mecanismos fundamentales para garantizar la neutralidad parecen ser sobre todo dos. El primero, la inhibición, consiste en que el Estado no se acerque al tema religioso, no lo plantee, no lo roce siquiera. Nadie me pregunta por mi religión cuando voy a sacarme el DNI, ni cuando acudo a un hospital público. El Estado se inhibe. Su función es organizar, nunca adoctrinar en una u otra fe.

En las escasas ocasiones en las que el Estado no puede inhibirse, ha de postularse el segundo mecanismo, la inclusión proporcional. Para no lesionar ninguna creencia, toca incluirlas todas en proporción a su presencia social. Es el caso de los nombres de las calles. En España todo santo católico tiene su calle, pero, aunque en menor medida, tienen también sus calles ateos, protestantes o musulmanes. Lo mismo ocurre con los edificios monumentales históricos que el Estado subvenciona. Se trata de procesos que -salvo sociedades muy enfermas de fanatismo, lo que no es el caso- se producen de modo espontáneo, como un fiel reflejo de la pluralidad social.

Estos dos mecanismos posibilitan una falacia que consiste en saltar desde los singulares casos en los que el Estado no tiene fácil inhibirse (y ha de incluir a todos), hasta la conclusión de que es inevitable la presencia de la religión (católica) en todos los ámbitos oficiales en los que se plantea su pertinencia. En tal improcedencia lógica caen no pocos supuestos defensores de la neutralidad del Estado. Y aquí, claro, el citado lodazal denominativo actúa como de encargo para aumentar la confusión.

Unos dicen "laicismo" donde quieren decir sencillamente "ateísmo", y sobre ello volveremos. Otros hacen una cosa un tanto rara con el término "aconfesionalidad". En vez de definirlo con el diccionario, lo definen remitiéndose a lo que hay aquí y ahora en España. Lo aconfesional es esto que tenemos, aducen. Logran así no parecer preilustrados en el terreno del discurso ("¡defendemos la aconfesionalidad!"), pero lo son en el de los hechos, al mantener todas las prebendas que tiene concedidas la Iglesia católica entre nosotros ("bueno... es que defendemos esta aconfesionalidad, no otra"). Pero hay que exigir un mínimo de rigor en el uso de los conceptos, porque sin eso toda deliberación razonable nace muerta. Si alguien dice que es ateo pero cristiano, algo falla. Si alguien dice que un Estado es aconfesional pero tal Estado ofrece sus mismas entrañas -la declaración del IRPF, nada menos- a una y sólo a una confesión, algo falla igualmente.

Si de veras se cree en la neutralidad, entonces el caso del crucifijo es de los de manual. Imaginemos la pared del instituto, un espacio sin duda público. Las opciones son dos: inhibirse, dejando la pared desnuda, o dedicar proporcionalmente los días de escuela a cada credo, según corresponda. Supongamos un 60% de los días la cruz, otro 5% la estrella de David, otro 5% Mahoma y un 30% para ateos y agnósticos (con fotos de Nietzsche y Tierno Galván, por ejemplo). Estas son las dos únicas opciones que tratarían a todos por igual, a no ser que alguien haya descubierto recientemente otra para la historia de la Teoría Política. Ambas resultan igualmente respetuosas e imparciales, pero la segunda suele ser más bien inviable. Y de manual son también otros casos hermanos: los profesores de religión, los capellanes militares, la casilla en el IRPF, etcétera. Un Estado neutral tiene que inhibirse o dar a todos en proporción; y, si no, no es neutral.

La noticia no es por tanto que retiren el crucifijo de una escuela pública, sino que durante 30 años haya sido constante y obligatoria su presencia ¿Por qué despierta tanto alboroto una decisión tan obvia si de verdad se asume la neutralidad del Estado? Tres razones despuntan.

La primera, la indigencia de nuestra tradición liberal. La neutralidad del Estado no es cosa de la izquierda, sino de la Ilustración y del Liberalismo. Y en el centro de la doctrina liberal lo que impera es la protección de ciertos derechos, derechos que se blindan constitucionalmente para protegerlos de posibles mayorías que podrían quizás cercenarlos. Esto, que es el abecé de la teoría política, se torna caricatura grotesca en manos de nuestros pretendidos liberales del PP que, lejos de enfocar la cuestión del crucifijo como lo haría cualquier liberal -es decir, llevando a primer término los derechos de la minoría, de esa minoría extrema que es el individuo, aunque no sea católico- enfocan la cuestión al mejor estilo colectivista y vienen a dar en defender nada más y menos que la aplicación de la regla de la mayoría en un caso de libertad religiosa. Que la minoría aguante su vela y que estudie bajo la señal de la cruz. Nacionalcatolicismo, como se ve, con un tenue barniz democrático. Y sin contrapeso, además, entre nosotros, habiendo renunciado el PSOE a defender ciertos principios básicos a cambio del consabido plato de sufragios.

La segunda razón es la injustificable postura preconciliar -es decir: premoderna- de la jerarquía católica española. "Jerarquía", porque la Iglesia es otra cosa, y colectivos hay en su interior para los que el verdadero cristianismo es incompatible con el BOE. "Católica", porque el resto de las iglesias lo que anhelan es que el Estado sea laico, claro, pues saben que tal disposición lo que hace es precisamente garantizar la libertad religiosa, y en absoluto promover el ateísmo o el relativismo, como nos venden desde la Conferencia Episcopal agitando ese espantajo falaz del "laicismo". ¿Cómo va a ser ni remotamente ateo algo que anhelan todas las iglesias menos una? Y "española", porque resulta que allá donde el catolicismo es minoría (en el norte de Europa, en los países musulmanes, aquí en los Estados Unidos, etcétera) los obispos de Roma son los mayores adalides de la neutralidad del Estado. Hermoso doble rasero.

Y esas dos razones explican a su vez la tercera, que no es otra que la deplorable expresión que adoptó aquí nuestra Constitución: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones", que es como decir, en una licitación pública, que "ninguna empresa estará favorecida, pero el Ayuntamiento tendrá en cuenta la realidad económica y mantendrá las consiguientes relaciones con la Constructora López... y con las otras". Todo, en efecto, muy neutral.


Jorge Urdánoz Ganuza es doctor en Filosofía, Visiting Scholar, New York University.

martes, 16 de diciembre de 2008

ENTREVISTA AL FILÓSOFO FRANCISCO SOLER.

Filósofo cree que el estudio del Universo es un “lugar privilegiado de encuentro” entre Dios y la razón humana

Soler, especialista en Filosofía de la Física, trabaja actualmente en un proyecto de investigación sobre la noción de tiempo en la cosmología de James Hartle y Stephen Hawking. Soler cree que la cosmología “sirve para establecer un puente entre la religión y la ciencia”.





01/06/2005
Agencia Veritas



-¿Porqué un libro sobre Dios y el cosmos?


Francisco Soler: Porque el estudio del cosmos pone de manifiesto una serie de hechos que se acomodan mucho mejor a la perspectiva del creyente que a una perspectiva materialista. El hecho, por ejemplo, de que el universo pueda ser considerado como un objeto físico, legitima la pregunta por su causa, y refuerza la tesis teológica de la contingencia del universo.

Además, la racionalidad matemática del universo, y el ajuste fino de las constantes y las leyes físicas, de un modo tal que la aparición de la vida resulta favorecida, sugieren fuertemente la idea de que el cosmos obedece a un diseño inteligente. De ahí que el estudio del universo se muestre como un ámbito privilegiado de encuentro entre Dios y la razón humana.

-¿Qué corrientes hay actualmente en la cosmología? ¿Tiene que ver la cosmología con la astrología, tan difundida a nivel popular?

Francisco Soler: La cosmología no tiene nada que ver con la astrología. Los astrólogos afirman que los movimientos de los planetas ejercen una influencia en los sucesos de nuestra vida. Aparte de que resulta muy difícil reconocer el fundamento de esta idea, a la vista de lo que sabemos en la actualidad sobre el sistema solar, los astrólogos no nos explican el modo en el que han alcanzado el conocimiento de las influencias concretas. Además, basta leer el suplemento astrológico de los diferentes diarios para darse cuenta de las contradicciones de los astrólogos.

La cosmología, por el contrario, constituye una especialidad bien establecida dentro del conjunto de las ciencias físicas. Los modelos cosmológicos describen el universo como un objeto físico, y ofrecen de este modo una explicación a una serie de datos empíricos tales como el corrimiento al rojo de las galaxias, o la radiación de fondo del universo. Para ello se basan en teorías físicas de éxito reconocido, especialmente en la teoría de la relatividad general. No hay nada misterioso en la cosmología.

En cuanto a las corrientes cosmológicas: Hoy en día hay un acuerdo muy extendido entre los cosmólogos acerca de la validez del modelo de la Gran Explosión, salvo por lo que se refiere a la primera fracción de segundo del universo. Lo que ocurrió en ese primer instante, es objeto de disputa entre los especialistas: Algunos creen que la cosmología relativista es válida sin restricciones. Otros, por el contrario, trabajan en la construcción de la llamada “cosmología cuántica”.

-¿Podría la cosmología establecer puentes entre la religión y la ciencia? ¿Qué papel tiene actualmente, precisamente en una época en que la filosofía ha “abandonado” la metafísica?

Francisco Soler: En primer lugar, no creo que la filosofía haya abandonado la metafísica. El oscurecimiento (parcial) de la metafísica ha sido un fenómeno transitorio, provocado más que nada por el auge del positivismo, en la primera mitad del siglo pasado. Pero ya hace bastante tiempo que se ha comprobado la inviabilidad del proyecto positivista en filosofía. Y no hay que lamentarse de ello. El positivismo era una escuela de pensamiento muy dogmática, que tendía a descalificar a priori como “sinsentido” cualquier pregunta que no encajara en su esquema.

La metafísica constituye una parte irrenunciable de la filosofía. De hecho, el diálogo entre ciencia y religión hay que situarlo en el contexto de la búsqueda metafísica del marco más apropiado para dar cuenta de los distintos aspectos de nuestra experiencia. La religión propone interpretar los datos de la ciencia desde la consideración del mundo como “creación”. Este marco resulta particularmente adecuado para dar cuenta de algunos datos cosmológicos básicos, y por ello puede decirse que la cosmología sirve para establecer un puente entre la religión y la ciencia.


-¿Es posible hoy mantener la teoría creacionista a nivel científico, precisamente cuando parece que se impone la creencia en el azar como explicación al origen del mundo?


Francisco Soler: En realidad, no resulta adecuado contraponer la noción de “azar” a la de “creación”. El azar del que hablan los físicos no es nunca el caos filosófico de la ausencia absoluta de racionalidad, sino que resulta constituido por un conjunto de estados bien regulados por leyes de distribución que mantienen su estabilidad a lo largo de todo el juego. El azar físico está preñado de racionalidad, y por eso, el recurso al azar refuerza uno de los indicios cosmológicos de la existencia de Dios más importantes: el que se deriva de la racionalidad del universo.

-¿Qué argumentos se pueden dar desde la “teología natural” para demostrar la existencia de Dios?

Francisco Soler: Eso depende del tipo de realidad natural de la que se parta. Hay argumentos antropológicos, éticos, etc. Por lo que se refiere a la cosmología, algunos de los argumentos más fuertes son los que se derivan de la contingencia, la racionalidad, y el ajuste fino del universo. Estos hechos encajan muy bien con la idea del universo como creación, y remiten, por tanto, a un Creador inteligente. No se trata, claro está, de demostraciones matemáticas. Pero es que la cosmología no es la matemática.


-¿Los científicos modernos creen en Dios o por el contrario son más bien agnósticos?


Francisco Soler: Hay de todo. En realidad, los científicos no son, por lo que se refiere a su actitud religiosa, diferentes al común de los mortales: Los científicos educados en ambientes creyentes, tienden a ser creyentes, mientras que los educados en ambientes agnósticos, tienden a ser agnósticos. Este hecho ha sido puesto de manifiesto en numerosos estudios.

Ahora bien, en mi opinión esto no significa que la ciencia sea neutral por lo que se refiere a la religión. De hecho, el lema de la física moderna, al menos desde Galileo, es que la naturaleza es un libro escrito en el lenguaje de las matemáticas. Y resulta difícil, al considerar este libro, no pensar en su Autor. El proyecto científico es un proyecto religioso por naturaleza, pero los científicos son creyentes, o no, según el ambiente. ¿Qué demuestra esto? Tal vez, simplemente, la gran importancia de la dimensión social del ser humano.


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La BAC publicará próximamente en España un libro sobre Dios y las cosmologías modernas, coordinado por el español Francisco Soler, doctor en la universidad alemana de Bremen, y en el que participan filósofos de varios países.

ENTREVISTA AL DIRECTOR DEL OBSERVATORIO ASTRONÓMICO VATICANO.

El diálogo entre fe y ciencia

.....Entrevista con un destacado astrónomo en la que destacan elementos fundamentales sobre la valoración científica de la realidad y el diálogo fe-ciencia.



“El mayor testimonio del diálogo fe-ciencia es nuestra propia existencia”

Entrevista al director del Observatorio Astronómico Vaticano





El año 2009 ha sido declarado por la UNESCO como “Año Internacional de la Astronomía”, en conmemoración del 400 aniversario de las primeras observaciones de Galileo Galilei.

.....El Observatorio Astronómico Vaticano, más conocido como Specola Vaticana, participará también en estas celebraciones. Por el momento, está previsto un Congreso Internacional de relectura histórico-filosófica y teológica sobre el “Caso Galilei”, una “Study Week on Astrobiology” organizada por la Academia Pontificia de las Ciencias, así como una exposición sobre el patrimonio astronómico italiano y vaticano, organizada en colaboración con el Instituto italiano de Astrofísica.


.....La Specola Vaticana, uno de los observatorios astronómicos más antiguos del mundo, fue fundado por el papa Gregorio XIII en 1578 y desde el principio trabajaron en él astrónomos y matemáticos jesuitas, aunque posteriormente han participado otras órdenes religiosas. Actualmente, la sede está en la residencia papal de Castel Gandolfo.


.....En 1981, la Specola fundó un segundo centro de investigación, el “Vatican Observatory Research Group” (VORG), en Tucson (Arizona, EE.UU.), en colaboración con la universidad local. En los programas divulgativos de la “Specola” participan astrónomos de todo el mundo.




.....En 1993 ambas instituciones construyeron el Telescopio Vaticano de Tecnología Avanzada (VATT), en el Monte Graham (Arizona), y en los próximos años el proyecto se completará con la construcción de los telescopios más grandes y sofisticados del mundo, que permitirán llevar adelante una serie de investigaciones astronómicas punteras.





.....Con este motivo, el director de la Specola, el astrónomo y sacerdote jesuita argentino José Funes, concedió una entrevista a Zenit en la que explica que el diálogo entre la fe y la ciencia “tiene lugar esencialmente en la vida del propio científico”.


.....-La UNESCO ha declarado el 2009 como Año de la Astronomía, en recuerdo de Galileo Galilei. Ante los enormes logros en los últimos años de la ciencia en biología, medicina o física, ¿en qué ha avanzado la astronomía?

.....José Funes: Ciertamente, la astronomía, desde las primeras observaciones de Galileo, ha conocido un desarrollo tremendo. Galileo, con su pequeño telescopio, ya pudo observar los cráteres de la luna, algunas estrellas de la Vía Láctea, los satélites de Júpiter y las fases de Venus.

Hemos avanzado mucho desde entonces. Basta citar algunos de los descubrimientos más recientes: actualmente, con los modernos telescopios como el Hubble, podemos observar las galaxias más lejanas, a unos 2.000 millones de años luz. Dado que la velocidad de la luz es limitada, lo que en realidad estamos observando es el pasado del universo en estas galaxias, cómo se formaron y desarrollaron.




.....Esta es una de las fronteras de la astronomía actual. Otra frontera es el estudio de la formación de estrellas y planetas. Sabemos en la actualidad que existen cerca de trescientas estrellas con sistemas planetarios orbitando alrededor. El desafío en este campo es la búsqueda de planetas extrasolares similares a la tierra, porque eso implicaría la posible existencia de vida extraterrestre. Hasta ahora no se ha encontrado.




.....-¿Es el universo, para los astrónomos en general, "un cosmos" y un libro en el que se puede descubrir a su autor, como dijo recientemente Benedicto XVI a los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias, o más bien entre los científicos se concede crédito a la teoría del "caos"?


.....José Funes: No, el universo es un cosmos. Hay una cierta racionalidad en el Universo, y esto es lo que los científicos buscan, encontrar esas leyes del universo físico que permitan una explicación de lo que observamos. Esa premisa de que existe una cierta “racionalidad” es compartida por la mayor parte de los astrónomos.




.....En cualquier caso, esta consideración es propia de los filósofos más que de los científicos. La reflexión sobre el origen de esta racionalidad se sale del campo de la astronomía, aunque haya astrónomos que tengan intereses filosóficos. Pero son campos distintos.




.....-De alguna manera, el estudio de la evolución del universo forma parte de la “teoría de la evolución” que se aplica también a las especies, en el sentido de entender que en lugar de haber sido creado en un momento concreto y definitivo, la materia ha ido evolucionando hasta su estado actual. En cuanto al universo, se estableció hace décadas como más probable la teoría del “Big Bang”, de la “gran explosión” original. Esa teoría ¿sigue siendo aceptada mayoritariamente? ¿Contradice a la fe?



.....José Funes: No, no la contradice en absoluto. Hablando como astrónomo, puedo decir que la evolución del Universo es un hecho probado. Aunque hay muchas cosas que aún no comprendemos, es notable que podamos reproducir la historia del Universo hasta cuando éste tenía 10-43 segundos de vida, es decir, en el instante después de haberse creado la materia.



.....Desde ese momento hasta el presente, podemos explicar cómo se han formado las galaxias, las estrellas y planetas, aunque no sabemos todo y aún quede mucho por investigar Esto muestra también el grado de avance al que ha llegado la humanidad en su comprensión del Universo.

Por tanto, la teoría del “Big Bang” siguen siendo el marco adecuado para entender lo que observamos, y esta teoría no está en contradicción con los relatos que conocemos de la creación, tanto lo que la Biblia dice como la reflexión teológica que la Iglesia ha hecho posteriormente. La intención del autor sagrado no es dar una explicación científica del origen del Universo, sino religiosa.




.....-El caso Galileo ha sido puesto siempre como ejemplo de intransigencia de la Iglesia y de incompatibilidad entre ciencia y fe. Hoy, después de cuatro siglos, ese caso ¿sigue siendo paradigmático de esa confrontación o habría que revisarlo?

.....José Funes: Yo diría que es imposible cerrar el caso en un sentido o en otro, de forma que satisfaga completamente a los distintos autores que han estudiado el caso. Verdaderamente creo que es dificilísimo encontrar una solución que contente a todos.

Habiendo dicho esto, creo que la Iglesia ha tratado de hacerlo lo mejor que podía. El Papa Juan Pablo II formó una Comisión para estudiar con sinceridad los textos y los datos de lo que ocurrió. Las conclusiones se presentaron al Papa en 1998, este concluyó con mucho acierto que había habido dos problemas en el caso Galileo, un problema de interpretación bíblica y un problema pastoral.

Sobre la primera cuestión, se admite que los descubrimientos de Galileo nos ayudan a entender mejor el texto bíblico, cosa que como dice el Papa, los teólogos de su tiempo no supieron comprender.




.....Respecto al aspecto pastoral, sí es paradigmático, sobre todo de cara al futuro. La Iglesia se encontró frente a una situación nueva, culturalmente hablando, que le imponía revisar su propio modo de leer la Biblia.




.....Lo que dijo al respecto Juan Pablo II me pareció muy interesante, pues dio una “regla de oro” pastoral: por un lado, un pastor debe ser prudente ante las novedades, y por otra, debe tener cierta audacia a la hora de enfrentar problemas nuevos y darles respuesta desde la fe. Porque la tradición teológica es lo suficientemente rica para poder dar respuestas nuevas a situaciones nuevas.




.....-Por último, ¿qué puede aportar la astronomía al diálogo entre la ciencia y la fe? Y, concretamente, ¿por qué la Iglesia mantiene un observatorio astronómico?


.....José Funes: La “Specola vaticana” tiene una función importante en el diálogo entre ciencia y fe. Creo que en estos momentos hay una frontera entre la ciencia y la religión, y en esa frontera, la Iglesia debe estar presente.




.....El gran desafío para los creyentes es saber integrar lo que sabemos del mundo científico con los conocimientos que nos vienen de la fe. Y nuestro papel es éste, tenemos que ayudar al pueblo cristiano a dar una respuesta madura e inteligente que permita integrar ambos conocimientos.




.....El segundo gran papel que nos toca es el de puente entre la Iglesia y el mundo científico: por un lado, mostrar a los astrónomos lo que la Iglesia piensa, y al mismo tiempo, informar a ésta de los últimos descubrimientos astronómicos. La astronomía es una ciencia que nos ayuda a poner en perspectiva nuestra realidad, lo que somos, en este pequeño planeta, en este universo inmenso.




.....Para mí, científico y creyente, no existe contradicción entre la fe y la ciencia. Más que hacer muchos discursos o escribir muchas cosas, mi propia vida y la de mis colaboradores testifica que este diálogo es posible.




.....El hecho de que nosotros publiquemos trabajos científicos en revistas especializadas y que nuestro trabajo se someta al juicio de nuestros mismos colegas, como cualquier científico, en congresos, conferencias, revistas, etc. significa que somos capaces de hacer ciencia, como el resto de astrónomos. Y por otro lado, somos hombres de fe que seguimos al Santo Padre. Nuestra vida es el mejor argumento.

Entrevista de Inma Álvarez para ZENIT.- 4-XII-08