viernes, 8 de agosto de 2008

LA REVOLUCIÓN BIOMÉDICA Y EL FUTURO DEL HOMBRE.



23/04/2008
Francesc Torralba Roselló


La revolución biomédica y el futuro del hombre.
Cambiar la biología del ser humano, convertirlo en otra cosa, puede ser muy peligroso.


La tecnología científica ha modificado el carácter de la actividad humana y ha transformado sus relaciones con el entorno natural. Según Jacques Ellul, el impacto tecnológico en nuestra cultura no tiene ningún parangón en el pasado.

La naturaleza ya no es sólo o principalmente el campo de la acción del hombre, sino que se ha convertido en objeto de transformación por el hombre con lo cual, el hombre ha asumido una tremenda responsabilidad moral, de la que no tiene plena conciencia.

En efecto, el poder transformador del ser humano es cualitativamente superior a cualquier otro tiempo y sus efectos pueden cambiar la faz de la tierra.

Tal poder tecnológico tiene que ir acompañado de una nueva consciencia planetaria fundada en el valor de la responsabilidad o en la virtud de prudencia.

Con la revolución biomédica es la propia naturaleza del hombre la que se ha convertido en objeto de transformación tecnológica. A este propósito conviene anotar aquí una significativa diferencia entre la revolución de la física y la de la biomedicina.

Antes, la noción de naturaleza humana estaba arropada por una panoplia de ideas, conceptos y símbolos que la hacían intocable. Hoy, por el contrario, el desarrollo de la biología y de la biomedicina está en camino de proporcionarnos no ya la posibilidad, sino el poder de mudar radicalmente los componentes genéticos, bioquímicos y neurológicos del hombre.

Los recientes descubrimientos en biología y medicina nos hacen barruntar que muy pronto tendremos el poder de controlar y modelar las aptitudes y actividades del hombre, manipulando directamente sobre su cuerpo y cerebro.

La tecnología biomédica, tal y como dice L. R. Kass, nos permitirá tal vez modificar la facultad inherente de elegir. Todo puede ser distinto de cómo ha sido hasta el presente. Tomar consciencia de ello es fundamental para darse cuenta de lo que podemos ganar o perder.

Si hasta hace poco, el concepto de naturaleza humana era el punto de referencia obligado para aceptar o rechazar los proyectos científicos, ¿en qué principios habremos de fundar ahora nuestra elección para decidir lo que no debemos hacer con o para el ser humano?

¿Nos dejaremos llevar por una lógica inflexible del tipo: “hacer todo lo que se pueda hacer”?

Esta última pregunta implica la sospecha de que estamos condenados a someternos a un nuevo determinismo, quizás el más siniestro de todos. O acaso el más fascinante, por cuanto nos permitiría no sólo la curación o la restauración del hombre, sino su reconstrucción.

¿Es que hemos llegado ya a la cima de la evolución? En lo que respecta a la evolución cultural, ciertamente no. Pero, ¿puede decirse lo mismo de nuestra estructura biológica y de aquellos comportamientos que llamamos humanos?

Podemos dejar de ser sujetos pasivos de la evolución milenaria de la materia viva, para convertirnos en artífices activos. Todo cuanto contribuya a mejorar la calidad de vida de las personas, a paliar sus enfermedades y dolencias representa una exigencia moral que no podemos soslayar.

Curar, atender y paliar el sufrimiento es un deber moral; cambiar la entraña biológica del ser humano para dar nacimiento a un ser distinto es una hipótesis que suscita muchos interrogantes. Probablemente tiene razón Francis Fukuyama cuando dice que ésta es la idea más peligrosa de este siglo.

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jueves, 7 de agosto de 2008

MAYO DEL 68 VISTO CON OJOS DE HOY.

Lo utópico es pensar que el actual sistema capitalista puede reproducirse de forma indefinida. La catástrofe se avecina. De ahí la actualidad de la consigna de Mayo del 68: "Seamos realistas, pidamos lo imposible".

SLAVOJ ZIZEK

EL PAÍS - Opinión - 01-05-2008


Uno de los graffiti que aparecieron en los muros de París en Mayo del 68 decía: "¡Las estructuras no andan por la calle!". Pero la respuesta de Jacques Lacan fue que eso era precisamente lo que había ocurrido en 1968: las estructuras salieron a la calle. Los sucesos más visibles y explosivos fueron la consecuencia de un desequilibrio estructural, el paso de una forma de dominación a otra, en términos de Lacan, del discurso del amo al discurso de la universidad.

Existen buenos motivos para mantener una opinión tan escéptica. Como dicen Luc Boltanski y Eve Chiapello en The New Spirit of Capitalism, a partir de 1970 apareció gradualmente una nueva forma de capitalismo, que abandonó la estructura jerárquica del proceso de producción al estilo de Ford y desarrolló una organización en red, basada en la iniciativa de los empleados y la autonomía en el lugar de trabajo. En vez de una cadena de mando centralizada y jerárquica, tenemos redes con una multitud de participantes que organizan el trabajo en equipos o proyectos, buscan la satisfacción del cliente y el bienestar público, se preocupan por la ecología, etcétera. Es decir, el capitalismo usurpó la retórica izquierdista de la autogestión de los trabajadores, hizo que dejara de ser un lema anticapitalista para convertirse en capitalista. El socialismo, empezó a decirse,no valía porque era conservador, jerárquico, administrativo, y la verdadera revolución era la del capitalismo digital.

De la liberación sexual de los sesenta ha sobrevivido el hedonismo tolerante cómodamente incorporado a nuestra ideología hegemónica: hoy, no sólo se permite, sino que se ordena disfrutar del sexo, y las personas que no lo logran se sienten culpables. El impulso de buscar formas radicales de disfrute (mediante experimentos sexuales y drogas u otros métodos para provocar un trance) surgió en un momento político concreto: cuando "el espíritu del 68" estaba agotando su potencial político. En ese momento crítico (a mediados de los setenta), la única opción que quedó fue un empuje directo y brutal hacia lo real, que asumió tres formas fundamentales: la búsqueda de formas extremas de disfrute sexual, el giro hacia la realidad de una experiencia interior (misticismo oriental) y el terrorismo político de izquierdas (Fracción del Ejército Rojo en Alemania, Brigadas Rojas en Italia, etcétera). La apuesta del terrorismo político de izquierdas era que, en una época en la que las masas están inmersas en el sueño ideológico del capitalismo, la crítica normal de la ideología ya no sirve, así que lo único que puede despertarlas es el recurso a la cruda realidad de la violencia directa, l'action directe.

Recordemos el reto de Lacan a los estudiantes que se manifestaban: "Como revolucionarios, sois unos histéricos en busca de un nuevo amo. Y lo tendréis". Y lo tuvimos, disfrazado del amo "permisivo" posmoderno cuyo dominio es aún mayor porque es menos visible. Aunque no hay duda de que esa transición fue acompañada de muchos cambios positivos -baste con mencionar las nuevas libertades y el acceso a puestos de poder para las mujeres-, no hay más remedio que insistir en la pregunta crucial: ¿tal vez fue ese paso de un "espíritu del capitalismo" a otro lo único que realmente sucedió en el 68, y todo el ebrio entusiasmo de la libertad no fue más que un modo de sustituir una forma de dominación por otra?

Muchos elementos indican que las cosas no son tan sencillas. Si observamos nuestra situación desde la perspectiva del 68, debemos recordar su verdadero legado: el 68 fue, en esencia, un rechazo al sistema liberal-capitalista, un no a todo él. Es fácil reírse de la idea del fin de la historia de Fukuyama, pero la mayoría, hoy día, es fukuyamaísta: se acepta que el capitalismo liberal-democrático es la fórmula definitiva para la mejor sociedad posible y que lo único que se puede hacer es lograr que sea más justa y tolerante. La única pregunta que cuenta hoy es: ¿respaldamos esta naturalización del capitalismo, o el capitalismo globalizado actual contiene antagonismos lo suficientemente fuertes como para impedir su reproducción indefinida?

Dichos antagonismos son (por lo menos) cuatro: la amenaza inminente de la catástrofe ecológica; lo inadecuado de la propiedad privada para la llamada "propiedad intelectual"; las implicaciones socio-éticas de los nuevos avances tecnocientíficos (sobre todo en biogenética); y las nuevas formas de apartheid, los nuevos muros y guetos. El 11 de septiembre de 2001, cayeron las Torres Gemelas; 12 años antes, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín. El 9 de noviembre anunció los "felices noventa", el sueño del "fin de la historia" de Fukuyama, la convicción de que la democracia liberal había ganado, de que la búsqueda se había terminado, de que la llegada de una comunidad mundial estaba a la vuelta de la esquina, de que los obstáculos a ese final feliz digno de Hollywood eran meramente empíricos y contingentes (bolsas locales de resistencia cuyos líderes no habían comprendido aún que había pasado su hora). Por el contrario, el 11-S es el gran símbolo del fin de los felices noventa de Clinton, el símbolo de la era que se avecina, en la que aparecen nuevos muros en todas partes, entre Israel y Cisjordania, alrededor de la Unión Europea, en la frontera entre Estados Unidos y México.

Los tres primeros antagonismos antes citados afectan a los elementos que Michael Hardt y Toni Negri denominan "comunes", la sustancia común de nuestro ser social, cuya privatización es un acto violento al que hay que resistirse por todos los medios, incluso violentos, si es necesario. Son los elementos comunes de la naturaleza externa, amenazados por la contaminación y la explotación (el petróleo, los bosques, el hábitat natural); los elementos comunes de la naturaleza interna (la herencia biogenética de la humanidad), y los elementos comunes de la cultura, las formas inmediatamente socializadas de capital "cognitivo", sobre todo el lenguaje, nuestro medio de comunicación y educación, pero también las infraestructuras comunes del transporte público, la electricidad, el correo, etcétera.

Si se hubiera permitido el monopolio a Bill Gates, nos encontraríamos en la absurda situación de que un individuo concreto poseyera literalmente todo el tejido de software de nuestra red esencial de comunicación. Lo que estamos comprendiendo de manera gradual son las posibilidades destructivas, hasta la autoaniquilación de la propia humanidad, que se harán realidad si se da carta blanca a la lógica capitalista de encerrar esos elementos comunes. Nicholas Stern tiene razón al caracterizar la crisis climática como "el mayor fracaso de mercado de la historia humana". ¿Acaso la necesidad de establecer el espacio para una acción política mundial que sea capaz de neutralizar y canalizar los mecanismos de mercado no sustituye a una perspectiva propiamente comunista? Así, la referencia a los "elementos comunes" justifica la resurrección de la idea de comunismo: nos permite ver el "encerramiento" progresivo de esos elementos comunes como proceso de proletarización de quienes, con él, quedan excluidos de su propia sustancia.

Así, en contraste con la imagen clásica de los proletarios que no tienen "nada que perder más que sus cadenas", todos corremos el peligro de perderlo todo; la amenaza es que nos veamos reducidos a vacíos sujetos cartesianos abstractos, carentes de todo contenido sustancial, desposeídos de nuestra sustancia simbólica, con nuestra base genética manipulada, seres que vegetan en un entorno inhabitable. Esta triple amenaza a todo nuestro ser nos vuelve a todos, en cierto sentido, proletarios, y la única forma de no convertirse en ello es actuar de antemano para prevenirlo.

Lo que mejor condensa el auténtico legado del 68 es la fórmula Soyons realistes, demandons l'impossible! ("Seamos realistas, pidamos lo imposible"). La verdadera utopía es la creencia de que el sistema mundial actual puede reproducirse de forma indefinida; la única forma de ser verdaderamente realistas es prever lo que, en las coordenadas de este sistema, no tiene más remedio que parecer imposible.

EL COMPLEJO POÉTICO-MILITAR


SLAVOJ ZIZEK

EL PAÍS - Opinión - 07-08-2008

Radovan Karadzic, el líder serbobosnio responsable de la terrible limpieza étnica en la guerra de la antigua Yugoslavia, está, por fin, detenido. Ahora es el momento de alejarse un poco y examinar la otra faceta de su personalidad: psiquiatra de profesión, no sólo era un jefe político y militar implacable y despiadado, sino también un poeta. Y no debemos despreciar su poesía ni considerarla ridícula; merece una lectura detallada, porque ofrece la clave para entender cómo funciona la limpieza étnica. He aquí los primeros versos de un poema sin título que se identifica por su dedicatoria, "... Para Izlet Sarajlic": "Convertíos a mi nueva fe, muchedumbre. / Os ofrezco lo que nadie ha ofrecido antes. / Os ofrezco inclemencia y vino. / El que no tenga pan se alimentará con la luz de mi sol. / Pueblo, nada está prohibido en mi fe. / Se ama y se bebe. / Y se mira al Sol todo lo que uno quiera. / Y este dios no os prohíbe nada. / Oh, obedeced mi llamada, hermanos, pueblo, muchedumbre".

Estos versos describen una constelación precisa: el llamamiento obsceno y brutal a suspender todas las prohibiciones y disfrutar de una orgía permanente destructiva. El nombre que da Freud a ese dios que "no os prohíbe nada" es el superego, y ese concepto es crucial para entender la suspensión de las prohibiciones morales en la violencia étnica actual. Aquí hay que dar la vuelta al cliché de que la identificación étnica apasionada restablece un firme sistema de valores y creencias en la confusa inseguridad de la sociedad mundial laica de hoy: el fundamentalismo étnico se apoya en un secreto, apenas disimulado, "¡Podéis!". La sociedad posmoderna y reflexiva actual, aparentemente hedonista y permisiva, es paradójicamente la que está cada vez más saturada de normas y reglas que supuestamente están orientadas a nuestro bienestar (restricciones a la hora de fumar y comer, normas contra el acoso sexual...), de modo que la referencia a una identificación étnica apasionada, en vez de contenernos, sirve de llamamiento liberador: "¡Podéis!". Podéis infringir las estrictas normas de la convivencia pacífica en una sociedad tolerante y liberal, podéis beber y comer lo que queráis, asumir costumbres patriarcales que la corrección política liberal prohíbe, incluso odiar, luchar, matar y violar... Sin reconocer plenamente este efecto pseudoliberador del nacionalismo actual, estamos condenados a no poder comprender su verdadera dinámica. He aquí cómo describe Aleksandar Tijanic, un destacado periodista serbio que, durante un breve periodo, llegó a ser ministro de información y medios públicos de Milosevic, "la extraña simbiosis entre Milosevic y los serbios":

"Milosevic resulta apropiadopara los serbios. Durante su gobierno, los serbios abolieron las horas de trabajo. Nadie hace nada. Permitió que florecieran el mercado negro y el contrabando. Se puede aparecer en la televisión estatal e insultar a Blair, Clinton, o cualquier otro de los 'dignatarios mundiales'. Además, Milosevic nos otorgó el derecho a llevar armas. Nos dio derecho a resolver todos nuestros problemas con armas. Nos dio también el derecho a conducir coches robados. Milosevic convirtió la vida diaria de los serbios en una gran fiesta y nos permitió sentirnos como estudiantes de bachillerato en un viaje de fin de curso; es decir, que nada, pero verdaderamente nada de lo que hacíamos se castigaba".

¿Dónde se concibió inicialmente este sueño de una orgía destructiva? Aquí nos aguarda una sorpresa desagradable: el sueño de la limpieza étnica lo formularon, hace muchos años, los poetas. En su Fenomenología del espíritu, Hegel menciona "el silencioso tejido del espíritu": la labor subterránea que va cambiando las coordinadas ideológicas, de forma invisible, en su mayoría, hasta que de pronto estalla y sorprende a todo el mundo. Es lo que ocurrió en Yugoslavia durante los años setenta y ochenta, de forma que, cuando las cosas estallaron a finales de los ochenta, ya era demasiado tarde, el viejo consenso ideológico estaba totalmente podrido y se desintegró por sí solo. En los años setenta y ochenta, Yugoslavia era como el personaje de dibujos animados que llega al borde de un precipicio y continúa andando por el aire; sólo se cae cuando mira hacia abajo y se da cuenta de que no tiene tierra firme bajo sus pies. Milosevic fue el primero que nos obligó a mirar hacia abajo, hacia el precipicio... Si la definición corriente de guerra es la de "una continuación de la política por otros medios", entonces podemos decir que el hecho de que Karadzic sea poeta no es una mera coincidencia gratuita: la limpieza étnica en Bosnia fue la continuación de una (especie de) poesía por otros medios.

Platón ha visto dañada su reputación porque dijo que había que expulsar a los poetas de la ciudad; un consejo bastante sensato, a juzgar por esta experiencia post-yugoslava en la que los peligrosos sueños de los poetas prepararon el camino para la limpieza étnica. Es verdad que Milosevic "manipuló" las pasiones nacionalistas, pero fueron los poetas los que le proporcionaron la materia que se prestaba a la manipulación. Ellos -los poetas sinceros, no los políticos corruptos- estuvieron en el origen de todo cuando, en los años setenta y primeros ochenta, empezaron a sembrar las semillas de un nacionalismo agresivo no sólo en Serbia, sino también en otras repúblicas yugoslavas. En vez del complejo industrial-militar, en la post-Yugoslavia nos encontramos con el complejo poético-militar, personificado en las dos figuras de Radovan Karadzic y Ratko Mladic.

Para evitar creer que el complejo poético-militar es una especialidad de los Balcanes, habría que mencionar por lo menos a Hassan Ngeze, el Karadzic de Ruanda, que, en su periódico Kangura, difundía de forma sistemática el odio contra los tutsis y hacía llamamientos al genocidio. Y es demasiado facilón despreciar a Karadzic y compañía y decir que son malos poetas: otras naciones ex yugoslavas (y la propia Serbia) tuvieron poetas y escritores reconocidos como "grandes" y "auténticos" que también se involucraron de lleno en proyectos nacionalistas. ¿Y qué decir del austriaco Peter Handke, un clásico de la literatura contemporánea europea, que asistió de forma muy sentida al funeral de Slobodan Milosevic?

El predominio de la violencia de justificación religiosa (o étnica) puede explicarse por el hecho de que vivimos en una era que se considera a sí misma post-ideológica. Como ya no es posible movilizar grandes causas públicas en defensa de la violencia de masas, es decir, la guerra, como nuestra ideología hegemónica nos invita a disfrutar de la vida y realizarnos, a la mayoría le resulta difícil superar su repugnancia a torturar y matar a otro ser humano. Las personas, en general, se atienen de forma espontánea a unos principios morales y matar a otra persona les resulta profundamente traumático. Por eso, para lograr que lo hagan, es necesario hacer referencia a una Causa superior que haga que las pequeñas preocupaciones por el hecho de matar parezcan una nimiedad. La religión y la pertenencia étnica desempeñan ese papel a la perfección. Por supuesto, hay casos de ateos patológicos que son capaces de cometer asesinatos de masas por placer, simplemente porque sí, pero son excepciones. La mayoría necesita que anestesien su sensibilidad elemental ante el sufrimiento de otros. Y para eso hace falta una causa sagrada.

Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada.

JAVIER BARRAYCOA HABLA DE SU LIBRO "LOS MITOS ACTUALES AL DESCUBIERTO".


Filósofo y sociólogo, Javier Barraycoa repasa temas con "buena prensa" a veces inmerecida: sexo, arte, ONGs...

Javier Barraycoa (Barcelona, 1963) es doctor en filosofía, profesor de sociología y vicedecano de Ciencias Políticas en la Universidad Abat Oliba CEU (www.uao.es). Acaba de publicar en LibrosLibres una serie de ensayos irreverentes y políticamente muy incorrectos con el título "Los mitos actuales al descubierto".

El feminismo, las ONGs, los clichés del arte moderno, los tópicos políticos son diseccionados por una mirada que, como el niño del cuento, proclama que el Emperador en realidad va desnudo.

- Doctor Barraycoa, usted presenta un libro rompedor intentando desmitificar los iconos que nos proponen los medios de comunicación ¿qué juicio le merecen éstos?

Los medios son precisamente eso, lo que se pone “en medio”, entre la realidad y el espectador. Los mecanismos de configuración de una pseudo realidad por parte de los medios son hoy más potentes que nunca. De hecho, este libro es una propuesta para desmitificar críticamente aquello que tenemos asentado como verdadero, pero que apenas soporta un análisis mínimamente crítico. Lo peor es que todos sabemos que los medios deforman la realidad, pero nadie quiere darse por enterado. Aceptamos el engaño tal y como es, pues es infinitamente más cómodo que ponerse a pensar o a investigar.

- ¿Qué ha cambiado en el periodismo actual?

No se trata simplemente de la sofisticación de las formas de manipulación a la que hemos llegado. En los últimos tiempos ha aparecido un fenómeno nuevo: el periodista compulsivamente mentiroso. El hecho no es muy conocido pero, cada vez más, jóvenes periodistas han sido capaces de inventarse artículos simplemente por conseguir fama. Hay casos de periodistas que han llegado a ganar premios con reportajes falsos. Todo ello se debe a la cultura dominante: ganar fama y dinero, rápido y sin esfuerzo.

- ¿Es cierto que la corrección política es una ideología?

En el libro analizo el origen de la corrección política y sus implicaciones. Los fracasos por realizar una revolución política y social han llevado a intentar hacer una revolución lingüística. Lo dramático de la corrección política es que no cambia nada, simplemente la “reconstrucción icónica” de la realidad. Por llamar a un paralítico discapacitado, no le conferimos más movilidad. El que paga el pato con la corrección política es el lenguaje, pues se quiere transformar simplemente por decisión política. Y no hay nada peor para una cultura que violentar su propio lenguaje, causa esquizofrenia cultural.

- ¿Qué tiene contra las ONGs?

En principio nada. Pero lo paradójico es que muchas organizaciones que se autodenominan no gubernamentales, viven de las subvenciones estatales. En el mundo de las ONGs hay de todo. Algunas son excelentes y meritorias. Otras son meros entramados organizativos financiados para conseguir fines políticos o ideológicos. Hay Estados que ya no financian guerrillas sino ONGs, pues se han dado cuenta que es un método más eficaz para influir en la política exterior. Otro de los dramas de las ONGs es su burocratización, esto es, la pérdida de energías en mantener la propia organización en vez de extender las ayudas. También muchos países del tercer mundo se quejan de “amateurismo” o “intrusismo”. Estas falsas ONGs dificultan, en el fondo, el trabajo de las verdaderas ONGs.

- Dedica unos capítulos de su libro al arte contemporáneo, ¿se puede decir que existe actualmente el arte?

El arte representa la construcción icónica por excelencia. Analizar el arte que emana de una cultura nos manifiesta, de forma sutil, la quintaesencia de esa cultura. Por eso, respecto al arte contemporáneo hay que decir que ya no es arte, sino –en su inmensa mayoría- una tomadura de pelo. El mundo económico domina el arte y se ha empapado de los tics burgueses que tanto pretendía criticar. La extravagancia, el afán de escándalo, lo mórbido, se han apoderado del arte. Un análisis atento de las tendencias artísticas nos alertan de un espíritu autodestructivo en el arte que se está extendiendo a toda la cultura occidental.

- El capítulo más polémico de su libro puede ser el dedicado a los orígenes del genocidio....

Sí, pero leído atentamente el lector se sorprenderá. El problema del genocidio no fue un problema simplemente alemán. Una parte muy importante de la cultura occidental era, mucho antes que Hitler, antisemita y profundamente racista. El racismo se revistió de científico y muchos, a lo largo de finales del XIX y principios del XX, lo defendieron como la tesis más moderna y científica.

En los países más democráticos como Inglaterra, Francia o Estados Unidos, hubo mucho racismo disfrazado de eugenesia y evolucionismo social. Hoy nos plantean las tesis de Darwin y las de Hitler como cosas diferentes, pero históricamente se entrelazaron bajo capa de cientificidad.

- En su libro nos muestra una cara poco amable de ciertos grupos ecologistas, eso es ganarse enemigos...

Con el ecologismo pasa lo mismo. No podemos tener una visión “unívoca” del mismo. Es un fenómeno complejo y lleno de sorpresas. Desde el ecologismo amable y capitalista –el de los consumidores de ecologismo-, hasta la aparición del eco-terrorismo, podemos encontrar de todo. En Estados Unidos, por ejemplo, hay un movimiento para la extinción voluntaria de la humanidad.

Este grupo se plantea dejar de tener hijos para extinguir la especie humana y salvar así el planeta. Lo peor viene cuando uno se adentra en los entramados financieros y políticos de ciertas organizaciones ecologistas. Entonces uno comprende por qué tienen tanta fuerza hoy en día.

- El mito de la ciencia ¿qué connotaciones tiene?

Le dedico un capítulo a la ciencia porque parecería que es un ámbito donde el fraude y el engaño están excluidos. Pero no es así. En el mundo de la ciencia también se ha instalado el engaño y la mitificación. Las etiquetas de los productos, por ejemplo, se llenan de términos “científicos” que, en realidad, nada significan; es mero marketing. Los telediarios, para reforzar su autoridad, recurren frecuentemente a la construcción icónica del “experto” o del científico.

La competitividad científica lleva a que muchos jóvenes científicos busquen “atajos” a través del fraude. En este capítulo reviso también algunos fraudes históricos que hoy se han perpetuado como verdades científicas.

- ¿Por qué podemos hablar de “mitologías sexuales”?

El tema del sexo es complejo y exigiría un libro aparte. Hoy parece que la homosexualidad es reivindicada propiamente desde la izquierda, pero en un principio no fue así. El leninismo y especialmente el estalinismo se cebaron con los homosexuales. Una generación entera de poetas rusos homosexuales fue exterminada por el KGB, al igual que tampoco gozan de buena fama en la actual China, Corea del Norte o Cuba.

Igualmente pasa con el feminismo, Lenin excluyó las tesis feministas del programa del Partido comunista porque pensaba que buena parte de lo que defendían era un tic burgués. En el Manifiesto comunista, de Marx y Engels, la mujer no es siquiera mencionada. Sin embargo, por la misma época, piadosas mujeres metodistas, en Estados Unidos, iniciaban la reivindicación del derecho del voto a la mujer. El feminismo tiene una historia apasionante, plena de conflictos internos y tesis opuestas.

- ¿Este es un libro definitivo para “desmitificar” la modernidad?

No. Sinceramente creo que es un principio, pues muchísimas cuestiones se han quedado en el tintero. Es asombrosa la capacidad que ha tenido nuestra cultura de engendrar una visión de sí misma tan falseada. Posiblemente, buena parte de los problemas de Occidente se derivan de la incapacidad por adentrarse en lo que realmente fue y en no dejar de autocontemplarse en lo que no ha sido.

www.forumlibertas.com 21/07/2008

miércoles, 6 de agosto de 2008

ABORTAR, ¿ES UN DERECHO?


Fernando Pascual

Profesor de Filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Que el aborto es un delito resulta claro cuando vemos lo que ocurre en cada aborto con ojos claros y con una inteligencia honesta: una madre decide, o es obligada, a eliminar a su hijo.

El aborto, por lo tanto, nunca podrá ser un “derecho”. Porque un derecho existe cuando hay que tutelar y promover algunas dimensiones básicas de un ser humano. Y porque el primer derecho para que viva entre nosotros un ser humano es el derecho a la vida.

Por eso resulta absurdo invocar y hablar de “derechos humanos” para pedir que una mujer pueda tener en su país o en el extranjero la posibilidad de un aborto “seguro” y “legal”. Ningún aborto es “seguro”, porque asesinar nunca será una “seguridad” para la víctima. A la vez, una ley deja de ser “ley”, es decir, deja de ser un principio regulador de derechos y deberes en la vida social, cuando con esa ley se permite eliminar la vida de seres humanos inocentes.

El hecho de que tres mujeres irlandesas hayan recurrido en 2005 al Tribunal Europeo de derechos humanos para defender su “derecho” a abortar en Irlanda sin tener que salir al extranjero para hacerlo, y que el Tribunal haya aceptado el caso y haya pedido este año 2008 más información para estudiarlo, es, simplemente, absurdo y contradictorio. Por tres motivos fundamentales:

El primero: que existan mujeres, asesoradas por abogados o grupos sociales, que consideren el aborto como un derecho, cuando se trata de un crimen.

El segundo: que haya numerosos países, algunos que se autodeclaran como “civilizados”, “progresistas” o, incluso, “promotores” de los derechos humanos, donde el aborto sea legal, es decir, donde miles de hijos sean eliminados cada año.

El tercero: que una corte o tribunal creado para tutelar los derechos humanos acoja una petición tan absurda y la estudie, cuando lo único que debería hacer es trabajar según su propia naturaleza: la de garantizar los derechos fundamentales, especialmente de los sujetos más débiles, los hijos antes de nacer.

Sólo si reconocemos y denunciamos una situación tan absurda y los males que se esconden detrás de todas las propuestas e iniciativas a favor del aborto seremos capaces de avanzar, realmente, en la tutela de los derechos humanos. De este modo, podremos construir un mundo donde todas las madres y todos los hijos puedan ser ayudados en el camino maravilloso de la vida humana.



Analisis Digital
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lunes, 4 de agosto de 2008

Entrevista a la Dra. Natalia López Moratalla .


“La clonación hoy en día es ciencia ficción”

15/11/2005 Universia.

En momentos en los que el mundo se encuentra cada vez más globalizado y las informaciones llegan “a un solo click”, conviene tomar conciencia de los intereses que revisten los hallazgos científicos y la consiguiente manipulación que subyace en la información de las investigaciones.

En los últimos tiempos la biología celular y molecular del proceso de desarrollo embrionario y maduración del organismo han alcanzado nuevos conceptos, que están permitiendo un avance inesperado y rápido en las estrategias terapéuticas celulares. En el mundo científico existe un gran debate respecto a su aplicación. Como en toda discusión las posiciones son diversas, la Dra. Natalia López Moratalla, Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Navarra, resalta lo importante que resulta la Bioética como disciplina al momento de tratar este tipo de temas.

Universia (U) ¿Cómo se transmite el valor ético en los investigadores? ¿Cómo se establecen los límites?

Dra. Natalia López Moratalla (L.M.) Los límites éticos tienen dos escalones. El primero es conocer con absoluto rigor lo científico. Los científicos tenemos el problema de ser muy técnicos, a veces, y empleamos términos que resultan difíciles para el público común. Hay que intentar brindar la información en forma asequible al no experto en este campo. Y el segundo escalón lo tiene que dar cada persona, preguntándose con sinceridad cómo afectará a la persona que se le haga algo similar, en su cuerpo.Hoy en día hay muy pocos científicos en el campo de la Biotecnología. En ese campo no hay científicos investigando a fondo: La mayor parte de las personas vinculadas al tema trabajan en empresas multinacionales que solo buscan la aplicación directa de esas técnicas para obtener un beneficio económico. Y en estos temas existe una gran manipulación por parte de los medios de comunicación, que muchas veces se encuentran ligados a estas empresas.La clonación hoy en día es ciencia ficción, estamos muy lejos y no esta planteada en serio la clonación humana, ya que hoy es casi imposible.

U: ¿Pero entonces por qué se habla de clonación?

L.M. Existen varios factores que se suman: Por un lado una patente carísima de purificación y otra patente fuertísima de clonación animal. Entonces hay que mantener viva la idea de clonación para sacarle partido a la patente. Entonces se dan estos mensajes poco claros que lo único que hacen es confundir, y allí se empieza la pelea: “clonar sí”, “clonar no”. No es eso en realidad lo que se está debatiendo en el mundo científico. Lo que hoy se debate es que las células embrionarias no sirven para curar y, además, si alguna vez alguna de ellas sirviera para curar hay muchas formas de conseguirlas y no necesariamente a través de estos mecanismos. Una de las formas de manipular la información es generando una opinión pública en contra de quienes rechazan la clonación, esgrimiendo su crueldad porque no permiten que se curen personas enfermas. Los consideran crueles por no utilizar un conjunto de embriones que: “total no tienen nada, no tienen más dignidad”. Esto es un tipo de manipulación de la información.

U. ¿Usted habla mucho del eufemismo científico de la clonación terapéutica, a que se refiere específicamente?

L.M. La sociedad tiene que exigirle al científico que busque soluciones verdaderas, a los verdaderos problemas que tenemos de enfermedades. Y las soluciones por caminos cortos, no son soluciones. Nunca ha sido medicina matar a uno para sacarle un hígado para dárselo a otro. Pues, es lo que estamos haciendo ahora solo que en vez de hacerlo con el hígado de un adulto lo hacemos con el de un feto o el de un embrión. Esa no es una medida médica, eso no es ciencia. Hay que pedirles a los médicos que investiguen y sigan luchando con las enfermedades sin destruir nada a cambio. En 1999 podíamos tener dudas si las células del embrión servían para curar a alguien o no. Hoy sabemos que no. Desde el 2002 se cerró el tema. Las células madres no sirven para curar.

U. ¿Cómo hace usted para tratar este tema con sus alumnos?

L.M. Lo fundamental es tener claridad en lo científico. Yo doy dos materias una es Evolución y otra Desarrollo. Hace un año yo publiqué un texto el que describe año a año lo que pasa con el ser humano, como éste se desarrolla celularmente, molecularmente, paso a paso, lo que sucede desde el día cero hasta los quince días. Es un trabajo hecho con mucho esfuerzo y rigurosidad. Me llevó muchos años. Basta mostrar eso para saber de qué estamos hablando. Luego yo doy un paso más, que es enseñarles a ellos a dar el paso ético. Pero esto tiene que ver mucho con la persona, cada uno juzga y toma las medidas de acuerdo a su punto de vista. Eso mis alumnos lo tienen claro. Con los datos precisos y al mismo tiempo veraces, uno puede tomar buenas decisiones, pero con datos rigurosos y no con engaños.

LA VENTANA, EN LA CADENA SER: DEBATE SOBRE LA EUTANASIA.

LA VENTANA:LA EUTANASIA.

Abrimos el debate sobre la eutanasia de la mano de Luis Montes, médico del Hospital Severo Ochoa, Fernando Marín, presidente de la Asoc. Derecho a morir dignamente, y con Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia.

Entrevista con JOSÉ PÉREZ ADÁN, sobre su libro "Repensar la familia".


por J.O.E.

http://www.arbil.org/90jose.htm

José Pérez Adán,Profesor de Sociología en la Universidad de Valencia. Autor de más de treinta libros y numerosos artículos, entre sus últimas obras destacan: Las Terceras Vías, Comunitarismo, Rebeldías, La Salud Social, y Cine y Sociedad y Repensar la familia, e impulsor de proyectos como la Universidad libre de las Américas.



¿Cuál es el mensaje central de su libro Repensar la familia?

El mensaje central es que la familia es la categoría básica de comprensión de lo humano. Lo que explica nuestra humanidad es, más que nuestra composición biogenética, nuestra condición familiar. Por eso opinamos que las mayores cotas de humanidad de nuestra historia personal y colectiva están edificadas sobre el fundamento familiar y, de igual modo, no hay nada más inhumano que negar o ignorar la familia. Lo que en definitiva a nosotros los humanos nos hace humanos es la familia.

¿Quiere eso decir que la familia es un concepto cerrado?

No, al contrario. La familia, como dice el título del libro debe de repensarse siempre. La familia no es una impronta estática, una esencia que dirían ciertos filósofos. La familia son relaciones sociales que están sujetas al devenir, por eso la familia puede pensarse y mejorarse. El objetivo de este libro es precisamente profundizar en el entendimiento de nuestra realidad familiar con afán de perfeccionar y mejorar nuestra humanidad. Como estudia la sociología, nosotros podemos progresar o decaer como humanos y en el libro defendemos que la familia es el condicionante inexcusable para que se dé progreso.

Dice usted en Repensar la Familia que la modernidad está agotada y que el individualismo es incapaz de afrontar los retos de futuro que plantea nuestro tiempo. ¿Contra quién ha escrito el libro?

El libro está escrito en tono positivo en el sentido de que asumo una perspectiva concreta que explico y desarrollo de principio a fin. Esa perspectiva es el comunitarismo. Las contradicciones del individualismo no han estado nunca antes tan manifiestas como en el momento de proponer el multifamilismo como opción de vida en común. No todas las críticas al multifamilismo son, sin embargo, aceptables, y el libro opta por la teoría comunitarista como la que nos ofrece una mejor y más adecuada explicación de nuestra realidad familiar y de los mecanismos y condicionantes para mejorarla.

No es de extrañar que los libros sobre la familia estén cargados de sesgo ideológico o deparen polémicas, a veces gruesas. ¿Se trata de un texto polémico?

A la hora de escribir este libro he hecho un esfuerzo serio por despojarme de prejuicios y animosidades y escribir desde la libertad. He intentado ir desde el inicio a profundizar en un aspecto de nuestra humanidad, el hecho familiar, que quería tratar y abarcar con indisimulada novedad y teniendo en cuenta mi visión de sociólogo y mi peculiar trayectoria intelectual. No, no creo que el libro sea polémico en el sentido de que se trata de un ensayo de corte académico. Sin embargo, sí que pienso que aporto cosas nuevas y originales y en ese sentido espero que motive un sano y sosegado debate.

Tenga usted en cuenta que el título del libro es descriptivo. Realmente trato de repensar la familia. El objetivo no ha sido proponer lo mismo, eso que desacertadamente se llama familia tradicional, sino mejorar el entendimiento de nuestra realidad familiar con afán de perfeccionar y mejorar nuestra humanidad. Estamos, creo, ante un texto que me ha salido también, en cierto modo, programático y que entraña el deseo de avanzar hacia planteamientos de convivencia humana más justos y equitativos.

Pero supongo que se tratarán los temas de debate actual como los llamados nuevos estilos de vida familiar.

Sí. Repensar la Familia se sitúa en ese debate ideológico tan de moda entre dos extremos. De un lado estarían los así llamados neoconservadores (neocon) para los que a la hora de defender la familia se ha de conjugar necesariamente el retorno y la vuelta a los valores seguros de antaño. De otro lado estarían los que intentan superar la familia mediante el reduccionismo individualista que difumina los límites del grupo familiar en un multifamilismo resultante del continuo y cambiante recurso al designio propio. Frente a unos y otros, sabiendo que el individualismo tiene fecha de caducidad y que deberá ser sustituido en la cosmovisión moderna por un diferente tipo de supuesto, propongo el supuesto familiar, un supuesto que es hoy por hoy totalmente desconocido.

El mensaje que intento trasladar al lector es que nosotros los humanos somos humanos y nos reconocemos como tales en el encuentro familiar que al mismo tiempo nos valora como todos en comunión y nos distingue como uno entre otros. Este entendimiento, que parece de sentido común, está, sin embargo, preñado de repercusiones revolucionarias en la política y en lo social, algunas de las cuales se exploran en el texto.

¿Cuáles son algunas de esas repercusiones?

Pues, por ejemplo, lo que llamamos extrañeza y que tiene su explicación en la constatación y defensa de la desigualdad humana. Esto se ha pensado muy poco todavía pero la extrañeza es un elemento básico en el reconocimiento humano que separa entre propios (familiares) y extraños (no familiares). O sea, que una consecuencia de repensar la familia es repensar la igualdad. Y luego está también todo el capítulo del análisis del poder desde la realidad familiar y las consecuencias a las que nos llevaría un genuino empoderamiento familiar. En fin, creo que se aportan cosas interesantes que pueden dar calidad al debate intelectual sobre estos temas.

Por último, ¿cómo se inserta el libro en el resto de su obra?

Es un aprieto imposible juzgarse pero dentro de los límites de la cortesía y la modestia puedo decir que creo que este último libro es hoy por hoy lo más sólido que he escrito. Naturalmente no aspiro a que todo el mundo esté de acuerdo con mis planteamientos pero sí a que se tomen en cuenta y que ayuden a entendernos mejor y, por eso también, a comprender más y mejor a los demás, que es, en definitiva, una forma de quererles. Si con este libro ayudo a que nos queramos un poquito más unos a otros me consideraré más que pagado. Gracias.

EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA.


Por Teófilo González Vila

Publicado en Alfa y Omega
14 de junio de 2007


La asignatura Educación para la ciudadanía, tal como está concebida y establecida, responde a una concreta concepción particular moral y antropológica. Pero en cuestiones de esa índole las autoridades públicas están obligadas a respetar escrupulosamente la pluralidad a la que da lugar el ejercicio de las libertades ideológica, religiosa y de enseñanza, así como, muy en concreto, el derecho de los padres a decidir qué formación moral han de recibir sus hijos. Imponer a todos como obligatoria esa materia supone conculcar esas libertades, vulnerar ese derecho. Es más: aun cuando se limitara a ofrecer esa materia como opcional, la autoridad pública ya sólo con eso favorecería a la concreta opción particular que la inspira y dejaría de guardar la imparcialidad a la que está estrictamente obligada para asegurar a todos los ciudadanos el ejercicio de sus libertades en pie de igualdad. No cabe duda de que, con esa mera oferta ya se tomaría partido, se pondría todo el peso del poder y sus medios a favor de una línea moral concreta que quedaría así oficializada. ¿Y las otras? El poder no puede legítimamente imponer ni aun favorecer ninguna opción, ni aun cuando fuera la mayoritaria, ni aun cuando fuera la católica. Por las mismas razones que nuestra Constitución establece que «ninguna confesión tendrá carácter estatal», hemos de repetir que ninguna moral tendrá carácter estatal.

En juego, la libertad

Estos días, algunos sabios nos recuerdan que el derecho de los padres no es absoluto.Ya lo sabíamos. Es más: hay padres que maltratan a sus hijos y son tan desastrosos que pueden merecer que se les prive de la patria potestad (por vía judicial, claro). Pero supongo que a nadie se le ocurrirá -¿o sí?-, por eso, proponer que el Estado prive preventivamente de sus derechos educativos a todos los padres y se convierta él en padre providente y benéfico educador universal de todos los ciudadanos. También se ha dicho que determinados centros podrán desarrollar esa materia conforme a su ideario (lo cual, por cierto, exigirá formular muchos objetivos en términos distintos de los establecidos por la normas y desechar, sin más, gran parte de los criterios de evaluación que éstas determinan). Pero la cuestión es ésta: ¿acaso los padres que llevan a sus hijos a otros centros, en concreto, a los públicos, pierden, por eso, sus derechos y tienen que aceptar que la formación moral de sus hijos responda no a sus convicciones sino a las particulares de quienes manden en cada sitio y momento, a las del señor consejero, de la señora consejera, del pedagogo orgánico del partido o de este o aquel profesor?

El que un buen día un grupo de personas nos comunicaran que han decidido educarnos a todos - re-educarnos, claro, a los más-, para hacernos buenos ciudadanos, no podría dejar de producirnos vergüenza ajena, ofrecerían un blanco seguro para el jolgorio de muchos y nos llevaría a experimentar una fundada preocupación por su salud, vamos a decir, psico-democrática. (¡¿Pero quiénes se han creído éstos que son?!, diríamos divertidos). Ahora bien: si quienes sostienen esa pretensión de uniforme educación de la ciudadanía son los que tienen el poder político, ya no hay lugar al más ligero regocijo, sino que han de saltar todas las alarmas. Y, por supuesto, más que por su salud, debemos empezar a preocuparnos por la nuestra. Ese tipo de delirio antidemocrático ha de ser atajado desde el primer momento. No podemos hacer la vista gorda porque nos hayan dicho que ellos -los que mandan- la van a hacer con nosotros. Lo que no se puede admitir es el mero hecho de que quienes ejercen el poder se consideren legitimados para formar, según su particular saber y entender, la conciencia moral de los ciudadanos. No se trata simplemente de poner reparos a una nueva materia escolar. No. Aquí, detrás del caso particular de esa materia escolar, lo que está en juego es una cuestión de principios, algo absolutamente radical: la libertad, sin más, la democracia misma. Por eso hay que poner en juego todos los resortes del ordenamiento jurídico, incluida, en su caso, la objeción de conciencia, frente a la imposición de esa materia en los términos en que está concebida. ¿Exagero? Por no alarmar -ni crispar, ¿verdad?- ante las primeras casi imperceptibles amenazas a la libertad, la perdieron por completo, y con ella sus vidas, pueblos enteros no hace mucho…

Teófilo González Vila
Doctor en Filosofia
Ex inspector educativo
Miembro de de la Asociación Católica de Propagandistas

EL LAICISTA CONTRA LA LAICIDAD


Teófilo González Vila

www.e-libertadreligiosa.net

Con frecuencia, oímos decir: «El Estado español es laico». Algunas veces, alguien puntualiza: «El Estado español no es laico, sino aconfesional». Advertir que el Estado español es aconfesional pero no laico será necesario si,como ocurre, entre nosotros, la mayoría de las veces, cuando se emplea ese término, por laico se entiende laicista. Pero laico y laicidad admiten un sentido plenamente positivo para el que debieran quedar reservados estos términos. La laicidad, «entendida como autonomía de la esfera civil y política respecto de la esfera religiosa y eclesiástica –nunca de la esfera moral–, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado» (Nota Doctrinal, de 24.11.2002, de la Congregación para la Doctrina de la Fe). Y ya Pío XII hablaba de la «sana laicidad del Estado». La
laicidad constituye una nota positiva, esencial al Estado democrático pluralista,cuyo reconocimiento ha sido resultado de un largo, doloroso y purificador proceso histórico, a través del cual, en el mundo occidental cristiano, el orden temporal conquista la autonomía que le es propia (Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 36). Es más: el Estado, podemos decir, es entitativamente laico, en cuanto, por exigencia de su propia naturaleza, la cosa-Estado no es sujeto posible de acto religioso alguno, es incompetente en cuestiones formalmente religiosas; y es laico también, por eso, en el sentido de lego, que ni entiende de, ni está, por lo mismo, legitimado para entender en asuntos (doctrinales, institucionales, etc.) específicamente religiosos.

El Estado es religiosamente neutro, como lo es cromáticamente el agua. Cabría hablar antes y más radicalmente de neutridad que de neutralidad religiosa. Pero esto no quiere decir que el Estado haya de desentenderse de lo religioso por completo. Al Estado le corresponde una indiscutible competencia sobre las manifestaciones sociales, en cuanto tales, de lo religioso en atención a las exigencias del orden público y, en general, del bien común. Sobre todo incumbe al Estado garantizar la libertad religiosa y, en general, la de conciencia. Hasta tal punto es esto así que, en efecto, la laicidad ha de entenderse ante todo como condición y garantía del efectivo ejercicio de la libertad religiosa por parte de todos los ciudadanos en pie de igualdad. Para asegurar esta igualdad, la laicidad, que es respeto a la pluralidad de opciones ante lo religioso, se traduce necesariamente en neutralidad (de cuantos ejercen el poder público) respecto de todas ellas, neutralidad que, a su vez, exige y supone la aconfesionalidad. Pero el Estado ha de ser neutral no ante la libertad religiosa misma –en cuya defensa y promoción, al igual que en el caso de las demás libertades públicas, ha de estar positivamente comprometido–, sino respecto de las diversas opciones particulares que ante lo religioso, y en uso de esa libertad, pueden los ciudadanos adoptar. Entre esas opciones está la negativa de quienes sostienen que lo religioso debe desaparecer absolutamente o, en todo caso, quedar expulsado del ámbito público. (Es ésta la opción a la que convendría reservar en exclusiva el término de laicista. En cuanto al término laicismo, parece que ha de seguir todavía cargado con un sentido positivo y otro negativo, de modo que habrá de ser el contexto el que determine cuál de ellos, en cada caso, se le confiere, salvo que inventemos uno para el positivo: ¿laicidadismo?)

La opción laicista no, por ser negativa, deja de ser particular ni puede, por tanto, identificarse con la postura general propia de la neutralidad por la que el Estado ha de abstenerse de hacer suya, oficial o estatal, cualquiera de las particulares opciones ante lo religioso (incluida, por supuesto, la particular opción laicista). La neutralidad religiosa del Estado supone una negatividad por abstención ante cualquier opción particular respecto de lo religioso. La negatividad propia de la opción laicista es, en cambio, la negatividad por positiva negación de cualquier opción religiosa positiva. El sofisma o, como se ha dicho, el truco del laicista supone presentar la negatividad propia de su particular opción –negación, en todo caso, de la legitimidad de la presencia pública de todas las opciones religiosamente positivas– como si fuera la propia de la actitud general de neutralidad religiosa que debe guardar el Estado. Pero, evidentemente, no es lo mismo abstenerse de asumir como propia cualquiera de las opciones particulares ante lo religioso que estar contra todas las religiosamente positivas. No es lo mismo no-profesar-religión-alguna que profesar-la-no-religión. Un Estado que asuma como propia la opción particular laicista, la convierte en confesión estatal, con lo cual pierde su aconfesionalidad, su neutralidad y su laicidad. Paradójicamente, el Estado laicista no es un Estado laico, puesto que no sería aconfesional, no sería religiosamente neutral.

Obviamente, la aconfesionalidad, la laicidad, del Estado, lo es de éste y no puede transferirse a los ciudadanos ni a instituciones que no son parte constitutiva esencial del Estado mismo. El Estado aconfesional no subvenciones públicas en el ámbito cultural o educativo. Esas prestaciones públicas tienen su finalidad, razón de ser y justificación en hacer posible y fomentar el ejercicio de las libertades públicas. Incurrirá, por tanto, en abierta contradicción con esa misma finalidad quien pretenda que los beneficiarios de esas prestaciones, y sólo por el hecho de que sean públicas, renuncien, en contrapartida, al ejercicio de sus libertades. Así, el hecho de que el titular de los centros educativos públicos sea el poder público, obligado a la neutralidad religiosa, no supone que quienes a ellos acuden (alumnos, padres) hayan de guardar esa misma neutralidad y ver así imposibilitado o restringido el ejercicio de sus libertades ciudadanas, incluida la religiosa. ¿Quién se atreverá a sostener que quienes acuden a las escuelas públicas, alumnos y padres, han de ver, simplemente por esto, restringidos sus derechos o disminuidas las posibilidades de ejercerlos? De la neutralidad religiosa del Estado no se deduce que en los centros públicos no puedan recibir una enseñanza religiosa confesional quienes libremente opten por ella. Ni puede extraerse, sin más, de la laicidad del Estado la exigencia de que no haya símbolos religiosos en las
escuelas públicas. La decisión al respecto corresponde a los ciudadanos que allí concurren, los padres fundamentalmente y, en su caso, los alumnos, en ejercicio dialogal de su libertad religiosa y de enseñanza.

Lo estatal y lo público

Algunos laicistas ponen gran empeño en que no se les tenga por antirreligiosos. No pretenden eliminar la religión, sino reducirla al ámbito de lo estrictamente privado. El laicista da por supuesta la íntegra identificación de lo público y lo estatal. Y puesto que lo religioso ha de quedar situado fuera delespacio de lo estatal, el laicista concluye que lo religioso tiene que quedar fuera por completo del espacio público y relegado, por tanto, al de lo estrictamente privado. Pero es evidente su error de partida. Lo público no se agota en lo estatal. Todo lo estatal es público, pero no todo lo público es estatal. Son múltiples las realidades públicas que no son estatales. Negar esto último es negar la distinción misma entre Estado y sociedad, es adscribirse a una concepción totalitaria del Estado. Laicistas hay, justo es reconocerlo, que admiten la legitimidad de la presencia de las diversas opciones religiosas en el ámbito de lo público-social. De donde éstas han de quedar excluidas, por definición, es del espacio de lo público-común, que es precisamente el que ellos identifican con el de lo público-estatal.

Lo común a todos, los valores compartidos por todos, las exigencias aceptadas por todos y susceptibles de ser impuestas a todos los integrantes del pueblo (laos), eso es lo propio del pueblo (lo laico) y con esto es con lo que el Estado laico se identifica. Entre las exigencias de lo común ocupa lugar preeminente justo el respeto a las diferencias cuyo cultivo no impida el de las demás legítimas. Correcto. Ahora bien: aun para este suave laicista, la formación ciudadana en lo común exige mantener fuera del ámbito escolar todas las opciones particulares de sentido, entre ellas, las religiosas (no por religiosas, sino por particulares). Da así el laicista por supuesto –le falta probarlo– que esa formación ciudadana en lo común es incompatible con cualquier inspiración particular. Esa formación ha de ser, por definición, laica. La Escuela, por eso, ha de ser laica, y de que lo sea sólo el Estado puede ser garante, al margen y aun en contra de la sociedad, de los padres. Para este laicista la Escuela no es una institución social de la que el Estado ha de cuidar, sino un elemento constitutivo del Estado mismo, de la Res-publica. El Estado sería el único Maestro universal de ciudadanía. Pero propugnar esto –que es tanto como querer imponer la escuela única, pública (para ellos, sólo aquella de la que es titular el poder público) y laica, ¿les suena?– es algo peor que un paternalismo trasnochado. Es puro estatismo educativo totalitario, incompatible con un sistema democrático pluralista, de libertades. En efecto, pueden darse particulares opciones religiosas positivas que entren en pugna con principios y preceptos constitucionales; pero sin duda alguna no resulta conciliable con ellos una opción ante lo religioso que, como la del laicista, aun la del más atenuado, entraña la pretensión de restringir gravemente la libertad religiosa de los demás.

LA LAICIDAD EXPLICADA A LOS NIÑOS




Artículo de Fernando Savater en “El País” del 05.11.05


En 1791, como respuesta a la proclamación por la Convención francesa de los Derechos del Hombre, el Papa Pío VI hizo pública su encíclica Quod aliquantum en la que afirmaba que "no puede imaginarse tontería mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres". En 1832, Gregorio XVI reafirmaba esta condena sentenciando en su encíclica Mirari vos que la reivindicación de tal cosa como la "libertad de conciencia" era un error "venenosísimo". En 1864 apareció el Syllabus en el que Pío IX condenaba los principales errores de la modernidad democrática, entre ellos muy especialmente -dale que te pego- la libertad de conciencia. Deseoso de no quedarse atrás en celo inquisitorial, León XIII estableció en su encíclica Libertas de 1888 los males del liberalismo y el socialismo, epígonos indeseables de la nefasta ilustración, señalando que "no es absolutamente lícito invocar, defender, conceder una híbrida libertad de pensamiento, de prensa, de palabra, de enseñanza o de culto, como si fuesen otros tantos derechos que la naturaleza ha concedido al hombre. De hecho, si verdaderamente la naturaleza los hubiera otorgado, sería lícito recusar el dominio de Dios y la libertad humana no podría ser limitada por ley alguna". Y a Pío X le correspondió fulminar la ley francesa de separación entre Iglesia y Estado con su encíclica Vehementer, de 1906, donde puede leerse: "Que sea necesario separar la razón del Estado de la de la Iglesia es una opinión seguramente falsa y más peligrosa que nunca. Porque limita la acción del Estado a la sola felicidad terrena, la cual se coloca como meta principal de la sociedad civil y descuida abiertamente, como cosa extraña al Estado, la meta última de los ciudadanos, que es la beatitud eterna preestablecida para los hombres más allá de los fines de esta breve vida". Hubo que esperar al Concilio Vaticano II y al decreto Dignitatis humanae personae, querido por Pablo VI, para que finalmente se reconociera la libertad de conciencia como una dimensión de la persona contra la cual no valen ni la razón de Estado ni la razón de la Iglesia. "¡Es una auténtica revolución!", exclamó el entonces cardenal Wojtyla.

¿Qué es la laicidad? Es el reconocimiento de la autonomía de lo político y civil respecto a lo religioso, la separación entre la esfera terrenal de aprendizajes, normas y garantías que todos debemos compartir y el ámbito íntimo (aunque públicamente exteriorizable a título particular) de las creencias de cada cual. La liberación es mutua, porque la política se sacude la tentación teocrática pero también las iglesias y los fieles dejan de estar manipulados por gobernantes que tratan de ponerlos a su servicio, cosa que desde Napoleón y su Concordato con la Santa Sede no ha dejado puntualmente de ocurrir, así como cesan de temer persecuciones contra su culto, tristemente conocidas en muchos países totalitarios. Por eso no tienen fundamento los temores de cierto prelado español que hace poco alertaba ante la amenaza en nuestro país de un "Estado ateo". Que pueda darse en algún sitio un Estado ateo sería tan raro como que apareciese un Estado geómetra o melancólico: pero si lo que teme monseñor es que aparezcan gobernantes que se inmiscuyan en cuestiones estrictamente religiosas para prohibirlas u hostigar a los creyentes, hará bien en apoyar con entusiasmo la laicidad de nuestras instituciones, que excluye precisamente tales comportamientos no menos que la sumisión de las leyes a los dictados de la Conferencia Episcopal. No sería el primer creyente y practicante religioso partidario del laicismo, pues abundan hoy como también los hubo ayer: recordemos por ejemplo a Ferdinand Buisson, colaborador de Jules Ferry y promotor de la escuela laica (obtuvo el premio Nobel de la paz en 1927), que fue un ferviente protestante.

En España, algunos tienen inquina al término "laicidad" (o aún peor, "laicismo") y sostienen que nuestro país es constitucionamente "aconfesional" -eso puede pasar- pero no laico. Como ocurre con otras disputas semánticas (la que ahora rodea al término "nación", por ejemplo) lo importante es lo que cada cual espera obtener mediante un nombre u otro. Según lo interpretan algunos, un Estado no confesional es un Estado que no tiene una única devoción religiosa sino que tiene muchas, todas las que le pidan. Es multiconfesional, partidario de una especie de teocracia politeista que apoya y favorece las creencias estadísticamente más representadas entre su población o más combativas en la calle. De modo que sostendrá en la escuela pública todo tipo de catecismos y santificará institucionalmente las fiestas de iglesias surtidas. Es una interpretación que resulta por lo menos abusiva, sobre todo en lo que respecta a la enseñanza. Como ha avisado Claudio Magris (en "Laicità e religione", incluido en el volumen colectivo Le ragioni dei laici, ed. Laterza), "en nombre del deseo de los padres de hacer estudiar a sus hijos en la escuela que se reclame de sus principios -religiosos, políticos y morales- surgirán escuelas inspiradas por variadas charlatanerías ocultistas que cada vez se difunden más, por sectas caprichosas e ideologías de cualquier tipo. Habrá quizá padres racistas, nazis o estalinistas que pretenderán educar a sus hijos -a nuestras expensas- en el culto de su Moloch o que pedirán que no se sienten junto a extranjeros...". Debe recordarse que la enseñanza no es sólo un asunto que incumba al alumno y su familia, sino que tiene efectos públicos por muy privado que sea el centro en que se imparta. Una cosa es la instrucción religiosa o ideológica que cada cual pueda dar a sus vástagos siempre que no vaya contra leyes y principios constitucionales, otra el contenido del temario escolar que el Estado debe garantizar con su presupuesto que se enseñe a todos los niños y adolescentes. Si en otros campos, como el mencionado de las festividades, hay que manejarse flexiblemente entre lo tradicional, lo cultural y lo legalmente instituido, en el terreno escolar hay que ser preciso estableciendo las demarcaciones y distinguiendo entre los centros escolares (que pueden ser públicos, concertados o privados) y la enseñanza misma ofrecida en cualquiera de ellos, cuyo contenido de interés público debe estar siempre asegurado y garantizado para todos. En esto consiste precisamente la laicidad y no en otra cosa más oscura o temible.

Algunos partidarios a ultranza de la religión como asignatura en la escuela han iniciado una cruzada contra la enseñanza de una moral cívica o formación ciudadana. Al oírles parece que los valores de los padres, cualesquiera que sean, han de resultar sagrados mientras que los de la sociedad democrática no pueden explicarse sin incurrir en una manipulación de las mentes poco menos que totalitaria. Por supuesto, la objeción de que educar para la ciudadanía lleva a un adoctrinamiento neofranquista es tan profunda y digna de estudio como la de quienes aseguran que la educación sexual desemboca en la corrupción de menores. Como además ambas críticas suelen venir de las mismas personas, podemos comprenderlas mejor. En cualquier caso, la actitud laica rechaza cualquier planteamiento incontrovertible de valores políticos o sociales: el ilustrado Condorcet llegó a decir que ni siquiera los derechos humanos pueden enseñarse como si estuviesen escritos en unas tablas descendidas de los cielos. Pero es importante que en la escuela pública no falte la elucidación seguida de debate sobre las normas y objetivos fundamentales que persigue nuestra convivencia democrática, precisamente porque se basan en legitimaciones racionales y deben someterse a consideraciones históricas. Los valores no dejan de serlo y de exigir respeto aunque no aspiren a un carácter absoluto ni se refuercen con castigos o premios sobrenaturales... Y es indispensable hacerlo comprender.

Sin embargo, el laicismo va más allá de proponer una cierta solución a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia (o las iglesias) y el Estado. Es una determinada forma de entender la política democrática y también una doctrina de la libertad civil. Consiste en afirmar la condición igual de todos los miembros de la sociedad, definidos exclusivamente por su capacidad similar de participar en la formación y expresión de la voluntad general y cuyas características no políticas (religiosas, étnicas, sexuales, genealógicas, etc...) no deben ser en principio tomadas en consideración por el Estado. De modo que, en puridad, el laicismo va unido a una visión republicana del gobierno: puede haber repúblicas teocráticas, como la iraní, pero no hay monarquías realmente laicas (aunque no todas conviertan al monarca en cabeza de la iglesia nacional, como la inglesa). Y por supuesto la perspectiva laica choca con la concepción nacionalista, porque desde su punto de vista no hay nación de naciones ni Estado de pueblos sino nación de ciudadanos, iguales en derechos y obligaciones fundamentales más allá de cuál sea su lugar de nacimiento o residencia. La justificada oposición a las pretensiones de los nacionalistas que aspiran a disgregar el país o, más frecuentemente, a ocupar dentro de él una posición de privilegio asimétrico se basa -desde el punto de vista laico- no en la amenaza que suponen para la unidad de España como entidad trascendental, sino en que implican la ruptura de la unidad y homogeneidad legal del Estado de Derecho. No es lo mismo ser culturalmente distintos que políticamente desiguales. Pues bien, quizá entre nosotros llevar el laicismo a sus últimas consecuencias tan siquiera teóricas sea asunto difícil: pero no deja de ser chocante que mientras los laicos "monárquicos" aceptan serlo por prudencia conservadora, los nacionalistas que se dicen laicos paradójica (y desde luego injustificadamente) creen representar un ímpetu progresista...

En todo caso, la época no parece favorable a la laicidad. Las novelas de más éxito tratan de evangelios apócrifos, profecías milenaristas, sábanas y sepulcros milagrosos, templarios -¡muchos templarios!- y batallas de ángeles contra demonios. Vaya por Dios, con perdón: qué lata. En cuanto a la (mal) llamada alianza de civilizaciones, en cuanto se reúnen los expertos para planearla resulta que la mayoría son curas de uno u otro modelo. Francamente, si no son los clérigos lo que más me interesa de mi cultura, no alcanzo a ver por qué van a ser lo que me resulte más apasionante de las demás. A no ser, claro, que también seamos "asimétricos" en esta cuestión... Hace un par de años, coincidí en un debate en París con el ex secretario de la ONU Butros Gali. Sostuvo ante mi asombro la gran importancia de la astrología en el Egipto actual, que los europeos no valoramos suficientemente. Respetuosamente, señalé que la astrología es tan pintoresca como falsa en todas partes, igual en El Cairo que en Estocolmo o Caracas. Butros Gali me informó de que precisamente esa opinión constituye un prejuicio eurocéntrico. No pude por menos de compadecer a los africanos que dependen de la astrología mientras otros continentes apuestan por la nanotecnología o la biogenética. Quizá el primer mandamiento de la laicidad consista en romper la idolatría culturalista y fomentar el espíritu crítico respecto a las tradiciones propias y ajenas. Podría formularse con aquellas palabras de Santayana: "No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente".

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

LECTURA CRÍTICA DEL MANIFESTO DEL PSOE.


1º. Conviene reconocer desde el principio que es bueno poder contar con textos como éste en el que aparece manifiestamente el pensamiento de quienes tienen especial responsabilidad en la vida pública. Esta es la forma de poner en claro las ideas de cada uno y de facilitar un debate público, serio y objetivo.

2º. El Manifiesto organiza su argumentación en torno al concepto de laicidad. Lo primero que llama la atención es que a lo largo del texto no se encuentra ninguna definición de este concepto. La lectura atenta del mismo deja la impresión de que se confunde laicidad con laicismo. En todo caso, para avanzar en el diálogo tendríamos que ponernos de acuerdo en el significado de cada una de estas dos palabras. Para los católicos, normalmente, laicidad del Estado y de las instituciones políticas significa neutralidad ante las diferentes preferencias religiosas de los ciudadanos. El Estado reconoce el derecho a la libertad religiosa de los ciudadanos y favorece su ejercicio, sin hacer suya ninguna religión en concreto ni discriminar a ningún grupo por razones religiosas. Entendida así, laicidad equivale a lo que podríamos llamar neutralidad religiosa positiva. Este concepto de laicidad ha sido expresamente aceptado por el magisterio reciente de la Iglesia y forma parte de la visión de la democracia hoy dominante en los ambientes católicos. En cambio, cuando hablamos de laicismo entendemos aquella actitud por la que el Estado no reconoce la vida religiosa de los ciudadanos como un bien positivo que forma parte del bien común de los ciudadanos, que debe ser protegido por los poderes públicos, sino que la considera más bien como una actividad peligrosa para la convivencia, que debe por tanto ser ignorada, marginada y aun políticamente reprimida.

3º. Si estos conceptos se aclarasen, podríamos estar de acuerdo en que la laicidad, rectamente entendida y ejercida, es garantía de libertad, igualdad y convivencia. La confusión de conceptos aparece cuando se recurre a un ”minimo común ético constitucionalmente consagrado”, que se presenta como fruto de la voluntad y soberanía de la ciudadanía, al que se atribuye un valor supremo y definitivo, sin sujeción a “ningún orden preestablecido de rango superior”. Lo sorprendente es que, cuando se quiere describir este “mínimo común ético”, no se hace a partir del texto constitucional ni de las convicciones o ideales morales de los ciudadanos que, en ejercicio de su soberanía, lo elaboraron, aprobaron y promulgaron, sino que es presentado en nombre de una concepción ideológica y laicista sobreañadida al texto constitucional e impuesta gratuitamente al conjunto de la población.

4º. A mi juicio, el defecto del raciocinio aparece cuando se intenta explicar la visión de conjunto. Los autores del Manifiesto quieren resolver el problema que la pluralidad cultural de los ciudadanos puede suponer para la convivencia. No hay duda de que es un fin bueno e importante. El error está, a mi juicio, en que, en vez de entender el ejercicio de la autoridad como un servicio al bien común de los ciudadanos, incluido el ejercicio de la libertad religiosa según sus convicciones religiosas y morales, se da por supuesto que las religiones no pueden proporcionar un conjunto de convicciones morales comunes capaces de fundamentar la convivencia en la pluralidad, sino que son más bien fuente de intolerancia y de dificultades para la pacífica convivencia. Por lo cual, para evitar los conflictos previsibles, es preciso recluirlas a la vida privada y sustituirlas en el orden de lo social y de lo público por un conjunto de valores denominados “señas de identidad del Estado Social y de Derecho Democrático”, sin referencia religiosa alguna, impuestos desde el poder político, a los que se concede el valor de última referencia moral en la vida pública. En este contexto, descartadas las convicciones religiosas y morales de los ciudadanos como inspiradoras de la convivencia, corresponde al poder político configurar la nueva conciencia de los ciudadanos en sustitución de su conciencia religiosa y moral., por lo menos en lo concerniente a la vida social y política.

5º. En esta manera de razonar se oculta una visión empobrecida y desfigurada de la religión. Se da por supuesto que la conciencia moral fundada en la religión no es capaz de fomentar la convivencia en la pluralidad, por lo que la diferencia de religiones se ve como un peligro para la convivencia democrática. Nosotros pensamos que, al menos en lo que se refiere a la religión cristiana y católica, esta manera de ver las cosas no responde a la realidad y resulta objetivamente ofensiva. Los católicos entendemos las cosas de otra manera. Basta leer algunos documentos del Concilio Vaticano II, algún resumen reciente de la Doctrina Social de la Iglesia o los documentos pertinentes de la Conferencia Episcopal Española. En el proceso político la realidad original son los ciudadanos, como sujetos libres, a la vez personales y sociales. Son ellos quienes libremente y según su manera de entender las cosas, se dan unas normas para regular su convivencia. Ellos construyen un sistema de convivencia según sus propias convicciones, culturales, religiosas, sociales y morales, como fruto de su voluntad de convivencia, que queda garantizada por las leyes y en último término por la conciencia moral de los ciudadanos y de los gobernantes. En consecuencia, quienes administran los bienes comunes y protegen el bien común de la convivencia tienen que interpretar los textos jurídicos y ejercer el poder de acuerdo con los textos aprobados, y en último término con las convicciones y los intereses de los ciudadanos que organizaron la convivencia para el bien de todos. No hay ninguna necesidad de que los poderes políticos impongan otro código moral ideológico, ajeno a los ciudadanos, por lo menos a buena parte de ellos, en sustitución de sus convicciones religiosas y morales, puesto que son estas mismas convicciones las que respaldan y garantizan el sentido vinculante de las normas comunes de convivencia. Quien conozca de cerca la versión actual de la moral social de la Iglesia, verá fácilmente que los cristianos no necesitamos prescindir de nuestra fe y nuestros criterios morales para tener un sentido tolerante y democrático de la convivencia. La proyección del amor al prójimo, norma suprema de nuestra conducta moral, al campo de las realidades políticas, es base suficiente y firme para fundamentar las necesarias actitudes de justicia, tolerancia y solidaridad. La dimensión social y política de la fe y de la caridad es esencial para nosotros. La fe en Dios descubre unas dimensiones nuevas de la vida personal y suscita un ideal de vida que abarca la totalidad de la vida personal, en su realidad más íntima, en las relaciones interpersonales y en toda clase de actuaciones. Es más, la veracidad del amor a Dios se comprueba por la sinceridad y efectividad del amor al prójimo.

7º. Esta proyección social y política de la fe y de la caridad es capaz de sustentar un orden democrático de convivencia en una sociedad libre y pluralista, con tal de que las religiones, asumidas libremente por los ciudadanos, adopten entre sí una posición respetuosa y tolerante y sean capaces de ampliar estas mismas actitudes hacia los sectores laicos no religiosos. Así es como nos situamos los cristianos. Por eso no podemos aceptar como justo el intento de recluir nuestras convicciones religiosas al ámbito de la vida privada, para imponernos como base y condición para la convivencia democrática unos valores y una interpretación de los textos constitucionales que eliminan nuestra visión religiosa de la vida y la manera de entender el bien común de quienes formamos parte de la sociedad. La convivencia en una sociedad religiosa y culturalmente plural no necesita un apoyo exterior a las religiones, impuesto autoritariamente desde fuera, basta con que los ciudadanos encuentren en sus respectivas conciencias religiosas fundamentos eficaces para el respeto a la libertad de los demás, actitudes claras y abiertas de tolerancia y colaboración. Según esta manera de ver las cosas, la laicidad del Estado consistirá en que el poder político respete y favorezca por igual el desarrollo de cada religión y de la visión laica de la vida, de forma proporcionada a su implantación y significación social, sin discriminar ni privilegiar a ninguna de ellas, dejando que cada grupo viva tranquilo según sus propias convicciones y valores. Si hay dificultades para fundamentar la convivencia, los poderes políticos tendrán que exigir a los líderes y responsables de cada grupo el desarrollo de esta conciencia de convivencia y tolerancia entre sus miembros. Lógicamente esto supone que tanto los ciudadanos religiosos como los laicos quieran convivir pacíficamente, supone también que las religiones sean capaces de desarrollar unos criterios morales capaces de fundamentar la convivencia con otras religiones y con los que no tienen ninguna religión. Como requiere también que los laicos reconozcan a la religión en general y a cada una de las religiones presentes, como elementos positivos de la convivencia. sin alimentar sospechas ni reticencias respecto de su capacidad de fundamentar un comportamiento tolerante y democrático. Desde el año 1971 la Iglesia española ha seguido en este punto un itinerario intachable. Si en la nueva situación de pluralismo religioso incipiente, favorecido por el crecimiento de la inmigración en estos últimos años, aparecen dificultades, tendremos que hacer todos, autóctonos y recién llegados, un esfuerzo de adaptación a la nueva situación.

8º. Es posible que los autores del Manifiesto piensen de otra manera y tengan la convicción de que las ideas religiosas son incapaces de fundamentar un comportamiento social aceptable. Tal manera de pensar se manifiesta cuando dicen, p.e., que sin la laicidad no hubieran podido ser consideradas como delitos algunas prácticas rechazables, como la ablación o la violencia familiar. Así se explica también que el texto entienda el concepto de laicidad como un verdadero laicismo, que no se conforma con la neutralidad religiosa del Estado, sino que lleva a desplazar las ideas religiosas y sustituirlas por otros valores sin referencia religiosa alguna. Estos valores, entendidos de manera absoluta, sin referencia a un orden moral objetivo, pueden ser interpretados como convenga en cada caso, hasta reconocer como verdaderos derechos algunas prácticas incompatibles con principios morales fundados en la recta razón y recogidos en la Constitución, tal es el caso, p.e., de la legitimación del aborto, la producción y destrucción de embriones humanos con fines interesados, el reconocimiento de los pactos de convivencia entre personas del mismo sexo como verdadero matrimonio, etc. Tales cosas no son fruto de la laicidad sino de la supresión de criterios verdaderamente morales en el ordenamiento de la vida pública y en el ejercicio de la autoridad. El futuro no está en un laicismo obligatorio, sino en el diálogo honesto y sincero de las religiones entre sí y con los sectores laicos.


9º. El protagonismo reconocido en el Manifiesto a los valores laicos de ciudadanía y convivencia, no solamente desplaza la influencia ética de las religiones, sino que se impone incluso sobre el sentido más obvio del texto constitucional. Varias expresiones del Manifiesto hacen pensar que sus autores argumentan más desde una ideología laicista, previa al texto constitucional, que a partir del texto objetivo de la Constitución de 1978. De otro modo no se explica la innecesaria equiparación de la Constitución de 1931 con la de 1978 como muestra de la “más alta plasmación” de la vida democrática del pueblo español. Da la impresión de que se quiere presentar la Constitución de 1931 como complemento y referencia interpretativa de la Constitución actualmente vigente. ¿Es que el ejercicio de la soberanía de la nación española que sustenta el texto constitucional de 1978 no fue suficiente? ¿No fue, al menos, tan pleno y eficaz como el de 1931? En el Manifiesto se presenta la laicidad como un principio esencial de la Constitución actual, pero este término no aparece en el texto constitucional, aunque sí esté presente esta idea con expresiones equivalentes. Se pretende definir las relaciones de las instituciones políticas con las religiones y con la Iglesia católica sin hacer la menor referencia al art. 16 de la Constitución vigente. Y se quiere también describir la naturaleza y la función social de la educación sin tener en cuenta ni aludir siquiera al art. 27 de nuestra Constitución.

10º. Finalmente, el ritmo y la estructura del texto hace pensar que está elaborado para justificar la existencia y la imposición de la nueva asignatura “Educación para ciudadanía”. Se dice que los poderes políticos tienen que contribuir a formar las conciencias de acuerdo con el “mínimo común ético constitucional”. Reconocer al poder político como legítimo formador de las conciencias de los ciudadanos puede ser una afirmación peligrosa. El recurso a ese mínimo ético constitucional implica algo que no se dice, que es la interpretación de los contenidos éticos que el poder político quiera hacer. El poder político tiene que respetar nuestras convicciones religiosas y morales y no puede obligarnos a someter nuestra conciencia a los criterios morales del gobierno o de las instituciones políticas. El texto afirma que el sistema educativo constitucional no prevé una “educación neutral”, sino que intenta “trasmitir y promocionar” el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades necesarios para consolidar el régimen constitucional y la convivencia de todos. Contra esta manera de pensar decimos que “los principios democráticos de convivencia” nacen de las convicciones morales de los ciudadanos que inspiraron el texto de la Constitución. En consecuencia estos principios sobre los que se apoya la convivencia no pueden ser interpretados por el poder político desde otros principios añadidos y sobrepuestos al texto constitucional, sino que deben ser interpretados respetando las convicciones religiosas y morales de los ciudadanos y la consecuente y primaria responsabilidad educativa de los padres (artículos 16 y 27, 2 y 6).

11º. Este rápido análisis muestra que el debate entre laicistas y cristianos no es un debate banal, sino que afecta a graves cuestiones de antropología como la concepción de la libertad, el origen de los principios morales y en último lugar la existencia o no existencia de un Principio superior, que se hace presente en la historia humana, y que es a la vez autor de la vida y fundamento de la libertad y de la conciencia del hombre. Esto es precisamente lo que los cristianos reconocemos, con una inmensa gratitud, en Jesucristo, aceptado y adorado como Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, Señor y Salvador del mundo y de la historia. A pesar de todo los católicos pensamos que laicos o laicistas y católicos podemos convivir pacíficamente, como podemos también convivir fieles de distintas religiones, a partir del respeto a los derechos y obligaciones fundamentales derivados del reconocimiento del valor absoluto de la persona en una sociedad de hombres libres. Esta convivencia requiere un conjunto de convicciones comunes respetadas por todos, clarificado y enriquecido mediante el diálogo constante, sin necesidad de excluir las ideas religiosas del patrimonio cultural y social de la sociedad en la cual estamos todos integrados. Los ciudadanos católicos podemos decir a un gobierno realmente laico: déjennos ser católicos con todas las consecuencias, más todavía, ayúdennos a ser buenos católicos, porque de nuestra catolicidad nacen para nosotros los fundamentos de una sólida ciudadanía, abierta y sincera que estamos dispuestos a compartir con los demás grupos en un esfuerzo constante por construir y actualizar un patrimonio común respetuoso con las convicciones de todos.

12º. En resumen, el Manifiesto con el que los socialistas han querido conmemorar el XXVIIIº aniversario de la Constitución nos ofrece la posibilidad de un diálogo riguroso y sereno. Por el momento, con los debidos respetos, no me parece un texto bien elaborado, contiene confusiones importantes y esconde una concepción de la vida política injusta con la religión y excesivamente autoritaria. Un texto, además, que con apariencias laudatorias desplaza el valor y el verdadero sentido de la Constitución. Me gustaría que alguien me convenciera de lo contrario.

Pamplona, 11 de agosto de 2008



+ Fernando Sebastián Aguilar
Arzpo. Pamplona, Obpo. Tudela

Manifiesto del Psoe con motivo del XXVIII Aniversario de la Constitución.



CONSTITUCIÓN, LAICIDAD Y EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

Manifiesto del PSOE con motivo del XXVIII aniversario de la
Constitución.


En el año 2006 España conmemora el XXVIII Aniversario de la Constitución de 1978 que, junto a la Constitución de 1931, representa la más alta plasmación en la historia del pueblo español de su voluntad de vivir en un régimen democrático. Se trata, como cada año, de un acontecimiento que debe llenar de orgullo y satisfacción a los españoles pues, no en vano, tras la quiebra del régimen republicano y con él, de la legitimidad democrática, el vivido desde la promulgación de la Constitución del 78, ha sido el único período constitucional de normalidad democrática y estabilidad política.

La nuestra es una Norma Fundamental cuya elaboración estuvo presidida por la voluntad de consenso, concordia y generosidad de todas las fuerzas políticas llamadas a representar a los ciudadanos en el año 1977 y, en cuya aprobación, jugó un papel esencial el entusiasmo de un pueblo, el español, ávido de libertad y emocracia.

La Constitución de 1978 es una norma básica que garantiza el ejercicio en igualdad del amplio catálogo de derechos y libertades atribuido a los ciudadanos y que diseña un marco para la convivencia en paz asegurando la cohesión y la estabilidad política, social y económica del país.

Como pone de manifiesto el actual proceso de renovación de nuestro Estado autonómico, en dicho marco de convivencia diseñado por la Norma Fundamental española tiene cabida la articulación de la diversidad territorial que caracteriza a la España plural. Pero, además de dicha diversidad territorial, nuestra Norma básica sienta las bases para el desarrollo de otro tipo de diversidad: el que deriva del libre y plural ejercicio del derecho de libertad de conciencia de todos sus ciudadanos. En un momento como el actual, en el que el fenómeno migratorio está convirtiendo a la sociedad española en una sociedad multicultural, es preciso recordar y reafirmar el valor de un principio constitucional, el de Laicidad, cuya vigencia es esencial para que nos hallemos en grado de revalidar los ya veintiocho años de convivencia en libertad que han conducido a España a un estatus de progreso y estabilidad sin precedentes. Y ello porque la Laicidad se configura como un marco idóneo y una garantía de la libertad de conciencia donde tienen cabida todas las personas con independencia de sus ideas, creencias o convicciones y de su condición personal o social, siendo por ello requisito para la libertad y la igualdad.

Los fundamentalismos monoteístas o religiosos siembran fronteras entre los ciudadanos. La laicidad es el espacio de Integración. Sin laicidad no habrían nuevos derechos de ciudadanía, serían delitos civiles algunas libertades como la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo, … y dejarían de ser delitos el maltrato a la mujer, la ablación o la discriminación por razón de sexo. Sin laicidad sería difícil evitar la proliferación de conductas nada acordes con la formación de conciencias libres y críticas y con el cultivo de las virtudes cívicas.

Desde la laicidad se garantiza la convivencia de culturas, ideas y religiones sin subordinaciones ni preeminencia de creencias, sin imposiciones, sin mediatizar la voluntad ciudadana, sin subordinar la acción política de las Instituciones del Estado Social y Democrático de Derecho a ningún credo o jerarquía religiosa. La Laicidad es garantía para desarrollar los derechos de ciudadanía ya que el Estado Democrático y la Ley, así como la soberanía, no obedecen a ningún orden preestablecido de rango superior,pues la única voluntad y soberanía es la de la ciudadanía.

Creemos que el respeto a todas las opciones que suscita la vida personal y social, el respeto de la discrepancia y de la diferencia y la apreciación de la riqueza de la diversidad de concepciones y valoraciones son pilares esenciales del entendimiento democrático. Sin embargo, el cultivo del derecho de libertad de conciencia y la autonomía moral, ideológica o religiosa de los individuos, debe conciliarse con la potenciación del mínimo común ético constitucionalmente consagrado integrado por el conjunto de valores que constituyen las señas de identidad del Estado Social y Democrático de Derecho: igualdad, libertad, justicia, pluralismo,dignidad de la persona y derechos fundamentales.

En una sociedad cada vez más plural en la que se hallan en circulación pluralidad de códigos éticos, fruto, entre otros factores, de la generalización de los movimientos migratorios, uno de los desafíos más importantes que se plantean a los poderes públicos tras veintiocho años de vigencia constitucional, es contribuir a la formación de “conciencias libres, activas y comprometidas” con el “mínimo común ético constitucional”, esto es, con el patrimonio común de valores institucionalmente consagrado.

Y es en dicho marco donde el legislador democrático ha asumido la parte de responsabilidad que le corresponde incluyendo en la nueva Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación, la asignatura Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, una materia que trata de dar cumplimiento al mandato constitucional de promocionar los valores que integran lo que el ilustre constitucionalista Francisco Tomás y Valiente dio en llamar “ideario educativo constitucional” recogido en el artículo 27.2 de la Norma Suprema. La Constitución española del 78 no diseña una enseñanza valorativamente neutral sino que hace pivotar el sistema educativo sobre el deber de trasmitir y promocionar el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales como el modo más adecuado para consolidar y perpetuar la vigencia del propio régimen constitucional y la convivencia de todos.

En el vigésimo octavo aniversario de la Constitución española de 1978, los socialistas queremos manifestar nuestro compromiso con el fomento inobjetable de la ciudadanía como eje de la democracia y por ello nos congratulamos de la creación de una nueva materia curricular que no hará sino fortalecer dicho valor.

EROSKI