viernes, 29 de mayo de 2009

TIEMPO, EVOLUCIÓN Y AZAR: MEMORIA DE DARWIN

Tiempo, evolución y azar: memoria de Darwin
Por Eugenio Trías (ABC, 10/05/09):


1. Jacques Barzun, en su sugerente libro Del amanecer a la decadencia, Madrid, 2001, muestra el parentesco de tres grandes tareas contemporáneas que revolucionan el mundo del espíritu a mediados del siglo XIX. Todas ellas maduran en torno a la fecha clave de 1848, en la que nacen, con las aspiraciones democráticas, también nuevas formas culturales.

Se refiere a Richard Wagner, a Charles Darwin y a Karl Marx. «Partiendo de los trabajos pioneros del medio siglo anterior, todos ellos produjeron obras que. . . airearon ante el mundo entero la importancia del objeto que les preocupaban: la evolución, la distribución de la riqueza en la sociedad y la música dramática».

Piensa, sin duda, en tres obras respectivas de estos autores: la Tetralogía wagneriana, partitura que llevó su autor bajo el brazo treinta años; Das Kapital, culminación de una impresionante crítica de la economía política iniciada desde antes de la revolución de 1848; y esa obra cuya publicación este año conmemoramos, lo mismo que el nacimiento de su progenitor: On the Origin of Species by Means of Natural Selection (Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural).

Las tres obras promueven una descomunal síntesis en sus respectivos dominios creadores, la Ciencia de la Vida, la Música y la Economía Política, colmando una tradición en la que se inscriben: la idea de evolución emergente a finales del siglo XVIII; la música romántica; la economía política centrada en el trabajo como fuente de valor, desde Adam Smith hasta David Ricardo.

En los tres casos la creación resultante es de tal envergadura, y sobre todo de tal capacidad de llevar ciertas tradiciones hasta sus últimas consecuencias, que el ámbito de estudio o de creación parece estallar, liberándose flujos y energías insospechadas. Ya nunca la Ciencia de la Vida podrá ser igual (antes y después de Darwin), ni la música después del «drama musical», con sus Motivos Conductores siempre en transformación, ni desde luego la Economía Política después de Marx, y su poderosa síntesis llamada Materialismo Histórico.

Las tres grandes creaciones proceden de la más honda entraña del paradigma epistémico del siglo XIX: el sesgo historicista que domina todos los ámbitos de la creación y del conocimiento, desde la arquitectura a las artes plásticas. Una Historia concebida siempre a partir del gran Paradigma que constituye la Idea de Evolución. Evolución gradual, sin rupturas ni discontinuidades «cuánticas»; evolución a través de pequeñas variaciones.

Las transformaciones wagnerianas de los Motivos Conductores tienen ese carácter. El propio Nietzsche alabó sin reservas esa capacidad de transformaciones ínfimas del arte musical wagneriano.

También son cambios mínimos los que determinan la gestación de variantes en el marco tremendo de la struggle of life, donde impera la ley de «comer o ser comido».

Y el salto de la cantidad a la cualidad en el método dialéctico del Materialismo Histórico presenta también ese carácter.

2. Darwin escribe un gran libro de hechura clásica. Pero bien mirado no es así. De repente tiene lugar un giro extraordinario en medio del texto. Se presupone lo planteado en el libro hasta el momento: la teoría de la evolución de las especies, que tiene en la selección natural (y consiguiente supervivencia de los más adecuados) su primum movens. Son sopesadas y aquilatadas las objeciones que pueden presentar estas hipótesis y se examina el modo de refutarlas.

Entonces el texto da un salto de abismo, descomunal, inconmensurable. Y lo interesante es que ese brinco sin precedentes sólo se presiente ante una tremenda y desconcertante ausencia.

El giro de este libro se produce en el capítulo X, «De la imperfección de los registros geológicos». La tesis del libro se enfrenta a la prueba de fuego: el Tiempo (con mayúsculas).

Darwin aduce la imposibilidad de hallar vestigios de los eslabones intermedios entre las especies en disolución, especies que nunca fueron tales. No parece posible recorrer las innumerables variantes que cubren el trecho entre un remoto vestigio y la posible versión actual. Una ciencia recién constituida, la geología, da entonces amparo a la teoría. Charles Lyelle publica en 1847 los Principios de geología, fundamento de la geología moderna.

Darwin, ayudado de la geología y de la paleontología, constata que la finitud del tiempo encierra eones y avatares que sólo la especulación mitológica del hinduismo -podríamos decir- se había atrevido a pronunciar: millones y millones de años a través de los cuales se produce, a través de ese agente creador tan extraordinario que es el Azar, la constitución de variantes que dejan como conceptos obsoletos las nociones de género y de especie. El Tiempo en toda su deriva inconmensurable hace de pronto presencia en este recorrido por todo el mundo natural.

Darwin escribe la teoría que desbarata toda idea clásica de género y de especie. Frente a ella sólo subsiste, en su monolítica evolución permanente, la Vida.

3. Michel Foucault en Las palabras y las cosas, traza el paradigma de ciencias propias de la «era clásica«: un Discurso de vocación cartesiana distribuye en cuadros -tableaux- los géneros y las especies. Buffon, Linneo abundan en procedimientos vigentes hasta finales del siglo XVIII; y que también encontramos en la manera de orientarse la ciencia de la riqueza de los mercantilistas y fisiócratas; o en el ámbito lingüístico en la gramática cartesiana (la de Port Royal, que Noam Chomsky reivindicó en su obra Cartesian Lingüistics).

Todo ello deja paso, en el siglo XIX, a unidades abismales que atraviesan miríadas de variantes evolutivas: Vida, Trabajo y Lenguaje. Éste no se proyecta en una lingüística general, como sucederá en el siglo XX con Ferdinand de Saussure, sino en la indagación paleontológica de escrituras primigenias, en el desciframiento de Piedras de Rosseta, y sobre todo en la gestación de la gran hipótesis de una común lengua originaria indogermánica de donde proceden nuestras lenguas más familiares. Todas en perpetua evolución y transformación inconsciente. Lo mismo sucede en las ciencias de la vida, y en la economía política.

Wagner traza la evolución infinita, con metonimia de eones, desde el tritono mayor del inicio del Oro del Rhin hasta el Apocalipsis por fuego y agua del final, en El ocaso de los dioses, con la destrucción del mundo (de los dioses, de los héroes).

Karl Marx arranca del comunismo primitivo, y prosigue la historia de la explotación del hombre por el hombre hasta culminar en la metástasis de la mercancía. Ésta se produce en la formación histórica que tiene al capitalismo como Modo de Producción.

Darwin queda absorto y abismado ante la magnitud del tiempo, que impide cualquier comprobación de eslabones intermedios. Pero justamente esa imposibilidad señala el campo futuro de investigación: la búsqueda de yacimientos de fósiles que permitirían trazar quizás lo que en esos millones de años se fue gestando.
Convirtió al Azar en poderoso agente creador (antes de que los artistas, en los inicios de las vanguardias del siglo XX, se apropiaran de esta idea).

TRES LIBERTADES

Tres libertades
Por Olegario González de Cardedal (ABC, 16/05/09):


Cada siglo y cultura tienen sus palabras y cada palabra encuentra su despliegue dentro de una cultura o de un siglo. El siglo XVI y XVII tendrán la palabra experiencia, el siglo XVIII razón y naturaleza, hasta aplicar el adjetivo natural a toda una constelación de realidades: orden natural, ley natural, derecho natural… El siglo XIX gira en torno a las palabras historia y libertad en la perspectiva social y política frente a las monarquías soberanas, las actitudes dogmáticas o las oligarquías nacientes. El siglo XX ha radicalizado las búsquedas anteriores en torno a las mismas palabras pero lanzadas hacia la utopía de un futuro nuevo y de una sociedad construida sin referencia a la historia y a la naturaleza previa.

Logradas estas conquistas, tras las cuales ya no hay posible retorno, ¿cuál es la situación real de la libertad personal del hombre hoy? No hablamos de la libertad natural, que es la prerrogativa de los hombres a diferencia de los animales; y sin la cual la existencia no tendría ni dignidad real ni responsabilidad moral. Tampoco hablamos de las libertades civiles tal como están reconocidas en el ordenamiento jurídico de muchos países, aunque no en todos; pero cuando se ha conquistado una idea o un derecho para unos hombres esa idea y derecho quedan conquistados para todos y sólo es cuestión de tiempo el implantarlos jurídicamente con todas sus exigencias. Nos referimos a ese otro orden humano que se juega precisamente entre la libertad natural como presupuesto de toda acción del hombre y las libertades civiles como marco de realización y defensa.

Ser libre es el anhelo de todo hombre, pero ¿cómo llegar a serlo? Tres son los caminos y las formas de libertad. Una primera es la libertad de. Hay que pisar en la tierra para poder avanzar, pero a la vez para despegarnos de ella, tendiendo hacia lo que no es tierra, límite, fuerza ciega, violencia natural. Nadie ha mostrado este esencial despegue como Miguel Ángel en sus esbozos de esclavos, niños y héroes emergiendo de la materia marmórea en la cual están insertos pero de la cual tienen que ser arrancados y liberados. Lo humano no es lo inmediato y directo sino lo esforzado y distanciado; no la naturaleza sino la cultura. El hombre tiene que ser liberado de esos pesos reales, previo reconocimiento de ellos como fundamento de nuestra posibilidad. El reconocimiento y consentimiento son lo contrario del resentimiento; por ello, estoy afirmando que la conciencia y aceptación de nuestro origen son la condición de posibilidad para crecer sanos y llegar a la libertad verdadera.

La liberación o emancipación tiene lugar respecto de tres órdenes: la naturaleza; los poderes políticos y constricciones sociales; el propio mundo psicológico de complejos y temores, de légamos y viscosidades. Desde esas circunscripciones, que son previas a la específica humanidad, tiene el individuo que saltar para hacer de su propia existencia un proyecto. Aquí hay que situar todos los movimientos de emancipación de los pueblos, grupos e individuos para adquirir el estatuto y estatura que les son connaturales por su historia, cultura y decisión. Hay límites de naturaleza que tienen que ser reconocidos y admitidos: luchar contra ellos equivale al suicidio. Pero todos los que siendo de origen natural o social son superables, esos tienen que ser deconstruídos por la educación, el derecho y la política.

Una segunda forma constituyente del hombre es la libertad con. Los hombres no somos islas sino trozos de tierra pertenecientes al continente de lo humano. No somos árboles erguidos en la soledad de un monte sino parte de un bosque que trenza sus raíces y ramas, ofreciendo ventalle y sombra. La existencia humana es naturaleza pero sobre todo es comunidad e historia, somos herencia y destino: llegamos a ser palabra, signo, lenguaje e idea en la medida en que el rostro, la sonrisa, la palabra y la esperanza del prójimo nos despiertan a la conciencia y a la libertad. Los otros constituyen al nos-otros, porque no somos la mera agregación exterior con los demás sino que nos constituimos los unos a los otros.

La libertad sólo es humana en la medida en que se vive en referencia a los demás. La autonomía es para el servicio, no para la independencia insolidaria. Kant y Rahner son necesarios e irrenunciables, pero son insuficientes si no dejan patente la abertura para integrar en la comprensión del hombre lo que Buber, Mounier, Levinas y Balthasar nos han descubierto e inscrito definitivamente en nuestra conciencia. Con esto no olvidamos todo lo afirmado en el párrafo anterior sobre las necesarias liberaciones y lo que sobre ellas dijeron en el siglo XIX Marx, Nietzsche y Freud. Pero no nos paramos ahí. San Pablo -¡que evidentemente no había leído los «Cuatro ensayos sobre la libertad» de I. Berlín!- formuló con incisiva claridad la necesaria liberación propia a la vez que la esencial solidaridad y responsabilidad para con el prójimo. En su carta a los Gálatas expresa con igual radicalidad el haber sido liberados de la ley judía y el deber de servir a los demás: «Para ser libres os libertó Cristo. Manteneos pues firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud… Hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero no toméis pretexto de esa libertad para servir a la carne, sino servíos por amor los unos a los otros» (5,1.13).

La tercera condición para una existencia en dignidad es la libertad para. Hasta ahora hemos enfocado al hombre en lo que le precede (naturaleza, sociedad, inconsciente propio o colectivo), a la vez que en el medio humano al que está destinado y respecto del cual debe sentirse siempre heredero, solidario y responsable, ya que se es hombre con los demás y para los demás. Pero una vez hecho esto cada uno nos encontramos en soledad ante nosotros mismos, ante el prójimo y ante Dios. En este despegue de la naturaleza y sociedad previas los hombres quedamos enfrentados con el irrenunciable desafío de vivir como personas únicas, en un lugar único, con la exigencia de hacer un quehacer y de la obra bien hecha. Ninguna sociedad, política, iglesia, cierran del todo el camino para el despliegue de la libertad de un hombre. Cuanto más le acosan desde fuera más le provocan a su afirmación desde dentro. El hombre es extraterritorial respecto de todos los poderes y límites de este mundo; puede ser negado, pero nunca anegado del todo. Ante sí mismo se sabe un absoluto y ante Dios se sabe llamado con su propio nombre y enviado a una misión personalísima. Aquí es donde cristaliza definitivamente la libertad. El ciudadano, el político, el creyente y el poeta se saben puestos ante una misión de la que nadie los puede liberar y de cuyo cumplimiento dependen su grandeza o miseria moral.

Estas tres libertades son inconmensurables entre sí: cada una de ellas tiene sus contenidos y requieren un método propio para ser alcanzadas pero no pueden vivir separadas. Cada hombre y cada generación se sentirán llamados a conquistar en primer lugar una u otra: la libertad de, como independencia, liberación, emancipación; la libertad con, como herencia, comunidad solidaridad; la libertad para, como personalización, destino único, misión histórica.

Los distintos tipos de liberaciones deben ser comprendidas y juzgadas a esta luz. Los adalides de cada una de ellas nos desbrozan e iluminan un territorio de lo humano; pero las tres son igualmente necesarias, viven referidas entre sí y deben interaccionarse.

La verdadera cultura y la virtud cívica abarcan al hombre como individuo en su contexto particular, como ciudadano responsable en la sociedad y como persona con un destino único. Sólo en esta suma de ideales colectivos y de virtudes personales, de acciones sociales y de instituciones escolares, se logra una educación a la altura del tiempo, solidaria con la comunidad y al servicio del valor sagrado de cada persona.

EL FILÓSOFO ATEO MÁS INFLUYENTE DEL MUNDO ACEPTA LA EXISTENCIA DE DIOS.

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22/05/2009
ForumLibertas.com
El filósofo ateo más influyente del mundo acepta la existencia de Dios


Recientes investigaciones científicas sobre el origen de la vida y el ADN muestran la existencia de una “inteligencia creadora”, afirma ahora Antony Flew


Considerado hasta 2004 el filósofo ateo más férreo e influyente del mundo, Antony Flew acepta ahora la existencia de Dios. En su libro Hay un Dios: Como el ateo más notorio del mundo cambia de parecer, Flew explica el porqué de ese cambio: recientes investigaciones científicas sobre el origen de la vida y el ADN revelan la existencia de una “inteligencia creadora”, asegura.



Según informaba el pasado 16 de abril Aceprensa, durante más de cinco décadas, este filósofo inglés fue uno de los más vehementes ateos del mundo. Escribió libros y, con audiencias multitudinarias, debatió con conocidos pensadores creyentes, entre otros con el célebre apologista cristiano C. S. Lewis.



Sin embargo, en el que celebró en la Universidad de Nueva York en 2004, los asistentes quedaron sorprendidos cuando Flew anunció que para entonces ya aceptaba la existencia de Dios y que se sentía especialmente impresionado por el testimonio del cristianismo.



En su libro, cuyo título original es There is a God. How the world’s most notorious atheist changes his mind (Nueva York: Harper One, 2007), Flew no sólo desarrolla sus propios argumentos sobre la existencia de Dios, sino que argumenta frente a los puntos de vista de importantes científicos y filósofos acerca de la cuestión de Dios.



Su investigación le llevó a examinar, entre otros, los trabajos críticos David Hume al principio de causalidad y los argumentos de importantes científicos como Richard Dawkins, Paul Davies y Stephen Hawking. Otro de los pensamientos sobre Dios que tomó como referencia fue el de Albert Einstein, ya que, lejos de lo que afirman ateos como Dawkins, Einstein fue claramente creyente.



“Inteligencia creadora”



¿Qué llevó a Flew a cambiar tan radicalmente su concepto de Dios? Él explica que la razón principal nace de las recientes investigaciones científicas sobre el origen de la vida; unas investigaciones que muestran la existencia de una “inteligencia creadora”.



Tal como expuso en el simposio celebrado en 2004, su cambio de postura fue debido “casi enteramente a las investigaciones sobre el ADN”: “Lo que creo que el ADN ha demostrado, debido a la increíble complejidad de los mecanismos que son necesarios para generar vida, es que tiene que haber participado una inteligencia superior en el funcionamiento unitario de elementos extraordinariamente diferentes entre sí”, asegura.



“Es la enorme complejidad del gran número de elementos que participan en este proceso y la enorme sutileza de los modos que hacen posible que trabajen juntos. Esa gran complejidad de los mecanismos que se dan en el origen de la vida es lo que me llevó a pensar en la participación de una inteligencia”, añade Flew.



En cuanto a la teoría de Richard Dawkins de que el llamado ‘gen egoísta’ es el responsable de la vida humana, Flew la califica de “ejercicio supremo de mixtificación popular”. “Los genes, por supuesto, ni pueden ser egoístas ni no egoístas, de igual modo que cualquier otra entidad no consciente no puede ni entrar en competencia con otra ni hacer elecciones”.



“Ahora creo que el universo fue fundado por una Inteligencia infinita y que las intrincadas leyes del universo ponen de manifiesto lo que los científicos han llamado la Mente de Dios. Creo que la vida y la reproducción se originaron en una fuente divina”, dice.



“Tres dimensiones que apuntan a Dios”



“¿Por qué sostengo esto, después de haber defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La sencilla respuesta es que esa es la imagen del mundo, tal como yo la veo, que emerge de la ciencia moderna. La ciencia destaca tres dimensiones de la naturaleza que apuntan a Dios”.



“La primera es el hecho de que la naturaleza obedece leyes. La segunda, la existencia de la vida, organizada de manera inteligente y dotada de propósito, que se originó a partir de la materia. La tercera es la mera existencia de la naturaleza. Pero en este recorrido no me ha guiado solamente la ciencia. También me ayudó el estudio renovado de los argumentos filosóficos clásicos”, señala.



“Mi salida del ateísmo no fue provocada por ningún fenómeno nuevo ni por un argumento particular. En realidad, en las dos últimas décadas, todo el marco de mi pensamiento se ha trastocado. Esto fue consecuencia de mi permanente valoración de las pruebas de la naturaleza. Cuando finalmente reconocí la existencia de Dios no fue por un cambio de paradigma, porque mi paradigma permanece”, concluye.



“Este es mi libro”



A raíz de la publicación del libro, llovieron las críticas por parte de sus colegas por el cambio realizado, entre ellas la de Mark Oppenheimer en un artículo titulado El cambio de un ateo.



Según informa Noticias Cristianas, Oppenheimer caracteriza a Flew como un viejo hombre senil que es manipulado y explotado por los cristianos evangélicos para sus propios propósitos. Además, le acusa de haber firmado un libro que nunca escribió.



Sin embargo, Flew, de 86 años de edad, responde de forma concluyente: “Mi nombre está en el libro y representa exactamente mis opiniones. No permitiré que se publique un libro con mi nombre con el cual no estoy cien por ciento de acuerdo”.



“Necesité que alguien lo escribiera porque tengo 84 años –dijo entonces-. Ese fue el papel de Roy Varghese. La idea que alguien me manipuló porque soy viejo es exactamente incorrecta. Puedo ser viejo, pero es difícil que alguien me manipule. Este es mi libro y representa mi pensamiento”, sentenció.

CONTRA EL IGUALISMO

Contra el igualismo
Teófilo González Vila
Catedrático de Filosofía y Escritor


La palabra igualismo no está en el Diccionario. No la busque. Pero me parece necesaria para designar la realidad a la que lo aplico. Llamo igualismo a la “doctrina” y/o posición según la cual la igualdad constituye un bien absoluto en todos los ámbitos, planos y relaciones, en todo momento y lugar, en todos los aspectos y circunstancias. El igualismo, en su reverso, condena de manera absoluta y a priori cualquier desigualdad y, dentro de este engrudo conceptual, considerará que toda diferencia es injusta desigualdad. Igualista será, obviamente, el defensor o la defensora del igualismo.

Pronunciarse contra el igualismo no es, pues, pronunciarse contra la igualdad, sin más, sino contra una falsa concepción de la igualdad, la que la convierte en un valor absoluto. Cuando el carácter absoluto de un valor, en este caso el de la igualdad, constituye un verdadero dogma (laico) del pensamiento oficial (y mediáticamente dominante), nadie se atreverá a hacer preguntas, distinciones y precisiones que puedan ponerlo en cuestión. Y quienes están en determinados puestos y circunstancias se manifestarán especialmente fervorosos al proclamar y defender tal dogma no sea que resulten sospechosos de herejía si no ponen en el empeño especial entusiasmo.

En cierta ocasión, al comenzar una charla ante un auditorio, en el que, me sospechaba, había bastantes “igualistas”, les dije: “Yo no estoy de acuerdo en que todos seamos iguales. La prueba de que es así está en que todos ustedes son más altos, guapos y listos que yo”. No cayó mal la observación. No tenía que ser verdad en todos los casos. Pero bastaba lo dicho para hacerles caer en la cuenta de algo tan sencillo como que la igualdad será una realidad y un bien en unos casos y en otros no.

De ahí pasé a exponer una doctrina que me parece fundamental en relación, concretamente con la igualdad de las personas. Al menos según la única concepción de persona en la que puede fundamentarse una convivencia verdaderamente humana, la misma ética común de la justicia y la democracia, todas las personas somos sustancialmente iguales, en cuanto poseemos las mismas notas esenciales que determinan a un ser personal, esto es, dotado de inteligencia-voluntad-libertad. Y somos, en cambio, accidentalmente diferentes. En el sentido que aquí resulta adecuado, lo substancial es más importante que lo accidental. En lo substancial somos iguales, de igual dignidad, merecedores de igual consideración y respeto, por muchas y llamativas que sean nuestras diferencias accidentales. Muy llamativas son las diferencias accidentales entre la persona que está tirada en la calle y la que pasa rodeada de escoltas en un lujoso coche. Esas diferencias no impiden que sean iguales en su dignidad de personas. Lo triste del caso está en que lo que se ve y llama la atención son las diferencias accidentales y tratamos a las personas precisamente según esas diferencias.

Muchos y muchas “igualistas”, que se llenan la boca de igualdad, no sólo no respetan la igualdad substancial de todas las personas sino que llegan a negarla descaradamente a aquellas personas que les resultan extrañas, desagradables, molestas por causa de diferencias accidentales, por las circunstancias externas en que se encuentran. Esas circunstancias por las que no se tiene la misma consideración y respeto a todas las personas son muy diversas y de muy diversa importancia: la falta de higiene, de belleza, de salud, de saberes, el aspecto extraño, la lengua extraña… Hay quienes llegan a negarles sin más la substancial condición de personas y a considerarlas sencillamente eliminables a aquellas personas cuya diferencia accidental más notoria consiste en estar en una determinada fase de la propia existencia personal (la prenatal, la terminal)…

Por eso es importante formular claramente y tener siempre presente la siguiente tesis: Negar las diferencias accidentales entre las personas (p.e., en estatura, color, belleza, dinero, posición social…) por el hecho de que sean substancialmente iguales, es el colmo de la estupidez. Pero negar la igualdad fundamental entre las personas por el hecho de que sean accidentalmente diferentes es el colmo de la inmoralidad.

A veces la inmoralidad y la estupidez van juntas. Es más: tengo para mí que una de las armas más poderosas que maneja con más frecuencia el anticristo es precisamente la estupidez, la estupidez radicalmente inmoral que supone negar la realidad. Y cuando digo “realidad” no me refiero a esa realidad a la que el cínico dice que hemos de ajustarnos para ser realistas, aunque sea la realidad del que diría Mounier injusto desorden establecido sino a la realidad en el sentido que tiene en Zubiri. Y añado: estar contra la realidad es estar radicalmente contra el Creador y su Cristo. Hay hoy muchos y muchas “igualistas” que están, por lo que se ve, “enfadados” con el Mundo y rabiosamente empeñados en corregir sus deficiencias (las del Mundo), como, por ejemplo, las diferencias sexuales y sus consecuencias. Y como empeñarse en corregir el Mundo es empeñarse en corregir, ya digo, la realidad de la Creación, por eso tal igualismo inmoral y estúpido es un excelente peón del anticristo. ¡No al igualismo! ¡Sí a la realidad, la verdad, la igualdad substancial de todas las personas en su igual dignidad!



Fuente: Analisis Digital
analisisdigital@analisisdigital.com