martes, 8 de septiembre de 2009

¿QUÉ HACER?

«PENSAR CON RIGOR Y CORAJE CÍVICO» (Alejandro Llano) Fecha de publicación: 02/09/2009

¿Qué hacer?

Alejandro Llano
Gaceta.es


Pocas actitudes están peor vistas que el pesimismo. Los agoreros, profetas de desgracias, son siempre mal recibidos. Se da por supuesto que hay una especie de avance mecánico hacia logros inéditos. Por eso mismo, lo que menos se perdona a los pesimistas es que el paso del tiempo les dé la razón. Y esto es lo que está sucediendo en la España actual. Una vez comprobado que se han quedado cortos, se les reprocha la ausencia de soluciones positivas en sus apreciaciones de la realidad social. Tienen una carga: la tarea de avizorar el futuro se añade al diagnóstico certero del presente.

El gesto de hurtar la mirada hacia lo que anda mal y la incapacidad de ofrecer salidas para la crisis proceden de una miopía común. La falta de radicalidad, la tibieza en el pensamiento y en la acción, provienen quizá de la exigencia de consenso propio de la transición. Aquello estuvo muy bien, pero no es el temple que hoy se requiere.

Las carencias de nuestra clase política no son la causa de que la España actual esté ayuna de proyectos: es otro de los efectos de un modo de pensar superficial y conformista. A la pregunta “¿qué hacer?” es preciso responder, en primer lugar, lo siguiente: “Pensar con rigor y coraje cívico”. Pero, de inmediato, es necesario interrogarse por los ámbitos en los que resulta posible acometer esta urgente tarea.

La universidad es una muestra característica de la implosión que han sufrido algunas instituciones que, a mediados del siglo pasado, se presentaban como más prometedoras. La enseñanza superior se ha visto drásticamente pragmatizada, se sigue utilizando para finalidades que no le competen, y carece del dinamismo interno que necesitaría para recuperar una capacidad investigadora y formativa que no sea puramente utilitaria.

La fuerza innovadora que necesitamos ha de proceder actualmente de grupos y comunidades culturales que se sitúen en una instancia postuniversitaria. Si tuviéramos que aguardar a que los niveles institucionales de educación volvieran a recuperar la orientación y la energía perdidas en las últimas décadas, lo fiaríamos demasiado largo. En cualquier caso, las soluciones no pueden provenir de las agencias estatales. Como recomendaba Ortega, hemos de acostumbrarnos a no esperar del Estado nada bueno, viendo cómo está más bien en el origen de una parte considerable de nuestros males.

El empuje ha de provenir de la sociedad civil y, especialmente, de generaciones que no se hayan desgastado con los roces de la transición política y las hipotecas que ha implicado la consolidación de la democracia. Antes de que una demografía tan decadente como la española nos acabe pasando una factura impagable a medio plazo, la generaciones que se han incorporado recientemente a las tareas directivas de la vida social han de irrumpir con propuestas inconformistas, sin esperar una aprobación que los ya instalados en posiciones de ventaja política y económica probablemente no les van a conceder.

La burocracia y la tecnocracia tienen muy poco que ofrecer, porque proceden con la lógica de no abandonar los supuestos dados. La inteligencia innovadora y libre es la capacidad de salirse fuera de los supuestos. Lo cual no quiere decir que pueda improvisarse. Representa el fruto de una previa formación teórica y práctica muy exigente, detectable hoy en grupos minoritarios de españoles que se encuentran en los inicios de su andadura pública. Les está vetada su deseable incorporación a los partidos políticos, que velan para que nadie perturbe su confortable mediocridad. Si son inconformistas, tampoco encontrarán un lugar al sol de los poderes económicos consolidados. Su impulso ha de ser el propio de una fuerza emergente que no pida permiso para comparecer en el espacio social. No necesitan patronazgo, sino capacidad de acogida, comprensión y generosidad.

Un inicio de propuesta como la que acabo de hacer será probablemente tachada de algo visionaria y en exceso optimista. Constituiría en tal caso una manifestación de que el aparente pesimismo no se debe a un estado emocional enfermizo sino, paradójicamente, a una visión esperanzada de la persona y la sociedad.

Alejandro Llano es catedrático de Metafísica.

GRUPOS DE ACCIÓN Y PENSAMIENTO

Grupos de acción y pensamiento

La Gaceta de los Negocios
Alejandro Llano
05/09/09


Se centran en el análisis de las causas que llevan a la desvertebración social.

EL proceso de deterioro al que el Gobierno de Zapatero está conduciendo a España parece imparable y progresivo. La oposición continúa fuera de juego, los medios de opinión pública no entran a los problemas y los ciudadanos intentan disfrutar del bienestar que todavía les queda. Se impone pensar en un dinamismo de regeneración cuyo nivel de radicalidad no sea inferior al de la debilidad social que esta decadencia revela.

En sus imbricaciones mutuas, los tres elementos de la tecnoestructura —Estado, mercado y medios de comunicación— carecen de frescura de pensamiento y de capacidad de acción. Es preciso recurrir al mundo vital, es decir, a las fuentes de sentido que aún no estén completamente colonizadas por un sistema en trance de anquilosamiento. Se trata de la estrategia de los pequeños grupos, que algunos consideran equivocadamente un planteamiento romántico, y que la historia demuestra que poseen una extraordinaria capacidad transformadora. Baste pensar en los autores intelectuales y políticos de la revolución francesa (les philosophes), los consejos de base que impulsaron la revolución americana y los soviets que están en el origen del comunismo ruso. En nuestro caso no se trata de una revolución, sino de una vitalización profundamente renovadora. El procedimiento es el de una conspiración leal a la república (no antimonárquica, obviamente, sino republicana en sentido serio, ése que Zapatero ignoraba, incluso cuando el halagador Petitt bendecía sus tropelías).

Los grupos de acción y pensamiento se mueven en un plano prepolítico. Se centran en el diagnóstico de la situación, en el análisis de las causas que han llevado a la desvertebración social, y en los procedimientos que es preciso poner en marcha para generar una nueva ciudadanía capaz tanto de resistencia como de innovación. Por su propia naturaleza no requieren ninguna formalización estereotipada. Han de surgir en las comunidades locales, en los ambientes profesionales, en los medios intelectuales y universitarios. Aunque siempre habrá alguno o algunos que den el primer paso y convoquen a mujeres y hombres de su entorno, se trata de movimientos emergentes que tengan la espontaneidad de lo inmediato y rechacen cualquier tipo de patronazgo, por no hablar de manipulación.

El campo de acción de estos grupos no es directamente político ni económico: es genuinamente cultural, entendiendo por cultura el conjunto de los modos de vida bien pensados y pacíficamente compartidos. Si su foco de atención es lo común, no son en modo alguno incompatibles con el hecho de que en su seno haya divergencias ideológicas o religiosas, que no resultan trivializadas sino que pertenecen a otros ámbitos distintos de las preocupaciones cívicas. Constituyen así un fermento de tolerancia imprescindible en una España acechada por modos sectarios de pensar.

Padecemos un déficit de pensamiento social, lo cual hace de nuestra ciudadanía una presa fácil para los virus del conformismo y la docilidad. No hay desarrollo del pensamiento si no encuentra su vehículo en el lenguaje, que es inseparablemente instrumento de comunicación. De ahí que los grupos ciudadanos tengan como método fundamental el diálogo: partiendo de sus miembros activos, la prolongada conversación en torno a finalidades comunes —más allá de los intereses individuales— es el procedimiento fundamental para que vayan cuajando oportunidades de acción solidaria, en las que colectivos más amplios puedan sentirse libremente implicados.

Es inquietante el actual recurso abusivo a algo tan ambiguo como es el liderazgo. En todo caso, un líder es alguien capaz de galvanizar libertades en torno a proyectos. Pero la pretensión de dirigir a quienes de algún modo ha concitado hace odiosa la figura del presunto líder y arruina el propósito compartido. Las comunidades espontáneas precisan, si acaso, de un moderador, pero nunca de un jefe. La politización de los grupos emergentes no sólo resulta prematura: es contraproducente de punta a cabo.

¿Por qué expongo estas ideas? No pretendo conseguir ningún propósito determinado. Ofrezco un mensaje de evidencias, por si a alguno pudieran interesarle.

LA SUMISIÓN DE LO POLÍTICO A LO ECONÓMICO

www.forumlibertas.com/La Firma
04/09/2009
Francesc Torralba Roselló
La sumisión de lo político a lo económico


La idea de que el mercado se regula por sí sola es una pura utopía. El mercado es inmisericorde, desconoce la ética


Una de las tendencias más peligrosas de la globalización neoliberal es la supeditación de lo político a lo económico. Cuando lo económico domina lo político, puede peligrar la democracia. El dominio de lo económico sobre lo político convierte a la sociedad en un gran mercado donde los pobres juegan un papel en clara desventaja.

Sólo si existe una autoridad mundial, capaz de gobernar los flujos económicos y de buscar la justicia distributiva, es posible controlar lo económico y pacificar el planeta. No basta ya con el poder de los Estados, pues la globalización del mercado, exige una autoridad de carácter planetario. La idea de que el mercado se regula por sí sola es una pura utopía. El mercado es inmisericorde, desconoce la ética.

La política democrática es el único poder capaz de controlar el mercado y dotarlo de dimensión humana y social. El mercado, por sí mismo, no tiene sensibilidad solidaria. En una economía libre de mercado, que, sin lugar a dudas, tiene muchas ventajas, las necesidades sociales no existen si no van acompañadas de una demanda solvente. Sin demanda solvente, capaz de pagar lo que uno necesita, se llega al cinismo de afirmar que no existe necesidad social.

Cuando la economía y las finanzas lo dominan todo, incluso la política, el panorama se oscurece porque la voz de los pobres no es escuchada ni interesada a ninguno de ellos.

Para que la globalización beneficie a la mayoría y no sólo a unos pocos, la política solidaria tiene que regular la economía y ponerla al servicio del bien común. La política no puede negar la economía, si la política abdica de su dimensión distributiva, los pobres no podrán conseguir nunca la dignidad.

Mientras en Occidente se habla de la revolución de Internet, dos tercios de la población mundial ni siquiera ha hablado nunca por teléfono. Éstas son las grandes paradojas de la era de la globalización. La tragedia de la globalización es que la gran expansión económica que deriva de ella sólo llega a los más privilegiados de la tierra. Si la globalización avanza al margen de la solidaridad, enriquecerá más a los ricos y empobrecerá más a los pobres. Si el mundo se convierte en un gran mercado, los pobres que no tienen acceso a él son cada vez más pobres.

En el mundo de las nuevas y avanzadas tecnologías de la información y de la comunicación, los que están desconectados no juegan ningún papel en él, en cambio, los conectados crecen más cada día y prosperan en todos los aspectos. A los que nunca han llamado por teléfono, la palabra globalización les suena a un terrible sarcasmo, porque viven en un localismo raquítico y deprimente que no les permite salir del círculo vicioso de la miseria.

Lo que es malo de la actual globalización es la parcialidad. Se han globalizado la economía y las finanzas de los países ricos, pero no se han globalizado los derechos humanos. Se ha globalizado la avaricia, pero no la solidaridad. El capital circula por el mundo con la máxima celeridad y libertad, pero las personas que viven en condiciones infrahumanas tienen muchísimas dificultades para emigrar y hallar una salida digna a su vida.

A mi juicio, el problema número uno de la humanidad no es la globalización, sino la defectuosa globalización que no es gobernada por nadie y sólo favorece a los conectados y a los que tienen medios económicos. Nos hace interdependientes, pero la interdependencia no significa ipso facto solidaridad. La interdependencia sin solidaridad resulta tremendamente cruel. Sin embargo, la globalización, entendida como un nuevo cosmopolitismo, es muy positiva, pero la para ello resulta esencial la simbiosis entre economía y ética.