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04/09/2009
Francesc Torralba Roselló
La sumisión de lo político a lo económico
La idea de que el mercado se regula por sí sola es una pura utopía. El mercado es inmisericorde, desconoce la ética
Una de las tendencias más peligrosas de la globalización neoliberal es la supeditación de lo político a lo económico. Cuando lo económico domina lo político, puede peligrar la democracia. El dominio de lo económico sobre lo político convierte a la sociedad en un gran mercado donde los pobres juegan un papel en clara desventaja.
Sólo si existe una autoridad mundial, capaz de gobernar los flujos económicos y de buscar la justicia distributiva, es posible controlar lo económico y pacificar el planeta. No basta ya con el poder de los Estados, pues la globalización del mercado, exige una autoridad de carácter planetario. La idea de que el mercado se regula por sí sola es una pura utopía. El mercado es inmisericorde, desconoce la ética.
La política democrática es el único poder capaz de controlar el mercado y dotarlo de dimensión humana y social. El mercado, por sí mismo, no tiene sensibilidad solidaria. En una economía libre de mercado, que, sin lugar a dudas, tiene muchas ventajas, las necesidades sociales no existen si no van acompañadas de una demanda solvente. Sin demanda solvente, capaz de pagar lo que uno necesita, se llega al cinismo de afirmar que no existe necesidad social.
Cuando la economía y las finanzas lo dominan todo, incluso la política, el panorama se oscurece porque la voz de los pobres no es escuchada ni interesada a ninguno de ellos.
Para que la globalización beneficie a la mayoría y no sólo a unos pocos, la política solidaria tiene que regular la economía y ponerla al servicio del bien común. La política no puede negar la economía, si la política abdica de su dimensión distributiva, los pobres no podrán conseguir nunca la dignidad.
Mientras en Occidente se habla de la revolución de Internet, dos tercios de la población mundial ni siquiera ha hablado nunca por teléfono. Éstas son las grandes paradojas de la era de la globalización. La tragedia de la globalización es que la gran expansión económica que deriva de ella sólo llega a los más privilegiados de la tierra. Si la globalización avanza al margen de la solidaridad, enriquecerá más a los ricos y empobrecerá más a los pobres. Si el mundo se convierte en un gran mercado, los pobres que no tienen acceso a él son cada vez más pobres.
En el mundo de las nuevas y avanzadas tecnologías de la información y de la comunicación, los que están desconectados no juegan ningún papel en él, en cambio, los conectados crecen más cada día y prosperan en todos los aspectos. A los que nunca han llamado por teléfono, la palabra globalización les suena a un terrible sarcasmo, porque viven en un localismo raquítico y deprimente que no les permite salir del círculo vicioso de la miseria.
Lo que es malo de la actual globalización es la parcialidad. Se han globalizado la economía y las finanzas de los países ricos, pero no se han globalizado los derechos humanos. Se ha globalizado la avaricia, pero no la solidaridad. El capital circula por el mundo con la máxima celeridad y libertad, pero las personas que viven en condiciones infrahumanas tienen muchísimas dificultades para emigrar y hallar una salida digna a su vida.
A mi juicio, el problema número uno de la humanidad no es la globalización, sino la defectuosa globalización que no es gobernada por nadie y sólo favorece a los conectados y a los que tienen medios económicos. Nos hace interdependientes, pero la interdependencia no significa ipso facto solidaridad. La interdependencia sin solidaridad resulta tremendamente cruel. Sin embargo, la globalización, entendida como un nuevo cosmopolitismo, es muy positiva, pero la para ello resulta esencial la simbiosis entre economía y ética.
martes, 8 de septiembre de 2009
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