miércoles, 2 de septiembre de 2009
EN EL BICENTENARIO DE DARWIN
En el bicentenario de Darwin
Se festeja a Darwin pero se desconoce su racismo y las consecuencias “nazis” de la mentalidad fríamente darwinista.Es bueno que los jóvenes sepan distinguir entre el valor de los descubrimientos científicos de Darwin y el de otras teorías suyas. Más alejadas aún de lo científico son las posturas “darwinistas” de algunos que se consideran sus herederos.
"Los temerarios, los degradados y los miembros viciosos de la sociedad tienden a multiplicarse en proporción más rápida que los virtuosos y de buenas costumbres". Esta contraposición que lleva a cabo Darwin no se aplica tan sólo a las razas inferiores frente a las superiores, sino que vale también para el interior del Reino Unido: "El negligente, escuálido irlandés, exento de ambiciones, se multiplica como los conejos; el frugal, previsor escocés, respetuoso de sí mismo, severo en su moralidad, espiritual en su fe, cauto y disciplinado en su inteligencia, pasa sus mejores años en lucha para resolver su existencia futura, se casa tarde y deja pocos hijos". En consecuencia, Darwin teme que si no se pone freno a esa previsible evolución natural, el elemento celta acabe desplazando al sajón.
Estamos celebrando con gran relieve el bicentenario de Charles Darwin, y sin duda que nos encontramos ante una figura genial, que ha conformado como pocos nuestra visión del mundo. Tanto en los ambientes científicos como en los medios de comunicación se multiplican los elogios. Me parecía oportuno llamar la atención sobre alguna faceta menos positiva y que no está siendo mencionada por los hagiógrafos y comentaristas en general. El editor francés del Origen del hombre (1981), que es la obra de la que están tomadas mis citas, se plantea esta cuestión en el prefacio, y como buen darwinista, intenta lavar la cara a su maestro: "Lo repetimos: Darwin no ha sido un racista militante. Sí que es un victoriano, un inglés convencido de la superioridad de su nación y de su raza. Y sin ánimo malicioso ha dado (y sigue dando) numerosos argumentos a los partidarios del racismo". Lo mismo se podría decir del machismo: Darwin considera a la mujer como un ser inferior, y no cuenta con que esa desigualdad vaya a remediarse en un futuro próximo.
El racismo y la eugenesia que se deriva de él no constituyen algo meramente anecdótico en la visión darwinista del mundo. Darwin se hace eco e incorpora a su pensamiento las tesis de H. Spencer, que aplica el evolucionismo a la vida social, y de W. Galton, que pasa por ser el padre de la eugenesia. Se trata de intervenir activamente, desde el gobierno y la ciencia médica, para mejorar la calidad de la raza e impedir que grupos o individuos defectuosos se reproduzcan. En el final del s. XIX y primer tercio del XX ésa era la opinión dominante en los países occidentales. Estados Unidos es pionero en la legislación y la puesta en práctica de políticas eugenésicas. En la sentencia del Tribunal Supremo sobre el famoso caso "Buck contra Bell" (1927) escribía el juez Holmes: "Es mejor para todo el mundo que la sociedad impida que se reproduzcan los que son claramente incapaces". De todos modos, pronto surgieron reparos, y poco después ese mismo tribunal declaró inconstitucional la esterilización forzosa de ladrones de gallinas y bandidos en general. Esa mentalidad entra en Europa a través de Suiza, de donde se exporta entre otros a la Alemania nazi. De modo paralelo, Stalin -gran lector y admirador de Darwin- crea en los años veinte la "Sociedad Rusa de Eugenesia", uno de cuyos proyectos estrella debía ser la producción de un híbrido hombre-gorila, llamado a suministrar mano de obra para la industria y soldados para el ejército.
Los horrores del régimen nazi no significaron, ni mucho menos, el final de esas políticas. Al cabo de cincuenta años hemos sabido que las naciones más avanzadas y democráticas del mundo -los mismos Estados Unidos, Suiza, Canadá, Suecia y Japón, entre otras- habían seguido aplicando esas prácticas. Los escándalos fueron más que notables y las autoridades se sintieron en la obligación de pedir perdón y anunciar el final de esa praxis, pero esos mismos gobiernos se han negado en general a indemnizar a las víctimas que se han atrevido a denunciar sus casos, invocando la legalidad de esas intervenciones.
¿Y qué sucede al día de hoy? Pienso que no hay motivo para la autocomplacencia. Ana Peláez, la portavoz del Comité de la ONU para la Discapacidad, denunciaba recientemente el carácter discriminatorio del aborto eugenésico. Considero especialmente grave el que a las políticas más o menos solapadamente eugenésicas que siguen aplicando algunos gobiernos se sume una eugenesia desde abajo, de la gente de la calle: "Sólo quiero a mi bebé si está completamente sano", sería el lema. De ahí a la eliminación de los que no cumplen los niveles de calidad deseable no hay más que un paso. Y ahora no son monstruos como Hitler o Stalin quienes dictan la sentencia de muerte, sino padres que quieren "lo mejor" para sus hijos.
Alejandro Navas, Profesor de Sociología, Universidad de Navarra
Publicado en: Diario de Navarra, 21 de abril de 2009
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