martes, 30 de diciembre de 2008

LA RELIGION ¿INVISIBLE?


La religión, ¿invisible?
OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL Sábado, 27-12-08 ABC


En 1967 se publicaba en alemán y en 1973 se traducía al español el libro del sociólogo T. Luckman, La religión invisible. En él se analizaba el lugar de la religión en la sociedad industrializada y pluralista. Se preveía una retirada de la religión del ámbito público a la esfera privada, de una función oficialmente estructuradora a otra sólo inspiradora, de su dimensión institucional a una vigencia estrictamente individual. Eran los años en que el marxismo difuso en toda Europa otorgaba a la economía y a la política la condición de fuerzas sustentadoras de la sociedad, haciendo de todo lo demás (ética, religión, derecho...) puras funciones derivadas de aquellas. Desde ahí se preveía la desaparición de la religión del horizonte público en los próximos años. Más recientemente en Francia M.Gauchet y L. Ferry han pronosticado la salida de la religión de los entramados sociales para convertirse en mero fermento de sentido para la vida privada, en su libro: Lo religioso después de la religión (2004).
¿Cuál es el resultado de tales pronósticos? Parecía en aquellos días que la secularización de la sociedad, de las instituciones y de las conciencias era irreversible, que conquistaría el terreno en un proceso, que nada podría detener. Tal pronóstico sólo parcialmente se ha cumplido. La caída del marxismo, la afirmación beligerante del islam, los movimientos carismáticos de tan distinta índole existentes en el mundo, las diversas teologías de la liberación que inciden sobre la religiosidad popular y sus elementos emocionales, la inexistencia en nuestro horizonte de grandes proyectos éticos de sentido, esperanza y justicia: todo ello ha quebrado la credibilidad de aquellas propuestas secularizadoras. Hoy las dos potencias más inspiradoras de lo humano son las culturas y las religiones.
La situación resultante es una escisión en dos posturas extremas: la que sigue pretendiendo que la religión sea la clave primera y suprema de estructuración de la sociedad y la que se empeña en recluir la religión y reducir los grupos religiosos al puro ámbito individual, convirtiéndolos así en sectas. Entre las teocracias de muy distinto signo y las sectas hay que situar la religión en las sociedades modernas. Estas deben ofrecer espacios públicos abiertos a todos los que, respetando el recto ordenamiento jurídico, el bien común y el orden público, aportan sus valores e ideales a la vida común. El Estado no tiene autoridad para prohibir, imponer o privilegiar a unos grupos sobre otros. El criterio para apoyarlos será su respeto a los derechos humanos junto con los ideales, valores y derechos configuradores de nuestra historia (que no puede ser trasmutada por real gana o arbitraria decisión de un gobierno), su presencia real en la sociedad, su cooperación tanto al fortalecimiento de las instituciones como a la superación de las necesidades, y la realidad numérica de unos y otros grupos. El Estado no puede emitir juicios sobre los contenidos específicos de cada uno de esos grupos. La categoría primera es la libertad de los ciudadanos, y desde ella unos configurarán su identidad desde la religión y otros desde la increencia. El espacio público no es de ninguno de ellos: ambos están igualmente legitimados a expresarse dentro de él y a configurarlo según sus convicciones forjadas en libertad.
La religión es una forma de ejercitación en libertad y por tanto afecta a todas las dimensiones de la persona, que es interior y exterior, privada y pública, individual y comunitaria. Justamente porque se refiere a Dios, absoluto y trascendente, es principio de sentido para todo, pero no sustituye a nada ni hace innecesaria la ejercitación de todas las demás potencias, instancias y ejercitaciones mediante las cuales se articula la vida social, intelectual, moral y política. Dios es para el hombre en un sentido todo, en cuanto principio de nuestro ser, sentido de nuestra existencia y dinamismo de nuestro futuro. El funda, inspira y sostiene todos los dinamismos de nuestra vida, pero no sustituye a ninguno de ellos en el orden material e histórico. El nos entrega el mundo como materia de nuestra libertad; y en el ejercicio de esta consiste nuestra dignidad de seres creados a imagen y semejanza de Dios.
El catolicismo se encuentra ante una historia nueva, que no puede ser ni la repetición de la historia anterior ni el tránsito a la privaticidad o al sectarismo. Una sociedad sin referencias últimas, en mero individualismo y en despreocupación por los grandes valores comunes, está condenada a la anomia y a la desesperación. «La liberación de la conciencia humana de las constricciones, que la estructura social sacralizada ejercía, representa una ocasión sin precedentes históricos porque puede afirmarse para todos la autonomía de la vida individual. Pero contiene un serio peligro: el de causar un retirarse en masa hacia la esfera privada mientras ´arde Roma´» (T.Luckmann). Una sociedad sin el cultivo de proyectos éticos, de la memoria histórica, de las raíces éticas y de los signos religiosos que han nutrido la trayectoria anterior, sucumbirá a la desmoralización y a la violencia.
El cristianismo es religión de trascendencia a la vez que de encarnación. Dios es real y se ha manifestado en la historia; a su reconocimiento abren la fe y un trascenderse del hombre más allá de la inmediatez de las cosas. Por ello Dios, Cristo y la Iglesia nunca podrán ser visibles como lo son la torre Eiffel, la Cibeles o el mar Mediterráneo. Son tan reales para el creyente como lo son la justicia para el hombre bueno, la belleza para quien tiene sentido estético, la música para quien no es sordo o la pintura para quien tiene ojos iluminados. El cristianismo es a la vez religión de encarnación, y en ese sentido es visible, perceptible y verificable. Surge de la acción, de la palabra, de las huellas y signos de Dios en Cristo; no es sólo religión de la conciencia o de la palabra sino también de la historia y de la carne. Dios es real para el hombre que es carne y tiempo, porque él se hizo carne y tiempo. Eso es lo que los cristianos confiesan y de eso es signo la Navidad. Los poetas fueron los más lúcidos adivinos de esa necesidad del hombre: ver a Dios con los propios ojos. «Dios visible es mi alimento» (L. Rosales). R. Browning, en su poema Saúl escribía: «Esta es la debilidad en la fortaleza por la que yo grito, mi carne, que yo busco / en la Divinidad. En ella la busco y la encuentro. Saúl, vendrá / una Faz igual a la mía que te recibirá: un Hombre igual que yo/ que tu podrás amar y por el que serás amado para siempre».
La religión es el grito y susurro, nunca agotados en la historia de la humanidad, que rompen la soledad y las cerraduras del mundo. El cristianismo es la confesión de un mundo abierto a la esperanza porque previamente el Creador se nos ha abierto a nosotros, creándonos ojos nuevos para reconocerle Encarnado. Hacer silencio sobre esa historia de gracia y recluirnos en nuestros límites mortales es cercenar la mejor posibilidad humana: ver al Invisible, extendernos hasta el Infinito, vivir de una esperanza última que se revela matriz fecunda de esperanzas, creaciones y credenciales temporales. Los cristianos no pueden sucumbir ni a la provocación ni al silencio.
Al Dios que se nos ha hecho visible en la encarnación, los creyentes le trasparentan visible mediante actos explícitamente confesantes en sus celebraciones e instituciones propias, mediante las expresiones públicas y mediante el testimonio personal. A través de esas tres formas le hacen perceptible, inteligible y creíble. No le podemos callar, ocultar ni trasmutar, porque Dios es mucho más que ética o cultura; y no es reducible a ellas. Cada una de esas visibilizaciones de Dios tiene su lugar, lenguaje y signos apropiados, que no son intercambiables. Discernir y ejercitar los signos propios de esa visibilidad, haciendo justicia a la confesión cristiana a la vez que al ordenamiento jurídico y a la realidad social es un doble imperativo: tanto del cristiano y de la Iglesia para ejercitarlo como del Estado para reconocerlo. Con asombro y ternura estuvo Dios entre los hombres: con asombro y ternura podemos estar los hombres ante Dios. Ese es el último fundamento de la gloria y alegría de los mortales.

SOLIDARIDAD NECESARIA


Solidaridad necesaria
SAMI NAÏR 27/12/2008
Diario El País.



Estamos ante un gran viraje sobre la inmigración. La adopción de la circular de junio de 2008 ya indicaba que a partir de ese momento la UE no se andaría con demasiadas consideraciones morales en la gestión de las migraciones no europeas en el seno del mercado único. Prevalecería la ley de la "la preferencia europea" y todos aquellos que no tuvieran la suerte de tener la nacionalidad de uno de los Estados de la Unión deberían aceptar, si hubiesen emigrado ilegalmente, acabar en centros de internamiento por períodos de hasta 18 meses antes de ser expulsados.

Varios gobiernos, entre ellos el español, dijeron sin embargo que no modificarían en nada su legislación sobre el período de retención. Vemos hoy lo que está ocurriendo: en todas partes los poderes públicos alargan el período de retención (en España pasamos de unos días a tres meses), y todo hace pensar que nos encaminamos hacia medidas aún más drásticas. Y lo haremos con más facilidad en la medida en que la grave crisis económica actual hace comprensibles a ojos de la opinión pública todas las represalias sociales y jurídicas que afectan a los derechos de los inmigrantes.

La situación ya era difícil para los trabajadores no residentes en la UE. Los plazos para obtener los permisos de residencia eran sospechosamente largos, las trabas administrativas constantes, e incluso ocurrió que dirigentes políticos reclamaran una especie de "apartheid escolar" para "proteger" el nivel educativo de los autóctonos ante los hijos de inmigrantes presumiblemente menos permeables a las culturas de los países de acogida.

Los inmigrantes tienen las espaldas anchas. Y a partir de ahora están en el ojo del huracán. La crisis social que se avecina no será generosa con ellos. Se prevén varios millones de desempleados en Europa. Son los primeros afectados. Y hay una diferencia en el trato de unos y de otros. Los que provienen de países del Este, amparados por la directiva de junio de 2007, al menos estarán a salvo de las expulsiones. Pero ello no significa que estén protegidos.

Los demás se encontrarán en una situación más frágil. Millones de ucranianos, moldavos, rusos, que sufren a veces graves enfermedades, ya no podrán recibir cuidados médicos en Europa. En Alemania se habla de varios millones de personas a quienes se les niega el acceso a cuidados de primera necesidad en los hospitales. Además, es probable que dentro de poco los inmigrantes tengan que aguantar duras campañas para que vuelvan a "su casa".

Deberán también atenerse a un crecimiento de la propaganda xenófoba, que ciertos partidos conservadores no desaprovecharán para debilitar o reforzar electoralmente a los partidos en el poder. La competencia en el mercado de trabajo también nos librará de muchos tabúes morales, y podemos temer que la lógica de la "preferencia nacional", ayer argumento de la extrema derecha racista a la francesa, hoy oficialmente instalada en la Italia de Berlusconi, se convertirá en legítima un poco en todas partes. El discurso sobre la "necesaria restricción de los derechos sociales en tiempos de crisis" se convertirá en una evidencia, según el viejo principio de la privatización de los beneficios para unos y de la socialización de las pérdidas para otros.

En España el Gobierno no quiere dejarse llevar por este ciclo. Tiene razón. Pero ¿podrá realmente hacerle frente? Debería en todo caso poner menos el acento en el "retorno" de los inmigrantes y más en su integración en tiempos de crisis. Es cierto que la mayoría de gobiernos europeos defienden una política de "retorno" a los países de origen. Pero esto nunca ha funcionado. ¿Por qué tendría hoy que ser diferente en el contexto de una crisis mundial que desestabilizará aún con mayor dureza a los países pobres de los que provienen los trabajadores extranjeros?

Harían falta al menos dos requisitos para que esta política saliera adelante: la puesta en marcha con los países de origen de vastos programas de reinserción socio-laboral financiados a largo plazo y la posibilidad de retorno al país de acogida sin límites de tiempo de residencia en el país de acogida; dicho de otra manera, que el derecho al permiso de residencia en el país de acogida no sea retirado. Pero es poco probable que los gobiernos europeos acepten, porque no han entendido bien las dinámicas migratorias modernas. Para que el retorno pueda ser atractivo, los inmigrantes legalmente instalados tienen que poder beneficiarse del derecho de libre circulación. El retorno se convertiría en un derecho más y no en un castigo debido al desempleo. Este sistema funcionaba muy bien entre Francia y los países del Magreb, así como entre Alemania y Turquía antes de que se cerraran las fronteras. Podría convertirse de nuevo en una buena solución en una situación de crisis.

El futuro es sombrío para los inmigrantes. Por ello la solidaridad será en 2009 más necesaria que nunca, ya que si es legítimo dejar de acoger a trabajadores en tiempos de desempleo, también es imperativo defender los derechos de quienes han contribuido al desarrollo de la riqueza colectiva.


Traducción de M. Sampons.

LA AGONÍA DE GAZA Y LA TRAMPA DE ISRAEL.

La agonía de Gaza y la trampa de Israel
Aunque Israel esté dispuesto a arrostrar las condenas por la muerte de civiles palestinos, no está claro cómo puede triunfar en un conflicto como el actual. ¿Es realista pensar en derrocar a Hamás?
SHLOMO BEN-AMI 30/12/2008


Diario El País

Con todos los cohetes que se lanzan a diario contra las ciudades israelíes desde la franja de Gaza, más la rivalidad entre los políticos israelíes para ver quién ofrece la respuesta más dura a las bravatas de Hamás y dado que la capacidad del Gobierno egipcio para mediar en un nuevo alto el fuego más sólido que el anterior se ha visto gravemente perjudicada por sus propias tensiones con los islamistas de Gaza, una operación militar masiva de Israel era sólo una cuestión de tiempo.


Un ataque contra una tierra tan poblada propicia acusaciones de crímenes de guerra
La falta de cauces políticos es lo que ha convertido este conflicto en tal tragedia humana y ha hecho que la acción militar sea el único lenguaje de comunicación entre las dos partes. Hamás e Israel se obstinan en negarse mutuamente, la comunidad internacional ha boicoteado a Hamás por su negativa a incorporarse al proceso de paz encabezado por el Cuarteto, y la Unión Europea ha seguido los pasos de la obcecada política de Estados Unidos de permitir que se desmorone el acuerdo de La Meca. Dicho acuerdo ofrecía la oportunidad, por endeble que fuera, de que un movimiento palestino unido pudiera alcanzar un acuerdo negociado con Israel. Ahora, para Israel, se trata de decidir si invadir Gaza u optar por una táctica diferente. Pero Hamás tampoco está libre de contradicciones. Tanto Israel como Hamás están atrapados en un dilema aparentemente irresoluble.

Hamás, como autoridad, debe ser juzgado por su capacidad de proporcionar seguridad y un gobierno decente a la población de Gaza, pero, como movimiento, es incapaz de traicionar su empeño implacable de combatir al ocupante israelí hasta la muerte. Al fin y al cabo, no ganó las elecciones para lograr la paz con Israel ni mejorar las relaciones con Estados Unidos. Por muy prometedoras que resulten algunas señales esporádicas de que se aproxima al campo del realismo político, entre sus prioridades inmediatas no está el traicionar su propia raison d'etre mostrando su apoyo al proceso de Annápolis de los estadounidenses.

La ofensiva de cohetes Kassam de Hamás, que ha convertido todo el Neguev occidental en rehén de los caprichos de los escuadrones islamistas, no es un intento de arrastrar a Israel a una costosa invasión que podría sacudir su régimen, sino una medida destinada a establecer un equilibrio de amenazas basado en mantener vivas las llamas de un conflicto de baja intensidad aunque se acuerde una nueva tregua.

Un Hamás cada vez más arrogante y extremadamente bien armado confiaba en que se acordara dicha tregua sólo a cambio de nuevas concesiones de Israel y Egipto: la apertura de los pasos de Gaza, entre ellos el paso de Rafah, controlado por los egipcios (inflexibles en su postura de que debe permanecer cerrado), la liberación de presos de Hamás en Egipto, la suspensión de las operaciones de Israel contra activistas de Hamás en Cisjordania y el derecho a responder a cualquier supuesta violación del alto el fuego por parte de Israel.

Sin embargo, la actitud de Hamás ha demostrado ser un peligroso ejercicio de política suicida, porque un conflicto de baja intensidad puede degenerar fácilmente en una auténtica llamarada si, como ha ocurrido ahora, la contención exhibida hasta el momento por los israelíes se vuelve políticamente insostenible. A diferencia del ataque de Israel contra Hezbolá en el verano de 2006, la operación actual no es una reacción impulsiva desencadenada por un inesperado casus belli; es una decisión que pretende cambiar la ecuación estratégica entre Israel y el régimen de Hamás en Gaza.

Hamás también ha estado jugando con fuego en el frente egipcio. Mostró su rechazo con su altanera interrupción del proceso de reconciliación con la OLP de Mahmud Abbas encabezado por Egipto y al comprometerse a desbaratar la iniciativa egipcia y saudí para ampliar el mandato presidencial de Abbas hasta 2010. Hamás ha dejado claro que, cuando termine oficialmente la presidencia de Abbas, el 9 de enero, preferiría nombrar en su lugar al presidente del Parlamento palestino, un miembro del movimiento que se encuentra en una prisión israelí.

El radicalismo de Hamás no carece de propósito político. Lo que está llevando a cabo es un intento de enterrar definitivamente lo poco que queda de la solución de los dos Estados. Los pobres resultados del proceso de Oslo hasta ahora son, para Hamás, nada más que la confirmación de su opinión de siempre, que Oslo estaba condenado al fracaso y que Israel y Estados Unidos nunca tuvieron intención de respetar los requisitos mínimos del nacionalismo palestino. Hamás nunca ha sido indiferente a los cálculos políticos cotidianos, pero tampoco se limita exclusivamente a ellos. Es un movimiento fundamentalmente religioso que opina que el futuro pertenece al islam y que se ve, en el futuro, envuelto en una lucha armada a largo plazo por la liberación de toda Palestina.

Tampoco fue completamente irracional el ejercicio de política suicida, porque el legado del intento frustrado de Israel de destruir Hezbolá en 2006 es que el aparato militar israelí se ha dedicado, por primera vez en la historia del país, a propugnar la contención y oponerse a las acciones más duras propuestas en las reuniones del consejo de ministros. El ejército no quería esta guerra; estaba resignado a que era inevitable. La resistencia de Israel a lanzar un ataque masivo contra el régimen de Hamás en Gaza nace de un análisis detallado de los límites de lo que se puede lograr por la fuerza, hasta el punto de que el ministro Barak estaba dispuesto a pagar un alto precio político, en plena temporada de elecciones, al aceptar una nueva tregua incluso aunque Hamás la violase de forma intermitente.

Un ataque militar contra una franja de tierra tan pequeña y tan densamente poblada, en la que Hamás ha utilizado de forma sistemática a los civiles como escudos humanos, no tiene más remedio que someter al ejército israelí a acusaciones de crímenes de guerra. Por muy justificada que esté la actuación de Israel, y por mucho que la comunidad internacional critique el régimen represivo y oscurantista de Hamás en Gaza, tardaremos poco en ver que la cobertura de las bajas civiles en los medios de comunicación pone a Israel, y no Hamás, en la picota de la opinión internacional. Israel preferiría evitar a toda costa una invasión masiva, aunque sólo sea porque la reocupación de Gaza significaría tener que volver a asumir la responsabilidad exclusiva del millón y medio de palestinos que hoy viven bajo control de Hamás.

Pero, aunque Israel esté dispuesto a absorber el precio de las duras condenas internacionales, no está nada claro qué significa verdaderamente un triunfo en una guerra así. ¿Es una opción realista pensar en derrocar el régimen de Hamás? Tal vez caiga el Gobierno de Ismail Hanyieh, pero Hamás seguiría siendo un poderoso producto natural de Palestina que agruparía a su alrededor a la población. E, incluso bajo una nueva ocupación israelí, el ocupante podría sufrir la humillación suprema si se siguen lanzando misiles Kassam mientras las divisiones acorazadas israelíes se despliegan en la franja.

Y, por último, después de que se haya asestado un golpe mortal a lo que quedaba del proceso de paz y los cementerios de Israel y una Gaza devastada vuelvan a llenarse de víctimas, Israel querría salir de esa trampa y volver a negociar otro alto el fuego... con el mismo Hamás.


Shlomo Ben-Ami, antiguo ministro de Exteriores de Israel, es en la actualidad vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Su último libro es Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Project Syndicate, 2008.

LA PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS DE LOS PALESTINOS

La protección de los derechos de los palestinos
KAREN ABUZAYD 30/12/2008

Diario El País.



En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento revolucionario que acaba de cumplir 60 años, la comunidad internacional proclama que "la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana". Asimismo, la Declaración establece como la más elevada aspiración "el advenimiento de un mundo en que los seres humanos (sean) liberados del temor y de la miseria".

El bloqueo inhumano de Gaza castiga al millón y medio de habitantes de la franja
Sesenta años después, la brecha entre retórica y realidad, sobre todo en el caso del pueblo palestino, debería provocar un examen de conciencia por parte de la comunidad internacional.

El elevado número de muertos en el territorio palestino de Gaza debería hacernos cuestionar nuestro compromiso con la defensa del derecho a la vida, el más fundamental de todos los derechos humanos, protegido por un variado número de instrumentos internacionales. Antes incluso de que acabe este año, más de 500 palestinos, entre ellos más de 70 niños, han muerto víctimas del conflicto israelo-palestino, más del doble que en el 2005. Once israelíes han perdido la vida en el mismo periodo.

Cabe recordar que, a pesar de sus recientes violaciones, el alto el fuego proclamado de manera informal el pasado mes de junio fue bienvenido por israelíes y palestinos. En aras de proteger el derecho más fundamental, el de la vida humana, esperemos que se restablezca ese alto el fuego.

El derecho a la libertad de movimiento promulgado en el artículo 13 de la Declaración Universal sigue siendo un anhelo distante para muchos palestinos. El bloqueo inhumano de Gaza, que numerosos responsables de Naciones Unidas han condenado por castigar colectivamente al millón y medio de habitantes de la franja, y los más de 600 obstáculos físicos que obstaculizan el movimiento de los palestinos en Cisjordania, son un recordatorio tangible del fracaso de la comunidad internacional para defender los valores de este artículo.

Con aproximadamente 10.000 palestinos en cárceles israelíes, de los cuales 325 son niños, las afirmaciones de que "todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona" y "nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes" acarrean tristes connotaciones hoy en día. Junto a estos abusos, hay estadísticas que hablan de la falta de protección de un gran número de derechos sociales y económicos palestinos. Por ejemplo, más de la mitad de la población de Gaza vive por debajo del umbral absoluto de la pobreza. Estamos, pues, ante una crisis humanitaria, pero una crisis que ha sido deliberadamente impuesta por los actores políticos y por las opciones que han tomado.

La crisis es el resultado de las políticas que le han sido infligidas al pueblo palestino. ¿No ha llegado el momento de corregir esas políticas y darles otro enfoque? ¿No ha llegado el momento de examinar nuestro compromiso con los nobles principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos? Englobándolos a todos, figura el derecho a la autodeterminación, el derecho a tener un Estado propio, del cual los palestinos se han visto privados durante 60 años. El Estado es la institución que mejor puede proteger los derechos de sus ciudadanos. En UNRWA, como encargados de proporcionar asistencia hasta que el problema de los refugiados palestinos se resuelva en el contexto de un tratado de paz, nos percatamos con dolor de esta situación, al igual que cualquier otra agencia humanitaria que trabaje en Oriente Próximo.

Como agencia consagrada a la promoción de los estándares más altos de desarrollo humano, la protección de los derechos de los palestinos inspira cada acción de la UNRWA. Nuestros programas de educación y salud contribuyen a la protección de un amplio abanico de derechos civiles y sociales. Nuestro programa de microcrédito se fundamenta en la obligación de ayudar a proporcionar trabajo a nuestros beneficiarios, a través del cual puedan mantener niveles decentes de vida para ellos y sus familias. A través de nuestros informes -el simple hecho de ser testigos-, UNRWA intenta diariamente hacer de la Declaración Universal una realidad para los refugiados a los que sirve.

Pero la brecha entre la palabra y la acción de la comunidad internacional deja perplejos a muchos palestinos. Encerrados en Gaza o esperando en los controles militares de Cisjordania, los palestinos sufren ante la más acuciante falta de protección. El resultado ha sido un cruel aislamiento respecto a la comunidad internacional, que ha ido generando desesperanza, desesperación y desánimo entre la población palestina. En estas circunstancias, el radicalismo y el extremismo emergen fácilmente. Pero esta tendencia se puede rectificar a través de la protección de los derechos fundamentales. Hagamos que la comunidad internacional considere la protección de los derechos de los palestinos como la esencia de todas sus intervenciones, ya sean de carácter humanitario o de desarrollo. Convirtamos en realidad la visión de los que firmaron la Declaración Universal, ya que el fracaso continuado de su aplicación constituye una vergüenza para todos.


Karen AbuZayd es Comisionada General de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA).

LAS PRACTICAS PARA ACABAR CON LA VIDA.


Las prácticas para acabar con la vida



Los argumentos a los que se recurre para justificar la práctica de la eutanasia giran alrededor de tres polos: el suicidio asistido, la compasión y la utilidad social y económica.



Prof. Michel SCHOOYANS, Universidad de Lovaina


Examen de los argumentos

El suicidio asistido

En este caso particular, constatamos, ante todo, que el médico parece llevar al enfermo a la convicción de ser inútil, de ya no tener a nadie que cuide de él y de deber, por tanto, desalojar lo antes posible.
Según la experiencia referida por numerosos psiquiatras que examinan los casos de intento de suicidio, muy a menudo esos actos fallidos manifiestan llamamientos desesperados, peticiones de ayuda. Por tanto, se corre el riesgo de que la persona que asiste al paciente que pide el suicidio asistido no perciba en él ese llamamiento latente, pero no descifrado. En consecuencia, esa petición de asistencia no se interpreta realmente como lo que es, o sea, como una demanda de ayuda, como una aspiración a la acogida calurosa de una persona desesperada.
Ante alguien que me comunica su decisión de suicidarse, puedo, pues, adoptar dos actitudes muy diferentes: o me dirijo a un vendedor de cuerdas para comprarle una y ayudarlo a ahorcarse, o, de modo más humano, me acerco a él, le hablo y trato de hacerle comprender que tiene aún valor ante los ojos de algunos, independientemente de las dificultades en las que se encuentra y que estoy dispuesto a afrontar junto con él.


La compasión
¿Con qué derecho o según qué criterios podemos decidir nosotros en lugar del enfermo? No tenemos ningún criterio que nos permita cuantificar el valor de la vida humana, sea la nuestra, sea la de los demás. Cuando decimos que cedemos a la compasión, en realidad deberíamos hablar de autocompasión, o sea, de una fuga frente a una situación que nos perturba, que queremos evitar, y ante la cual quisiéramos poder cerrar los ojos. Para nosotros que estamos bien y en pleno uso de nuestras facultades, esta visión de un ser que sufre es intolerable.
Sin embargo, ¿puedo resolver este problema, que se me plantea, a costa de la vida de otra persona, de alguien cuyo estado psíquico y mental no he tenido la posibilidad de conocer, sólo porque le resulta difícil expresarse de modo lúcido y normal? ¿No es demasiado aventurado recurrir a la eutanasia en esas circunstancias?


La utilidad social y económica
Las publicaciones que abordan este tema comienzan por desgracia, a divulgarse con gran intensidad y frecuencia. En muchos ambientes, tanto de nuestros países desarrollados como de los que están en vías de desarrollo, el hombre se ha convertido en una especie de producto que se fabrica, al que se da la vida o, por el contrario, se le niega sobre la base de algunos criterios utilitaristas, especialmente de utilidad social y económica.
En una entrevista publicada en L'avenir de la science, Jacques Attali hace algunas consideraciones muy precisas a este propósito «La eutanasia será uno de los instrumentos fundamentales de nuestras sociedades futuras, en cualquier caso. Para comenzar, en una lógica socialista, este problema se plantea así: la lógica socialista es la libertad y la libertad fundamental es el suicidio. Por consiguiente, el derecho al suicidio, directo o indirecto, en este tipo de sociedad es un valor absoluto. En una sociedad capitalista, se crearán y utilizarán máquinas para asesinar, instrumentos que permitirán eliminar la vida cuando llegue a ser insoportable o demasiado costosa desde el punto de vista económico. Pienso, por tanto, que la eutanasia, entendida como libertad o como mercancía, será una de las reglas de nuestras sociedades futuras» (p. 274 ss).


Consecuencias previsibles de la práctica de la eutanasia

Consideremos esas diversas argumentaciones, sobre todo la última, y saquemos algunas conclusiones previsibles que derivan de la práctica de la eutanasia, especialmente en los planos político, jurídico y médico


En el plano político

Ante todo, es necesario constatar que todas las democracias se fundan en el respeto incondicional a la vida humana; que, formulada de modo negativo, esta primera constatación lleva a reconocer que todas las guerras tienen como fin la eliminación de algunos seres humanos, y que las corrientes laicas figuran entre los factores que más han favorecido la reflexión sobre este punto. En el siglo XVIII, en particular, fueron unas de las primeras en señalar el valor de la vida humana cuyo respeto y garantía legal son fundamentales en una sociedad política democrática. Lo hicieron por ejemplo, en la Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano, en 1789.
En consecuencia, es de temer que un Estado que permite legalizar la eutanasia vaya a la deriva, llegando a lo que un autor de nuestros días llama el Estado criminal (Yves Trnon, Ed. du Seuil, París 1995). Todas nuestras sociedades occidentales se fundan en la concepción de la igual dignidad entre los hombres y del derecho inalienable a la vida, independientemente de su estado físico o psicológico y de su condición racial, social e intelectual. Por tanto, desde el momento en que se recurre a la regla de la mayoría para poner en tela de juicio, si fuera necesario mediante la eutanasia, ese pilar de cualquier sociedad democrática, surge en la sociedad una dinámica totalitaria. A decir verdad, las sociedades que han legalizado la eutanasia, precisamente mediante ese acto han mostrado que ya están comprometidas en un proceso de totalitarismo y, en última instancia, de crimen generalizado.


En el plano jurídico
A propósito de la eutanasia, ¿acaso no se está utilizando una táctica ya experimentada en otros ámbitos, es decir, la táctica de la derogación? Dicha táctica consta de dos fases. En primer lugar, se afirma con gran fuerza un principio general. Por ejemplo: «Todos los hombres tienen derecho a la vida». Inmediatamente después, se apresura a suprimir ese principio que se acaba de proclamar, aplicándole una serie de derogaciones. El primer artículo de la ley Veil sobre el aborto es un ejemplo perfecto de esa táctica de la derogación. Afirma: «La ley garantiza el respeto a todo ser humano, desde el momento de su concepción. No se podrá atentar contra este principio, salvo en caso de necesidad, conforme a las condiciones establecidas por la presente ley».
De ese modo, aumenta el riesgo de asistir a la instauración de la tiranía mediante la vía del derecho. La ley pierde el carácter específico que se le ha reconocido desde los tiempos de Solón en la antiguedad, a saber, el de ser la fortaleza del débil frente al fuerte. Por el contrario, se pone al servicio del más fuerte. No debemos olvidar que el positivismo jurídico, o sea, un derecho puramente codificado, que brota sólo de la voluntad de los hombres y, por tanto, es mudable y adaptable a todo tipo de voluntad arbitraria de los grupos más potentes, ha sido siempre la base de los sistemas autoritarios. Basta pensar en cómo el derecho, sin ninguna dificultad, se puso al servicio de la Alemania nazi, dado que numerosos autores habían hecho triunfar en ese país una concepción ultrapositivista del derecho. La ironía de la historia es que su principal defensor, Kelsen, acabó siendo víctima de la teoría del derecho que él mismo había promovido. Cuando Hitler subió al poder, el derecho, que habría podido constituir un dique antinazi, se mostró ineficaz, porque el positivismo jurídico ya había proporcionado a Hitler las bases teóricas de un derecho acorde con su proyecto de muerte.

En el plano médico

También aquí hay que temer que la historia se repita y que la profesión pierda, en parte, su credibilidad. Es evidente que el médico no puede cambiar de papel durante el día, y pasar de artífice de la vida a autor de la muerte. ¿No afirmó el mismo doctor Schwarzenberg que «para un médico, el único éxito profesional es curar»? Los pacientes no pueden vivir con el constante temor de la sentencia de muerte pronunciada por el propio médico. Por lo que concierne al personal sanitario, corre el riesgo de perder toda motivación y convertirse en víctima de la división y la desesperación vinculadas a la práctica de la eutanasia.
En resumen, habría que denunciar por extremo abuso de poder al Estado que otorgara a los médicos el enorme poder de decidir quién puede vivir y quién debe morir, o que les pidiera que practicaran la eutanasia. Sería conveniente, en especial para los más jóvenes, informarse acerca de los errores cometidos a lo largo de la historia, leyendo, por ejemplo, el libro del autor norteamericano Lifton Los médicos nazis (Ed. Laffont, París 1989). Buena parte de esta obra está dedicada a la eutanasia y a los otros excesos médicos que se cometieron en la Alemania nazi, apoyada en la complacencia y la complicidad de los juristas y los médicos.

Autor: Michel SCHOOYANS- Fecha: 2008-12-25

lunes, 29 de diciembre de 2008

ENTREVISTA A RÉGIS DEBRAY.


De Dios, me interesa el hombre

Revolucionario durante los años 60 y 70, el filósofo Régis Debray desvela, en esta entrevista concedida a Elisabeth Lévy, de Le Nouvelle Observateur, su curiosidad por el Dios de los católicos.



Al estudiar, en El fuego sagrado, la historia y la geografía de la pertenencia religiosa, usted muestra cómo ésta última es simultáneamente el más eficaz coagulante de las sociedades humanas. ¿Cómo es que usted, militante revolucionario que creció alimentado por el materialismo, ha llegado a darse cuenta de la importancia de Dios en la vida de los hombres?

Si me remonto a los orígenes, no puedo decir que una conmoción espiritual me haya conducido a la cuestión religiosa. Fue por un extrañamiento, amargo además; en Bolivia, en 1967, chocamos con la resistencia o la indiferencia de los indios ante el proyecto revolucionario. Yo era internacionalista convencido; estimaba que la Revolución es una patria y la Justicia un lugar donde ubicarse; y descubrí que había Otro y otros –en este caso los indios–, que no entendían nada de lo que les decíamos. Este descubrir memorias distintas, identidades diferentes e irreductibles, me condujo a interrogarme sobre el porqué de las diferencias entre grupos humanos. Las creencias son lo que subsiste y lo que resiste. Mi descubrimiento de lo religioso coincidió con mi sorpresa ante la diversidad de las culturas humanas. Pasó por la antropología más que por la teología. Finalmente, fue la atención a la realidad lo que me llevó a descubrir el inconsciente religioso, no en la mística, sino en la práctica.

Por consiguiente, lo religioso es para usted en primer lugar una realidad antropológica de gran profundidad. Pero su historia personal es la de un joven francés educado, si no en la fe, al menos en ese entorno, ¿no?

Católico sociológico, abandoné la fe cristiana y la práctica a los quince años, pasando directamente del mesianismo revelado a un mesianismo científico; un itinerario de lo más banal. Entre 1967 y 1971, tuve la gran suerte de pasar casi cuatro años en la cárcel, lo cual representa hoy en día la última y única oportunidad de pensar, leer, interrogarse... Como los carceleros, algo pánfilos, me prohibían las lecturas políticas, me volví hacia los libros de Historia, antigua y moderna, hacia Dostoïewski y Cervantes. Desde el punto de vista moral, siempre me ha llamado la atención el misterio que constituye la existencia de personas en una sociedad materializada, para las que no son determinantes el dinero, la vanidad o el poder. No me refiero únicamente a los monjes, a los que viven en clausura o a los ermitaños; sino también al cura de la parroquia más próxima, que no gana nada con ello. En una sociedad que ya no cree en el más allá, hay personas que se consagran a él y que, por eso mismo, se consagran al prójimo. Por eso no he tenido nunca reflejos anticlericales, ni siquiera durante mis años revolucionarios. Yo consideraba al cura como el hermano gemelo del militante, especialmente en Iberoamérica, donde los católicos constituyen el trasfondo básico del socialismo. Eso da que pensar a cualquiera que no le conceda la última palabra al supermercado y a la cuenta bancaria. Tal desconcertante virtud de abnegación, la he encontrado en el sacerdote, en el militante y en el artista; tres categorías que suscitan mi respeto. Cuando se plantea uno la cuestión de las mediaciones materiales de la cultura, se descubre el misterio de la Encarnación y se encuentran en la teología cristiana claves intelectuales que permiten comprender la actualidad y analizar, incluso siendo profanos, realidades complejas como la comunicación, las instituciones, la pertenencia. Sencillamente, no se puede tirar el inmenso capital teológico acumulado a la basura de las ideas desfasadas. Si admitimos que una sociedad funciona gracias a las creencias, por consiguiente, gracias al creer y al hacer creer, llegamos a lo religioso.
Estudiar la cuestión religiosa es dotarse de medios para dar con la clave del enigma. Hay que preguntarse cómo las religiones, oficiales o no, han conseguido crear cierto orgullo colectivo e hilos conductores capaces de desafiar los siglos.

¿No encontró en usted ninguna resistencia al introducirse en ese terreno minado?

Quizás sentí temor del qué dirán, o, más bien, de que pudiera crearse cierto malentendido: en cuanto un laico se interesa por la religión, en seguida le consideran a uno como un iluminado o un confusionista. Lo cual no quita que muchos hombres serios del siglo XIX, uno de los siglos más racionalistas de la Historia, se interesaron por el fenómeno religioso: Renan, Victor Hugo... Y no se puede decir que fueran ratas de sacristía.

En el fondo, usted no cree en Dios, sino en lo religioso, en su fuerza y en su belleza.

Tampoco admito que se reduzca lo religioso a la superstición, al obscurantismo y a la guerra. Eso no es más que la mitad del programa. Lo religioso es algo que impulsa a los hombres a vivir, amar y entregarse. Cada día estoy más convencido de que la única manera de estudiar al hombre, con todas sus contradicciones, es estudiarlo desde el prisma de su historia religiosa, de su proyección en lo sobrenatural. Si el hombre es un animal más interesante que los demás es porque tiene ilusiones, un pasado, un futuro.

La izquierda es su familia política e intelectual. Sin embargo, en su patrimonio genético encontramos, en el mejor de los casos, una gran incomprensión, y en el peor, una franca hostilidad respecto a la religión. ¿Cómo se apaña usted con ello?

Para empezar, diré que siempre ha habido una izquierda cristiana. Hubo incluso una revolución cristiana en 1848. Libertad, Igualdad, Fraternidad: los tres términos se encuentran en el Telémaco, de Fenelon. Toda la utopía socialista de aquella época es una utopía cristiana. La laicidad nació anticlerical por necesidad. Pero los inventores de la laicidad no fueron en absoluto antireligiosos. Jules Ferry quería integrar los deberes hacia Dios en el programa de la escuela laica. La tendencia comecuras no es representativa de la laicidad en sus orígenes.

Agnóstico, quiso que su hijo fuera bautizado, como dando a entender que no se transmite la vida sin transmitir al mismo tiempo una pertenencia.

No se puede respetar la pertenencia de los demás si no se asume la propia, al menos a título conservador. He querido que fuera bautizado mi hijo, como lo había sido mi hija. Luego, ellos decidirán si quieren ser realmente cristianos. Me gusta la idea de conversión. No elegimos a nuestra madre, pero elegimos nuestra fe.


No le veo excesivamente preocupado por la evolución del Islam que, en el mundo entero, Francia incluída, ha reencontrado su fuerza de cohesión después del fracaso de los nacionalismos árabes. ¿Le parece equivocada la tesis del peligro islámico?


Lo que está claro es que, en el mundo entero, tendremos que enfrentarnos con una formidable insurrección identitaria, cosa que se le escapa por completo a George W. Bush. Se dará cuenta de que no se puede imponer la ley americana como ley mundial sin pagar un precio por ello. Los americanos no son los únicos con derecho a tener una antropología. Los demás también la tienen.

No se permite usted ninguna incursión en el ámbito de la espiritualidad, pero tampoco esconde la admiración y quizás la secreta envidia que le inspiran los grandes espirituales como los monjes...

Me fascina la capacidad de algunos de nuestros contemporáneos para vivir en ruptura con los ídolos actuales: el dinero, el erotismo y el individuo-rey. Frente a ellos, me siento como el hombre discapacitado que mira al campeón del mundo de los cien metros. Porque a esos grandes deportistas de Dios yo los veo, personalmente, como atletas de lo humano. Llevan al extremo la capacidad que tiene el hombre de sobrepasarse infinitamente.

Traducción: Teresa Martín
Autor: Régis Debray- Fecha: 2008-12-25