miércoles, 13 de agosto de 2008

ENTREVISTA CON EL FILÓSOFO ROBERT SPAEMANN.


Robert Spaemann: «La verdadera tolerancia exige tener convicciones»


9-06-2005
Revista Alfa y Omega



El filósofo alemán Robert Spaemann visitó recientemente España y pronunció una conferencia acerca de La confianza, en la sede del IESE en Madrid. En esta entrevista con Alfa y Omega apunta algunas de la claves de la situación social de Occidente.

¿Hay razones para confiar en el ambiente social y político del Occidente actual?

No hacen falta unos motivos explícitos para tener confianza, porque es algo, de por sí, natural. Hoy hay muchos motivos para desconfiar, pero no bastan en absoluto. Hace poco un chico fue a un cine y pidió una entrada con el precio reducido de estudiante, pero no tenía el carnet que lo acreditaba. La señora le respondió: «No te conozco, así que no tengo motivos para desconfiar de ti»; y le hizo la rebaja. Es un caso ilustrativo. Hace falta conocer a la persona para desconfiar de ella.

Al inicio de su pontificado, el Papa Benedicto XVI habló del relativismo como uno de los grandes problemas del mundo de hoy. ¿Coincide con este diagnóstico?

Es estupendo que el nuevo Papa haya descrito esta situación con la expresión dictadura del relativismo. Este relativismo se esconde detrás de la palabra tolerancia. La verdadera tolerancia, en cambio, presupone que hay convicciones; las convicciones son algo valioso para el hombre. Hoy, en nombre de la tolerancia, se prohíben las convicciones. Si hoy alguien manifiesta una convicción firme, se le llama intolerante.

¿De dónde procede esta convicción anticatólica por parte de quienes hablan constantemente de tolerancia?

El relativismo siempre es, por definición, anticatólico. Hay un desarrollo de la filosofía durante años que acaba por negar al hombre la capacidad de acceder a la verdad. Nietzsche advirtió con toda claridad el meollo del problema: «Si Dios no existe, entonces no existe la verdad». Lo que habría entonces son perspectivas individuales, pero no un ideal común, válido para todos. Como Nietzsche no aceptaba que Dios existiese, dedujo como consecuencia que no podía haber verdad. No era tan tonto como para no pensar que el resultado sería una tolerancia generalizada; así, dijo con claridad que la tolerancia era una convicción más, al igual que lo es la intolerancia. La verdadera tolerancia, en cambio, supone que el hombre puede distinguir la verdad de la falsedad.

Entonces, ¿es la gente la que recoge el pensamiento del filósofo, o es el filósofo el que expresa lo que las personas comunes viven? ¿Quién va por delante?

Hay un desarrollo paralelo. La filosofía es resultado y, al mismo tiempo, configuradora del sentido común. Por ejemplo, antes de Marx ya había socialismo, pero sin su teoría del materialismo dialéctico no habrían existido Stalin y Lenin. La influencia de la filosofía es lenta, a largo plazo.

Así, hoy en día, sin un pensador señero que combata este relativismo, ¿es el turno de la gente corriente?

Tiene razón; parece que le toca ahora actuar a la gente corriente. La filosofía no está presente de modo adecuado en nuestro tiempo. Si pensamos, por ejemplo, en acontecimientos como la caída del Muro de Berlín y del Telón de acero, vemos que detrás no había una teoría filosófica, sino la expresión inmediata del deseo de la gente sencilla; no había detrás una inspiración ideológica. O, pensando en el movimiento del sindicato Solidaridad, en Polonia, tampoco había detrás una elaboración filosófica.

Se podría pensar que el cambio debería venir de mano de los jóvenes, pero son precisamente las principales víctimas del relativismo.

Los adultos no tienen hijos; hay un retroceso demográfico que quita fuerza a la juventud. En las elecciones políticas, el voto que se busca es el de los mayores. De todos modos, no hay que idealizar en exceso a la juventud. A veces ha sido protagonista de cambios catastróficos, como en la Alemania de entreguerras, cuando los nazis controlaron las asociaciones juveniles; o la Revolución cultural, en China, para la que Mao utilizó a los jóvenes estudiantes.

Antes hablábamos del nuevo Papa. ¿Qué opina de él y qué espera de su pontificado?

Le conozco personalmente; en enero pasado cenamos juntos. Estoy contento y feliz de esta elección. Era el colaborador más estrecho del Papa anterior, y es de esperar que continúe en su línea pastoral. Además, tiene una preparación teológica más fuerte que Juan Pablo II, que era más filósofo. Benedicto XVI tiene un gran conocimiento de la teología protestante, y es amigo de destacados líderes de estas confesiones. Es sobrio y discreto, y no se planteará llevar a cabo gestos de tipo simbólico que puedan ser malinterpretados, sino que emprenderá acciones más sobrias y de tipo más técnico.

¿Qué opina de la situación en España, por lo que puede conocer?

Me parece que el actual Gobierno español no tiene como preocupación primordial el velar por la unidad de la sociedad española, sino más bien realiza planteamientos extremistas, ideologizados, que tienden a separar, polarizar y buscar la confrontación.


Juan Luis Vázquez

EL MULTICULTURALISMO


Slavoj Zizek

¿Cómo se relaciona, entonces, el universo del Capital con la forma del Estado – Nación en nuestra era de capitalismo global? Tal vez esta relación sea mejor denominarla "autocolonización" con el funcionamiento multinacional del Capital, ya no nos hallamos frente a la oposición estándar entre metrópolis y países colonizados. La empresa global rompe el cordón umbilical que la une a su nación materna y trata a su país de origen simplemente como otro territorio que debe ser colonizado. Esto es lo que perturba tanto al populismo de derecha con inclinaciones patrióticas, desde Le Pen hasta Buchanan: el hecho de que las nuevas multinacionales tengan hacia el pueblo francés o norteamericano exactamente la misma actitud que hacia el pueblo de México, Brasil o Taiwán. ¿No hay una especie de justicia poética en este giro autorreferencial? Hoy el capitalismo global –después del capitalismo nacional y de su fase colonialista/ internacionalista –entraña nuevamente una especie de "negación de la negación". En un principio (desde luego, ideal) el capitalismo se circunscribe a los confines del Estado-Nación y se ve acompañado del comercio internacional (el intercambio entre Estados – Nación soberanos); luego sigue la relación de colonización, en la cual el país colonizador subordina y explota (económica, política y culturalmente) al país colonizado. Como culminación de este proceso hallamos la paradoja de la colonización en la cual sólo hay colonias, no países colonizadores: el poder colonizador no proviene más del Estado – Nación, sino que surge directamente de las empresas globales. A la larga, no sólo terminaremos usando la ropa de una República Bananera, sino que viviremos en repúblicas bananeras.

Y desde luego, la forma ideal de la ideología de este capitalismo global es la del multiculturalismo, esa actitud que –desde una suerte de posición global vacía- trata a cada cultura local como el colonizador trata al pueblo colonizado: como "nativos", cuya mayoría debe ser estudiada y "respetada" cuidadosamente. Es decir, la relación entre el colonialismo imperialista tradicional y la autocolonización capitalista global es exactamente la misma que la relación entre el imperialismo cultural occidental y el multiculturalismo: de la misma forma que en el capitalismo global existe la paradoja de la colonización sin la metrópolis colonizante de tipo Estado-Nación, en el multiculturalismo existe una distancia eurocentrista condescendiente y/o respetuosa para con las culturas locales, sin echar raíces en ninguna cultura en particular. En otras palabras, el multiculturalismo es una forma de racismo negada, invertida, autorreferencial, un "racismo con distancia": "respeta" la identidad del Otro, concibiendo a éste como una comunidad "auténtica" cerrada, hacia la cual él, el multiculturalista, mantiene una distancia que se hace posible gracias a su posición universal privilegiada. El multiculturalismo es un racismo que vacía su posición de todo contenido positivo (el multiculturalismo no es directamente racista, no opone al Otro los valores particulares de su propia cultura), pero igualmente mantiene esta posición como un privilegiado punto vacío de universalidad, desde el cual uno puede apreciar adecuadamente las otras culturas particulares: el respeto multiculturalista por la especificidad del Otro es precisamente la forma de reafirmar la propia superioridad.

http://www.redfilosofica.de/zizek2002.html