martes, 30 de diciembre de 2008

LA RELIGION ¿INVISIBLE?


La religión, ¿invisible?
OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL Sábado, 27-12-08 ABC


En 1967 se publicaba en alemán y en 1973 se traducía al español el libro del sociólogo T. Luckman, La religión invisible. En él se analizaba el lugar de la religión en la sociedad industrializada y pluralista. Se preveía una retirada de la religión del ámbito público a la esfera privada, de una función oficialmente estructuradora a otra sólo inspiradora, de su dimensión institucional a una vigencia estrictamente individual. Eran los años en que el marxismo difuso en toda Europa otorgaba a la economía y a la política la condición de fuerzas sustentadoras de la sociedad, haciendo de todo lo demás (ética, religión, derecho...) puras funciones derivadas de aquellas. Desde ahí se preveía la desaparición de la religión del horizonte público en los próximos años. Más recientemente en Francia M.Gauchet y L. Ferry han pronosticado la salida de la religión de los entramados sociales para convertirse en mero fermento de sentido para la vida privada, en su libro: Lo religioso después de la religión (2004).
¿Cuál es el resultado de tales pronósticos? Parecía en aquellos días que la secularización de la sociedad, de las instituciones y de las conciencias era irreversible, que conquistaría el terreno en un proceso, que nada podría detener. Tal pronóstico sólo parcialmente se ha cumplido. La caída del marxismo, la afirmación beligerante del islam, los movimientos carismáticos de tan distinta índole existentes en el mundo, las diversas teologías de la liberación que inciden sobre la religiosidad popular y sus elementos emocionales, la inexistencia en nuestro horizonte de grandes proyectos éticos de sentido, esperanza y justicia: todo ello ha quebrado la credibilidad de aquellas propuestas secularizadoras. Hoy las dos potencias más inspiradoras de lo humano son las culturas y las religiones.
La situación resultante es una escisión en dos posturas extremas: la que sigue pretendiendo que la religión sea la clave primera y suprema de estructuración de la sociedad y la que se empeña en recluir la religión y reducir los grupos religiosos al puro ámbito individual, convirtiéndolos así en sectas. Entre las teocracias de muy distinto signo y las sectas hay que situar la religión en las sociedades modernas. Estas deben ofrecer espacios públicos abiertos a todos los que, respetando el recto ordenamiento jurídico, el bien común y el orden público, aportan sus valores e ideales a la vida común. El Estado no tiene autoridad para prohibir, imponer o privilegiar a unos grupos sobre otros. El criterio para apoyarlos será su respeto a los derechos humanos junto con los ideales, valores y derechos configuradores de nuestra historia (que no puede ser trasmutada por real gana o arbitraria decisión de un gobierno), su presencia real en la sociedad, su cooperación tanto al fortalecimiento de las instituciones como a la superación de las necesidades, y la realidad numérica de unos y otros grupos. El Estado no puede emitir juicios sobre los contenidos específicos de cada uno de esos grupos. La categoría primera es la libertad de los ciudadanos, y desde ella unos configurarán su identidad desde la religión y otros desde la increencia. El espacio público no es de ninguno de ellos: ambos están igualmente legitimados a expresarse dentro de él y a configurarlo según sus convicciones forjadas en libertad.
La religión es una forma de ejercitación en libertad y por tanto afecta a todas las dimensiones de la persona, que es interior y exterior, privada y pública, individual y comunitaria. Justamente porque se refiere a Dios, absoluto y trascendente, es principio de sentido para todo, pero no sustituye a nada ni hace innecesaria la ejercitación de todas las demás potencias, instancias y ejercitaciones mediante las cuales se articula la vida social, intelectual, moral y política. Dios es para el hombre en un sentido todo, en cuanto principio de nuestro ser, sentido de nuestra existencia y dinamismo de nuestro futuro. El funda, inspira y sostiene todos los dinamismos de nuestra vida, pero no sustituye a ninguno de ellos en el orden material e histórico. El nos entrega el mundo como materia de nuestra libertad; y en el ejercicio de esta consiste nuestra dignidad de seres creados a imagen y semejanza de Dios.
El catolicismo se encuentra ante una historia nueva, que no puede ser ni la repetición de la historia anterior ni el tránsito a la privaticidad o al sectarismo. Una sociedad sin referencias últimas, en mero individualismo y en despreocupación por los grandes valores comunes, está condenada a la anomia y a la desesperación. «La liberación de la conciencia humana de las constricciones, que la estructura social sacralizada ejercía, representa una ocasión sin precedentes históricos porque puede afirmarse para todos la autonomía de la vida individual. Pero contiene un serio peligro: el de causar un retirarse en masa hacia la esfera privada mientras ´arde Roma´» (T.Luckmann). Una sociedad sin el cultivo de proyectos éticos, de la memoria histórica, de las raíces éticas y de los signos religiosos que han nutrido la trayectoria anterior, sucumbirá a la desmoralización y a la violencia.
El cristianismo es religión de trascendencia a la vez que de encarnación. Dios es real y se ha manifestado en la historia; a su reconocimiento abren la fe y un trascenderse del hombre más allá de la inmediatez de las cosas. Por ello Dios, Cristo y la Iglesia nunca podrán ser visibles como lo son la torre Eiffel, la Cibeles o el mar Mediterráneo. Son tan reales para el creyente como lo son la justicia para el hombre bueno, la belleza para quien tiene sentido estético, la música para quien no es sordo o la pintura para quien tiene ojos iluminados. El cristianismo es a la vez religión de encarnación, y en ese sentido es visible, perceptible y verificable. Surge de la acción, de la palabra, de las huellas y signos de Dios en Cristo; no es sólo religión de la conciencia o de la palabra sino también de la historia y de la carne. Dios es real para el hombre que es carne y tiempo, porque él se hizo carne y tiempo. Eso es lo que los cristianos confiesan y de eso es signo la Navidad. Los poetas fueron los más lúcidos adivinos de esa necesidad del hombre: ver a Dios con los propios ojos. «Dios visible es mi alimento» (L. Rosales). R. Browning, en su poema Saúl escribía: «Esta es la debilidad en la fortaleza por la que yo grito, mi carne, que yo busco / en la Divinidad. En ella la busco y la encuentro. Saúl, vendrá / una Faz igual a la mía que te recibirá: un Hombre igual que yo/ que tu podrás amar y por el que serás amado para siempre».
La religión es el grito y susurro, nunca agotados en la historia de la humanidad, que rompen la soledad y las cerraduras del mundo. El cristianismo es la confesión de un mundo abierto a la esperanza porque previamente el Creador se nos ha abierto a nosotros, creándonos ojos nuevos para reconocerle Encarnado. Hacer silencio sobre esa historia de gracia y recluirnos en nuestros límites mortales es cercenar la mejor posibilidad humana: ver al Invisible, extendernos hasta el Infinito, vivir de una esperanza última que se revela matriz fecunda de esperanzas, creaciones y credenciales temporales. Los cristianos no pueden sucumbir ni a la provocación ni al silencio.
Al Dios que se nos ha hecho visible en la encarnación, los creyentes le trasparentan visible mediante actos explícitamente confesantes en sus celebraciones e instituciones propias, mediante las expresiones públicas y mediante el testimonio personal. A través de esas tres formas le hacen perceptible, inteligible y creíble. No le podemos callar, ocultar ni trasmutar, porque Dios es mucho más que ética o cultura; y no es reducible a ellas. Cada una de esas visibilizaciones de Dios tiene su lugar, lenguaje y signos apropiados, que no son intercambiables. Discernir y ejercitar los signos propios de esa visibilidad, haciendo justicia a la confesión cristiana a la vez que al ordenamiento jurídico y a la realidad social es un doble imperativo: tanto del cristiano y de la Iglesia para ejercitarlo como del Estado para reconocerlo. Con asombro y ternura estuvo Dios entre los hombres: con asombro y ternura podemos estar los hombres ante Dios. Ese es el último fundamento de la gloria y alegría de los mortales.

SOLIDARIDAD NECESARIA


Solidaridad necesaria
SAMI NAÏR 27/12/2008
Diario El País.



Estamos ante un gran viraje sobre la inmigración. La adopción de la circular de junio de 2008 ya indicaba que a partir de ese momento la UE no se andaría con demasiadas consideraciones morales en la gestión de las migraciones no europeas en el seno del mercado único. Prevalecería la ley de la "la preferencia europea" y todos aquellos que no tuvieran la suerte de tener la nacionalidad de uno de los Estados de la Unión deberían aceptar, si hubiesen emigrado ilegalmente, acabar en centros de internamiento por períodos de hasta 18 meses antes de ser expulsados.

Varios gobiernos, entre ellos el español, dijeron sin embargo que no modificarían en nada su legislación sobre el período de retención. Vemos hoy lo que está ocurriendo: en todas partes los poderes públicos alargan el período de retención (en España pasamos de unos días a tres meses), y todo hace pensar que nos encaminamos hacia medidas aún más drásticas. Y lo haremos con más facilidad en la medida en que la grave crisis económica actual hace comprensibles a ojos de la opinión pública todas las represalias sociales y jurídicas que afectan a los derechos de los inmigrantes.

La situación ya era difícil para los trabajadores no residentes en la UE. Los plazos para obtener los permisos de residencia eran sospechosamente largos, las trabas administrativas constantes, e incluso ocurrió que dirigentes políticos reclamaran una especie de "apartheid escolar" para "proteger" el nivel educativo de los autóctonos ante los hijos de inmigrantes presumiblemente menos permeables a las culturas de los países de acogida.

Los inmigrantes tienen las espaldas anchas. Y a partir de ahora están en el ojo del huracán. La crisis social que se avecina no será generosa con ellos. Se prevén varios millones de desempleados en Europa. Son los primeros afectados. Y hay una diferencia en el trato de unos y de otros. Los que provienen de países del Este, amparados por la directiva de junio de 2007, al menos estarán a salvo de las expulsiones. Pero ello no significa que estén protegidos.

Los demás se encontrarán en una situación más frágil. Millones de ucranianos, moldavos, rusos, que sufren a veces graves enfermedades, ya no podrán recibir cuidados médicos en Europa. En Alemania se habla de varios millones de personas a quienes se les niega el acceso a cuidados de primera necesidad en los hospitales. Además, es probable que dentro de poco los inmigrantes tengan que aguantar duras campañas para que vuelvan a "su casa".

Deberán también atenerse a un crecimiento de la propaganda xenófoba, que ciertos partidos conservadores no desaprovecharán para debilitar o reforzar electoralmente a los partidos en el poder. La competencia en el mercado de trabajo también nos librará de muchos tabúes morales, y podemos temer que la lógica de la "preferencia nacional", ayer argumento de la extrema derecha racista a la francesa, hoy oficialmente instalada en la Italia de Berlusconi, se convertirá en legítima un poco en todas partes. El discurso sobre la "necesaria restricción de los derechos sociales en tiempos de crisis" se convertirá en una evidencia, según el viejo principio de la privatización de los beneficios para unos y de la socialización de las pérdidas para otros.

En España el Gobierno no quiere dejarse llevar por este ciclo. Tiene razón. Pero ¿podrá realmente hacerle frente? Debería en todo caso poner menos el acento en el "retorno" de los inmigrantes y más en su integración en tiempos de crisis. Es cierto que la mayoría de gobiernos europeos defienden una política de "retorno" a los países de origen. Pero esto nunca ha funcionado. ¿Por qué tendría hoy que ser diferente en el contexto de una crisis mundial que desestabilizará aún con mayor dureza a los países pobres de los que provienen los trabajadores extranjeros?

Harían falta al menos dos requisitos para que esta política saliera adelante: la puesta en marcha con los países de origen de vastos programas de reinserción socio-laboral financiados a largo plazo y la posibilidad de retorno al país de acogida sin límites de tiempo de residencia en el país de acogida; dicho de otra manera, que el derecho al permiso de residencia en el país de acogida no sea retirado. Pero es poco probable que los gobiernos europeos acepten, porque no han entendido bien las dinámicas migratorias modernas. Para que el retorno pueda ser atractivo, los inmigrantes legalmente instalados tienen que poder beneficiarse del derecho de libre circulación. El retorno se convertiría en un derecho más y no en un castigo debido al desempleo. Este sistema funcionaba muy bien entre Francia y los países del Magreb, así como entre Alemania y Turquía antes de que se cerraran las fronteras. Podría convertirse de nuevo en una buena solución en una situación de crisis.

El futuro es sombrío para los inmigrantes. Por ello la solidaridad será en 2009 más necesaria que nunca, ya que si es legítimo dejar de acoger a trabajadores en tiempos de desempleo, también es imperativo defender los derechos de quienes han contribuido al desarrollo de la riqueza colectiva.


Traducción de M. Sampons.

LA AGONÍA DE GAZA Y LA TRAMPA DE ISRAEL.

La agonía de Gaza y la trampa de Israel
Aunque Israel esté dispuesto a arrostrar las condenas por la muerte de civiles palestinos, no está claro cómo puede triunfar en un conflicto como el actual. ¿Es realista pensar en derrocar a Hamás?
SHLOMO BEN-AMI 30/12/2008


Diario El País

Con todos los cohetes que se lanzan a diario contra las ciudades israelíes desde la franja de Gaza, más la rivalidad entre los políticos israelíes para ver quién ofrece la respuesta más dura a las bravatas de Hamás y dado que la capacidad del Gobierno egipcio para mediar en un nuevo alto el fuego más sólido que el anterior se ha visto gravemente perjudicada por sus propias tensiones con los islamistas de Gaza, una operación militar masiva de Israel era sólo una cuestión de tiempo.


Un ataque contra una tierra tan poblada propicia acusaciones de crímenes de guerra
La falta de cauces políticos es lo que ha convertido este conflicto en tal tragedia humana y ha hecho que la acción militar sea el único lenguaje de comunicación entre las dos partes. Hamás e Israel se obstinan en negarse mutuamente, la comunidad internacional ha boicoteado a Hamás por su negativa a incorporarse al proceso de paz encabezado por el Cuarteto, y la Unión Europea ha seguido los pasos de la obcecada política de Estados Unidos de permitir que se desmorone el acuerdo de La Meca. Dicho acuerdo ofrecía la oportunidad, por endeble que fuera, de que un movimiento palestino unido pudiera alcanzar un acuerdo negociado con Israel. Ahora, para Israel, se trata de decidir si invadir Gaza u optar por una táctica diferente. Pero Hamás tampoco está libre de contradicciones. Tanto Israel como Hamás están atrapados en un dilema aparentemente irresoluble.

Hamás, como autoridad, debe ser juzgado por su capacidad de proporcionar seguridad y un gobierno decente a la población de Gaza, pero, como movimiento, es incapaz de traicionar su empeño implacable de combatir al ocupante israelí hasta la muerte. Al fin y al cabo, no ganó las elecciones para lograr la paz con Israel ni mejorar las relaciones con Estados Unidos. Por muy prometedoras que resulten algunas señales esporádicas de que se aproxima al campo del realismo político, entre sus prioridades inmediatas no está el traicionar su propia raison d'etre mostrando su apoyo al proceso de Annápolis de los estadounidenses.

La ofensiva de cohetes Kassam de Hamás, que ha convertido todo el Neguev occidental en rehén de los caprichos de los escuadrones islamistas, no es un intento de arrastrar a Israel a una costosa invasión que podría sacudir su régimen, sino una medida destinada a establecer un equilibrio de amenazas basado en mantener vivas las llamas de un conflicto de baja intensidad aunque se acuerde una nueva tregua.

Un Hamás cada vez más arrogante y extremadamente bien armado confiaba en que se acordara dicha tregua sólo a cambio de nuevas concesiones de Israel y Egipto: la apertura de los pasos de Gaza, entre ellos el paso de Rafah, controlado por los egipcios (inflexibles en su postura de que debe permanecer cerrado), la liberación de presos de Hamás en Egipto, la suspensión de las operaciones de Israel contra activistas de Hamás en Cisjordania y el derecho a responder a cualquier supuesta violación del alto el fuego por parte de Israel.

Sin embargo, la actitud de Hamás ha demostrado ser un peligroso ejercicio de política suicida, porque un conflicto de baja intensidad puede degenerar fácilmente en una auténtica llamarada si, como ha ocurrido ahora, la contención exhibida hasta el momento por los israelíes se vuelve políticamente insostenible. A diferencia del ataque de Israel contra Hezbolá en el verano de 2006, la operación actual no es una reacción impulsiva desencadenada por un inesperado casus belli; es una decisión que pretende cambiar la ecuación estratégica entre Israel y el régimen de Hamás en Gaza.

Hamás también ha estado jugando con fuego en el frente egipcio. Mostró su rechazo con su altanera interrupción del proceso de reconciliación con la OLP de Mahmud Abbas encabezado por Egipto y al comprometerse a desbaratar la iniciativa egipcia y saudí para ampliar el mandato presidencial de Abbas hasta 2010. Hamás ha dejado claro que, cuando termine oficialmente la presidencia de Abbas, el 9 de enero, preferiría nombrar en su lugar al presidente del Parlamento palestino, un miembro del movimiento que se encuentra en una prisión israelí.

El radicalismo de Hamás no carece de propósito político. Lo que está llevando a cabo es un intento de enterrar definitivamente lo poco que queda de la solución de los dos Estados. Los pobres resultados del proceso de Oslo hasta ahora son, para Hamás, nada más que la confirmación de su opinión de siempre, que Oslo estaba condenado al fracaso y que Israel y Estados Unidos nunca tuvieron intención de respetar los requisitos mínimos del nacionalismo palestino. Hamás nunca ha sido indiferente a los cálculos políticos cotidianos, pero tampoco se limita exclusivamente a ellos. Es un movimiento fundamentalmente religioso que opina que el futuro pertenece al islam y que se ve, en el futuro, envuelto en una lucha armada a largo plazo por la liberación de toda Palestina.

Tampoco fue completamente irracional el ejercicio de política suicida, porque el legado del intento frustrado de Israel de destruir Hezbolá en 2006 es que el aparato militar israelí se ha dedicado, por primera vez en la historia del país, a propugnar la contención y oponerse a las acciones más duras propuestas en las reuniones del consejo de ministros. El ejército no quería esta guerra; estaba resignado a que era inevitable. La resistencia de Israel a lanzar un ataque masivo contra el régimen de Hamás en Gaza nace de un análisis detallado de los límites de lo que se puede lograr por la fuerza, hasta el punto de que el ministro Barak estaba dispuesto a pagar un alto precio político, en plena temporada de elecciones, al aceptar una nueva tregua incluso aunque Hamás la violase de forma intermitente.

Un ataque militar contra una franja de tierra tan pequeña y tan densamente poblada, en la que Hamás ha utilizado de forma sistemática a los civiles como escudos humanos, no tiene más remedio que someter al ejército israelí a acusaciones de crímenes de guerra. Por muy justificada que esté la actuación de Israel, y por mucho que la comunidad internacional critique el régimen represivo y oscurantista de Hamás en Gaza, tardaremos poco en ver que la cobertura de las bajas civiles en los medios de comunicación pone a Israel, y no Hamás, en la picota de la opinión internacional. Israel preferiría evitar a toda costa una invasión masiva, aunque sólo sea porque la reocupación de Gaza significaría tener que volver a asumir la responsabilidad exclusiva del millón y medio de palestinos que hoy viven bajo control de Hamás.

Pero, aunque Israel esté dispuesto a absorber el precio de las duras condenas internacionales, no está nada claro qué significa verdaderamente un triunfo en una guerra así. ¿Es una opción realista pensar en derrocar el régimen de Hamás? Tal vez caiga el Gobierno de Ismail Hanyieh, pero Hamás seguiría siendo un poderoso producto natural de Palestina que agruparía a su alrededor a la población. E, incluso bajo una nueva ocupación israelí, el ocupante podría sufrir la humillación suprema si se siguen lanzando misiles Kassam mientras las divisiones acorazadas israelíes se despliegan en la franja.

Y, por último, después de que se haya asestado un golpe mortal a lo que quedaba del proceso de paz y los cementerios de Israel y una Gaza devastada vuelvan a llenarse de víctimas, Israel querría salir de esa trampa y volver a negociar otro alto el fuego... con el mismo Hamás.


Shlomo Ben-Ami, antiguo ministro de Exteriores de Israel, es en la actualidad vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Su último libro es Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Project Syndicate, 2008.

LA PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS DE LOS PALESTINOS

La protección de los derechos de los palestinos
KAREN ABUZAYD 30/12/2008

Diario El País.



En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento revolucionario que acaba de cumplir 60 años, la comunidad internacional proclama que "la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana". Asimismo, la Declaración establece como la más elevada aspiración "el advenimiento de un mundo en que los seres humanos (sean) liberados del temor y de la miseria".

El bloqueo inhumano de Gaza castiga al millón y medio de habitantes de la franja
Sesenta años después, la brecha entre retórica y realidad, sobre todo en el caso del pueblo palestino, debería provocar un examen de conciencia por parte de la comunidad internacional.

El elevado número de muertos en el territorio palestino de Gaza debería hacernos cuestionar nuestro compromiso con la defensa del derecho a la vida, el más fundamental de todos los derechos humanos, protegido por un variado número de instrumentos internacionales. Antes incluso de que acabe este año, más de 500 palestinos, entre ellos más de 70 niños, han muerto víctimas del conflicto israelo-palestino, más del doble que en el 2005. Once israelíes han perdido la vida en el mismo periodo.

Cabe recordar que, a pesar de sus recientes violaciones, el alto el fuego proclamado de manera informal el pasado mes de junio fue bienvenido por israelíes y palestinos. En aras de proteger el derecho más fundamental, el de la vida humana, esperemos que se restablezca ese alto el fuego.

El derecho a la libertad de movimiento promulgado en el artículo 13 de la Declaración Universal sigue siendo un anhelo distante para muchos palestinos. El bloqueo inhumano de Gaza, que numerosos responsables de Naciones Unidas han condenado por castigar colectivamente al millón y medio de habitantes de la franja, y los más de 600 obstáculos físicos que obstaculizan el movimiento de los palestinos en Cisjordania, son un recordatorio tangible del fracaso de la comunidad internacional para defender los valores de este artículo.

Con aproximadamente 10.000 palestinos en cárceles israelíes, de los cuales 325 son niños, las afirmaciones de que "todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona" y "nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes" acarrean tristes connotaciones hoy en día. Junto a estos abusos, hay estadísticas que hablan de la falta de protección de un gran número de derechos sociales y económicos palestinos. Por ejemplo, más de la mitad de la población de Gaza vive por debajo del umbral absoluto de la pobreza. Estamos, pues, ante una crisis humanitaria, pero una crisis que ha sido deliberadamente impuesta por los actores políticos y por las opciones que han tomado.

La crisis es el resultado de las políticas que le han sido infligidas al pueblo palestino. ¿No ha llegado el momento de corregir esas políticas y darles otro enfoque? ¿No ha llegado el momento de examinar nuestro compromiso con los nobles principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos? Englobándolos a todos, figura el derecho a la autodeterminación, el derecho a tener un Estado propio, del cual los palestinos se han visto privados durante 60 años. El Estado es la institución que mejor puede proteger los derechos de sus ciudadanos. En UNRWA, como encargados de proporcionar asistencia hasta que el problema de los refugiados palestinos se resuelva en el contexto de un tratado de paz, nos percatamos con dolor de esta situación, al igual que cualquier otra agencia humanitaria que trabaje en Oriente Próximo.

Como agencia consagrada a la promoción de los estándares más altos de desarrollo humano, la protección de los derechos de los palestinos inspira cada acción de la UNRWA. Nuestros programas de educación y salud contribuyen a la protección de un amplio abanico de derechos civiles y sociales. Nuestro programa de microcrédito se fundamenta en la obligación de ayudar a proporcionar trabajo a nuestros beneficiarios, a través del cual puedan mantener niveles decentes de vida para ellos y sus familias. A través de nuestros informes -el simple hecho de ser testigos-, UNRWA intenta diariamente hacer de la Declaración Universal una realidad para los refugiados a los que sirve.

Pero la brecha entre la palabra y la acción de la comunidad internacional deja perplejos a muchos palestinos. Encerrados en Gaza o esperando en los controles militares de Cisjordania, los palestinos sufren ante la más acuciante falta de protección. El resultado ha sido un cruel aislamiento respecto a la comunidad internacional, que ha ido generando desesperanza, desesperación y desánimo entre la población palestina. En estas circunstancias, el radicalismo y el extremismo emergen fácilmente. Pero esta tendencia se puede rectificar a través de la protección de los derechos fundamentales. Hagamos que la comunidad internacional considere la protección de los derechos de los palestinos como la esencia de todas sus intervenciones, ya sean de carácter humanitario o de desarrollo. Convirtamos en realidad la visión de los que firmaron la Declaración Universal, ya que el fracaso continuado de su aplicación constituye una vergüenza para todos.


Karen AbuZayd es Comisionada General de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA).

LAS PRACTICAS PARA ACABAR CON LA VIDA.


Las prácticas para acabar con la vida



Los argumentos a los que se recurre para justificar la práctica de la eutanasia giran alrededor de tres polos: el suicidio asistido, la compasión y la utilidad social y económica.



Prof. Michel SCHOOYANS, Universidad de Lovaina


Examen de los argumentos

El suicidio asistido

En este caso particular, constatamos, ante todo, que el médico parece llevar al enfermo a la convicción de ser inútil, de ya no tener a nadie que cuide de él y de deber, por tanto, desalojar lo antes posible.
Según la experiencia referida por numerosos psiquiatras que examinan los casos de intento de suicidio, muy a menudo esos actos fallidos manifiestan llamamientos desesperados, peticiones de ayuda. Por tanto, se corre el riesgo de que la persona que asiste al paciente que pide el suicidio asistido no perciba en él ese llamamiento latente, pero no descifrado. En consecuencia, esa petición de asistencia no se interpreta realmente como lo que es, o sea, como una demanda de ayuda, como una aspiración a la acogida calurosa de una persona desesperada.
Ante alguien que me comunica su decisión de suicidarse, puedo, pues, adoptar dos actitudes muy diferentes: o me dirijo a un vendedor de cuerdas para comprarle una y ayudarlo a ahorcarse, o, de modo más humano, me acerco a él, le hablo y trato de hacerle comprender que tiene aún valor ante los ojos de algunos, independientemente de las dificultades en las que se encuentra y que estoy dispuesto a afrontar junto con él.


La compasión
¿Con qué derecho o según qué criterios podemos decidir nosotros en lugar del enfermo? No tenemos ningún criterio que nos permita cuantificar el valor de la vida humana, sea la nuestra, sea la de los demás. Cuando decimos que cedemos a la compasión, en realidad deberíamos hablar de autocompasión, o sea, de una fuga frente a una situación que nos perturba, que queremos evitar, y ante la cual quisiéramos poder cerrar los ojos. Para nosotros que estamos bien y en pleno uso de nuestras facultades, esta visión de un ser que sufre es intolerable.
Sin embargo, ¿puedo resolver este problema, que se me plantea, a costa de la vida de otra persona, de alguien cuyo estado psíquico y mental no he tenido la posibilidad de conocer, sólo porque le resulta difícil expresarse de modo lúcido y normal? ¿No es demasiado aventurado recurrir a la eutanasia en esas circunstancias?


La utilidad social y económica
Las publicaciones que abordan este tema comienzan por desgracia, a divulgarse con gran intensidad y frecuencia. En muchos ambientes, tanto de nuestros países desarrollados como de los que están en vías de desarrollo, el hombre se ha convertido en una especie de producto que se fabrica, al que se da la vida o, por el contrario, se le niega sobre la base de algunos criterios utilitaristas, especialmente de utilidad social y económica.
En una entrevista publicada en L'avenir de la science, Jacques Attali hace algunas consideraciones muy precisas a este propósito «La eutanasia será uno de los instrumentos fundamentales de nuestras sociedades futuras, en cualquier caso. Para comenzar, en una lógica socialista, este problema se plantea así: la lógica socialista es la libertad y la libertad fundamental es el suicidio. Por consiguiente, el derecho al suicidio, directo o indirecto, en este tipo de sociedad es un valor absoluto. En una sociedad capitalista, se crearán y utilizarán máquinas para asesinar, instrumentos que permitirán eliminar la vida cuando llegue a ser insoportable o demasiado costosa desde el punto de vista económico. Pienso, por tanto, que la eutanasia, entendida como libertad o como mercancía, será una de las reglas de nuestras sociedades futuras» (p. 274 ss).


Consecuencias previsibles de la práctica de la eutanasia

Consideremos esas diversas argumentaciones, sobre todo la última, y saquemos algunas conclusiones previsibles que derivan de la práctica de la eutanasia, especialmente en los planos político, jurídico y médico


En el plano político

Ante todo, es necesario constatar que todas las democracias se fundan en el respeto incondicional a la vida humana; que, formulada de modo negativo, esta primera constatación lleva a reconocer que todas las guerras tienen como fin la eliminación de algunos seres humanos, y que las corrientes laicas figuran entre los factores que más han favorecido la reflexión sobre este punto. En el siglo XVIII, en particular, fueron unas de las primeras en señalar el valor de la vida humana cuyo respeto y garantía legal son fundamentales en una sociedad política democrática. Lo hicieron por ejemplo, en la Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano, en 1789.
En consecuencia, es de temer que un Estado que permite legalizar la eutanasia vaya a la deriva, llegando a lo que un autor de nuestros días llama el Estado criminal (Yves Trnon, Ed. du Seuil, París 1995). Todas nuestras sociedades occidentales se fundan en la concepción de la igual dignidad entre los hombres y del derecho inalienable a la vida, independientemente de su estado físico o psicológico y de su condición racial, social e intelectual. Por tanto, desde el momento en que se recurre a la regla de la mayoría para poner en tela de juicio, si fuera necesario mediante la eutanasia, ese pilar de cualquier sociedad democrática, surge en la sociedad una dinámica totalitaria. A decir verdad, las sociedades que han legalizado la eutanasia, precisamente mediante ese acto han mostrado que ya están comprometidas en un proceso de totalitarismo y, en última instancia, de crimen generalizado.


En el plano jurídico
A propósito de la eutanasia, ¿acaso no se está utilizando una táctica ya experimentada en otros ámbitos, es decir, la táctica de la derogación? Dicha táctica consta de dos fases. En primer lugar, se afirma con gran fuerza un principio general. Por ejemplo: «Todos los hombres tienen derecho a la vida». Inmediatamente después, se apresura a suprimir ese principio que se acaba de proclamar, aplicándole una serie de derogaciones. El primer artículo de la ley Veil sobre el aborto es un ejemplo perfecto de esa táctica de la derogación. Afirma: «La ley garantiza el respeto a todo ser humano, desde el momento de su concepción. No se podrá atentar contra este principio, salvo en caso de necesidad, conforme a las condiciones establecidas por la presente ley».
De ese modo, aumenta el riesgo de asistir a la instauración de la tiranía mediante la vía del derecho. La ley pierde el carácter específico que se le ha reconocido desde los tiempos de Solón en la antiguedad, a saber, el de ser la fortaleza del débil frente al fuerte. Por el contrario, se pone al servicio del más fuerte. No debemos olvidar que el positivismo jurídico, o sea, un derecho puramente codificado, que brota sólo de la voluntad de los hombres y, por tanto, es mudable y adaptable a todo tipo de voluntad arbitraria de los grupos más potentes, ha sido siempre la base de los sistemas autoritarios. Basta pensar en cómo el derecho, sin ninguna dificultad, se puso al servicio de la Alemania nazi, dado que numerosos autores habían hecho triunfar en ese país una concepción ultrapositivista del derecho. La ironía de la historia es que su principal defensor, Kelsen, acabó siendo víctima de la teoría del derecho que él mismo había promovido. Cuando Hitler subió al poder, el derecho, que habría podido constituir un dique antinazi, se mostró ineficaz, porque el positivismo jurídico ya había proporcionado a Hitler las bases teóricas de un derecho acorde con su proyecto de muerte.

En el plano médico

También aquí hay que temer que la historia se repita y que la profesión pierda, en parte, su credibilidad. Es evidente que el médico no puede cambiar de papel durante el día, y pasar de artífice de la vida a autor de la muerte. ¿No afirmó el mismo doctor Schwarzenberg que «para un médico, el único éxito profesional es curar»? Los pacientes no pueden vivir con el constante temor de la sentencia de muerte pronunciada por el propio médico. Por lo que concierne al personal sanitario, corre el riesgo de perder toda motivación y convertirse en víctima de la división y la desesperación vinculadas a la práctica de la eutanasia.
En resumen, habría que denunciar por extremo abuso de poder al Estado que otorgara a los médicos el enorme poder de decidir quién puede vivir y quién debe morir, o que les pidiera que practicaran la eutanasia. Sería conveniente, en especial para los más jóvenes, informarse acerca de los errores cometidos a lo largo de la historia, leyendo, por ejemplo, el libro del autor norteamericano Lifton Los médicos nazis (Ed. Laffont, París 1989). Buena parte de esta obra está dedicada a la eutanasia y a los otros excesos médicos que se cometieron en la Alemania nazi, apoyada en la complacencia y la complicidad de los juristas y los médicos.

Autor: Michel SCHOOYANS- Fecha: 2008-12-25

lunes, 29 de diciembre de 2008

ENTREVISTA A RÉGIS DEBRAY.


De Dios, me interesa el hombre

Revolucionario durante los años 60 y 70, el filósofo Régis Debray desvela, en esta entrevista concedida a Elisabeth Lévy, de Le Nouvelle Observateur, su curiosidad por el Dios de los católicos.



Al estudiar, en El fuego sagrado, la historia y la geografía de la pertenencia religiosa, usted muestra cómo ésta última es simultáneamente el más eficaz coagulante de las sociedades humanas. ¿Cómo es que usted, militante revolucionario que creció alimentado por el materialismo, ha llegado a darse cuenta de la importancia de Dios en la vida de los hombres?

Si me remonto a los orígenes, no puedo decir que una conmoción espiritual me haya conducido a la cuestión religiosa. Fue por un extrañamiento, amargo además; en Bolivia, en 1967, chocamos con la resistencia o la indiferencia de los indios ante el proyecto revolucionario. Yo era internacionalista convencido; estimaba que la Revolución es una patria y la Justicia un lugar donde ubicarse; y descubrí que había Otro y otros –en este caso los indios–, que no entendían nada de lo que les decíamos. Este descubrir memorias distintas, identidades diferentes e irreductibles, me condujo a interrogarme sobre el porqué de las diferencias entre grupos humanos. Las creencias son lo que subsiste y lo que resiste. Mi descubrimiento de lo religioso coincidió con mi sorpresa ante la diversidad de las culturas humanas. Pasó por la antropología más que por la teología. Finalmente, fue la atención a la realidad lo que me llevó a descubrir el inconsciente religioso, no en la mística, sino en la práctica.

Por consiguiente, lo religioso es para usted en primer lugar una realidad antropológica de gran profundidad. Pero su historia personal es la de un joven francés educado, si no en la fe, al menos en ese entorno, ¿no?

Católico sociológico, abandoné la fe cristiana y la práctica a los quince años, pasando directamente del mesianismo revelado a un mesianismo científico; un itinerario de lo más banal. Entre 1967 y 1971, tuve la gran suerte de pasar casi cuatro años en la cárcel, lo cual representa hoy en día la última y única oportunidad de pensar, leer, interrogarse... Como los carceleros, algo pánfilos, me prohibían las lecturas políticas, me volví hacia los libros de Historia, antigua y moderna, hacia Dostoïewski y Cervantes. Desde el punto de vista moral, siempre me ha llamado la atención el misterio que constituye la existencia de personas en una sociedad materializada, para las que no son determinantes el dinero, la vanidad o el poder. No me refiero únicamente a los monjes, a los que viven en clausura o a los ermitaños; sino también al cura de la parroquia más próxima, que no gana nada con ello. En una sociedad que ya no cree en el más allá, hay personas que se consagran a él y que, por eso mismo, se consagran al prójimo. Por eso no he tenido nunca reflejos anticlericales, ni siquiera durante mis años revolucionarios. Yo consideraba al cura como el hermano gemelo del militante, especialmente en Iberoamérica, donde los católicos constituyen el trasfondo básico del socialismo. Eso da que pensar a cualquiera que no le conceda la última palabra al supermercado y a la cuenta bancaria. Tal desconcertante virtud de abnegación, la he encontrado en el sacerdote, en el militante y en el artista; tres categorías que suscitan mi respeto. Cuando se plantea uno la cuestión de las mediaciones materiales de la cultura, se descubre el misterio de la Encarnación y se encuentran en la teología cristiana claves intelectuales que permiten comprender la actualidad y analizar, incluso siendo profanos, realidades complejas como la comunicación, las instituciones, la pertenencia. Sencillamente, no se puede tirar el inmenso capital teológico acumulado a la basura de las ideas desfasadas. Si admitimos que una sociedad funciona gracias a las creencias, por consiguiente, gracias al creer y al hacer creer, llegamos a lo religioso.
Estudiar la cuestión religiosa es dotarse de medios para dar con la clave del enigma. Hay que preguntarse cómo las religiones, oficiales o no, han conseguido crear cierto orgullo colectivo e hilos conductores capaces de desafiar los siglos.

¿No encontró en usted ninguna resistencia al introducirse en ese terreno minado?

Quizás sentí temor del qué dirán, o, más bien, de que pudiera crearse cierto malentendido: en cuanto un laico se interesa por la religión, en seguida le consideran a uno como un iluminado o un confusionista. Lo cual no quita que muchos hombres serios del siglo XIX, uno de los siglos más racionalistas de la Historia, se interesaron por el fenómeno religioso: Renan, Victor Hugo... Y no se puede decir que fueran ratas de sacristía.

En el fondo, usted no cree en Dios, sino en lo religioso, en su fuerza y en su belleza.

Tampoco admito que se reduzca lo religioso a la superstición, al obscurantismo y a la guerra. Eso no es más que la mitad del programa. Lo religioso es algo que impulsa a los hombres a vivir, amar y entregarse. Cada día estoy más convencido de que la única manera de estudiar al hombre, con todas sus contradicciones, es estudiarlo desde el prisma de su historia religiosa, de su proyección en lo sobrenatural. Si el hombre es un animal más interesante que los demás es porque tiene ilusiones, un pasado, un futuro.

La izquierda es su familia política e intelectual. Sin embargo, en su patrimonio genético encontramos, en el mejor de los casos, una gran incomprensión, y en el peor, una franca hostilidad respecto a la religión. ¿Cómo se apaña usted con ello?

Para empezar, diré que siempre ha habido una izquierda cristiana. Hubo incluso una revolución cristiana en 1848. Libertad, Igualdad, Fraternidad: los tres términos se encuentran en el Telémaco, de Fenelon. Toda la utopía socialista de aquella época es una utopía cristiana. La laicidad nació anticlerical por necesidad. Pero los inventores de la laicidad no fueron en absoluto antireligiosos. Jules Ferry quería integrar los deberes hacia Dios en el programa de la escuela laica. La tendencia comecuras no es representativa de la laicidad en sus orígenes.

Agnóstico, quiso que su hijo fuera bautizado, como dando a entender que no se transmite la vida sin transmitir al mismo tiempo una pertenencia.

No se puede respetar la pertenencia de los demás si no se asume la propia, al menos a título conservador. He querido que fuera bautizado mi hijo, como lo había sido mi hija. Luego, ellos decidirán si quieren ser realmente cristianos. Me gusta la idea de conversión. No elegimos a nuestra madre, pero elegimos nuestra fe.


No le veo excesivamente preocupado por la evolución del Islam que, en el mundo entero, Francia incluída, ha reencontrado su fuerza de cohesión después del fracaso de los nacionalismos árabes. ¿Le parece equivocada la tesis del peligro islámico?


Lo que está claro es que, en el mundo entero, tendremos que enfrentarnos con una formidable insurrección identitaria, cosa que se le escapa por completo a George W. Bush. Se dará cuenta de que no se puede imponer la ley americana como ley mundial sin pagar un precio por ello. Los americanos no son los únicos con derecho a tener una antropología. Los demás también la tienen.

No se permite usted ninguna incursión en el ámbito de la espiritualidad, pero tampoco esconde la admiración y quizás la secreta envidia que le inspiran los grandes espirituales como los monjes...

Me fascina la capacidad de algunos de nuestros contemporáneos para vivir en ruptura con los ídolos actuales: el dinero, el erotismo y el individuo-rey. Frente a ellos, me siento como el hombre discapacitado que mira al campeón del mundo de los cien metros. Porque a esos grandes deportistas de Dios yo los veo, personalmente, como atletas de lo humano. Llevan al extremo la capacidad que tiene el hombre de sobrepasarse infinitamente.

Traducción: Teresa Martín
Autor: Régis Debray- Fecha: 2008-12-25

viernes, 19 de diciembre de 2008

ENTREVISTA A AQUILINO POLAINO-LORENTE.


primera parte de la entrevista concedida en exclusiva a diarioya.es
Pilar Muñoz/Rafael Nieto. 18 de Septiembre.

Aquilino Polaino no es políticamente correcto, y en los tiempos que corren, esa es una de sus innumerables virtudes. Una de las mayores autoridades en Psiquiatría que hay en España y en Europa, su impresionante curriculum le convierte en una verdadera eminencia en algunos temas, entre los que destaca la tan polémica ideología de género. Miembro del Consejo Asesor de este periódico, el Doctor Polaino nos recibe en su despacho, encantado de dialogar con una brillantísima colega suya (nuestra colaboradora Pilar Muñoz, que ha elaborado la columna central de esta entrevista) y con un periodista que ha aprendido mucho al lado de tanta ciencia.


Señor Polaino, un tema muy actual es el denominado “ideología de género”, sobre él se habla sin entender muy bien de qué se trata. ¿Estamos ante un tema social, o más bien, ante una corriente de pensamiento cuya finalidad es la modificación del concepto tradicional familiar?

Bueno, estamos ante un tema de mucho calado, de mucha hondura…, probablemente, ante una de las columnas vertebrales del cambio social en el siglo XXI. Por tanto de moda nada, y el horizonte desde el que cabe analizarlo es amplísimo. Se puede hacer una consideración un poquito “light” de la ideología de género, o se puede entrar en los intríngulis de la teoría de género como filosofía, y claro eso llevaría más tiempo. Es una de las cuestiones que están previstas por la ingeniería social y avanzará progresivamente, si no se le desenmascara y critica. Si la ideología de género triunfara produciría un vuelco cultural que haría irreconocible a Occidente.

¿Puede responder, teniendo en cuenta a Engels, a un proceso de lucha de clases, iniciado en 1884, y que en la actualidad decide considerar al sexo femenino como susceptible de mano de obra, en vez de origen y garante de crianza y educación familiar?

Para entender bien la ideología de género hay que irse al neomarxismo, y de mano de las feministas. En el fondo es replicar a Engels, pero en una cuestión antropológicamente más relevante que en el planteamiento inicial de Engels. El neomarxismo que está cobijado en la ideología de género, a la que sostiene, es mucho más radical, más disolvente del hombre, de la persona, que el marxismo tradicional. ¿Por qué?, porque ahora no se habla de opresores y oprimidos, en relación con la propiedad privada, el trabajo o los bienes de producción que, entonces, era lo que provocaba la lucha de clases. Una vez que el “paraíso marxista” no se ha alcanzado, y ha fracasado, el marxismo actual es mucho más disolvente. Ahora no se trata de la propiedad que enajena a la persona, sino de la familia. Es la “abolición de género” lo que se está pidiendo en este momento, de manera que en una sociedad progresivamente democrática cada mujer se niegue a ser madre, porque la maternidad estorba a su realización como persona. Esto está relacionado también con la “autoconstrucción del hombre”, con la “autoproducción de sí mismo”. Pero la idea de que cada uno sea su propio arquitecto tiene escaso fundamento y, en la práctica, no es posible la auto-producción de sí. La ideología de género distingue entre “género” y “sexo”. La afirmación de que el “género” es cultural y el “sexo” es biológico, y que lo que hay que hacer es cambiar sexo por género, de forma que cada cual elija el “género” que quiera es otra de las metas que se propone el “constructivismo social”. Es proponer que las personas se autoconstruyan culturalmente en el género que desean, sin tener en cuenta ningún determinante biológico o corporal. En mi opinión esta hipótesis es contraria a la realidad, utópica y sin fundamento psicológico alguno.

Es decir, que se estaría configurando un nuevo ser…

Un nuevo ser que es artificialmente construido, y que va en contra del ser originario. La ideología de género se está generalizando actualmente, tal vez porque a pesar de su sinrazón dispone de un punto de verdad…

¿Cuál es?

El punto de verdad es que toda la cultura ha sido construida, diseñada y llevada a cabo desde lo masculino. Y a la mujer se la ha desplazado a tareas menos relevantes. Pero sobre ese punto de verdad, lo que se está exigiendo es un cambio de mentalidad, un cambio en el mapa cognitivo de las representaciones mentales de los ciudadanos -lo que llaman ustedes los periodistas “el imaginario colectivo”-, y eso es totalmente distinto y muy poco practicable. Hay un punto de verdad, pero bueno, la mujer ya se ha incorporado masivamente al trabajo, y espero que también en los salarios haya igualdad. En lo que no va a haber igualdad, porque es imposible, es en que el hombre y la mujer sean lo mismo. O, como ahora se va a enseñar a los niños, que elijan el género que quieren tener, porque la autoproducción de sí mismo es inviable, es imposible. Hay también otra pequeña verdad: las personas cuando nacen no están hechas, tienen que hacerse. Pero se hacen de acuerdo con las condiciones naturales que han recibido –que no son modificables ni están sometidas a su voluntad-, con la educación que reciben, con el esfuerzo que ponen en aprender y con el uso que cada persona hace de su libertad. Esa es la parte de lo conquistado, en el hacerse humano. Pero lo dado (lo natural que ha recibido) y lo conquistado (lo que cada persona alcanza con su libre trayectoria biográfica) están siempre articulados e integrados en la singularidad de la persona. Lo conquistado no puede abolir, extinguir y disolver lo dado, porque lo conquistado parte de lo dado, que es anterior y superior a lo conquistado. Lo conquistado sin lo dado carece de fundamento. Nada se puede construir sobre el vacío. De aquí que tal intento de autoconstrucción personal, además de imposible y utópico, sea radicalmente frustrante para la persona que lo intenta .

Usted ha dicho que la ideología de género está calando socialmente, y que la único arma para defenderse de ello es la capacidad crítica. ¿Qué le parece la noticia sobre unos universitarios (a los que se supone esa capacidad crítica) que van a celebrar próximamente el primer día del orgullo bisexual?, ¿estamos ante una generación perdida?

Considero que para llegar a un diagnóstico tan fuerte sería preciso matizar mucho más. De acuerdo con el pluralismo cultural que hay ahora en nuestro país, afortunadamente, hay que afirmar que hay universitarios que discrepan críticamente de ello, aunque sean minoritarios. Por tanto, tengo algunas dudas sobre ese diagnóstico maximalista. Sí se puede decir que un gran contingente de la población universitaria no es crítica, no piensa, se deja conducir por las modas. Son dependientes de sofismas tan erróneos como amplia es su circulación social. Algunos sostienen que “si una persona opta por la bisexualidad, y eso le produce placer y le hace feliz”, a ellos no les importa. El argumento que están empleando es el siguiente: “No hacen daño a nadie, así es que habrá que darles libertad”. Efectivamente. Pero el planteamiento es incorrecto, porque una persona bisexual se hace daño a sí misma, y por esa vía no podrá ser feliz. Además, a los demás sí les debe importar, aunque sólo sea por aquello del deber humanitario de ayudarle a que no se haga daño a sí misma. Porque cuando una persona se hace daño a sí misma, en su persona, nos está haciendo daño a todas las personas, porque todos somos interdependientes. Cuando una persona sufre, en gran parte todos sufrimos con él. Y esto no es por catolicismo oficial, sino porque estamos así hechos, y así es nuestra condición humana. La condición humana es naturalmente solidaria. Si vemos un accidente en el que a un perro le atropella un camión, y lo vemos cómo mueve la patita izquierda y cómo está muriéndose y no puede respirar, a cualquier persona que vea esa escena le cambia el rostro. Se nota que se compadece y sufre. En eso consiste la conmiseración, la compasión. Esa es una dimensión humana que está ahí. Por tanto, yo creo que mucha gente que asista a esa “celebración”, probablemente no sabe lo que está haciendo, y simplemente lo que le gusta y busca es otra cosa: la movida, estar juntos, conocer gente, tomar unas copas y encontrarse con otras personas. El motivo aparente de ese encuentro le importa muy poco, como si fuera otro o lo contrario también asistiría. Otra cosa es que como tal hecho constituye una parte importante de la siembra cultural que se pretende hacer. Con la repetición de convocatorias como esta, llega un momento en el que las personas sin formación no distinguen si hay error o no. Al final, el error va penetrando y habitando en las cabezas de quienes no se han atrevido a pensar por cuenta propia.

Volviendo a lo que antes comentaba sobre lo dado y lo conquistado, y repasando a algunos autores, el Dr. Money habla de un experimento realizado con gemelos, y luego refutado por el Dr. Diamond, en el cual encontró la barbaridad, el desorden mental y afectivo que provocó ese experimento en uno de los gemelos, cuando se intentó disociar el sexo del género. ¿Nos podría comentar algo al respecto, si esta adulteración perversa nos pone en la pista de que no hay que perder lo natural como punto de referencia?

Hay que considerar lo que es la libertad humana, porque ahí está la clave. Cualquier persona realista sabe que la persona es libre, y de eso tenemos todos experiencia empírica. Pero hay que saber que esa libertad está condicionada. Primero, porque es una libertad encarnada. La libertad humana no es algo abstracto, sino que se encarna en un cuerpo. Por tanto, si esa libertad está condicionada por el cuerpo, además de por otros muchos factores (la cultura, los propios límites que cada persona tiene, etc.) esa libertad no es absoluta ni puede serlo. Intentar abolir el sexo y el género, o en una primera etapa sustituir sexo por género -de acuerdo con un diseño en el que uno es el arquitecto de sí mismo-, es hacer de la libertad un absoluto. Es decir, lo que es limitado no puede contener lo ilimitable, y por tanto el planteamiento, de raíz, ya está equivocado. Una persona no puede ser todo lo que se le pasa por la mente. La fantasía, la imaginación y los deseos humanos son ilimitados en su número y, sin embargo, qué pocos deseos humanos los tenemos ya satisfechos y en la mano. Es decir, si se aceptara la utopía antropológica de que cada persona se construye a sí misma en todos los órdenes, temáticos y de contenido, al final se conduciría a esa persona a una gran frustración que acabaría en la desesperación.

¿Cuándo aparece el término “gender” (que puede traducirse, aunque no con mucha precisión, como “perspectiva de género)?

Es un término que aparece en el año 1995, y el contexto en el que aparece es el Congreso de Pekín. Es un término muy apoyado por el feminismo radical. Tiene antecedentes porque, lamentablemente, en muchas universidades americanas los alumnos han de cursar una asignatura acerca del “género”, en cuyos manuales se hace apología de la ideología de género. La ideología de género ha pasado a ser la expresión sustitutiva de la condición sexual humana. En la actualidad no quieren que se hable de masculinidad y femineidad, sino de género. Por eso ya no se habla de violencia entre hombre y mujer, o violencia doméstica (que en el fondo es lo que es), sino de violencia de género. Es decir, vamos cambiando el lenguaje, y al cambiar el lenguaje vamos cambiando el significado. Esto se está haciendo de una forma muy sutil y progresivamente acelerada. Con ello se está cambiando a las personas el significado de las cosas, lo que las sitúa en un “guetto”, en una burbuja totalmente diversa de aquella que estaban viviendo. Se ha sembrado la confusión, y ahí es muy difícil orientarse. Sobre todo, si no se dispone del necesario pensamiento crítico para hacer frente a estos errores de acuerdo con una antropología realista que salga garante de la dignidad de la persona.

Usted hablaba de una perífrasis de obligación en los manuales americanos…, ¿no viene a ser lo mismo que la tan traída y llevada asignatura, ahora curricularmente impuesta, de Educación para la Ciudadanía?

Yo pienso que sí, lo que pasa es que esto mucho más lesivo que aquello. Al fin y al cabo, un niño no tiene defensas, no puede tener espíritu crítico, no dispone de capacidad de discernimiento acerca de lo que se le está planteando. Por tanto, hay que augurar que los niños expuestos a esas enseñanzas pueden estar expuestos a una situación de indefensión. Constituye un abuso, que debería estar condenado, la manipulación del pensamiento infantil en situaciones de indefensión. Especialmente en temas que atañen y hacen referencia a su identidad personal, al núcleo duro de su persona singularísima.

¿Y nadie se opone a esto en el mundo académico?

Bueno, nadie no. Hay ya 50.000 objeciones de conciencia. La respuesta social y ciudadana en este punto comienza a ser clamorosa. En una sociedad progresivamente democrática, los gobernantes tienen que escuchar, no pueden pasar página. Se ha promulgado una ley, pero no se ha tenido en cuenta la opinión popular. Los gobiernos están continuamente haciendo catas sociales, a través de encuestas y globos sonda, antes de tomar una determinación, y según los datos de la encuesta, así cambian, modifican sus proyectos, buscan el ajuste fino…, y así es como suelen gobernar. ¿A usted no le parece que 50.000 objeciones de conciencia sea un dato especialmente significativo? No quisiera entrar en el tema jurídico, que es la otra vía, pero cabe preguntarse: ¿cómo se va a resolver esto jurídicamente? ¿Es coherente el sistema jurídico de un país, si respecto de lo mismo las sentencias son contradictorias? ¿Puede afectar esto a la democracia? ¿Acaso se puede seguir avanzando en democracia si hay una fractura del sistema jurídico? Con la cuestión de la EpC está puesto en juego el núcleo duro del Estado de Derecho. ¿Se puede arriesgar tanto la democracia que se deje sin protección alguna el núcleo jurídico, o que se le arrastre hasta lo irreconocible por unas políticas determinadas? La propia democracia puede estar en peligro. Eso sí que nos afectaría a todos.

En el fondo, intentar parar una sola asignatura (por terrible que sea, que lo es), ¿no es intentar ponerle puertas al campo?, en el sentido de que si todo va en la línea que hasta ahora, posiblemente dentro de algunas generaciones toda la educación estará impregnada de los “valores” que están en esa asignatura.

No, no creo que eso sea poner puertas al campo. De lo que se trata es de hacer como ciudadanos todo cuanto entendemos que debe hacerse. Otra cosa es que la gente se inhiba. Pero en ese caso, se están excluyendo de sus deberes como ciudadanos. ¿Cuántos años se lleva diciendo en este país que estamos con una crisis de valores? Y hasta ahora nadie ha resuelto ni la crisis ni el cambio de valores. Es la crónica de una muerte anunciada. ¿Se le puede pedir a un ciudadano que dedique su tiempo a cambiar todo el sistema? Pues ya se ve que no, porque ni es experto, ni tiene poder, ni tiene los recursos necesarios, ni es político. ¿Se le puede pedir a un ciudadano que en el núcleo íntimo, en lo que afecta a la intimidad de su hijo, trate de defenderlo y luche contra lo que considera puede hacerle daño? A mí me parece que esto es obligatorio. ¿Que con eso no se ha resuelto el problema educativo? En absoluto. Solamente el fracaso escolar de este país es alarmante, y como se descuide uno hasta en los medios más públicos, a veces aparecen faltas de ortografía en el telediario. La RAE puede ser muy flexible, pero realmente cuando se produce un deterioro del lenguaje de esa magnitud, considero que sería correcto hablar de que se ha iniciado un periodo de franca decadencia cultural. Esto es una bola de nieve. Los padres tienen derecho a objetar contra esa materia. ¿Solucionan con ello todo el sistema educativo? Ciertamente, no. Pero disponen de cierta libertad para determinar a qué colegios llevan a sus hijos. Hay colegios que tienen “cola” y otros no. A veces los propios padres no están de acuerdo con la línea educativa del colegio, pero sí están apelando a lo que consideran dará más seguridad y mejor formación a sus hijos. El sistema educativo va mal, pero los padres hacen lo que pueden, especialmente en lo que afecta a sus hijos. Es comprensible y razonable, por eso, que en relación a la EpC los padres que se hayan movilizado.


2ª parte de la entrevista a aquilino polaino en DiarioYa.es
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Pilar Muñoz/Rafael Nieto. 19 de Septiembre.


La ideología de género hemos visto que no es transtemporal, ¿pero es transcultural? Porque yo no me imagino a una tribu de Nueva Guinea, por ejemplo…, ¿es más bien de Occidente?

Bueno, el núcleo duro está en Occidente, porque es donde ha surgido y donde se ha promocionado. Pero estamos en un mundo sin fronteras, y la globalización también tiene mucho que ver con la ideología de género. Hoy puede afirmarse que lo que ocurre en Madrid se está replicando en Santiago de Chile o en Méjico D.F.

O sea, esa idea que tenemos en España de que parte de la recuperación en valores puede venir de Hispanoamérica, no es tan así…

Pues al paso que vamos, tal hipótesis es de difícil cumplimiento. Porque allí imitan bastante bien y miran a España. Hay, además, una importante correa de transmisión, sobre todo en las personas que leen la prensa española todos los días en Internet. Si, por otra parte, los gobiernos mediáticos no sólo les aconseja y orienta, sino que hace fotocopias de sus propuestas de ley para facilitarles el engranaje a nivel de su cámara de diputados, pues el mundo se convierte en una aldea. Otra cosa es África y Asia, pero bueno, todo llegará. A ello hay que añadir uno de los fenómenos que no se han estudiado en España: la aculturación de los inmigrantes. En mi opinión, hubiera hecho falta una inversión económica muy fuerte en programas de integración, de aprendizaje de nuestra cultura (respetando la de ellos…). Eso en España no se ha hecho. Basta, por ejemplo, con viajar en el metro y observar como el lenguaje de los inmigrantes latinos está cambiando radicalmente. En ellos, a pesar del acento, la estructuración del lenguaje, los tópicos, los modos de decir son absolutamente españoles. Eso significa que lo que ven lo imitan, sin apenas darse cuenta de ello. Eso tiene un efecto positivo, y es que la adaptación a la nueva cultura es más fácil, y otro efecto negativo, que si lo que copian es lo que no deben copiar, pues…se equivocan. Si algunos de ellos ahorran y regresan a sus países respectivos, naturalmente difundirán allí los valores que aquí han aprendido.

¿Qué opina acerca de la posibilidad de que el mundo musulmán se integre en la cultura occidental, lo ve factible?

Observo algunos hechos un tanto contradictorios. El primero es que, al ser un grupo con tanta cohesión religiosa, esa rigidez puede constituir una poderosa barrera para su adaptación. Ahora bien, eso no se da en el vacío. Ellos deben darse cuenta que o se adaptan a Occidente o la sostenibilidad de sus países va a ser muy difícil. Es decir, si está todo globalizado, ellos también forman parte de esa globalización, y si se quedan fuera, sus países tienen fecha de caducidad. Un tercer factor significativo es el de la mujer musulmana. Una mujer que observa cómo vive, en qué se ocupa, y cómo es apreciada la mujer occidental. Enseguida, pensará que ella quiere ser como la occidental. ¿Qué pensará de eso su esposo? Tal vez que es mejor acabar con esa cultura antes de que acaben con la propia. Se entiende así que la Alianza de Civilizaciones sea un tópico muy poco viable, precisamente por utópico. Por el momento, es más probable que esa supuesta alianza se transforme en una contradicción de civilizaciones, algo que a la larga haría eclosionar ciertos conflictos.

Es que hay religiones que no son miscibles, el islamismo y el catolicismo sólo se parecen en que son monoteístas, pero toda la cuestión que trajo Nuestro Señor sobre el perdón…

Esta es una cuestión mucho más compleja. Considero que es necesario estudiar la historia de las religiones..., antes de que pueda establecerse un diálogo entre ellas. De otra parte, si no hay diálogo entre las religiones monoteístas, no vamos a ningún sitio. Pero ese diálogo exige un estudio previo que es muy complejo, porque en cada religión monoteísta hay que ver cuáles son las categorías que dibujan el modelo implícito que tienen de persona, y cómo se articulan esas categorías. Si eso se hace en cada religión monoteísta, por separado, luego habría que comparar esa constelación de categorías que identifica a cada religión, y hacer entre ellas una investigación de antropología comparada. Sólo a partir de aquí puede iniciarse el necesario diálogo. Estamos hablando de una investigación que puede llevar fácilmente 30 años, aún disponiendo de un equipo de investigadores de mil quinientas personas.

Usted, en una de sus obras (“La autoestima perdida”), habla de encontrar la autoestima espiritual…, ¿piensa que esto está “demodé” ahora mismo, porque el hombre está de espaldas a Dios?

Eso depende de en qué tipo de contexto estudiemos el problema. En el contexto mayoritario, si observamos los medios de comunicación, puede que esté “demodé” en la actual sociedad mediática. De hecho, de esta cuestión apenas se informa. En otros contextos más profesionales, hay datos enormemente curiosos, sobre todo en psicología y en psiquiatría. Hace cuatro años, en Méjico, tuvo lugar un encuentro en el que los temas fundamentales a tratar fueron la espiritualidad, la psicología y la psicoterapia. Asistieron más de 5.000 personas, de muy variadas profesiones. Ese congreso duró cinco días, y la gente se quedó con ganas de seguir. Otro ejemplo: el año pasado, en Centroeuropa, hubo un congreso sobre espiritualidad, psicología y psiquiatría. Asistieron 1.200 profesionales. En el día a día sí que hay que contar más con la espiritualidad, sin manipularla ni mancillarla, ni utilizarla como una herramienta, pero sí saber que está ahí, y que influye en la persona…Ante el misterio el respeto. La espiritualidad –la dimensión espiritual de la persona- tiene mucho que ver con la resolución de trastornos, con el proyecto de vida por el que uno opta, con que ese estilo de vida sea más saludable o no. Eso pone de manifiesto que la fe y la religión, la espiritualidad de la persona tiene que ver con el modo en que enferma y su posible recuperación. Eso es hoy incuestionable. Sin embargo, la mayoría de los profesionales no estamos preparados para ello. ¿Le podemos dar el mismo consejo a un musulmán, que sufre un trastorno bipolar, que a un judío?, ¿Conocemos el ámbito de sus convicciones y creencias? Los profesionales no estamos preparados respecto de los trastornos psíquicos y físicos en el ámbito del actual multiculturalismo. Hemos de manifestar un gran respeto a la diversidad. Pero eso sólo no es suficiente. Es preciso conocer mejor lo que hay de específico en las personas que integran esa diversidad multicultural, para tratarlas de la forma más adecuada posible y sólo así seremos más eficaces.

El profesor De las Heras habla en su libro “La sociedad neurótica” de una sociedad intersexual, y habla de, según los roles, una tipología curiosa que me gustaría que usted nos confirmase. Habla del andrógino (alto-masculino, alto-femenino), el masculino, el femenino, y el amorfo. ¿Esto es así?

Bueno, no he leído ese libro en concreto, y no puedo opinar, pero lo que me está diciendo procede de viejas teorías que observan el misterio sexual humano, en una etapa pre-mítica. No sé si se podrá reelaborar una tipología en que puedan encajar las piezas del puzzle de lo que hoy sucede. Esa vieja teoría puede que tenga más de 24 siglos. No estoy seguro de que se puedan hacer unas celdillas en las que quepa una clasificación de lo que hay en la actualidad. Si no se supera la teoría mítica –y es superable en la medida que se estudia y analiza-, no se encontrará la verdad y la ciencia no progresará. Pasar del mito al conocimiento de la realidad supone dar un salto de gigante, y eso es lo que ha hecho avanzar la ciencia. Lo pre-constitutivo del conocimiento científico, precisamente, es ir desvelando las capas que se han ido acumulando y encubriendo el pensamiento mítico acerca de la realidad.

Y por último, con esto de los “apareamientos homosexuales”, afloran los estudios que, sin tener una metodología seria, gozan de una relativa credibilidad en la sociedad…Han salido varios profesionales que dicen que esto es buenísimo, y que los niños criados en este tipo de núcleo salen mucho más aptos para todo. ¿Qué interés hay en potenciar este tipo de cosas?

El tema que propone hay que investigarlo con mucho rigor. Y eso es complejo, porque metodológicamente tiene muchos sesgos. Por ejemplo, a la hora de seleccionar la muestra con que se va a trabajar. Los participantes pueden sesgar los resultados con las actitudes que esconden tras su decisión de ofrecerse voluntarios. Los resultados que se obtengan hay que leerlo con un talante riguroso, objetivo, distante, nada apasionado, muy frío. En la mayoría de los trabajos que hoy se dan por buenos lo que hay son errores metodológicos de bulto que puede apreciar cualquier persona un poco avezada en metodología de la ciencia o epistemología. Por tanto, hay que ir con pies de plomo y hacer un poco más de caso a los resultados obtenidos en diseños metodológicamente más depurados.

Yo quiero preguntarle por el tema del aborto y la eutanasia, ¿qué le parece la intención del gobierno socialista de hacer el aborto libre y la eutanasia también?, ¿piensa que un cambio de gobierno podría controlar o frenar esa tendencia?

Esa es una pregunta que se contesta a sí misma. Son tan poderosos e incontrovertibles los datos científicos de que hoy se dispone que, ciertamente, el aborto supone eliminar a un ser humano. El aborto ha sido un error en España desde hace algún tiempo. Sin embargo, los gobiernos se han sucedido unos a otros y aquí nada ha cambiado. Por tanto, no creo que el actual gobierno ni la oposición (en principio, si no hay una deriva muy grande y una relativa fractura con el continuismo que hasta ahora han traído) eviten ese horror atentatorio de la dignidad humana. Desde el periodismo puede hacerse mucho. Podría estudiarse e informar, por ejemplo, acerca de cuáles son los beneficios económicos que produce el aborto, y quiénes enriquecen. Resulta contradictorio, por ejemplo, que personas que están en contra de la pena de muerte, hagan enmudecer su voz en lo relativo al aborto. Sobre muchas de estas fragantes contradicciones apenas si se informa. De esas contradicciones deberían ocuparse los mass media. En España, durante el último año, ha disminuido en un 75% el número de niños que han nacido con Síndrome de Down. Esto no significa que se haya resuelto este problema, o que haya disminuido la incidencia o prevalencia de tal trastorno, sino que simplemente esos niños han sido eliminados antes de nacer. Estos son temas de los que hay que hablar. Esto ha de importar a los ciudadanos. Le diré una cosa que es muy fuerte, pero que es también muy importante: si cada persona no dedica, por lo menos, un 10% de su tiempo a la cosa pública, no se debiera considerarse un ciudadano de primera fila y, por tanto, no merece ser calificado como demócrata. La democracia es el mejor sistema de todos los posibles. Pero la democracia es exigente y a todos nos pide que hagamos un esfuerzo. Se está hablando mucho de ciudadanía, pero éste es un país en el que la ciudadanía está bajo cero. Un país con alta ciudadanía es Francia, donde para cada ciudadano la cosa pública es como el patrimonio de su abuela, y por tanto quiere meter mano allí, y alzar su voz, porque dice: “a mí nadie me administra lo que es mío”. Eso en España no es así. Quizá porque en el antiguo régimen el ciudadano esperaba todo del Estado. Antes era “papá Estado” el que solucionaba los problemas. Pero, con al optar por la democracia, ya no hay papá, y ni siquiera Estado, tal y como antes se concebía. Ahora estamos en el Estado del Bienestar, la burbuja indolora…, y se continúa pensando que todo lo tiene que hacer el Estado. ¿Dónde está la iniciativa social? El tema del aborto sólo se puede solucionar a fuerza de espíritu ciudadano. Es verdad que a veces el espíritu ciudadano se ha manifestado socialmente de forma magnánima y significativa. Eso está bien, pero no es suficiente. Hay que hacer más redes, hacer que el problema salga en los medios de comunicación y poner nombres en negrita (que siempre pone muy nerviosa a la gente),los nombres de las personas o de los laboratorios que patrocinan no sé qué cosas; recabar la información de los colectivos profesionales responsables; solicitar a las Reales Academias que se pronuncien y dictaminen sobre ello. Estos graves problemas también es un asunto del periodismo, en una sociedad democráticamente avanzada. Si hay un espíritu de ciudadanía sólido y crítico, esto cambiará, porque la evidencia científica existe, y está suficientemente probado que desde el momento de la fecundación allí hay una persona. Incluso Habermas admite que el aborto es un asesinato fatal, y estoy citando a un relevante intelectual de la elite marxista. ¿La eutanasia? Desde el punto de vista de la motivación humana, de las personas que sufren, es un campo sembrado de minas que está próximo a explotar. Los hijos no están dispuestos a cuidar a sus padres, la expectativa de vida ha crecido muchísimo, el estilo de vida en España supone muchas horas de trabajo, atender a una persona de la tercera edad, si tiene una demencia o un problema de invalidez, precisa de dos o tres personas que la cuiden. ¿Quién puede sostener eso? Por otro lado, el 70% de todos los medicamentos son consumidos por personas mayores de 65 años. Al mismo tiempo, hay que contener el gasto público con políticas restrictivas. La situación comienza a desmoronarse. La solución no consiste en acortar la vida o tratar de eliminar a las personas. Esa es una actitud decididamente antidemocrática que, además, acaba con la confianza; no con la económica, sino con la confianza en las personas. Es el caso de Bélgica y Holanda, donde una persona que padece de bronquitis coge un avión y se va a otro país…, si puede. Y si no puede, se muere en su casa, pero no va al hospital, porque sabe que si va al hospital ya no vuelve. ¿Es sostenible un sistema social que funciona así? Creo que no. Quizá la ley de dependencia –si es que alcanza a aplicarse- reste dramatismo a esta situación. La solución no es legalizar la eutanasia. Con ello se hace el más flaco de los “servicios” a la humanidad. Es probable que la eutanasia ya se esté practicando, aunque sea “soto voce”. Lo mismo sucede con la eugenesia. En este punto estoy de acuerdo con Julián Marías en que el aborto, en la sociedad española, es el crimen más grande del siglo XX. Algo absolutamente imperdonable. Sin duda alguna, hay conexión entre el aborto y la eutanasia. El uno facilita la otra. Esperemos que a los crímenes del siglo XX no haya que añadirle –en una edición ampliada- los del siglo XXI.

¿CRISIS DE LA ECONOMÍA O DE LOS ECONOMISTAS?


¿Crisis de la economía o de los economistas?
FÉLIX OVEJERO LUCAS 19/12/2008

Diario El País.

Hace ahora medio siglo una polémica entretuvo a las mejores cabezas económicas. Se la bautizó como "la disputa entre los dos Cambridges", porque sus más importantes protagonistas ejercían en el Cambridge original, en Inglaterra, y en el de Massachusetts, el que da cobijo a la Universidad de Harvard. Aunque la pregunta que la desencadenó, formulada por Joan Robinson, parece ingenua -y engañosamente- clara: "¿Cómo se mide el capital?", el debate era lo bastante técnico como para que no se deje contar en pocas líneas sin maltrato irreparable. La polémica, en suma, era ciencia en estado puro. Y, sin embargo, como dijo uno de sus comentaristas, bastaba conocer la opinión de cada uno sobre la guerra de Vietnam para anticipar en qué bando se alineaba. Una apreciación intranquilizadora para quienes confían en la objetividad de la ciencia.

¿Qué intereses consideramos prioritarios? ¿Hay poderes intocables?
Si así estaban las cosas entre aquellos respetables académicos que se ocupaban de cosas tan sesudas como "la función agregada de producción", con discutibles implicaciones -que sobre su alcance también discrepaban- teóricas y prácticas, es normal que nos preguntemos cómo estarán ahora cuando los "conceptos" que se cruzan son cosas como "neoliberales", "soluciones socialdemócratas", "globalización", "refundación del capitalismo". Para muchos críticos las cosas están claras: no podemos fiarnos de los economistas. En realidad, la culpa de nuestros males sería de la economía real, del capitalismo, y también de la economía teórica, de las ideas de unos economistas a la altura científica de los echadores de cartas. Los economistas ni han anticipado la crisis ni son capaces de darles respuesta. Sobre todo, rematan algunos, los "economistas del sistema".

Vayamos por partes. La incapacidad predictiva, como tal, no descalifica a ninguna ciencia. La geología dispone de solventes explicaciones de los terremotos pero atina bien poco a la hora de anticiparlos. En realidad son pocas las disciplinas en condiciones de establecer predicciones afinadas. Pero es que, además, la acusación es precipitada. Desde hace al menos cinco años se podían escuchar prestigiosas voces de economistas anticipando el lío inmobiliario y sus consecuencias. Y no tirando a bulto, a ver si sonaba la flauta, que también los echadores de cartas aciertan de vez en vez, sino dando cuenta de cómo han sido las cosas, que es lo que caracteriza al buen hacer científico. Otra cosa es que confundamos a los economistas profesionales con los opinadores, algo así como si confundiéramos a los politólogos con los tertulianos. Las malas noticias se dijeron. Claro si no fuerte. Otra cosa es que nos resistamos a escuchar las malas noticias y que necesitemos rede-

siguientecorar el mundo con nuestros sueños. La teoría del amor de Stendhal y la moderna psicología nos lo llevan diciendo desde hace mucho tiempo.

Un indicio de que el problema es menos de las teorías que de la realidad lo sugiere el hecho de que el núcleo último de conceptos que manejan los mejores -o al menos los más escuchados- críticos de cómo se han llevado las cosas, los Stiglitz o los Krugman, por mencionar algunos que aparecen con frecuencia por estas mismas páginas, es el mismo que el de la mayor parte de sus colegas. Basta con ojear sus manuales de microeconomía o de economía internacional. No se puede tomar como buenos sus diagnósticos -y buenos lo son- y, a la vez, sostener que no sirven las teorías en que se basan.

Por supuesto, eso no quiere decir que la teoría económica no tenga problemas. Ellos, y otros más que ellos, han destacado con frecuencia lo fantasioso -que raya en la simple falsedad en muchos casos- de muchos de sus supuestos, pero eso es bien distinto de convertir a la economía en un simple ditirambo del mercado. De hecho, si se piensa bien, esa misma irrealidad permite interpretarla como una crítica de la economía real. Si, como sostiene la teoría, el mercado sólo funciona eficientemente si se dan unas imposibles condiciones -eso que, a bulto, se subsume bajo la etiqueta de "competencia perfecta"-, ello quiere decir que es imposible que el mercado real funcione.

Convertir a los economistas en simples voceros del "sistema" es, por lo pronto, un ejercicio de esa repugnante estrategia común a cierta izquierda que consiste en asumir que los otros -a diferencia de uno mismo, forjado con el material de los santos- no tienen trato honesto con las ideas que defienden, algo que, entre otras cosas, hace imposible el diálogo, pues no cabe discutir con aquel que no cree en lo que dice, con los vendidos. Pero acusar a los economistas de los males de la economía es ya puro delirio, sobre todo, cuando, a la vez, se sostiene la sensata tesis de que quienes mandan, al final, son los ricos, la infraestructura, para decirlo como antes. El primer Plan Paulson no buscó sus razones entre los setenta y tantos economistas de primera línea, de muy diferente inspiración política, que el pasado 24 de septiembre dirigieron una carta al Congreso de Estados Unidos descalificándolo por impreciso, injusto y miope. Y, más domésticamente, se me hace que los trajines de Repsol, Sacyr y Lukoil no se han decidido en ningún seminario universitario.

Ahora bien, que bastantes economistas compartan la misma caja de herramientas teóricas no impide que discrepen en sus diagnósticos o en sus propuestas ni, aún menos, que debamos dejar en sus manos las decisiones sobre la vida colectiva, que quepa prescindir de la política. Frente a los cientificistas -que no los científicos- de viejo o nuevo cuño, conviene recordar el axioma más firme de la razón práctica: la ciencia no marca objetivos, tan sólo ayuda a sopesar sus condiciones de posibilidad. Las decisiones de asignación y la distribución de recursos escasos no son independientes de valores, de ideas acerca de la buena sociedad, y deben recaer, finalmente, en los ciudadanos. Sucede cada día. Aunque algunos defiendan que los órganos para trasplantes se han de entregar a quienes paguen más por ellos, otros podemos pensar que han de primar consideraciones como la necesidad, el provecho o el tiempo de espera. Más en general, las distintas propuestas económicas suponen distintos destinos y distintas ideas acerca de cómo transitar hacia ellos. Algo que, por cierto, se escamotea bajo la pavimentadora descripción "salida a la crisis", como si todos tuviéramos el mismo problema, como si solo hubiera una solución. En unas propuestas ganan -o pierden menos- unos y en otras otros y en casi todas pierden las generaciones futuras. Decidir si se ayuda a los bancos a deshacerse de sus cadáveres o a los hipotecados, si las inversiones públicas van a una cosa o a otra, si se alientan unas actividades y se frenan otras, asumir, en fin, que unas cosas se tocan y otras no, supone tomar decisiones acerca de qué principios y qué poderes -de nuevo, que principios- se juzgan respetables y atendibles. Es sencillamente falso que los economistas no tengan respuestas. Pero antes de pedírselas es cosa de todos contestar a otras preguntas: qué intereses consideramos prioritarios y qué poderes intocables.

Por cierto, en la disputa de los dos Cambridges los americanos reconocieron su derrota, que no tenían réplica a los argumentos de sus rivales, los críticos. Por supuesto, cada cual seguía pensando lo mismo sobre Vietnam.


Félix Ovejero Lucas
es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona.

OTRO MURO QUE CAE


Otro muro que cae

Por Manuel Jiménez de Parga, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (ABC, 28/05/08):


A finales del siglo XVIII, Thomas Jefferson utilizó una metáfora que hizo fortuna en la doctrina y en la jurisprudencia de Estados Unidos de América: «Un muro de separación entre la Iglesia y el Estado». En la sentencia del caso Reynolds, de 1878, el Tribunal Supremo transcribió unos párrafos del documento de Jefferson donde apareció la famosa frase, pero fue en 1947 (pleito de Everson/Municipio de Ewing) cuando por primera vez los jueces consideran detalladamente la tesis de «una pared divisoria entre la Iglesia y el Estado».

A partir de ese momento, mitad del siglo XX, se reanudó la polémica sobre el valor de la religión en la vida política. Algunos gobernantes europeos han invocado el ejemplo estadounidense, apreciando allí una separación radical de lo religioso y lo político. La metáfora de Jefferson es interpretada como un alegato a favor del Estado laico.

También ha sido leído el texto de Jefferson advirtiendo en él una defensa del Estado aconfesional, sin una Iglesia oficialmente establecida, pero respetuoso de la variedad de sentimientos religiosos que anidan en la sociedad.

La realidad es que en este asunto, como en otros muchos, la visión americana resulta distinta de la que adoptamos en Europa. Anota Guy Haarscher, profesor belga, que frecuentemente se opone el sistema americano a los sistemas europeos, subrayando el carácter más religioso, menos secularizado, de Estados Unidos. Allí, al otro lado del Atlántico, la presencia de Dios se patentiza en cosas tan poco religiosas como pueden ser las monedas (1864) o los billetes de Bancos (de 1964 a 1966). Algunos aseguran que se trata de algo puramente simbólico, pero los símbolos son factores importantes de la buena convivencia.

El juez Waite recordó en la sentencia de 1878, antes citada, el proceso de elaboración de la metáfora de Jefferson. Antes de adoptarse la Constitución de 1787 se intentó en algunas de las Colonias y en ciertos Estados legislar sobre materia religiosa. Se aplicaron impuestos para el sostenimiento de la religión y se prescribieron castigos para los que no asistían a los cultos públicos. Todo esto suscitó controversias que, finalmente, culminaron en Virginia, con un fuerte debate en 1784.

Jefferson presentó una sugerencia para establecer la libertad religiosa, con las siguientes palabras: «Consentir que el magistrado civil se inmiscuya con sus poderes en el terreno de la opinión, para restringir la profesión o propagación de principios de una tendencia supuestamente maligna, es una peligrosa falacia que destruye la libertad religiosa».

Un año después, y encontrándose Jefferson en París como embajador, replicó por escrito a la Asociación Bautista de Danbury, y utilizó la metáfora del muro de separación: «Creo como ustedes -dejó dicho- que la religión es asunto que radica únicamente entre el hombre y su Dios; que no debe rendirse cuentas a nadie de su fe y de su culto; que los poderes legislativos alcanzan sólo a las acciones, y no a las opiniones. Por ello aplaudo que con soberana reverencia que se siga el camino según el cual no debe sancionarse ley alguna respecto al establecimiento de una religión o prohibiendo su libre ejercicio, levantando así un muro de separación entre la Iglesia y el Estado».

A mediados del siglo XX, los intérpretes del «muro» siguen con la polémica. El 21 de noviembre de 1948 los obispos católicos de Estados Unidos hacen una declaración solemne en la que razonan que la metáfora de Jefferson sólo puntualiza que no habrá una Iglesia establecida, ni religión del Estado, pero no es un alegato a favor del laicismo.

Tengo la impresión de que esta versión matizada del «muro de separación» ha ganado puntos con la visita de Benedicto XVI al pueblo norteamericano. El Estado sigue siendo aconfesional, pero en las calles y en las plazas de aquella gran Nación han brotado espectacularmente los sentimientos religiosos. Los testigos del acontecimiento, tanto los periodistas españoles como los de otros lugares, han coincidido al destacar que el Santo Padre fue recibido no como un visitante ilustre, sino como algo más: era el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Y los ciudadanos de la primera potencia mundial han demostrado que la laicidad no es una fórmula atractiva para ellos.

Va a resultar difícil, en lo sucesivo, que los partidarios del laicismo radical invoquen a favor de su postura lo que sucede en Estados Unidos de América. Tampoco será un punto de apoyo la situación presente de Francia. En París se está elaborando la teoría del laicismo flexible, o sea de la aconfesionalidad, en una línea paralela a la seguida por nuestra Constitución de 1978.

Los sentimientos religiosos son ahora el motor de la historia. No la lucha de clases. Basta con acercarse a Oriente Medio, o al Continente asiático, sin olvidarse de las guerras de religión en África. ¿No ha sido significativo que uno de los triunfadores en el festival de Eurovisión, este último fin de semana, representante de un Estado oficialmente laico, llevase una cadena con la cruz cristiana pendiente del cuello que exhibió ostensiblemente con la camisa abierta? El muro de Jefferson ha caído, como hace unos años cayó el muro de Berlín o, más recientemente, el murete de Nicosia.

No se me olvida el día que pude atravesar el muro berlinés. Me encontraba en Berlín occidental invitado por la Universidad Libre para pronunciar una conferencia. Los extranjeros atravesábamos con relativa facilidad al Berlín Este. Mi mujer y yo nos subimos con esta pretensión a un autobús dedicado a ese transporte desde la libertad a la dictadura. Una vez en el Berlín de la República sometida a la URSS nos encontramos con los monumentos grandiosos de la antigua capital de la gran Alemania. Mis maestros, que estudiaron allí al principio de los años cuarenta, me aseguraron que al llegar a París, procedentes de Berlín, tenían la impresión de encontrarse en una ciudad provinciana.

Luego la terrible guerra destructora. Y estos muros que, por fortuna, van desapareciendo, unos político-religiosos, en América, otros esencialmente políticos, en Europa. En Chipre nos acercamos a la línea divisoria de las dos comunidades. Venía con nosotros Lara, que nos advirtió: «Esto de Nicosia, abuelos, no es un muro, sino un murete».

¡Qué felicidad, Dios mío, cuando caigan todos los muros y los muretes de la intransigencia!

LA PRIVATIZACIÓN DE LA VIDA ´PÚBLICA


Por Daniel Innerarity, profesor titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza, autor de El nuevo espacio público (EL PAÍS, 28/01/08):


Qué tienen en común cosas en apariencia tan dispares como la política de Sarkozy en relación con su vida privada, las recientes manifestaciones de los obispos españoles o la personalización de las campañas electorales, reducidas a una cuestión de confianza en la persona de los candidatos? La respuesta a esta adivinanza es: se está modificando el esquema de articulación entre lo privado y lo público al que estábamos acostumbrados. La transparencia de la intimidad de los gobernantes, las celebraciones de la familia y el hogar, la irrupción de la esfera religiosa en el espacio común, la presencia pública de la identidad sexual se han convertido en elementos habituales de nuestro paisaje social y están produciendo una verdadera privatización del espacio público. Hay una especie de invasión de lo privado, de extroversión de lo personal, en los escenarios públicos, un fenómeno que tal vez tenga su primera condición de posibilidad en el vaciamiento del espacio público oficial, banalizado y ritual, incapaz por tanto de ofrecer significaciones comunes con las que puedan identificarse los sujetos.

Se ha producido una modificación del marco de condiciones a partir del cual los temas eran identificados y tratados como privados o públicos. Convicciones personales, creencias, emociones, sentimientos e identidades adquieren preeminencia sobre cualquier otra consideración en el compromiso público de los ciudadanos. Esta privatización del espacio común se hace visible en el mundo de los medios, tanto en el fenómeno de los prominentes que dan a conocer su vida privada, como en el de la gente corriente que se confiesa públicamente en determinados programas televisivos. Los programas informativos hace mucho tiempo que renunciaron a presentar una noticia abstracta y la sustituyeron por una “historia” personal, sin la que al parecer seríamos incapaces de comprender los acontecimientos. Otro efecto de este proceso es la personalización de lo político, es decir, el hecho de que las personas sobresalgan por encima de los temas o estos sean tratados como cuestiones personales. La complejidad de la política y el hecho de que los medios giren en torno a las imágenes conduce a la personificación de los acontecimientos. El “lado humano” de las cuestiones políticas (el carácter, estilo, simpatía, talante, popularidad, credibilidad, confianza de los políticos) adquiere primacía sobre su competencia. En un horizonte de politización escasa, terminamos votando por los atributos personales. Ya no hay diferentes programas económicos, sino Solbes contra Pizarro, es decir, personas o rostros que figuran como generadores de la confianza que ningún programa electoral puede suscitar.

Los temas políticos se transforman en asuntos de imagen, sentimientos y dramas personales; el principal instrumento de la acción política es la emoción, la simulación de autenticidad, los sentimientos personales que se consigue comunicar. Por eso los políticos se muestran tan indignados, escenifican afectación o nos comunican más sus convencimientos que sus decisiones. En otras épocas de mayor densidad ideológica hubiera sido impensable que un político dedicara tanto tiempo a comunicarnos su estado de ánimo y que su grado de optimismo o pesimismo nos pareciera tan relevante.

La otra cara de este proceso es la politización de lo privado, algo que resulta bien patente si advertimos que los grandes problemas públicos son actualmente problemas vinculados a la vida privada. Vivimos en un tiempo en que la misma experiencia privada de tener una identidad personal se ha convertido en una fuerza política de grandes dimensiones. Asuntos que en otras épocas se inscribían más bien en el ámbito privado, que incluso se clausuraban en la intimidad, como el género, la condición sexual, las identidades o la experiencia religiosa, irrumpen en la escena pública con toda su fuerza e inmediatez. La actual campaña presidencial americana es un buen ejemplo de que la política que podríamos llamar abstracta o programática es incapaz de imponerse a la condición personal de los candidatos, cuya raza, género o confesión religiosa sigue siendo decisiva.

Va perdiendo fuerza el principio clásico de que el ámbito de lo tolerable y el ámbito de lo que aprobamos no coinciden. Cualquier ejercicio de distinción entre lo legal y lo moral parece una coartada para el relativismo. Pero convivir en una democracia pluralista requiere haber aprendido a distinguir lo que nos gusta de lo que simplemente soportamos, haber renunciado a erigir nuestras preferencias en norma universal, no confundir el respeto con el reconocimiento o el derecho con el aprecio. Esta distinción es correlativa a la diferencia entre un espacio público y otro privado, cuya demarcación será discutible y puede fluctuar a lo largo de la historia, pero sin la que nos enzarzaríamos en un combate por exigir de otros lo que no tenemos derecho a obtener. Son estas distinciones básicas las que se tambalean ante la extroversión histérica de la intimidad. El primer derecho humano es no estar obligado a gustar a todos. Los derechos de la persona no pueden hacerse valer si no hay un ámbito protegido de la exigencia de justificación por los demás, lo que supone una esfera de privacidad que no es propiamente política. Nos hemos acostumbrado al tópico de que la tolerancia es muy poco, pero no deberíamos olvidar que ese poco es imprescindible.

En nuestras sociedades se reclaman con frecuencia demandas que van más allá de la búsqueda de la justicia social y económica; lo que se exige como derecho político es la felicidad personal, el reconocimiento moral, la gratificación sexual o la salvación del alma. Pero esto es algo que no tiene ningún sentido demandar y que además no es necesario para el desarrollo de la propia identidad. En pleno movimiento por los derechos civiles, Martin Luther King afirmaba: “No pedimos que nos queráis. Sólo os exigimos que dejéis de fastidiarnos”. Formulaba así una idea de respeto igualitario que suponía el reconocimiento de que la acción pública y la intimidad privada tienen diferentes requerimientos. El concepto de espacio público introduce una distinción entre vida pública y experiencia privada que es actualmente oscurecido por el lenguaje terapéutico (plagado de referencias a “sentimientos compartidos” o a la “autoestima”). Tal vez esta confusión se deba a la dificultad de diferenciar los principios del espacio privado y las exigencias del mundo común. Un espacio público bien articulado requiere que haya unas cuestiones sociales que son puestas en el ámbito de la deliberación pública y otras que son protegidas del escrutinio colectivo.

Una ciudadanía democrática no puede desarrollarse allí donde no se ha aprendido a distinguir entre el mero respeto y la aprobación. Si uno no sabe que está obligado a tolerar cosas que no comparte, si se empeña en que sus preferencias deben contar con el beneplácito de todos, entonces se incapacita para vivir en sociedad. En lugar de la convivencia entre diferentes, limitada y condicionada por una perpetua negociación acerca de lo que se muestra y lo que es mejor guardar discretamente, hay quien se obstina en encontrar concesionarios de autoestima, en subrayar histéricamente sus emociones, en publicitar las conquistas amorosas, en desconectar su peculiaridad de la común humanidad, en proteger sus convicciones religiosas bajo un baldaquino social… Todas esas publicitaciones son cosas que no hace ninguna falta tener para sentirse de un lugar, ni para querer a alguien, ni para ordenar los propios afectos o practicar una religión. ¿Por qué entonces nos empeñamos en perseguir tales sanciones públicas? Seguramente porque a través de esa pública aprobación se revela una profunda debilidad de la propia identidad, de los sentimientos o de las convicciones religiosas.

No es posible vivir sin espacios de indiferencia pactada, lo que Goffman llamaba “una desatención educada”. Gracias a ellos aseguramos la principal conquista de nuestra civilización, que no es el cariño mutuo asegurado sino la posibilidad que nos ofrece de convivir e incluso actuar juntos sin la compulsión de ser idénticos.