jueves, 24 de septiembre de 2009

ENTREVISTAL A ELA GANDHI

La lucha no-violenta es la mejor manera de convencer a tu enemigo

Ela Gandhi, parlamentaria sudafricana, nieta de Gandhi



¿Cómo la llamaba su abuelo?

–Él me llamaba Elkus y yo le llamaba Papuchi. Gandhi murió cuando yo tenía siete años. Soy hija del segundo de sus cuatro hijos, el único que volvió a Sudáfrica, donde vivieron mis abuelos y mis tíos durante 21 años, de 1893 a 1914.

–¿Qué recuerda de Gandhi?

–Su capacidad de comprender a cada ser humano. Tenía detalles increíbles.

–Cuénteme uno que le afectara a usted.

–Cuando se declaró la independencia de India, en 1947, la casa de mi abuelo, siempre muy concurrida, se llenó todavía más. Allí estaban Nehru y todas las personalidades del país. Pero aun así, mi abuelo desaparecía durante una hora: la hora de los nietos.

–Eso es respeto.

–Yo también lo pienso. Cada día dedicaba una hora a jugar con sus nietos y esa hora era sagrada. Tengo muy buen recuerdo de él, era muy cariñoso y jugaba con nosotros como si fuera un niño, con toda la entrega.

–¿Qué era lo importante entonces?

–Lo mismo que ahora. Yo nací en Sudáfrica, en una comunidad de marginados que creó mi abuelo y a la que he dedicado mi vida. La historia arranca en 1893, cuando Monadas Karamchand Gandhi, mi abuelo, se trasladó a Sudáfrica, entonces colonia británica, contratado como abogado por una empresa comercial de India.


–¿Recién llegado de Londres?


–Sí, un joven abogado de buena familia que se vio sufriendo las humillaciones que los blancos europeos imponían a los asiáticos: fue expulsado de hoteles, restaurantes, vagones de tren, le pegaron, le escupieron...

–Y así surgió el Gandhi que conocemos.

–Sí, comenzó a luchar contra la injusticia, creó el Frente Democrático Unido y empezó a organizar a sus conciudadanos por medio de mítines, reuniones, conferencias. Tenía un sueldo de 500 libras al mes y decidió que podía vivir con una libra al día.

–El resto lo repartía.

–Así es. También fundó un periódico, que heredaron mis padres, y organizó una comunidad multiétnica en la que se mezclaban las razas oprimidas. El Gobierno obligaba a cada etnia a vivir en un gueto, y la ley dictaba las profesiones que podían realizar.

–¿Usted ha vivido siempre en la comunidad que creó su abuelo?

–Sí, crecí algo salvaje, sin escolarizar, porque mi padre, que era periodista, no quiso llevarme al colegio segregado al que me destinaban los ingleses. Crecí con el estigma de la lucha tal y como la entendía mi abuelo: la no cooperación con las leyes abusivas de las autoridades y la resistencia sin violencia.

–Lo que no les impedía ir a la cárcel.

–La primera vez que se llevaron a mi padre yo era muy pequeña. Pero hubo momentos grandiosos: cuando hacían redadas y se llevaban a cientos de nosotros –mestizos, negros, indios–, se presentaban miles de voluntarios para ser también encarcelados.

–Gandhi cambió Sudáfrica y Sudáfrica lo cambió a él.

–Volvió a India con la típica túnica de Guajarat, el estado donde nació, y rico en ideas. En Sudáfrica consiguió que los asiáticos permanecieran en esa tierra como trabajadores libres, que se legalizaran los matrimonios hindúes, musulmanes y budistas y se derogaran las leyes con impuestos abusivos.

–La lucha acababa de empezar.

–Sí, quedaba mucho por hacer. Mi padre fue encarcelado, lo fueron mis hijos y yo misma estuve en la cárcel siete años.

–¿Con cinco hijos?

–A ellos eso no les importaba. Pero consiguieron que todos mis hijos fueran activistas políticos. Todos estuvieron en algún momento detenidos, incluso las tres niñas. El que más años pasó en la cárcel y fue más activo políticamente, Kush, fue asesinado en 1993,a los 29 años. Su muerte fue terrible.

–¿Incluso en esas circunstancias fue fiel a la consigna de la no violencia?

–Sí; pero la no violencia que propugnaba mi abuelo no se limitaba a manifestaciones pacíficas, implicaba todo un estilo de vida. Él pensaba que la no violencia era la mejor manera de convencer al enemigo, de cambiar su manera de pensar, y para eso había que amarlo.

–¿Se ha acabado el apartheid?

–Las leyes apartheid ya no existen. Pero no es fácil acabar con el racismo cuando está tan arraigado en la población.

–La suya no ha sido una vida fácil. ¿Le ha compensado su lucha?

–Aunque parezca increíble, si te implicas para conseguir igualdad y justicia, para que los miserables mejoren sus condiciones de vida, y ves resultados, te sientes personalmente muy feliz. Junto con el nacimiento de mis hijos y de mi único nieto, el día más feliz de mi vida fue el día que conseguimos la libertad de voto después de tantos años de lucha.

–Toda su vida.

–Sí, y lo que me queda de ella.

–En su familia parece que las mujeres han sido las más luchadoras.

–Creo que sí, y en eso tiene mucho que ver el ejemplo. Si creces en una familia en la que la madre es un ama de casa, ese es tu ejemplo. En mi casa, padre y madre hacían por igual las labores del hogar y ambos trabajaban en el periódico. Lo mismo hemos hecho mi marido y yo.

–¿De qué se siente más orgullosa?

–De lo que ha sido de mis hijos: una es abogada, pero en lugar de trabajar para sí misma en un bufete ha preferido luchar por las libertades. Otro trabaja en Acnur. No tengo hijos egoístas, son felices dedicándose a otros, y eso me llena de satisfacción.

Para acabar con la línea divisoria RIQUEZA- POBREZA, hay que terminar con el consumismo feroz


Se parece a Gandhi: tiene esa aparente fragilidad externa en una voz casi inaudible. Pero eligió vivir la dura vida de los marginados en Sudáfrica, luchar por la libertad y la igualdad. Ha pasado más de siete años en la cárcel, ha tenido cinco hijos, uno de ellos asesinado en 1993, cuyo caso fue presentado ante la Comisión de la Reconciliación y la Verdad de Sudáfrica. Antes de dejarla le pregunto si tiene algún mensaje para ustedes; me coge la mano en la que aguanto la grabadora y se la acerca: “El objetivo supremo es acabar con la línea divisoria entre riqueza y pobreza y para conseguirlo hay que terminar con este consumismo feroz. Mi abuelo siempre decía que en el mundo hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos pero no la avidez de todos”

ENTREVISTA A MOUSSA AG ASSARID

Tu tienes el reloj, yo tengo el tiempo



Entrevista a Moussa Ag Assarid



- No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles...! Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo.

- ¡Qué turbante tan hermoso...!

- Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.

- Es de un azul bellísimo...

- A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados...

- ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?

- Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.

- ¿Por qué?

- Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.

- ¿Quiénes son los tuareg?

- Tuareg significa "abandonados", porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.

- ¿Cuántos son?

- Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.

- ¿A qué se dedican?

- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...

- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?

- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.

- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?

- Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo.. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!

- ¿Sí? No parece muy estimulante...

- Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.

- Saber eso es valioso, sin duda...

- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!

- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?

- Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!


- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?


- Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...

- Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja...

- Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.

- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?

- ¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso...

- ¿Tanto como eso?

- Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.

- ¿Qué pasó con su familia?

- Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome...

- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?

- De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila.. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo...

- Y lo logró.

- Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.

- ¡Un tuareg en la universidad. ..!

- Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.

- Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?

- Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!

- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.

- Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...

- Fascinante, desde luego...

- Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...

- Qué paz...

- Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.



Autor: Víctor M. Amela- Fecha: 2009-09-24

EL CESTO PODRIDO.

Sep 09 13
El cesto podrido
Por Iñaki Unzueta, profesor de Socilogía de la UPV-EHU (EL CORREO DIGITAL, 13/09/09):


En un informe de Naciones Unidas sobre la matanza de tutsis por sus vecinos los hutus, se calcula que del total del millón de muertos del exterminio más atroz de la Historia, 200.000 fueron mujeres previamente violadas. Cuando los tutsis de Butare comenzaron a ser atacados a machetazos por los hutus, Pauline Nyiramasuhuko -ministra de la Mujer y de la Familia e hija predilecta de la ciudad- les tendió una trampa mortal a sus conciudadanos al conminarles a que se refugiaran en el estadio de la ciudad, con la promesa de que allí obtendrían comida y protección de la Cruz Roja. Una vez concentrados, Pauline ordenó a los milicianos hutus que violaran a las mujeres y ofreció combustible de su propio vehículo para que un grupo de 70 mujeres y niñas fueran quemadas vivas. Un joven hutu que participó en el asalto al estadio confesaba que no podía violar más porque «habíamos estado matando todo el día y estábamos muy cansados. Nos limitamos a meter la gasolina en botellas y la esparcimos por las mujeres; después, les prendimos fuego».

El pasado siglo XX fue el más sanguinario de la Historia. En 1915 los turcos dieron comienzo a la matanza de un millón y medio de armenios. Posteriormente, los nazis exterminaron a seis millones de judíos, tres millones de soviéticos y varios millones de polacos y gitanos. Los japoneses mataron a 350.000 chinos; y los soviéticos -Stalin- y los chinos -Mao Zedong-, respectivamente, a veinte y treinta millones de sus propios conciudadanos. Lo que tienen en común estos actos de barbarie es que en todos fue negada la plena humanidad de las víctimas. Entre los testimonios que el periodista Jean Hatzfeld recogió de los hutus, uno señalaba que, «cuando encontrábamos a un tutsi en los pantanos ya no veíamos a un ser humano, a una persona como nosotros, con sentimientos y pensamientos similares. La cacería era salvaje, los cazadores eran salvajes, las presas eran salvajes: el salvajismo se apoderaba de todo».

Ahora bien, ¿cómo se explican estos actos de barbarie? Una posibilidad es la llamada vía esencialista que establece la radical separación entre el mal y el bien. Según esta explicación, existen personas buenas y malas. Las malas presentan patologías y en ellas está inficionada la pulsión asesina que les lleva a cometer acciones criminales. Son las ‘manzanas podridas’ que existen en todas partes. Sin embargo, esta vía explicativa presenta más de una debilidad, ya que, por ejemplo, la gran mayoría de alemanes que arropó a Hitler eran personas normales sin ningún tipo de tara que les indujera al crimen. Y en Ruanda, hasta que desde el Gobierno no les dijeron a los hutus que los tutsis eran sus enemigos y que había que matarlos, ambas etnias convivían pacíficamente. Así lo recuerda una mujer hutu: «Lo peor de aquella matanza fue matar a mi vecino; solíamos beber juntos y su ganado pastaba en mis tierras: Era como un pariente».

En consecuencia, si en la mayoría de los casos la maldad no es una cualidad intrínseca, significa que depende de causas exógenas que en un momento determinado prenden y desencadenan la barbarie. En ‘Eichmann en Jerusalén’, un estudio sobre la banalidad del mal, Hannah Arendt hizo un brillante análisis de los crímenes de Adolf Eichmann para llegar a la conclusión de que se trataba de una persona totalmente ordinaria. Y además, señalaba que, «lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrorífica y terriblemente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuente (…) comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad».

Rousseau ya había observado que el bien y el mal proceden de la misma fuente, que lo humano y lo inhumano se encuentran inextricablemente enlazados. En la actualidad sabemos que la barbarie no es inhumana y, como dice Romain Gary, «mientras no reconozcamos que la inhumanidad es humana, seguiremos contándonos mentiras piadosas». La terrible enseñanza de todo esto es saber la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano para deslizarse por la pendiente del mal. Por ello, debemos tener conciencia de la importancia que en la conducta tienen los factores situacionales y sistémicos.

En 1971 Philip Zimbardo llevó a cabo un experimento que ahondaba en la vía de análisis iniciada por Hannah Arendt y que tenía por objetivo mostrar las borrosas fronteras entre el bien y el mal. De un total de 75 personas que pasaron diversas pruebas y test psicológicos, fueron elegidos 24 voluntarios divididos en guardianes y prisioneros. En el experimento que iba a durar 15 días, evidentemente los presos pasaban en las celdas todo el día y los guardianes se dividían en turnos de ocho horas. Al cabo de un día los prisioneros se rebelaron y los guardias frenaron la rebelión tomando medidas contra los más peligrosos. En los días siguientes, los abusos, las agresiones y el placer sádico por humillar a los presos se convirtieron en norma. Jóvenes normales sin ninguna patología desempeñaban con crueldad su papel de guardianes contra prisioneros humillados y emocionalmente colapsados.

Zimbardo mostró el poder de las situaciones y los sistemas para convertir a las personas en bondadosas o crueles, creativas o destructivas, compasivas o egoístas, tiranos o héroes. El enfoque situacionista de Zimbardo dejaba al descubierto la vulnerabilidad humana y las flaquezas ante las fuerzas sociales. Zimbardo desafió las nociones básicas de quiénes creemos que somos y lo bien que conocemos a los demás y a nosotros mismos. Una tutsi superviviente ofrecía este escalofriante testimonio: «Antes sabía que un hombre podía matar a otro porque es algo que siempre ha sucedido. Ahora sé que hasta la persona con la que has compartido comida, o con la que has dormido, te puede matar sin problemas. El vecino más cercano te puede matar con los dientes».

Pero Zimbardo también dejaba abierta una puerta a la esperanza, pues siempre hay personas que resisten a las influencias situacionales. En toda situación de barbarie surgen héroes, personas con coraje cívico, sentido de la justicia y trascendencia, que por la libertad y la dignidad luchan contra la opresión. Hannah Arendt hablaba de la ‘banalidad del mal’, de lo terrible y terroríficamente normales que eran los nazis. Zimbardo habla de la ‘banalidad del heroísmo’, de lo absolutamente sencillos y normales que son los héroes. Todas las personas que han sido elevadas a la categoría de héroe insisten en que no hicieron nada extraordinario y que cualquiera hubiera actuado de la misma manera en esa situación. Juan Pablo Urtizberea -el héroe de Irún- dice que no hizo nada especial y que volvería a repetirlo.

Si aplicamos el enfoque conceptual de Zimbardo a la situación del País Vasco, no podríamos despachar la cuestión diciendo que se trata de unas cuantas manzanas podridas. Los terroristas y sus adláteres no son sádicos ni psicópatas asesinos, lo terrorífico es saber que se trata de personas absolutamente normales, pero dispuestas a cometer acciones criminales. El enfoque de Zimbardo lo que nos enseña es que aquí a las manzanas las pudre el cesto, es el cesto lo que está podrido. En consecuencia, la tarea es regenerar el cesto, restaurar los mimbres culturales, políticos y sociales gangrenados. Los procesos de reproducción cultural, integración social y socialización no pueden desarrollarse con normalidad en un contexto podrido.

Desde la perspectiva de Zimbardo comparto el diagnóstico y las medidas implementadas por el Gobierno vasco, pero además, en este nivel sistémico es extraordinariamente importante el papel del llamado nacionalismo democrático por la importancia de la ideología y los valores para crear situaciones y dictar roles y conductas. Por ello, el PNV no puede seguir más con un comportamiento errático, desde las declaraciones de Garaikoetxea cuando era lehendakari en contra de las extradiciones hasta la actual defensa de mecanismos de desconexión moral cuando los dirigentes jeltzales tipifican el terrorismo como expresión de un conflicto político. En el estadio moral y de lucha en que nos encontramos, el PNV ya no puede esconderse más y se le acaba el tiempo. Debe combatir el silencio y la inacción en sus bases y proclamar que con el abertzalismo filoetarra no comparte ni los medios ni los fines ni nada. Pero esta etapa descivilizatoria que vivimos también forja sus héroes. Propongo el siguiente cambio conceptual y simbólico: no hablar ya más de víctimas, sino de héroes del terrorismo.

LA FAMILIA COMO ESTRUCTURA DE ACOGIDA.

www.forumlibertas.com/La Firma
14/09/2009
Francesc Torralba Roselló
La familia como estructura de acogida


La mentalidad actual genera un inmenso número de personas frustradas y desengañadas que se sienten excluidas de la sociedad


La sociedad actual ensalza al fuerte, al que triunfa. No hay espacio ni protección para el débil. La publicidad empuja a una carrera cada vez más competitiva en el que sólo tienen éxito un número reducido de individuos, relegando al olvido a los que también han corrido pero no han llegado primeros. Esta mentalidad genera un inmenso número de personas frustradas y desengañadas que se sienten excluidas de la sociedad. Otras, para seguir siendo reconocidas, tienen que luchar a muerte.

La enseñanza en las escuelas responde a la pedagogía del éxito y del mayor rendimiento académico, que es la que se impone en el discurso oficial y social, y a la que lleva la pedagogía dominante. ¿Qué sucede con los que no triunfan, con los que no tienen el éxito que de ellos se esperaba, con los fracasados?

La experiencia de que el ser humano es un ser vulnerable puede ayudar a ver de un modo muy distinto a los demás, de situarse ante los demás no desde la prepotencia y el dominio, sino en una actitud de acogida. Permite ver la debilidad del otro que se esconde tras la máscara de la fortaleza. Resulta esencial educar el sentido de la vulnerabilidad y la capacidad de asumir los propios límites y los de los otros.

En esta tarea, la familia, como unidad básica de la sociedad, juega un papel muy relevante en una sociedad tan árida como la nuestra, puesto que se puede definir, más allá de toda interpretación, como una estructura de acogida. Para el hijo, en su familia, la acogida significa sentirse y saberse aceptado y querido, protegido y seguro por el amor y el cuidado de sus padres.

El valor máximo en la familia es la incondicionalidad. Se acepta al hijo sin condiciones, tenga o no tenga éxito, sea o no sea inteligente. No se le acepta por sus rasgos, sino por el mero hecho de ser persona. Decir que la familia es una estructura de acogida significa que da apoyo, confianza y ternura; significa sentir de cerca la presencia de los padres que se hace acompañamiento, orientación y guía. Ese impulso inicial de acogida infunde una confianza en el vínculo humano que ningún acontecimiento futuro puede borrar.

La vulnerabilidad es el rasgo de la condición humana que es necesario resaltar. Contra la apología del fuerte e individualista, se debe destacar el valor de la acogida y de la responsabilidad frente al dolor del otro. La experiencia de ser vulnerable, necesitado, abre la puerta a la presencia de otro en mi vida, a la irrupción del otro en mi experiencia vital. Eliminar al sujeto vulnerable, por el mero hecho de ser vulnerable, es una forma de perversidad moral. Al sujeto vulnerable se le debe, ante todo, acoger y ofrecer una comunidad cálida.

La familia es el espacio privilegiado en el que cada persona es reconocida y valorada por lo que es. Sólo el ser vulnerable genera en nosotros la obligación de responder incondicionalmente. Sólo del ser vulnerable podemos esperar la llamada exigente de acogerlo, sin haberlo querido ni escogido. Esta experiencia genuinamente moral de atención y de cuidado del otro va a poner las bases para una vida moral que facilite el ponerse en el lugar del otro, el desarrollo de la capacidad de escucha, acogida y atención al otro y la capacidad de analizar la condiciones históricas en las que la relación moral con el otro se están produciendo.