viernes, 22 de agosto de 2008

EUROPA SE BLINDA ANTE LOS INMIGRANTES



Por Sami Nair

La nueva directiva europea sobre inmigración ilegal, que propone unas normas comunes para la retención y expulsión de extranjeros sin papeles, se inscribe en la lógica de endurecimiento adoptada a partir del Consejo Europeo de Tampere, en 1999, y formalizada en el Programa de La Haya, en 2004. La directiva de 2005 sobre el retorno de extranjeros en situación irregular, ya muy severa, es hoy objeto de modificaciones sustanciales, siempre en el sentido de la restricción de las condiciones de entrada y del derecho de asilo. No en vano se han introducido cuatro disposiciones altamente simbólicas sobre el retorno voluntario, la retención, la readmisión y los menores.
La directiva pretende abrir la posibilidad de un retorno voluntario en un plazo de cuatro semanas. Pero la formulación es extremadamente ambigua: llama retorno voluntario a lo que en realidad es un retorno obligatorio. Así, el artículo 6, párrafo 2, sitúa al extranjero ante obligaciones permanentes, como, por ejemplo, las de tener que "presentarse regularmente ante las autoridades, depositar una garantía financiera, entregar documentos o residir en un lugar determinado". Al adoptar estas medidas tan restrictivas, los Estados aceptarán muy probablemente aumentar su participación en la financiación del retorno, lo que confirma su voluntad de obligar a los extranjeros a regresar a sus países de origen.
En cuanto a la duración de la retención, la UE creó hace ya unos 10 años la denominada política de "externalización", esto es, una serie de campos de internamiento prácticamente al margen del derecho. Ahora se trata de legislar la duración de la retención en el interior de la UE. Se fija en seis meses (artículo 14) el periodo de internamiento previo a la repatriación, aunque podrá ampliarse hasta los 18 meses. El proyecto inicial de la Comisión proponía una duración máxima de seis meses. Pero los Estados miembros, que aplican plazos de retención muy diferentes -que pueden ir desde los 32 días en Francia o los 42 en España hasta la detención ilimitada-, se han puesto de acuerdo en adoptar la media de... ¡18 meses!
Los partidarios del endurecimiento de las reglas presentan ese plazo como una victoria frente a los Estados más represivos, que practican la retención ilimitada. Pero ¿no implica también permitir a los más garantistas la posibilidad de pasar de 32 días a 18 meses? La armonización al alza del internamiento no puede ser un "avance", y menos aún cuando, en ausencia de una estrategia de gestión común de la demanda migratoria internacional hacia Europa, parece más que probable que, de aquí a algún tiempo, haya que aumentar de nuevo el plazo de retención.
Esta disposición viene acompañada de otro cerrojo a la readmisión en el territorio europeo del extranjero expulsado. A partir de ahora, éste no podrá presentarse en las fronteras de la Unión hasta pasados cinco años, o más, si ha sido clasificado como amenaza para la seguridad (artículo 9). En la práctica, se trata de la institución de un verdadero delito de inmigración. Berlusconi, siguiendo las propuestas de los ministros neofascistas de su Gobierno, ha llevado esta lógica de penalización hasta sus últimas consecuencias al introducir en el código penal italiano un "delito de inmigración clandestina", castigado con una pena de entre seis meses y cuatro años de prisión. Los responsables europeos dicen no aprobar tal decisión, pero ¿acaso no está implícita ya como posibilidad en la concepción de la inmigración ilegal como delito?
La tercera disposición concierne a los menores. Nadie ignora que éstos plantean un problema grave y que hay que legislar en la materia; prácticamente todos los países de la Unión deben hacer frente a esta nueva forma de inmigración. Lejos de nosotros la idea de arrojar la primera piedra contra la UE. Pero, ¿cómo reaccionar?
Dado que el derecho de los menores es uno de los más protegidos, no es posible equipararlo simple y llanamente con la lógica represiva que prevalece respecto a los adultos solicitantes de asilo. Ahora bien, el artículo 14 de la directiva establece que los Estados tendrán derecho a retener a los menores durante el mismo tiempo que a los adultos, aunque, añade, no será en "establecimientos penitenciarios ordinarios". Pero esos "lugares específicos" no se definen en ninguna parte. La directiva pretende respetar el principio del "interés superior del niño" remitiéndose a la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño (1989). Pero, hay que recordarlo, la convención no prevé en lugar alguno la posibilidad de la detención de los niños a causa de la inmigración ilegal.
Por otra parte, en la directiva se perfila entre líneas una tendencia a la desjudicialización de los procedimientos de detención y expatriación extremadamente peligrosa. Así, el artículo 14, párrafo 2, postula que "las decisiones de internamiento temporal serán tomadas por las autoridades judiciales", pero precisa que "en caso de urgencia podrán ser tomadas por las autoridades administrativas (...)", para, a continuación, ser confirmadas por las autoridades judiciales en un plazo de 72 horas. Ahora bien, en la práctica, esta sustitución de la competencia de la autoridad judicial por la de la autoridad administrativa tenderá a sistematizarse e, inevitablemente, tendrá consecuencias nefastas en lo que al respeto de los derechos humanos se refiere.
Esta directiva viene acompañada por una ofensiva de la futura presidencia francesa de la UE destinada a hacer aún más difícil la integración de los inmigrantes. Nicolas Sarkozy pretende imponer el "contrato de integración" existente en Francia a la asamblea de socios europeos. Se trata de codificar unas reglas de asimilación de las normas y costumbres de los países de acogida que los candidatos a la inmigración tendrán que adoptar obligatoriamente. Evidentemente, eso deja la puerta abierta a una arbitrariedad aún mayor de los Estados en la lógica de selección que quieren poner en marcha para la acogida de extranjeros. La presidencia francesa también quiere conseguir que se admita el principio del rechazo a las regularizaciones "masivas", para evitar un "efecto llamada" que pudiera tener repercusiones en todos los países europeos.
Son propuestas muy problemáticas, pues aspiran a imponer un modelo identitario común (el "pacto sobre inmigración") a naciones cuya política es diferente a la francesa, y a controlar el derecho de cada país a decidir su propia política demográfica. En efecto, ¿qué significa "masivo"? ¿Por qué nadie precisa las cifras? ¿Y es que las naciones europeas ya no tienen derecho a incrementar su población cuando lo necesiten mediante las regularizaciones?
Los contenidos de esta directiva europea y el de las propuestas francesas son muy inquietantes. La necesidad de legislar sobre los refugiados solicitantes de asilo y sobre la inmigración ilegal es evidente, pero ¿siempre hay que hacerlo desde una perspectiva únicamente represiva y arbitraria? En cualquier caso, la inmigración continuará. Y la destrucción progresiva del derecho de asilo no solucionará nada.
Desde el Tratado de Maastricht, Europa ha entrado en un ciclo globalmente negativo sobre el asilo. La reducción progresiva de este derecho conduce a restricciones importantes. Uno de los escándalos más inmorales de los últimos años es el caso de los refugiados iraquíes. Desde la invasión de Irak, más de 2,4 millones de personas han abandonado ese país. Entre 2003 y 2007, alrededor de 100.000 iraquíes pidieron asilo político en Europa, de los cuales 40.000 lo hicieron entre 2006 y 2007. ¿Es mucho? Pues bien, Siria, cuyo PIB es mucho más bajo que el de la UE, ha acogido a 1,4 millones de iraquíes.
De hecho, la situación real de Europa y el resto del mundo en materia de acogida o rechazo de los solicitantes de asilo está marcada por una profunda desigualdad: Europa recibe un número de solicitudes de asilo relativamente bajo comparado con los millones de personas que emigran en el interior de África, Asia y las regiones fronterizas con Europa. No hay una "explosión" del número de refugiados propiamente dicha; hay sobre todo un endurecimiento continuo de las reglas de entrada que incrementa objetivamente el número de rechazos y, en consecuencia, el número de "expatriables" en las fronteras. Pero esto no impide a la Unión seguir endureciendo aún más su legislación.

El País , 19 junio 2008

INVESTIGAR Y EDUCAR

ÁNGEL RUPÉREZ


EL PAÍS - Opinión - 22-08-2008


Pocos han comentado la decisión del presidente del Gobierno de desgajar la educación universitaria del Ministerio de Educación propiamente dicho. Ni siquiera la ministra del ramo, Mercedes Cabrera, puso mala cara ante esa decisión, que deja su ministerio sin responsabilidad alguna sobre la educación superior, siendo ella, como es, profesora universitaria. Ahora, un ministerio de nueva creación -el Ministerio de Investigación e Innovación- se ocupa de la educación universitaria y su titular es Carmen Garmendia, al parecer una mujer ducha en asuntos relacionados con la investigación puntera, pero no sé si con experiencia suficiente en temas educativos.

Vaya por delante que no propongo, ni por asomo, enfrentar en estas páginas investigación y educación, porque sería un disparate hacerlo. Toda posible educación universitaria depende en buena medida de una buena investigación, en cualquiera de los campos del saber. Y, además, reconozco abiertamente la necesidad de hacer todos los esfuerzos imaginables para que nuestro país deje atrás la calamitosa economía ladrillesca y pueda adentrarse en las modernas economías gobernadas por el famoso I+D+i. Y, para que eso ocurra, la investigación puntera en punteras tecnologías tiene algo muy importante que decir.

Dicho lo cual, también conviene recordar que la Universidad, desde sus comienzos, fue una institución educativa y que, por tanto, la educación es una de sus misiones más fundamentales y decisivas. La educación no es sólo una cuestión de transmisión de saberes, sino un amplio campo de actuación interactiva en la que está en juego el desarrollo integral de un individuo, y ese desarrollo debe ser protegido y amparado por la Universidad, a título de tanta o mayor importancia que el que pueda tener la actividad investigadora. Puede decirse que ésta es una actividad que puede desarrollarse en soledad o en grupos coordinados en los que se planifican tareas con vistas a la obtención de determinados resultados.

La educación, en cambio, es necesariamente una actividad que vincula a alguien con otro y, por tanto, implica un ejercicio de comunicación que tiene sus propias exigencias, todas ellas fundamentales para propiciar el pleno desarrollo humano del que hablábamos antes. La educación se enfrenta con el reto de enseñar a aprender por cuenta propia, y, también a aprender a ser autónomo y capaz de reflexionar críticamente sobre toda clase de materias, pues sin esa libertad sin amos es imposible crecer hasta el punto de no ser dominado -hasta donde eso pueda llegar a ser posible, pero aquí señalamos un ideal hacia el que debemos dirigirnos- por nada ni por nadie, y esto también en el terreno del puro conocimiento. La educación universitaria debe tener también como misión contribuir a entablar relaciones humanas ajenas al dominio jerarquizador, de tal modo que la construcción del conocimiento ayude a romper las ligaduras que dificulten la conquista de la plena autonomía, sin la cual ninguna decisión en el futuro será del todo libre.

Por tanto, propongo que no se relegue a un segundo plano de importancia la educación en el ámbito universitario, y eso implica que se proteja adecuadamente su libre ejercicio, en todos los aspectos, modernizando las aulas y su mobiliario, pertrechándolas de modernos medios técnicos útiles para el aprendizaje, creando grupos razonables y no masificados, valorando adecuadamente el ejercicio de la docencia y convirtiéndolo en mérito clave para la obtención de cualquier plaza docente o para cualquier promoción interna en el escalafón profesoral.

También propongo que se modernicen los métodos de enseñanza universitaria y se destierren por inoperantes las clases que presuponen una actividad monológica antes que dialógica, es decir, las llamadas clases magistrales, exponentes de una Universidad adocenada en el campo educativo. También propongo que se recupere el espíritu de la educación integral de las personas que defendieron los griegos a través de lo que ellos llamaron Paideia, una especie de visión global de la educación, no tan parcelada como la que ahora tenemos y más abierta al hombre como asombrosa potencialidad que se autodescubre en medio de los estímulos educativos del más diverso orden.

Por lo mismo, también propongo que la Universidad pública no funcione con la lógica de una empresa, para la que únicamente será útil aquello que tenga rendimientos económicos palpables e inútil todo lo que carezca de ellos. Está bien que se ampare y proteja la investigación puntera en todos los campos del saber en los que la utilidad pueda brillar por cuenta propia, pero estaría mal que, como consecuencia de ese plausible objetivo, quedaran relegados, en forma de bajos presupuestos, todos los saberes no experimentales, a los que, por pura conveniencia irónica, podríamos llamar inútiles. Pues de esos saberes depende también la construcción de una sociedad que sepa pensar sobre sí misma y descubrir sus limitaciones e imaginar nuevos y más sanos proyectos de convivencia; sepa apreciar las artes y aspire a saciar sus ansias de conocimiento, y sepa leer y pensar sin pararse a pensar si esa actividad es útil o inútil, porque, en todo caso, en su inutilidad antieconómica y antiproductiva radica su necesidad social, que es poco menos que su necesidad vital, sin la cual la muerte del espíritu llenaría de tinieblas cualquier horizonte.

ÁNGEL RUPÉREZ es escritor y profesor de Teoría de la Literatura en la UCM.

EL ALCANCE GEOPOLÍTICO DE LA CRISIS




SAMI NAÏR

EL PAÍS - Opinión - 22-08-2008

La mayor parte de los observadores coinciden en pronosticar una crisis de la economía mundial de una amplitud excepcional. Esta crisis no es un accidente: era previsible, dados la ausencia de control de los flujos de capitales, la especulación salvaje y el sistema de bombeo, desde hace años, del ahorro mundial por parte de Estados Unidos.

La globalización feliz, que favorecía a las élites financieras y a las capas más afortunadas en los países ricos, se está acabando. Ahora no es posible seguir viviendo como si el sistema pudiera autocorregirse. En varios países desarrollados, inclusive en Estados Unidos, se habla de la necesidad de regulación de la economía, y el mismo presidente de Estados Unidos tuvo que inyectar dinero, en contradicción flagrante con todas las sacrosantas leyes del liberalismo, para atajar los efectos de la crisis financiera de su país. Ha sido en balde.

Antes que nada, hay que reconocer la existencia de la crisis, no sólo a nivel nacional, sino a escala planetaria. El economista Jacques Attali -ex asesor de François Mitterrand y ahora autor de un informe liberal para Nicolas Sarkozy sobre la economía francesa-, que subestimaba con grandilocuencia la crisis hace unos meses, habla ahora del tsunami que se acerca.

En segundo lugar, reconocer que no se trata sólo de una crisis de financiación, sino que ya toca al corazón mismo de la economía: empresas de construcciones, cadenas de comercialización (último ejemplo en España, Habitat).

Tercero, entender que se trata de una crisis duradera, tal y como el mismo FMI afirma -prevé dos años como mínimo- y que no va a poder solucionarse con las recetas tradicionales del laissez faire liberal, sino que necesita nuevos mecanismos, postiberales, que podrán incluir tanto acciones reguladoras de los tipos de interés, la aceptación por parte de los gobiernos de la necesidad de déficit presupuestarios e incluso en algunos sectores, nacionalizaciones imprescindibles, como ha pasado en Gran Bretaña.

Cuarto, tener claro que esta crisis económica, financiera y de largo alcance, también es una crisis geopolítica que implica la reorganización progresiva de la relación de fuerzas a escala planetaria.

Frente a esta situación, nada sería peor que reaccionar ideológicamente, para proteger una religión económica dada.

Reaccionar a la crisis supone definir de dónde vienen los problemas, y preguntarse a qué escala -nacional, regional, mun-dial- deben darse las respuestas.

Los parámetros fundamentales de la crisis tienen que ver con la manera con la que se ha desarrollado la globalizaciónestas últimas dos décadas: fundamentalmente, es la estrategia financiera adoptada por Estados Unidos, con efectos muy duros sobre todo el mundo, la que ha provocado la crisis, y no, como se suele decir muy superficialmente, la subida de los precios de petróleo o de los productos alimenticios. Estas subidas, reales, son de hecho las consecuencias del encarecimiento de los precios de todos los bienes a nivel mundial, lo que resulta directamente de la exportación de la inflación de Estados Unidos al resto del mundo por no tener una política drástica, como los europeos han impuesto desde mediados de los años noventa, de gestión de los déficit públicos y privados.

El déficit presupuestario estadounidense es abismal: no hay ejemplo comparable en el mundo. Así, en 2009, está previsto que alcance los 482.000 millones de dólares (en torno a los 306.000 millones de euros), más 141.800 millones de dólares para financiar las guerras de Irak y Afganistán. Recordemos que el presupuesto militar de Estados Unidos ha sido, para 2008, de 645.600 millones de dólares, con 503.800 millones de dólares para la financiación de la actividad del Pentágono y de los programas de armas nucleares. Ahora bien, la casi totalidad de estos gastos son financiados por el ahorro mundial, sobre todo por las compras de bonos de Tesoro americano por parte de China, los países del Golfo Pérsico, Japón, los fondos europeos y otros.

La crisis de las subprime de agosto de 2007 desveló de manera particularmente cruel esta política generalizada de endeudamiento de Estados Unidos en detrimento del resto del mundo. Dicho de otra manera, la crisis actual de la economía mundial es, primero, la crisis de la economía estadounidense, a la que daña gravemente, poniendo probablemente fin a la hegemonía económica mundial de Estados Unidos. Este país está ya en recesión, y dados los vínculos de su economía con el resto del mundo, la metástasis es inevitable.

Pero lo radicalmente nuevo es el espacio geopolítico en el que ocurre esta crisis de la economía estadounidense: se desarrolla en el contexto del auge de nuevos polos económicos que Estados Unidos no puede controlar: China, India, Brasil, México y países emergentes de la ASEAN, que están de hecho reorganizando el sistema comercial y productivo planetario. Ahora bien, contrariamente a los japoneses, europeos o países del Golfo -cuyos intereses y posicionamiento en el dispositivo económico internacional son cómplices de los de Estados Unidos-, los países emergentes quieren tener peso en el juego mundial, porque, en la globalización actual, sus ventajas comparativas (sobre todo, la mano de obra barata y la ausencia de políticas sociales) les favorecen. Es el precio del liberalismo mundial cuya característica es la competición a la baja de todo: calidad, sueldos, etcétera.

Todo ello plantea varias preguntas. Primero, es obvio que el sistema económico no puede seguir funcionando con pautas meramente monetarias y especulativas. El debilitamiento duradero del dólar pone en peligro la economía mundial. No es por casualidad que algunos países del Golfo, así como los chinos e inclusive los japoneses, están diversificando sus reservas de divisas, aceptando cada vez más el euro u otras monedas más fiables para sus exportaciones. No quieren ser pagados en moneda falsa. Llegado a este punto, ¿qué sistema monetario necesitaremos en el futuro de un mundo globalizado?

En segundo término, debemos plantearnos nuevos interrogantes, impensables hace sólo dos décadas: ¿cómo se van a insertar estas economías emergentes en el capitalismo del siglo XXI? ¿Qué modelo de hegemonía va a prevalecer con la decadencia progresiva de la dominación occidental sobre la economía mundial? Actualmente, el eje dominante es una alianza conflictiva pero necesaria entre Estados Unidos, Europa, Japón y los países del Golfo. ¿Se va a abrir a China, India, Brasil, México, esta alianza? ¿Cuál va a ser el precio social de la apertura? Y, en caso contrario, ¿cómo van a reaccionar estos nuevos polos de poder?

Más exactamente: Estados Unidos, que necesita más que nunca el apoyo de China y de India para su comercio y sus inversiones internas, ¿mantendrá el eje americano-europeo o va a desplazar su línea de intereses estratégicos hacia los países de Asia?

Son las cuestiones que se plantean en la actualidad en los centros de poder de Estados Unidos, un debate que se analiza también en las páginas de opinión de la prensa especializada de muchos otros países. Lo que parece bastante probable es que Europa va a tomar tarde sus decisiones, pues no tiene todavía claro el modelo institucional que la deba regir. Finalmente, esta reorganización inevitable de las relaciones económicas afectará también al papel de Rusia, potencia insoslayable, y del mundo árabe, que tiene muchos recursos para hacerse oír, siendo los más evidentes los energéticos.

En resumidas cuentas, estamos ante una crisis económica mundial que es sólo la punta del iceberg, y que esconde una importante reorganización geopolítica en la que van a vencer los que mejor sepan utilizar sus fuerzas y gestionar sus debilidades.

lunes, 18 de agosto de 2008

PIENSO, LUEGO...¡MOSQUIS!


Las enseñanzas filosóficas implícitas en los personajes de Los Simpsons

JORDI SOLER - Barcelona

EL PAÍS - 16-08-2008

En la Universidad de Berkeley, en California, se imparte un curso de filosofía fundamentado en la vida cotidiana de la familia Simpson. El maestro y sus alumnos van tomando nota, a lo largo de un semestre, de los actos y los diálogos que la tribu de Homer va desvelando semanalmente en la televisión; este conocimiento, aparentemente superfluo, les sirve para comprender, y luego aplicar, los engranajes del pensamiento filosófico. Matt Groening, artífice de esta familia dolorosamente arquetípica, sostiene: "Los Simpson es un programa que te recompensa si pones suficiente atención". Sus célebres episodios pueden entenderse en distintos niveles, divierten a niños, a adultos y a filósofos; tres datos sobre la inversión que lleva cada capítulo de esta serie dan una idea de su complejidad: 300 personas, que trabajan durante 8 meses, con un costo de 1,5 millones de dólares. La misma idea de convertir a la familia Simpson en materia de especulación filosófica es el tema de un curioso libro, The Simpsons and philosophy: the D'oh of Homer (ese D'oh se traduce en la versión española por "mosquis", la célebre interjección de Homer). Una nueva editorial, Blackie, lo publicará en España en invierno con el título de Los Simpson y la filosofía. En este volumen, un éxito de ventas en EE UU e Italia, 20 filósofos, de diversas universidades de Estados Unidos, ensayan sobre esta familia y su entorno en la desternillante ciudad de Springfield. El compilador de este proyecto de reflexión colectiva es William Irwin, profesor de filosofía del Kings College, en Pensilvania, con la participación de Mark T. Conrad y Aeon J. Skoble; Irwin es también autor de un célebre ensayo, en la misma línea de filosofía pop, titulado Seinfeld and philosophy (Seinfeld y la filosofía), donde, en un ejercicio a caballo entre la reflexión y la enajenación que produce mirar tantas horas la tele, desmonta filosóficamente la vida del solterón neoyorquino y el grupo de solterones que lo rodean.

Los Simpson y la filosofía comienza con un ensayo de Raja Halwani dedicado a rescatar, filosóficamente, lo que Homer tiene de admirable, y el punto de partida para esta empresa imposible es Aristóteles, ni más ni menos. "Los hombres fallan a la hora de discernir en la vida qué es el bien"; esta idea aristotélica consuena con esta idea homérica, de Homer Simpson: "Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo, las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio". La interesantísima radiografía filosófica de Homer que hace Halwani viene salpicada con diálogos y situaciones que hacen ver al lector lo que ya había notado al ver Los Simpson en la televisión: que Homer, fuera de algunos momentos de intensa vitalidad, casi todos asociados con la cerveza Duff, no tiene nada de admirable. "Brindo por el alcohol, que es la causa y la solución de todos los problemas de la vida", dice Homer en un momento festivo, con una jarra de cerveza en la mano, y unos capítulos más tarde se sincera con Marge, su esposa: "Mira Marge, siento mucho no haber sido mejor esposo; estoy arrepentido del día en que intenté hacer salsa en la bañera y de la vez en que le puse cera al coche con tu vestido de novia... Digamos que te pido perdón por todo nuestro matrimonio hasta el día de hoy".

El libro se divide en cuatro grandes secciones: personajes, temas simpsonianos, la ética de los Simpson y los Simpson y los filósofos. El resultado, como suele suceder en los libros de varios autores, es desigual y ligeramente repetitivo; sin embargo, su lectura puede ser muy instructiva para los millones de forofos de esta serie que desde 1989 presenta una visión de la sociedad en dibujos que se parece bastante a la realidad de la familia occidental; en sus episodios, además de la lúcida disección que se hace del zoo humano, se tratan temas muy serios como la inmigración, los derechos de los homosexuales, la energía nuclear, la polución, y todo teñido de una sátira política que al final, como sucede casi siempre en los ambientes de Hollywood, resulta ser más demócrata que republicana.

Hace unos años, Matt Groening declaró que el gran subtexto de Los Simpson es éste: "La gente que está en el poder no siempre tiene en mente tu bienestar". La serie está basada en la desconfianza que siente el ciudadano común frente al poder, en todas sus manifestaciones, y en la necesidad que éste tiene de preservar a su familia que, por disfuncional que sea, termina siendo el último refugio posible. En los capítulos que se ocupan de los personajes de la serie, los filósofos autores de este libro aprovechan para revisar el antiintelectualismo yanqui a la luz de Lisa, o el silencio de Maggie a partir de esa idea de Wittgenstein que dice "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"; también hay una sesuda reflexión sobre Marge, esposa y madre, como referente moral de la familia Simpson, y del pueblo de Springfield; en uno de los episodios aparece este diálogo, debidamente consignado en el libro, entre Marge y el tabernero Moe:

Moe: "He perdido las ganas de vivir".

Marge: "Oh, eso es ridículo, Moe. Tienes muchas cosas por las que vivir".

Moe: "¿De verdad?, no es lo que me ha dicho el reverendo Lovejoy. Gracias Marge, eres buena".

Bart Simpson es analizado con óptica nietzscheana; Mark T. Conrad intenta armonizar la vida gamberra de este niño con el rechazo de Nietzsche a la moral tradicional. "Yo no lo hice. Nadie me ha visto hacerlo. No hay manera de que tú puedas probar nada", se defiende Bart en uno de los episodios, ignorando esta contundente línea de Nietzsche que lo justifica: "No existen los hechos, sólo las interpretaciones".

Además de Nietzsche y Aristóteles, Los Simpson y la filosofía echa mano de Kierkegaard, Camus, Sartre, Heidegger, Popper, Bergson, Husserl, Kant y Marx, y este último filósofo da sustancia al divertido capítulo Un (Karl, no Groucho) marxista en Springfield, donde James M. Wallace llega a la conclusión de que los Simpson son capitalistas y, simultáneamente, críticos marxistas de la sociedad capitalista. A la hora de desmontar filosóficamente a Homer, Raja Halwani llega a la conclusión de que el tipo de carácter que tiene este personaje, desde el punto de vista aristotélico, es el vicioso, su escaso autocontrol frente a la ira, la alegría, el sexo o la cerveza, sus mentiras y su cobardía histérica en las situaciones en que tendría que responder como jefe de la tribu, lo sitúan como la antítesis de la templanza. Esta línea, dicha por él mismo cuando peligraba su integridad física, describe bien al entrañable personaje: "¡Oh, Dios mío; criaturas del espacio! ¡No me coman, tengo esposa e hijos!; ¡cómanselos a ellos!".
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LA SABIDURÍA AMARILLA, EN FRASES:

(Una selección de algunas de las frases más memorables de Homer Simpson)

- ?Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo: las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio...?.

- ?Brindo por el alcohol: que es la causa y la solución de los problemas de la vida?.

- ?Intentar algo es el primer paso hacia el fracaso?.

- ?Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor sálvame, Superman?.

- A Billy Corgan, de The Smashing Pumpkins: ?¿Sabes? Mis hijos piensan que eres fantástico. Y gracias a tu música depresiva han dejado de soñar con un futuro que no puedo darles?.

- ?¿Cuándo aprenderé? Las respuestas de la vida no están en el fondo de una botella. ¡Están en el televisor!?.

- ?Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda?.

- ?Si cuesta trabajo hacerlo, es que no merece la pena?.

- ?Quiero decirte las tres frases que te acompañarán en la vida. Uno, ?cúbreme?; dos, ?jefe, qué gran idea?; tres, ?así estaba cuando llegué??.

- ?Hijo, una mujer es como una cerveza. Huelen bien, se ven bien, ¡y matarías a tu madre por una! Y no puedes tener sólo una. Querrás beber a otra mujer?.



Diario El País