viernes, 8 de agosto de 2008
LA REVOLUCIÓN BIOMÉDICA Y EL FUTURO DEL HOMBRE.
23/04/2008
Francesc Torralba Roselló
La revolución biomédica y el futuro del hombre.
Cambiar la biología del ser humano, convertirlo en otra cosa, puede ser muy peligroso.
La tecnología científica ha modificado el carácter de la actividad humana y ha transformado sus relaciones con el entorno natural. Según Jacques Ellul, el impacto tecnológico en nuestra cultura no tiene ningún parangón en el pasado.
La naturaleza ya no es sólo o principalmente el campo de la acción del hombre, sino que se ha convertido en objeto de transformación por el hombre con lo cual, el hombre ha asumido una tremenda responsabilidad moral, de la que no tiene plena conciencia.
En efecto, el poder transformador del ser humano es cualitativamente superior a cualquier otro tiempo y sus efectos pueden cambiar la faz de la tierra.
Tal poder tecnológico tiene que ir acompañado de una nueva consciencia planetaria fundada en el valor de la responsabilidad o en la virtud de prudencia.
Con la revolución biomédica es la propia naturaleza del hombre la que se ha convertido en objeto de transformación tecnológica. A este propósito conviene anotar aquí una significativa diferencia entre la revolución de la física y la de la biomedicina.
Antes, la noción de naturaleza humana estaba arropada por una panoplia de ideas, conceptos y símbolos que la hacían intocable. Hoy, por el contrario, el desarrollo de la biología y de la biomedicina está en camino de proporcionarnos no ya la posibilidad, sino el poder de mudar radicalmente los componentes genéticos, bioquímicos y neurológicos del hombre.
Los recientes descubrimientos en biología y medicina nos hacen barruntar que muy pronto tendremos el poder de controlar y modelar las aptitudes y actividades del hombre, manipulando directamente sobre su cuerpo y cerebro.
La tecnología biomédica, tal y como dice L. R. Kass, nos permitirá tal vez modificar la facultad inherente de elegir. Todo puede ser distinto de cómo ha sido hasta el presente. Tomar consciencia de ello es fundamental para darse cuenta de lo que podemos ganar o perder.
Si hasta hace poco, el concepto de naturaleza humana era el punto de referencia obligado para aceptar o rechazar los proyectos científicos, ¿en qué principios habremos de fundar ahora nuestra elección para decidir lo que no debemos hacer con o para el ser humano?
¿Nos dejaremos llevar por una lógica inflexible del tipo: “hacer todo lo que se pueda hacer”?
Esta última pregunta implica la sospecha de que estamos condenados a someternos a un nuevo determinismo, quizás el más siniestro de todos. O acaso el más fascinante, por cuanto nos permitiría no sólo la curación o la restauración del hombre, sino su reconstrucción.
¿Es que hemos llegado ya a la cima de la evolución? En lo que respecta a la evolución cultural, ciertamente no. Pero, ¿puede decirse lo mismo de nuestra estructura biológica y de aquellos comportamientos que llamamos humanos?
Podemos dejar de ser sujetos pasivos de la evolución milenaria de la materia viva, para convertirnos en artífices activos. Todo cuanto contribuya a mejorar la calidad de vida de las personas, a paliar sus enfermedades y dolencias representa una exigencia moral que no podemos soslayar.
Curar, atender y paliar el sufrimiento es un deber moral; cambiar la entraña biológica del ser humano para dar nacimiento a un ser distinto es una hipótesis que suscita muchos interrogantes. Probablemente tiene razón Francis Fukuyama cuando dice que ésta es la idea más peligrosa de este siglo.
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