lunes, 6 de octubre de 2008

¿QUÉ SIGNIFICA MANIPULAR?


Alfonso López Quintás
Catedrático Emérito de la Universidad Complutense de Madrid


El gran humanista y científico Albert Einstein nos hizo esta severa advertencia: "La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo menos nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual". ¿Qué forma de pensar hubiéramos debido cambiar para evitar esta hecatombe? Sin duda, Einstein se refería al estilo de pensar objetivista, dominador y posesivo que hizo quiebra en la primera guerra mundial y no fue sustituido por un modo de pensar, sentir y querer más ajustado a nuestra realidad humana.

Los pensadores más lúcidos nos vienen instando desde el período de entreguerras a cambiar el ideal, realizar una verdadera metanoia y superar el afán de poder mediante una decidida voluntad de servicio. Este giro fue realizado en círculos escogidos, pero no en las personas y los grupos que deciden la marcha de la sociedad. En éstos siguió operante un afán incontrolado de dominio, dominio sobre cosas y sobre personas.

El dominio y control sobre los seres personales se lleva a cabo, sobre todo, mediante las técnicas de manipulación, que es una forma de peligroso ilusionismo mental, en el que se tergiversan los conceptos y se corrompen las mentes. El ejercicio de la manipulación de las mentes encierra especial gravedad en este momento por tres razones básicas:

1) Sigue orientando la vida hacia el viejo ideal del dominio, que provocó dos hecatombes mundiales y no logra colmar hoy nuestro espíritu pues ya no podemos creer en él.
2) Impide dar un giro decidido hacia un nuevo ideal que sea capaz de llevar nuestra vida a plenitud.
3) Incrementa el desconcierto espiritual de una sociedad que perdió el ideal que persiguió durante siglos y no logra descubrir uno nuevo que sea más conforme a la naturaleza humana.

Si queremos colaborar eficazmente a configurar una sociedad mejor, más solidaria y más justa, debemos poner al descubierto los ardides de la manipulación y aprender a pensar con todo rigor. No es demasiado difícil. Un poco de atención y finura crítica nos permitirá delatar los trastrueques de conceptos que se están cometiendo y aprender a hacer justicia a la realidad. Esta fidelidad a lo real nos depara una inmensa libertad interior.

No basta vivir en un régimen democrático para ser libres de verdad. Hay que conquistar la libertad día a día frente a quienes intentan arteramente dominarnos con los recursos de esa forma de ilusionismo mental que es la manipulación.

Esta conquista sólo es posible si tenemos una idea clara de cuatro cuestiones:

lª. Qué significa manipular
2ª. Quién manipula
3ª. Para qué manipula
4ª. Qué táctica moviliza para ello

El análisis de estos cuatro puntos nos permitirá al final discernir si es posible poner en juego un antídoto de la manipulación. Estamos a tiempo de salvaguardar nuestra libertad personal con todo cuanto implica. Hagámoslo animosamente.

l. Sentido negativo del término “manipular”

Manipular equivale a manejar. De por sí, únicamente son susceptibles de manejo los objetos. Un bolígrafo puedo utilizarlo para mis fines, cuidarlo, canjearlo, desecharlo. Estoy en mi derecho, porque se trata de un objeto. Manipular –en sentido peyorativo- es tratar a una persona o grupo de personas como si fueran objetos, a fin de dominarlos fácilmente. Esa forma de trato significa un rebajamiento de nivel, un envilecimiento.

Esta reducción ilegítima de las personas a objetos es la meta del sadismo. Ser sádico no significa ser cruel, como a menudo se piensa. Implica tratar a una persona de tal manera que se la rebaja de condición. Ese rebajamiento puede realizarse a través de la crueldad o a mediante la ternura erótica. Cuando, en tiempos recientes, se introducía a un grupo numeroso de prisioneros en un vagón de tren como si fueran paquetes, y se los hacia viajar así durante días y noches, no se intentaba tanto hacerles sufrir cuanto envilecerlos. Al ser tratados como meros objetos, en condiciones infrahumanas, acababan considerándose unos a otros como seres abyectos y repelentes. Tal consideración les impedía unirse entre sí y formar estructuras sólidas que pudieran generar un movimiento de resistencia. Reducir una persona a condición de objeto para dominarla sin restricciones es una práctica manipuladora sádica.

Por su parte, la caricia erótica reduce la persona a cuerpo, a mero objeto halagador. Es reduccionista, y, en la misma medida, sádica, aunque parezca tierna. La caricia puede ser de dos tipos: erótica y personal. Para comprender lo que es, en rigor, el erotismo –en sentido restringido-, recordemos que, según la investigación ética contemporánea, el amor conyugal presenta cuatro aspectos o ingredientes:

1) la sexualidad, con cuanto implica de atracción instintiva hacia otra persona, de halago sensorial, de conmoción psicológica...;
2) la amistad, forma de unidad estable, afectuosa, comprensiva, colaboradora, que debe ser creada de modo generoso, ya que no poseemos instintos que, puestos en juego, den lugar a una relación de este género;
3) la proyección comunitaria del amor. El hombre, para vivir como persona, debe crear vida comunitaria. El amor empieza siendo dual y privado, pero alberga en sí una fuerza interior que le lleva a adquirir una expansión comunitaria. Esto sucede el día de la boda, cuando la comunidad de amigos y -en el caso religioso- de creyentes acoge el amor de los nuevos esposos;
4) la relevancia y fecundidad del amor. El amor conyugal tiene un poder singular para incrementar el afecto entre los esposos y dar vida a nuevos seres. Nada hay más grande en el universo que una vida humana y el amor verdadero a otra persona. Por eso el amor conyugal tiene una relevancia singular, una plenitud de sentido y un valor impresionantes.

Estos cuatro elementos (sexualidad, amistad, proyección comunitaria, fecundidad) no deben estar meramente yuxtapuestos, el uno al lado del otro. Han de estar estructurados. Una estructura es una constelación de elementos trabados de tal forma que, si falla uno, se desmorona el conjunto.

Ahora podemos comprender de modo preciso qué es el erotismo. Consiste en desgajar el primer elemento, la sexualidad, para obtener una gratificación pasajera, y prescindir de los otros tres. Este desgajamiento puramente pasional destruye el amor de raíz, lo priva de su sentido pleno y de su identidad. Por eso es violento aunque parezca cordial y tierno. Pongo en juego la sexualidad a solas, porque me interesa para mis propios fines, y prescindo de la amistad. En realidad, no amo a la otra persona; deseo el halago que me producen algunas de sus cualidades. Dejo, asimismo, de lado la expansión comunitaria del amor. No presto atención a la vida de familia que está llamado el amor a promover. Me recluyo en la soledad de mis ganancias inmediatas. Por eso reduzco la otra persona a mera fuente de gratificaciones para mí. Esa reducción desconsiderada es violenta y sádica. Puedo jurar amor eterno, pero serán palabras vanas, pues lo que entiendo aquí por amor no es sino interés por saciar mi avidez erótica.

Conviene mucho distinguir con nitidez los dos planos en que podemos movernos: el corpóreo y el espiritual, el que es susceptible de manejo (nivel 1) y el que pide respeto (nivel 2). Cuando una persona acaricia a otra, pone su cuerpo en primer plano, le concede una atención especial. Siempre que unas personas se relacionan con otras, su cuerpo juega cierto papel en cuanto les permite hablar, oír, ver... Si no se trata de una comunicación afectiva, el cuerpo ejerce función de trampolín para pasar al mundo de las significaciones que se quieren transmitir. Hablamos durante horas de un tema y otro, y al final recordamos perfectamente lo que dijimos, la actitud que adoptamos, los fines que perseguimos, pero posiblemente no sabemos de qué color tiene los ojos nuestro coloquiante. Nos vimos, pero no detuvimos nuestra atención en la vertiente corpórea.

No sucede así en los momentos de trato amoroso. En éstos, el cuerpo de la persona amada cobra una densidad peculiar y prende la atención de quienes se manifiestan su amor. El amante atiende de modo intenso al cuerpo de la amada. Si ve en él la expresión sensible del ser amado y toma su gesto de ternura como un acto en el cual está incrementando su amor a la persona, su modo de acariciar tendrá un carácter personal. En tal caso, el cuerpo acariciado adquiere honores de protagonista, pero no desplaza a la persona, la hace más bien presente de modo tangible y valioso. La caricia personal no se queda en el cuerpo, se dirige a la persona. Cuando dos personas se abrazan, sus cuerpos entrelazados juegan un papel sobresaliente, pero no constituyen la meta de la atención; son el medio expresivo del afecto mutuo. La persona, en tal abrazo, no queda relegada a un segundo plano. Al contrario, es realzada. En cambio, si la atención se detiene en el cuerpo acariciado, sencillamente por el atractivo sensorial que implica tal gesto, el cuerpo invade todo el campo de la persona. Esta es vista como objeto, realidad asible, manejable, poseíble, disfrutable... Pero a un objeto no se lo ama, se lo apetece solamente. De ahí el carácter penoso de la expresión "mujer-objeto" aplicada a ciertas figuras femeninas exhibidas en algunos espectáculos como objeto-de-contemplación o tomadas en la vida diaria como objeto-de-posesión.

El amor erótico de los seductores de tipo donjuanesco es posesivo, y en la misma medida va unido con la burla y la violencia. Don Juan, el "Burlador de Sevilla" -según la atinada formulación de Tirso de Molina-, se complacía en burlar a las víctimas de su engaños y en resolver las situaciones comprometidas con el manejo expeditivo de la espada. Esta violencia innata, muchas veces soterrada, del amor erótico explica que pueda pasarse sin solución de continuidad de unas situaciones de máxima "ternura" aparente a otras de extrema violencia. En realidad, ahí no hay ternura, sino reducción de una persona a objeto. La violencia de tal reducción no queda aminorada al afirmar que se trata de un objeto adorable, fascinador. Estos adjetivos no redimen al sustantivo "objeto" de lo que tiene de injusto, de no ajustado a la realidad. Rebajar a una persona del nivel que le corresponde es una forma de manipulación agresiva que engendra los diferentes modos de violencia que registra la sociedad actual. La principal tarea de los manipuladores consiste en ocultar la violencia bajo el velo seductor del fomento de las libertades.

En el albor de la cultura occidental, Platón entendió por "eros" la fuerza misteriosa que eleva al hombre a regiones cada vez más altas de belleza, bondad y perfección. Actualmente, se entiende a veces, en plan difuso, el término "erotismo" como la tendencia general del ser humano hacia el amor y el cultivo del mismo. De modo más concreto y específico, se entiende por “erotismo” el manejo de las fuerzas sexuales con desenfado, sin más criterio y norma que la propia satisfacción inmediata. Obviamente, esta reclusión en el plano de las ganancias inmediatas supone una regresión cultural. Ya sabemos que la actitud normal de una persona creativa consiste en vincular el nivel 1 de conducta –el del manejo de objetos- con el nivel 2, el del trato respetuoso y colaborador con las realidades abiertas, que nos ofrecen posibilidades para crear algo nuevo valioso: un encuentro, una obra de arte, una institución...

Nota al lector: Este artículo es el primero de una serie que lleva como nombre La manipulación a través del lenguaje y que ha sido publicando cada martes en Análisis Digital.

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