viernes, 24 de octubre de 2008
UN EDUCADOR PARA HOY.
En el 40 aniversario de la muerte de Romano Guardini:
Un educador para hoy
Alfa y Omega.
Ayer se cumplieron 40 años de la muerte de Romano Guardini. La figura de este gran humanista y pedagogo se nos presenta hoy como modelo de lo que debe hacerse en tiempos de desconcierto y apatía espiritual. Imaginemos el temple que habrá necesitado para consagrarse, durante los terribles doce años nacionalsocialistas, a formar sólidamente, en cuestiones éticas y religiosas, a los jóvenes del Movimiento de Juventud... Escribe el profesor López Quintás, gran conocedor de su obra, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Guardini lo puso todo a la carta de descubrir el método óptimo para formar a los jóvenes de su época atormentada. No se consagró a fáciles labores de crítica; quiso ir a lo hondo, lo más hondo posible. Esto explica que de sus encuentros con los jóvenes y con grupos de mayores afanosos de una formación adecuada hayan brotado, una a una, sus numerosas obras. Por eso conservan una sorprendente vitalidad. Esta fue su lección: atacar los problemas en su raíz y con espíritu constructivo.
Desde muy joven, intuyó Guardini que el hombre sólo puede edificar su vida personal sobre dos bases: la apertura a todas las realidades valiosas del entorno, y el amor a la verdad, como punto de anclaje que da vigor al pensamiento y a la capacidad creativa. Por eso cultivó el pensamiento existencial y dialógico -afanoso de mostrar al hombre como un ser de encuentro-; fundamentó la vida ética en la vinculación profunda a los grandes valores: la verdad, la unidad, el bien, la justicia, la belleza; consagró sus mejores fuerzas a mostrar que «sólo quien sabe de Dios conoce al hombre». Al regalarme la conferencia que pronunció con este título en el renombrado Katholikentag (el Día de los Católicos), me dijo, subrayando las palabras: «Aquí está el núcleo de mi pensamiento». La idea expresada en ese título venía a complementar la frase de Pascal que Guardini puso como lema a un libro sobre antropología que no llegó a publicar: El hombre supera infinitamente al hombre.
Estas tres grandes tareas las llevó a cabo, sobre todo, en estas cuatro obras: Mundo y persona; Ética; El Señor; y La existencia del cristiano. En las dos primeras subraya la condición dialógica del ser humano, abierto en su raíz a otras personas -vistas como un tú- y llamado a nutrir su espíritu mediante el cultivo del bien, la justicia, el amor, la belleza, los grandes valores «sin los cuales su persona enferma». En la tercera y la cuarta, nos muestra, con el estilo firme de las convicciones profundas, que los grandes valores tienen en el Creador su fuente y su plenitud de sentido. Por eso, en El Señor (ed. Cristiandad, 2005), hace radicar el Bien en el Dios vivo de la Escritura: «El Bien es uno de los nombres de Aquel cuya esencia es inefable. Él no exige sólo obediencia respecto al Bien, sino que te sientas vinculado a Él, el Dios vivo; que te atrevas a ello por amor y con el nuevo tipo de existencia que surge del amor. De esto se trata en el Nuevo Testamento, y sólo cuando se lo consigue se hace posible la plenitud de lo ético». Esta plenitud se nos da a conocer en las bienaventuranzas evangélicas, que -a su entender- no son meros «principios de una moral superior, reconocidos universalmente desde los tiempos de Jesús», sino que, «en realidad, son una invitación a engendrar una vida nueva. (...) En la medida en que el hombre realiza lo que supera toda ética, surge también un nuevo êthos. En él queda cumplido y superado a la vez el Antiguo Testamento».
Esta fundamentación de la ética en el Creador, Ser supremo y trascendente que nos creó a su imagen y semejanza, constituye una clave para entender, por una parte, la oposición de Guardini al espíritu autosuficiente de la Edad Moderna y, por otra, su tendencia a entender al hombre como un ser «que se trasciende infinitamente a sí mismo». Por eso, bien podemos decir que todo el pensamiento de Guardini se halla condensado en el siguiente párrafo de su obra póstuma, La existencia del cristiano (BAC, 1997): «La sede del sentido de mi vida no está en mí, sino por encima de mí. Vivo de lo que está por encima de mí. En la medida en que me encierro en mí o -lo que viene a ser lo mismo- me encierro en el mundo, me desvío de mi trayectoria (...). Mas esto significa que, con anterioridad, debo aceptar el existir, aunque no se me haya preguntado si lo quiero». Y afirma: «Dios es el punto de referencia esencial a partir del cual y para el cual el hombre existe. Si las relaciones con Él se desordenan, se trastorna el hombre todo. De esta clase son las secuelas de la culpa de las que habla la Revelación».
El asombro ante la verdad
La figura de Guardini se caracteriza por su êthos de verdad, su decisión básica de defender la verdad y vivir de la verdad. A la luz de lo antedicho, sabemos que para él la verdad está muy lejos de reducirse a un concepto filosófico. Implica la realidad vista en toda su amplitud: su origen, sus manifestaciones terrenas, su última meta. Por todo ello, podemos muy justamente considerarlo como un pensador modélico para estos tiempos sombríos de relativismo y reduccionismo, producto y causa a la vez de un nihilismo demoledor.
En la personalidad de Guardini resalta, ante todo, su actitud de fidelidad inalterable a la verdad de realidades y acontecimientos. En sus clases y homilías, Guardini no intentaba convencer a los oyentes, sino mostrar la verdad con toda la fuerza que ella posee. «La verdad es compleja, polifónica», como lo son las realidades del mundo que queremos conocer. A este concepto relacional de verdad alude cuando destaca, asombrado, el poderío que a veces ostenta la verdad cuando la buscamos como una meta, para vivir en ella y de ella. Con el recuerdo de las conferencias que pronunció en la iglesia de San Pedro Canisio, en el Berlín de 1940, sobrecogido por el terror de los bombardeos, nos confiesa Guardini la idea profundamente realista que tenía de la verdad: «Entre 1920 y 1943 desarrollé una intensa actividad como predicador y he de decir que pocas cosas recuerdo con tanto cariño como ésta. Lo que desde un principio pretendía, primero por instinto y luego cada vez más conscientemente, era hacer resplandecer la verdad. La verdad es una fuerza, pero sólo cuando no se exige de ella ningún efecto inmediato, sino que se tiene paciencia y se da tiempo al tiempo; mejor aún: cuando no se piensa en los efectos, sino que se quiere mostrar la verdad por sí misma, por amor a su grandeza sagrada y divina». Y añade: «Aquí experimenté con intensidad lo que dije antes sobre la fuerza de la verdad. Pocas veces he sido tan consciente como en aquellas tardes de la grandeza, originalidad y vitalidad del mensaje cristiano-católico. Algunas veces parecía como si la verdad estuviese delante de nosotros como un ser concreto» (Apuntes para una autobiografía, ed. Encuentro, 1992). Para hacerse una idea clara de la dignidad que tenemos los seres humanos, debemos ver los conceptos en toda su complejidad, como nudos de relaciones, o, si se quiere, como acordes, no como simples notas. Un acorde musical aúna diversas notas y ofrece una sonoridad peculiar.
Nuestro espíritu enferma...
Ahora comprendemos la razón profunda por la que Guardini afirma que el amor a la verdad nos robustece espiritualmente y la aversión a la misma nos enferma: «Cuando el hombre rechaza la verdad, enferma. Ese rechazo no se da ya cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque lo haga profusamente, sino cuando considera que la verdad en sí misma no le obliga; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma espiritualmente» (Mundo y persona, ed. Cristiandad, 2006). La verdad primaria del hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. De ahí su inquietud interior por volver a Dios, como su origen y su meta. Toda la vida y la actividad de Guardini se inspiraron en la invocación de san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti» (Confesiones I, 1). Este venir de Dios y volver a Él, como al verdadero Ideal, genera el dinamismo singular del ser humano, que no es mera agitación, sino un sereno orientarse hacia las raíces que lo nutren. Se trata de un dinamismo creador.
Actualmente, la lectura de varios escritos póstumos de Guardini nos permite descubrir que no fue el triunfador nato que suponíamos sus alumnos; fue el hombre que, a través de múltiples avatares y sufrimientos, permaneció fiel a la titánica tarea de defender la libertad frente al poder desmadrado, al relativismo que se erige en dueño de la verdad y los valores, al reduccionismo que dilapida la grandeza del hombre, a la altanera pretensión de autonomizarse frente a todo tipo de trascendencia. (Esta nueva visión de la figura de Guardini inspiró mi obra Romano Guardini, maestro de vida, ed. Palabra, 1998).
Su coherencia espiritual le valió a Guardini ser estimado por propios y extraños y ejercer una forma de magisterio perdurable. En 1963, recibió el Premio Erasmo al mejor humanista europeo. Si hoy, en su querido Berlin, la Guardini Stiftung (Fundación Guardini) acierta a recoger el testigo de este gran valedor de la mejor Europa, podemos esperar fundadamente que este viejo y admirable continente siga nutriéndose de las raíces intelectuales y religiosas que lo alzaron a una gloria secular.
Alfonso López Quintás
Datos biográficos
17-02-1885 Nace en Verona.
1886 Traslado de la familia a Maguncia, Alemania.
28-5-1910 Ordenado sacerdote en Maguncia.
14-5-1915 Doctor en Teología, con una tesis sobre La teoría de la Redención según san Buenaventura.
1922 Profesor de Teología Sistemática en la Facultad de Teología Católica de la Universiadad de Bonn.
11-04-1923 Cátedra de Filosofía de la Religión y Cosmovisión Católica en la Universidad de Berlín.
11-03-1939 Jubilación forzada por el Tercer Reich.
1941 Prohibición oficial de hacer discursos. Alfons Maria Wachsmann lo invita a impartir una serie de conferencias y es condenado a muerte y ejecutado.
1945 Cátedra ad personam de Filosofía en Tubinga.
1948-1962 Cátedra de Filosofía de la Religión y Cosmovisión Católica en la Universidad de Munich.
1961 Nombramiento para la Comisión Preparatoria de la Liturgia para el Concilio Vaticano II.
1962 Cese de la actividad académica por motivos de salud. Le sucede Karl Rahner en la cátedra.
1965 Pablo VI le ofrece ordenarle cardenal (su estado de salud se lo impide, a 3 años de su muerte).
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