miércoles, 5 de agosto de 2009

SABIDURÍA Y COMPASIÓN

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Sabiduría y compasión
EUGENIO TRÍAS Miércoles, 05-08-09


1.El verano es pródigo en festivales de música. A finales de julio se inician los más resonantes, las jornadas wagnerianas de Bayreuth, con la tetralogía completa. Esta coyuntura de mengua de la política, o de la dilucidación que pueda hacerse de la palabra Crisis, me invita a visitar la gran obra wagneriana, su opus máximo.
Los principales problemas de comprensión que suscita la Tetralogía de Richard Wagner, El anillo del Nibelungo, provienen de su infinita monumentalidad. Es obra de la hybris. En ello radica su grandeza. Pero eso mismo la convierte en vulnerable. Su naturaleza desbordante es responsable de las dificultades de entendimiento que provoca.
Richard Wagner llevó esta partitura bajo el brazo durante treinta años. En medio de esa asombrosa cifra resalta un desolador paréntesis de doce años durante los cuales Richard Wagner abandona la composición. Wagner deja a Siegfried, según propia confesión, perdido en sus ensueños aventureros bajo un tilo, arrullado por los murmullos de la selva y acompañado de pajarillos que le orientan en su recorrido.
¿Quién es el protagonista principal de El anillo del Nibelungo, si es que hay alguno? ¿Puede señalarse aquél que se destaca sobre el cúmulo de personajes (hasta cuarenta en total) que entran y salen del escenario en cada una de sus cuatro partes?
El propio Richard Wagner da su opinión, que es secundada casi de forma unánime en la recepción crítica de la obra. El dios Wotan, que contaría con el voto de su autor, suele ser considerado la figura preferente.
Eso sucede tras el abandono de Wagner de la utopía política socialista, o de la antropología crítica de Ludwig Feuerbach, que contaban con Siegfried como figura central.
Ante el argumento de que Wotan no aparece en la Gottesdämmerung se arguye que allí su figura constituye una metonimia. Sólo es visible en sus efectos: en los cuervos, sus emisarios; o en la walquiria Weltraute que interrumpe el sueño amoroso de Brünnhilda con su alarmante mensaje sobre la decadencia del Wahlhalla.
Por mi parte pienso que el verdadero y principal protagonista de la Tetralogía, el que nos permite acceder de forma regia al sentido global de este gran experimento musical, poético y narrativo -drama heroico, comedia fantástica, cuento infantil y cosmología mitológica- no es ni Siegfried ni Wotan. El personaje crucial es Brühnnhilda.
La walquiria que transforma su condición divina en humana es la mediación de todos los órdenes (mitológico y dramático, divino y humano). Ella es la que revela el sentido mayor y más hondo de esta epopeya de la encarnación. El doble plano estructural de la obra, su compleja trama mitológica y sus dispositivos de drama heroico, hallan en ella -en forma trágica- su resolución.
Traza un recorrido escalonado de golpes del destino que la despojan de la divinidad. El castigo paterno inicia su peripecia. Luego ahonda en su rebajamiento -verdadera kenósis trágica- al ser simultáneamente sustraída del halo divino y de la virginidad de doncella. Culmina su vía crucis al comprobar la traición a la cual ha sido sometida por su propio esposo, Siegfried. Y llega al escenario final en el que adquiere, como ella misma confiesa, saber y conocimiento absoluto.
Ella es la que en su papel de mediadora enlaza el panteón olímpico y el mundo humano. Los aúna en común propósito trágico. Se funde con el principio ígneo, propiciando una letal y apocalíptica «purificación por fuego» (T. S. Eliot).
Brünnhilda atraviesa la obra de principio a fin. Sólo en el prólogo (El oro del Rhin) está ausente. Entonces es tan sólo un proyecto amoroso-sapiencial de Wotan. Éste desea sumergirse en la sabiduría primordial, la Wala, con la que tendrá una unión carnal de la que nacerán Brühnnhilda y sus hermanas walquirias. Desde entonces la capacidad transformadora de Brünnhilda supera a los demás protagonistas.
Wotan culmina su ciclo vital en su metamorfosis en Wanderer, viajero vagabundo enmascarado; y en la metonimia de la Gottesdämmerung, en la que sólo tiene consistencia como figura relatada. Siegfried ha descabezado la punta de la lanza de Wotan. Ha quedado destruido, de este modo, el hechizo de su poder.
A diferencia de Siegfried, que nunca aprende, Brünnhilda alcanza sabiduría a través del padecimiento. También mediante un saber al que nunca su padre Wotan logró acceder: el que surge del com-padecimiento. La compasión que experimenta al contemplar el sufrimiento de la pareja matrimonial de hermanos gemelos, Siegmund y Sieglinde, que serán los padres de Siegfried, constituye la gran inflexión de la obra, y el instante en que ésta adquiere verdadera hondura estético-moral.
Brünnhilda anticipa la sabiduría que se adquiere al través de la compasión; la que hallará en la figura de Parsifal su culminación. De la walkiria puede decirse, por adelantado, que a través de la Mitleid -schopenhaueriana, budista y cristiana- ha accedido a la sabiduría. Durch Mitleid / Wissend// (Sabedor / a través de la compasión)/, como se dice en Parsifal. La compasión -antesala del amor en sus formas más sublimes- se halla en la cima de lo ético. Schopenhauer y Wagner tenían razón (frente a Friedrich Nietzsche).
2. Un ensayo de Hans Küng, Musik und Religión, concede mucho valor a la síntesis budista y cristiana que se produce en el Richard Wagner tardío. Y recuerda una frase de Arnold Toynbee: el gran tema del siglo XX no es la invención de la bomba atómica sino el inicio de un encuentro entre el cristianismo y las religiones orientales (especialmente el budismo).
Sólo estas dos religiones -al decir de Henri Lubac- se alzan a un concepto de amor que rebasa el horizonte en que otras culturas y civilizaciones se estancan. Un concepto como el que enuncia el bello himno Ubi caritas est vera/ Deus ibi est (donde hay verdadera caridad/Allí está Dios) es característico de esa religión de grandes contrastes que es el cristianismo.
De Francisco de Asís a Vicente Ferrer (que acaba de morir en la India), o a través de los avatares de los Bodhisattva budistas, se traza el arco de las más sublimes creaciones religiosas de la humanidad. En ellas el más desinteresado amor establece el patrón mismo de lo que por Santidad puede entenderse. Schopenhauer no se equivocó al trazar el ascenso del genio artístico al héroe ético, y de éste al santo cristiano-budista.
El cristianismo tuvo su Inquisición, pero también fue fons et origo de los Derechos Humanos. El budismo no pudo implantarse en la India, en donde nació, por imperar allí la onto-teodicea de las castas, o del fatalismo dharma/karma. Hoy hay menos budistas en la India que cristianos. El diálogo cada vez más necesario entre Oriente y Occidente tiene en este registro religioso uno de sus principales incentivos.
El último período de la trayectoria ideológica y musical de Richard Wagner se alza hasta esa sublime concepción del amor que tiene en la compasión schopenhaueriana su base; y en el amor cristiano y budista su culminación. Esta concepción wagneriana debe destacarse frente a los equívocos que muchas veces, de forma injustificada, provoca.

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