lunes, 28 de julio de 2008

ENTREVISTA A MANUEL JIMÉNEZ REDONDO, SOBRE EL DEBATE HABERMAS-RATZINGER.


Debate Habermas-Ratzinger, por Manuel Jiménez Redondo*

Manuel Jiménez Redondo, Catedrático de Filosofía de la Universidad de Valencia
Fecha de publicación: 20/05/2005

Ofrecemos a continuación la entrevista íntegra a Manuel Jiménez Redondo, catedrático de Filosofía de la Universidad de Valencia, sobre el debate filosófico mantenido por Jürgen Habermas y el entonces cardenal Joseph Ratzinger en enero de 2004, organizado por la Academia Católica de Baviera, a propósito de las bases morales del Estado liberal.

-¿Por qué eligió para un curso de doctorado la discusión mantenida por el actual papa Benedicto XVI y Jürgen Habermas?

Manuel Jiménez: Quien discutía con Habermas no era, ciertamente, el Papa, sino un cardenal, del que yo tenía muy vagas referencias, a no ser una. Hace unos años (no sabría decir cuántos) en la emisora de televisión alemana Phoenix escuché casualmente una conferencia que Ratzinger pronunció en Munich sobre un tema muy próximo al del último capítulo del libro de McIntyre "Sobre la virtud", que lleva por título (no lo tengo ahora delante) algo así como "San Benito y Trotsky".

La finura conceptual del conferenciante me fascinó, tanto que mientras le oía me fui arrepintiendo de no haber grabado aquella conferencia como suelo hacer con algunas cosas de Phoenix. Cuando un compañero me envió los textos de la discusión Habermas-Ratzinger, yo ya tenía una idea de quien era Ratzinger. Y allí estaba desde luego el fino intelectual que yo había escuchado en Phoenix.

Mi conocimiento de Habermas data de hace mucho tiempo. El que yo hubiera dejado de traducir a Habermas por motivos de censura (que simplemente no acepto) y el que Ratzinger fuera prefecto de la Congregación del la doctrina de la Fe, daba al asunto su "salsa picante" y a mí una cierta distancia respecto a ambos interlocutores, pese a mi familiaridad con uno y mi momentánea admiración por el otro. Y la verdad es que quien me envió los textos lo hacía para "picarme".

El dossier lo preparé a mediados de febrero para las sesiones finales del curso, que son, digamos, de propina. Pero vino después el 11-M, y el horizonte cambió hasta el punto de que todo el contenido del dossier pasó sin pena ni gloria. Y había una buena razón.

En el curso habíamos tratado principalmente de Heidegger y de Carl Schmitt. A Habermas habíamos recurrido cuando en "El concepto de lo político" Carl Schmitt dice que la burguesía liberal, la "clase discutidora", ha querido siempre reducir la relación amigo-enemigo en que consiste lo político a la relación de competencia económica y a la relación de ponente-oponente en el proceso de discusión democrática. Y, ¿por qué no? No es mala reducción.

No era una mala forma de hacer viable la libertad moderna, la cual brota de la propia experiencia que hace el individuo moderno de verse remitido irreferencialmente, él solo, al más-allá de sí que representa su propia muerte, el verse remitido él solo a la radical posibilidad suya de también no ser, habiendo de asumirse desde ella. Desde ese más-allá de sí misma en el que la existencia humana también consiste, y desde el que sabe que ha de tomar absolutamente la responsabilidad de sí misma, pues mi vida es la mía y sólo la vivo una vez, la existencia humana sabe también que sólo se tiene en préstamo, que no es suya.

La libertad brota del lugar de lo santo, por así decir. Y la irreferencialidad de la libertad es también la que convierte al prójimo moderno en ser un absolutamente extraño, que puede irrumpir en mi existencia destructivamente. El 11-M era como la abisal confirmación de Carl Schmitt. El Estado liberal moderno es algo así como la libertad tratando de hacerse viable a sí misma, pero sobre ese abismo.

Pero a lo que vamos: en el curso se nos hizo patente el lado de teología negativa que tenía el nihilismo de Heidegger y de Carl Schmitt, es decir, cómo la libertad moderna implica un quedar desnudamente el hombre solo ante su propio enigma. Y eso es el lugar de la religión, que es imborrable.

Y si todo eso es así, la polémica Habermas-Ratzinger podía contribuir a aclararnos las relaciones de las "figuraciones religiosas" con la razón democrático-liberal moderna. Por frágil que ésta pueda mostrarse a veces, es la única forma de hacer políticamente viable la condición humana moderna, la libertad moderna.

Eso fue lo que me llevó a pensar que el debate podía venirnos muy bien para el curso. Aparte de que ese curso de doctorado ya nació con la intención de tener informados a los estudiantes de esta clase de debates centroeuropeos. Hemos tenido ya ocasión de repasar muchos. A lo largo de los años he ido acumulando muchos dossiers de este tipo.

Claro que a ninguno de los autores recogidos en estos dossiers, con la excepción de Ratzinger, le ha sucedido nunca que lo eligiesen Papa. Esto es lo único excepcional e imprevisto que ese dossier tiene.

-­Cómo catedrático de Filosofía ¿qué le resultó más llamativo en las posturas de cada uno de los interlocutores de ese debate?

Manuel Jiménez: En ambos me llama la atención la pulcritud conceptual con que sitúan el tema que se discute; por el lado de Habermas: una razón autónoma que es consciente de que puede descarrilar, de que puede no quedar a su altura, para evitar lo cual no tiene más remedio que entenderse también desde su lugar de nacimiento que es también el lugar en que está la religión; y por el lado de Ratzinger: un creyente que recuerda eso a la razón autónoma, pero sabiéndola autónoma.

Al final del dossier añado una nota de uno de los asistentes, conforme a la que fue admirable hasta qué punto la discusión (y la discusión no se redujo sólo a las ponencias) quedó marcada por el respeto y la pasión.

Yo añadiría que, más allá del respeto debido a todas las personas, ese respeto en la discusión misma nacía de lo maravillosamente bien articulada que estaba una misma visión compartida, que, sin embargo, venía acompañada a la vez de la tensión de la contraposición, de la tensión entre dos posiciones radicalmente opuestas. Habermas no es creyente, Ratzinger sí. Es una lástima que en España veamos muy poco de esto.

-­¿Comparte usted con Habermas la necesidad del diálogo razón-fe, entre otras razones para que no "descarrile" la secularización? ¿Qué quiere decir esto exactamente?

Manuel Jiménez: No solamente la considero necesaria, sino que de las confrontaciones entre la especulación filosófica y la especulación teológica han nacido algunos de los grandes momentos de la filosofía contemporánea.

Pienso en que no hubieran sido posibles Hegel y el Idealismo alemán sin la confrontación subyacente entre filosofía y teología; pienso también en la importancia que en la conformación de la obra de Heidegger tuvo la confrontación con la teología y con la tradición teológica en general. Heidegger no es comprensible sin Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel y Husserl, pero tampoco sin San Agustín, Lutero, Kierkegaard, y Bultmann.

Muchos de los principales temas de la Teoría Crítica contemporánea no hubieran sido posibles sin la confrontación entre discurso racional y todo un transfondo de especulación teológica cabalística. Ese diálogo entre razón y fe, que el discurso de Habermas de 2001 define muy bien, es necesario no sólo para que no descarrile la razón moderna, sino también para que las formas de fe cobren conciencia de su lugar.

Antes he dicho que la libertad moderna nace del lugar donde también imborrablemente está la religión. Pero la relación del hombre con lo que él entienda que ha de considerar el sentido de la vida y del mundo la decide sólo él. Y la razón política liberal habrá de consistir en darse a sí mismo estructura y viabilidad este irrebasable hecho.

Si usted me pregunta qué es lo que exactamente podría significar entre nosotros (en España, digo) ese diálogo, le voy a responder de forma muy precisa: ante todo y sobre todo ese diálogo habría de empezar por integrar a las Facultades de teología en el sistema universitario. Si eso no se hace, es que no se confía en el diálogo, y por tanto que no hay tal diálogo, todo queda en los buenos deseos de tenerlo.

Los responsables de que las Facultades de teología no pertenezcan a la Universidad están haciendo un flaco servicio a la cultura hispana; y si los responsables son eclesiásticos, están haciendo un muy flaco servicio a su propia fe.

Diálogos del calado de la discusión Habermas-Ratzinger sólo son posibles donde las Facultades de teología pertenecen al sistema universitario general. Es en ese contexto donde salen nombres como Schleiermacher o Feuerbach, o como Barth o Bultmann, o como Guardini, Rahner, von Balthasar o el propio Ratzinger. Y es en tal contexto donde esos nombres pueden ejercer sobre la cultura general la irradiación que merecen ejercer y que estarían llamados a ejercer.

-­Habermas sostiene que el Estado debe ser neutral en lo que se refiere a las cosmovisiones y por tanto abstenerse de cualquier intento de generalizar políticamente una visión secularista del mundo. ¿Cree que el Estado español está en esta línea?

Manuel Jiménez: La política tiene que quedar un peldaño por debajo de eso. El único derecho innato que asiste al hombre en virtud de su humanidad ­decía Kant- es la libertad. Y ser libre significa que sobre mi existencia en conjunto decido últimamente yo, sin más limitación que el reconocer ese mismo derecho a los demás.

También, como he dicho, en lo que se refiere a sentido de la vida y del mundo decide cada cual sin necesidad de pedir autorización ni permiso a nadie. Pues si el Creador me ha puesto a cargo de alguien, me ha puesto a cargo mío y de nadie más. Estas son ideas de Locke y de Kant, que me parecen básicas.

El Estado está para dar forma efectiva a ese derecho, para dar a ese principio por medio del derecho positivo una forma que convierta al ejercicio de ese derecho en efectivo y en viable para todos por igual. El Estado gestiona el efectivo ejercicio de la libertad. El sentido de la vida y del mundo pertenece a la libertad antes de su gestión por el Estado.

El Estado liberal, como decía Rawls, ni siquiera tiene por misión predicar una "cosmovisión liberal" como sentido de la vida y del mundo, y mucho menos el laicismo; el Estado no es para eso para lo que está. Está como medio de organizar su convivencia individuos que se han encontrado con que no comparten un mismo sentido de la vida y del mundo, y que para convivir tienen que arreglárselas con ese hecho. Y una vez que consiga eso, el Estado está para que eso pueda hacerse con holgura.

"Tuitio iurium et copia bonorum" (protección del derecho y abundancia de bienes), decían los escolásticos que era el fin de la organización política. Y yo creo que el Estado español está en esa línea. Tenemos una constitución liberal estándar, y que además funciona. Y aunque yo no tendría ningún inconveniente en confesarme socialdemócrata, una cosa es la relación entre conciencia moderna y religión, otra cosa es cómo ello queda plasmado en una constitución liberal como la nuestra, y otra muy distinta es la particular política de un gobierno que llegó al poder sin un programa claro y, sobre todo, sin una mayoría parlamentaria que le permitiese desarrollar un programa coherente, y que, en el comprensible juego de equilibrios de poder y de voluntad de permanencia, a mí me parece que viene más bien entreteniendo con una política de dilaciones, por un lado, y de mucho ruido y pocas nueces, por otro.

Poca fe tendrían los creyentes en la presencia teológica de sus propias creencias, en el brillo teológico y existencial de su propia visión de las cosas, si temen que esa presencia y ese brillo habrían de sufrir menoscabo por supuestas cosmovisiones laicistas que ni ellas mimas saben en qué consisten.

Porque a mí me gustaría saber en qué consiste la cosmovisión laicista de Rodríguez Zapatero. Si la visión socialdemócrata de una sociedad postsecular puede venir representada por el discurso de Habermas en 2001 en la Paulskirche, el nivel de la socialdemocracia española es bastante bajo; pero no seamos injustos, tampoco la conciencia teológica hispana ambiental está a la altura de un Guardini, de un Rahner o de un Urs von Baltasar, por limitarme sólo a nombres católicos.

-­¿Implica la secularización un trato discriminatorio hacia los "creyentes"?

Manuel Jiménez: Habermas entra en un terreno que es difícil y estoy de acuerdo con la forma en que lo hace. Por tanto, tengo poco que añadir. Es de derecho, decía Kant, toda acción conforme a cuya máxima mi libertad sea compatible con la de cualquiera conforme a una ley general. Y me hace injusticia quien, respondiendo mi acción a una máxima conforme a la que mi libertad sería compatible con la de cualquiera conforme a una ley general, me impide esa acción. Libertad, pues, conforme a leyes generales.

Pero la cuestión está en la "máxima", en el contenido de la ley, que convierte a lo que yo pueda querer en compatible con lo que el otro pueda querer en términos de una ley válida para ambos por igual y que pueda considerarse que plasma el mismo derecho de libertad de ambos en un asunto que no hay más remedio que regular.

El contenido que la ley acabe teniendo tiene que ser un contenido que ambos, conforme a la comprensión que tienen de su propia dignidad, puedan querer, puedan prestarle su asentimiento. El creyente podría verse en una situación de asimetría, que para que la ley fuese equitativa, habría de tenerse en cuenta y ponderarse en el proceso de discusión democrática, en lugar de hacerse abstracción de forma tajante y de antemano de toda autocomprensión religiosa. Ahora bien, ello no puede ser en menoscabo del básico derecho de libertad del no creyente.

­Algunas cuestiones de actualidad en España, como el "matrimonio" homosexual dan nuevo interés al tema de esta discusión entre Habermas y Ratzinger acerca de las bases morales del Estado liberal, especialmente en lo que concierne al derecho ¿Hay algo que precede al "legislador" como artífice de derecho?

Manuel Jiménez: Sí, hay algo que precede al legislador, algo que está por encima de él y de lo que el legislador no puede disponer, y de lo que tampoco pueden disponer los hombres y mujeres, que también, en lo que se refiere a su dignidad, preceden al legislador y se preceden a sí mismos.

Es lo que desde Kant para acá se viene llamando tener dignidad, en lugar de sólo tener precio. Y que antes de Kant se llamaba ser los hombres hijos de Dios, estar hechos los hombres a imagen de Dios. Y ambas caracterizaciones, como se subraya tan bien en la discusión Ratzinger-Habermas, provienen de una misma fuente, del no tenerse el hombre a sí mismo, sino desde un más-allá de sí mismo, desde el enigma de sí mismo, ante el que el hombre está en definitiva en soledad, y del que el hombre no dispone, sino que ese enigma dispone de él.

El Estado liberal, que fue una creación civilizatoria de primer orden, fue el intento de elaborar de forma políticamente productiva los efectos destructivos del brutal conflicto de interpretaciones que podía seguirse de ello. Fue la salida a las guerras de religión. Y el "artefacto" (Hobbes) que es el Estado liberal, por el que la condición humana moderna se hizo viable, creo que es irrenunciable.

Pero el Estado está para hacer viable esa condición, no está por encima de ella, está para lograr mediante solapamientos de consensos (a veces arduamente conseguidos) algo así como una concepción común de la justicia. Y eso tendrá que ser oyendo también a las religiones en el espacio público democrático. Y esa es la moral del Estado liberal y no puede ser otra.

Pero la pregunta de usted me lleva a un terreno muy concreto, que no voy a eludir. Yo pienso que era absolutamente necesaria una regulación jurídica de las parejas homosexuales y ello en estricta igualdad con las heterosexuales.

Dicho esto, el nombre que se diese a esas parejas, era, a mi juicio, precisamente eso, una cuestión de nombre y nada más. Ese nombre no hubiera podido ser otro que el de "matrimonio", si cualquier otro hubiese significado una diferencia en libertades, derechos y obligaciones. Pero yo no veo que ese nombre añada ni quite ningún derecho que esas parejas hubieran podido tener si jurídicamente se les hubiera puesto cualquier otro nombre.

El darles un nombre que para las creencias de parte de la población va indisolublemente ligado a la heterosexualidad y que está cargado de sentido religioso, me parece que son ganas de "montar jarana" donde no era menester, y que forma parte del tipo de política de gestos grandilocuentes y sin contenido a los que antes me he referido.

-­¿Cree que Benedicto XVI será un interlocutor adecuado para avanzar en el diálogo con la sociedad, sobre todo teniendo en cuenta su comprensión del fenómeno de la secularización? ¿En qué cuestiones considera usted que se podrá avanzar en el entendimiento?

Manuel Jiménez: A esto no puedo dar una respuesta muy articulada, pues tendría que conocer más el pensamiento de Ratzinger. Me voy a limitar a indicar dos cosas.

Recuerdo que en la introducción al dossier que yo preparé, señalaba que era Ratzinger quien subrayaba la idea de Weber del particularismo de la cultura occidental, y de que el racionalismo occidental moderno, si quería hacer buena su pretensión de universalidad (por ejemplo en asuntos de derechos humanos) tenía que mostrarse naciendo también del interior de las demás culturas, lo mismo que del cristianismo. Pero que, siendo imborrable su procedencia cristiana ello implica entendimiento entre las demás religiones y la religión cristiana.

A mí este planteamiento weberiano (asumible por tanto desde el punto de vista del agnosticismo) hecho desde el interior de una determinada fe, he de decir que me sorprendió. No sé qué forma se le puede dar a eso. Pero este hombre me parece que tiene capacidad para hacerlo.

Hay otra idea que me interesó de él cuando estaba preparando aquel modesto dossier. La expresa en un artículo sobre el bien y la belleza. Allí decía que el creyente no tiene en definitiva otra base en la que estribar que la belleza y lo horrendo de aquello en lo que consistimos, del enigma en que consistimos, que en el cristianismo se presenta como ofreciéndonos desde sí mismo figura, comprensión y reconciliación.

Ratzinger apelaba a la idea del Fedro de Platón, y a lo que entiendo, a ideas de Schiller. Otra base en la que el creyente tenía que estribar (pues el creyente no tenía otra) era en la ejemplaridad de aquellos comportamientos y aquellas vidas en las que trasparece cómo se alimentan de una fuente que, pese a que nos identifiquemos con esos comportamientos y esas vidas, nos excede por todos lados.

El cardenal estaba haciendo suyas la idea de "genialidad moral" de Kant y de Hegel. Como la cosa más natural del mundo, este Ratzinger, cuando hablaba de sus creencias, sabía recurrir a motivos bien centrales de la cultura europea contemporánea. No necesitaba ningún aggionarmento o puesta al día de sus creencias, a él le nacían de su propia actualidad intelectual. O si se quiere: sus creencias le nacían de su propia plena actualidad intelectual desde la que daba alcance a su propia tradición. Esa sensación me la ha producido también Rahner las pocas veces que me he acercado a escritos suyos.

____________________________

*Manuel Jiménez Redondo nació en 1947. Cursó estudios universitarios en Madrid y Francfort. Ha sido el traductor de buena parte de la obra de Habermas. Ha traducido también a Heidegger y a Hegel, entre otros. Perteneció en los años 80 al seminario de derecho dirigido por Habermas. Es catedrático de Filosofìa de la Universidad de Valencia. Ha sido profesor invitado en varias universidades extranjeras. Tiene numerosas publicaciones sobre idealismo alemán y corrientes filosóficas contemporáneas. Desde hace años dirige en la Universidad de Valencia el curso de Doctorado "El discurso filosófico de la modernidad".



VERITAS 37

No hay comentarios: