viernes, 12 de diciembre de 2008
EL ARCAÍSMO EN LA FILOSOFÍA ACTUAL
El arcaísmo en la filosofía actual
JULIAN MARIAS 23/04/1978
Diario El País.
El éxito reciente de los llamados «nuevos filósofos» se debe, sin duda, a causas accidentales: propaganda editorial, deseo nacional francés de presentar un «equipo» que releve en el prestigio social a otros anteriormente lanzados y ya desgastados, etcétera. No es muy seguro que justifiquen plenamente el nombre de «filósofos», y su «novedad», probablemente no es tanta. Pero pienso que esa denominación, «nuevos filósofos» ha influido decisivamente en su resonancia, por ambas partes: por lo que tiene: de afirmación o reivindicación de la filosofía, y por lo que significa invocar la novedad ¿frente a qué? Esta es la cuestión.Hace ya doce años, en 1966, di una conferencia en la Universidad de Valladolid sobre «Las tendencias actuales del saber y el horizonte de la filosofía» (que puede leerse en mi libro Nuevos ensayos de filosofía, Revista de Occidente, o en el vol. VIII de mis Obras). Allí distinguía entre las tendencias del saber, es decir, las exigencias objetivas del saber filosófico, y las modas o aficiones de sus cultivadores.
MI inquietud no ha hecho sino aumentar. En 1973 publiqué un libro titulado Innovación y arcaístno. Temo que este título sea la expresión más breve de la crisis de la época actual, de la lucha que se está librando y en la que nos jugamos, por supuesto, el futuro próximo. Decía yo entonces: "Si tuviera que resumir en una palabra la impresión más fuerte y persistente que me produce el contorno en estos últimos años, en cuanto se expresa públicamente, diría que es la de moverme en medio de una fauna arcaica Y me refiero en particular a la expresión pública del presente, porque la verdad es que en la vida real, y sobre todo privada, me siento bastante a gusto entre mis contemporáneos. Pero cuando veo lo que "pasa "(en el escenario histórico) y lo que "se dice" (en los medios informativos e interpretativos, en la cultura "vigente" e institucional), no puedo evitar una desazonante impresión de arcaísmo.»
Yo diría que el alma de nuestra époda no es arcaica, pero su expresión sí lo es; está «secuestrada» por esa expresión que va destiñendo sobre la realidad. la va arcaizando.
Entiendo por arcaísmo la recaída en el pasado lejano. saltando sobre el cercano, olvidándolo u omitiéndolo. Lo «antiguo» O «viejo» que perdura hasta hoy no es arcaico; al revés, es la condición para evitar el arcaísmo. Es arcaico lo que «vuelve», en discontinuidad, suprimiendo violentamente lo que hay entre ellos y nosotros. Es una paradójica innovación hacia atrás.
Nuestra época comenzó a comienzos del siglo, en España con la generación del 98, cuya fecha de entrada en la historia es en rigor 1901. Pues bien, casi todas las cosas que pasan por «nuevas» son defines del siglo XIX, hacia 1880, es decir, anteriores a nuestro tiempo.
Hace pocos años se inició un carnaval en el vestido y atuendo de europeos y americanos, en los llamados posters, en el estilo de la decoración, en la retórica; en todo caso se volvían los ojos al último cuarto del siglo XIX. En política, las dos concepciones que se enfrentaron el siglo pasado fueron el nacionalismo y el iniernacionalismo marxista. Hoy se recae en esos esquemas juntos: la fórmula que se impone en los países emergentes de Asia y Africa, y por imitación en los países de larga tradición política, es el nacionalismo marxista. Cuando domina el ecumenismo, no hay hostilidad entre confesiones cristianas ni aun entre distintas religiones, hay feroces luchas religiosas en Irlanda, entre católicos y protestantes, como si estuviésemos en el siglo pasado. El lema «Patria o muerte. Venceremos» parece carlista o garibaldino, pero los cubanos nos dicen que es «marxista-leninista». Y lo más actual de todo parece ser la guerrilla, invención española -como su nombre indica- de la guerra de la Independencia (1808-14) y de las guerras carlistas. ¿No es todo ello puro arcaísmo?
En la filosofía es quizá donde el fenómeno resulta más visible. La de nuestro tiempo comienza, bajo la inspiración de Dilthey y Brentano, con la fenomenología de Husserl, la primera gran construcción filosófica del siglo XX (exactamente coetánea de la obra de Bergson). A Dilthey se debe la distinción entre «ciencias de la naturaleza» (Naturwissenschafien) y «ciencias del espíritu» (Geisteswissenschaften). la reivindicación de la «comprensión»_o Verständnis como la manera de conocer propia de las disciplinas humanas, el descubrimiento de la vida histórica, como irreductible a la meramente biológica. Brentano llevó al concepto de la intencionalidad y al descubrimiento de los valores.
Husserl hizo una crítica definitiva del psicológismo y del naturalismo, de la tendencia a interpretar como disciplinas psicológicas las filosóficas -lógica, ética, estética-, basada en la confusión de los actos (ciertamente psíquicos) con los objetos (Ideales). La lógica no trata de los actos de pensamiento, sino de sus contenidos, y no es en modo alguno una disciplina natural.
Como si nada de esto hubiera existido, como si estos pensadores lo hubiesen nacido, se recae hoy en diversas formas de naturalismo o psicologismo, con esos o con otros nombres. Se retrocede a concepciones del valor (por ejemplo, el libro de B. F. Skinner Beyond Freedom and Ginity, 1971) que hubieran sido inadmisibles, no ya para Scheler, sino para Meinong o von Ehrenfels. Se entiende la realidad humana como lo había hecho Haeckel, tal ve La Mettrie, es decir, los suburbio de la filosofía.
Como en 1880, son hoy legión los que se proclaman «antimetafísicos», empleando esta pala bra en un sentido incontrolable, que nadie le ha dado en el siglo XX, lo cual muestra que no han leído -o entendido- ni a Bergson ni a Whitehead ni a Ortega ni a Heidegger ni a Jaspers ni a Marcel.
No se trata de que no se ocupen de metafísica, lo cual es perfectamente lícito: es que niegan el carácter de filosofía a todo lo distinto de su particular ocupación, o bien llaman filosofía a lo que -al menos aisladamente- no lo es, o, finalmente niegan carácter filosófico a todo lo que han hecho los filósofos desde los presocráticos hasta ayer, sin reparar en que sería más razonable llamar otra cosa a su ocupación y dejar el nombre «filosofía» para esa ocupación dos veces y media milenaria.
Es decir, se salta por encima de tres cuartos de siglo de espléndida filosofía y se entronca con lo que se hacía antes de nuestra época, cuando, como decía Ortega, acometió a la filosofia un pasajero ataque de modestia y quiso ser una ciencia.
Nada sería más iluminador que la relectura atenta del primer volumen de las Investigaciones lógicas -traducidas al español en 1929-, que contiene la crítica del psicologismo; sobre todo si se la completase con la crítica que del idealismo fenomenológico -no de la fenomenología como método- hizo Ortega, mostrando cómo la conciencia o Bewusstsein, lejos de ser la realidad absoluta (o «relativa a nada», cómo Husserl decía), no es realidad, sino una interpretación de ésta, que sólo puede ejecutarse desde la realidad radical, nuestra vida efectiva.
La exigencia de evidencia fue esencial a la filosofía de nuestro siglo; con ello se avanzó en el mecanismo de la justificación, superando a la vez el viejo racionalismo del siglo XVlll (y de Hegel) y el irracionalismo que arranca de Klerkegaard y pervive larvadamente en nuestros días.
Esta filosofía creadora del siglo XX comenzó con la exigencia de lafidelidad a lo real, cuyo primer requisito es el reconocimiento de que hay muchas formas de realidad, cada una con su propia manera de presentarse yjustificarse. Cuando Husserl pedía ir «a las cosas mismas» (Zu den Sachen selbst !), reclaniaba el respeto para cada manera de ser real -comenzando por la irrealidad de lo ideal-, y esto condujo a la evidencia de que hay muchas formas de realidad que son irreductibles a la de las «cosas».
Las formas de pensamiento inmediatamente anterior. desde el positivismo, habían consistido en ejercer violencia sobre la realidad, obligándola a sujetarse a ciertos esquemas: la identificación positivista de lo «real» con lo «dado» y de lo dado con lo dado «en la experiencia sensible» es el ejemplo de la actitud antifilosófica. La función de la Inteligencia es abrirse a la realidad, sea ella como quiera, no imponerle una estructura que no le pertenece. En este sentido, la fenomenología de Husserl era una disciplina de liberación.
No quiere esto decir que . no hubiese que ir más allá. Incluso mucho más allá. Husserl mismo no pudo superar las vigencias «antimetafísicas» de su tiempo (no se olvide que nació en 1859), creyó poder evitar toda «tesis» o posición de realidad y construir una fenomenología «atética» mediante la reducción o «puesta entre paréntesis».
Análogamente, la teoría de los valores o Weruheorie (Scheler, Hartmann)creyó poderquedarse en las nociones de gelten y Gültigkeit, de «valer» y «validez», y desentenderse del problema de la «realidad» de los valores. La justificación de esta posición fue la evidencia de que los valores no son cosas; de ahí se Intirió -con precipitación y prevención- que los valores no son. Pero esto es mucho decir; y si se piensa en español la cosa resulta aún más problemática, a la vez que se presenta una salida, que las posibilidades de la lengua española ofrecen inesperadamente: ¿qué sentido tendría decir que no hay valores? La afirmación contraria -hay valores-, claramente tética, parece indudable. Dicho con otras palabras, el ver que los valores no son cosas debe remitir al problema de qué son o,con mayor radicalidad, dónde radican, cuál es su lugar en la realidad. Es decir, que tanto la filosofía fenomenológica como la teoría de los valores resultaban insuficientes y remitían, más allá de ellas, al problema de su fundamentación metafísica, entendiendo por estas palabras no otra cosa que la busca de una certidumbre radical. En lugar de eso...»
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