martes, 27 de enero de 2009

CASI COMO UNA VACA


Casi como una vaca

La Gaceta de los Negocios
Alejandro Llano
24/01/09
Fuente: analisisdigital


La vida pública española padece un mal gravísimo: la ausencia de ideas.

Entre nieves y lluvias, las calles de Madrid han amanecido con la decoración de la Cow Parade, que es una especie de desfile de vacas de tamaño casi natural, decoradas por artistas españoles. Las hay de todos los tipos: una adopta la actitud del oso madrileño junto a su inseparable madroño, la otra intenta disfrazarse de Don Quijote, mientras que una tercera hace de café con leche vertido en una taza. A los tradicionales viandantes de la Villa y Corte les ha irritado este atentado contra el cariz urbano de la capital. Pero, he de confesarlo, a mí me gustan. Y me he enfadado cuando he visto que los frikis que pueblan la urbe han atentado con sus gamberradas contra las bonitas figuras vacunas.

No recordaba ninguna alusión a las vacas en un libro de filosofía, pero estos mismos días me la he encontrado en la introducción la Genealogía de la moral de Nietzsche. Dice allí el gran destructor de jerarquías y tradiciones que el hombre ha de aspirar a ser “casi como una vaca”, porque debe dedicarse a pensar con la misma asiduidad que una vaca rumia. Al pensar, reflexionamos, le damos vueltas a las cosas, en fin, rumiamos. Y añade Nietzsche que la actividad de rumiar es la que más necesita el hombre actual y la más rara de encontrar.

¿Qué habría dicho hoy aquel que se dedicaba a filosofar con el martillo? Ya en la España del siglo XIX, cierta universidad respondió a una encuesta de Fernando VII, que pretendía indagar qué instituciones docentes estaban contaminadas de liberalismo, con esta afirmación: “Lejos de nosotros la funesta manía de pensar”. Finalmente, el rey optó por cerrar todas las universidades y sustituirlas por escuelas de tauromaquia. Es posible que no hayamos cambiado mucho desde entonces.

Hemos de reconocer que cavilar con rigor, y exponer libremente lo pensado, está francamente mal visto entre nosotros. Aquí es obligado moverse por el carril de lo consabido y de lo políticamente correcto. En algunas publicaciones parece que sólo se autorizan artículos que cumplan esta única condición: no decir nada; y, desde luego, que en ningún caso se aparten de la corriente principal. Salvo excepciones, los medios de comunicación son por estos pagos llamativamente superficiales y dóciles a la voz de mando. Tanto a la izquierda como a la derecha, casi nadie se atreve a caminar fuera de la trillada senda de los tópicos que van de boca en boca. Propongo un experimento crucial: examinar los comentarios de la toma de posesión de Obama, por si en algún caso se hubiera deslizado alguna idea original, cosa improbable.

La vida pública española padece un mal gravísimo: la ausencia de ideas. Todo tipo de teoría queda excluida como algo inútil, ridículo y, en el fondo, peligroso. Están muy interesados en ello quienes detentan el poder político y económico, porque se aseguran así que, en el fondo, nada va a cambiar. Ni siquiera la actual crisis constituye una excepción. Casi todos los portavoces y comentaristas han competido en celo por minimizar la importancia y la duración de tal emergencia, cuando la gran mayoría del público sabía desde hace tiempo que la cosa iba mucho más en serio de lo que estaba permitido reconocer.

Una situación de esta traza tiene una evidente ventaja: todos tranquilos, aquí no pasa nada. Pero el inconveniente no es de menor importancia. Si no se piensa de manera independiente y rigurosa, no hay modo de encontrar soluciones ni salidas. No es otro el gran agujero negro de la España actual: la casi total ausencia de teoría. Cuando la presencia de la teoría en la vida pública es la gran aportación de la modernidad y la condición necesaria del cambio continuo que requieren las sociedades avanzadas.

Como dice Leonardo Polo, pensar es pararse a pensar, rumiar las ideas y los acontecimientos: no dejarse llevar por los convencionalismos, sino enfrentarse a cuerpo limpio con la realidad pura y dura. Si se margina el peligroso vicio de discurrir, todas las cosas se quedan como están, y aquí paz y allá gloria. Pensamiento y libertad van siempre de la mano. Y resulta imprescindible perder el miedo al pensamiento que lleva consigo el temor a la libertad.

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