jueves, 22 de enero de 2009

EL DESACIERTO DE UN ESLOGAN




El desacierto de un eslogan

ABC
Alfonso López Quintás
21/01/09


El eslogan de los carteles de propaganda atea que figuran en algunos autobuses urbanos delata una pobrísima idea de lo que es la religión. “Puesto que es posible que Dios no exista –viene a decirse-, despreocúpate de las normas inspiradas en una actitud creyente y disfruta de la vida”. Parece darse a entender, con ello, que dichas normas coartan nuestra libertad y nos impiden ser felices. La “libertad de maniobra” –de hacer lo que nos venga en gana- sí la limita; pero no la “libertad creativa” o “libertad interior”, la capacidad de elegir, no lo que sacia sin más nuestras apetencias, sino lo que nos lleva a pleno desarrollo personal.

Con esta idea tan negativa y tosca de la Religión cristiana –a ella se refieren también, sin la menor duda, los responsables de tales carteles- no me extraña que sean ateos y hagan una labor proselitista. Si la fe religiosa se redujera a ser una instancia represora de la persona humana, tendría algún sentido oponerse a ella. Es posible que algunas orientaciones morales de hace años –de marcado acento casuístico- hayan podido dar esa impresión. Pero, si acudimos a los grandes maestros de la vida espiritual, nuestra idea de la fe se engrandece sobremanera. Uno de los más lúcidos escritores del siglo XX ha escrito al comienzo de uno de sus libros de Ética: “La doctrina moral se ha vuelto excesivamente doctrina de lo prohibido; estas consideraciones quieren hacer justicia a la elevación viva, a la grandeza y la belleza del bien. Con demasiada frecuencia se ve la norma como algo que se impone desde fuera a un hombre en rebelión; aquí, el bien ha de entenderse como aquello cuya realización es lo que de veras hace al hombre ser hombre. (...) este libro lograría su meta si el lector percibiera que el conocimiento del bien es motivo de alegría” (Cf. Romano Guardini: Una ética para nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid 1974, p. 12).

Respecto al hecho de que esta propaganda agnóstica se hace en un servicio público, hay quien se precipita a defenderla sobre la base de que estamos en un país libre. La libertad presenta muchas modalidades. Si se entiende aquí la libertad como la franquía para realizar cualquier tipo de propaganda en no importa qué lugar, se impone advertir que la “libertad de maniobra” tiene unos límites en todo país civilizado. Uno de tales límites viene fijado por la norma de no molestar gratuitamente a multitud de ciudadanos, buena parte de los cuales sostiene con sus impuestos los medios urbanos de comunicación. Hoy existen múltiples lugares donde expresar las propias convicciones: libros, revistas, periódicos, películas, blogs de Internet... Uno se expresa, pone su firma y abre un debate, que puede resultar clarificador. Este ejercicio de la libertad de expresión está justificado. Pero reducir una cuestión tan delicada y compleja como es la existencia de Dios y su incidencia en la vida humana a un eslogan escueto, expuesto llamativamente a la consideración pública, en un medio de comunicación sostenido por cientos de miles de ciudadanos que se ven sorprendidos y, en buena medida, agredidos por ese mensaje no es serio ni mínimamente prudente, pues todo el que piense con lucidez sabe de sobra que aumentar el malestar y la división entre los ciudadanos no es precisamente lo más necesario en los difíciles tiempos que corren.

Todo el que conozca un poco la historia española del último siglo se alarma al ver que, desde altas instancias, se está jugando con fuego, pues no se duda en conmover las tramas de sentimientos e ideas en las que se asienta el frágil equilibrio social. Luego, podrá parecer divertido contemplar a Nerón tocando la lira ante el incendio de Roma. Pero lo propio de toda persona sensata es deleitarse en construir, no en devastar.

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