jueves, 22 de enero de 2009

INFLACIÓN DEL YO


www.forumlibertas.com/La Firma
14/01/2009
Francesc Torralba Roselló
Inflación del yo


Vivimos en la sociedad de la decepción donde los modelos de felicidad, lejos de llenar nuestro deseo más profundo de plenitud, lo frustran a cada momento


El ciudadano postmoderno vive, fundamentalmente, para sí mismo. Hace del yo el blanco de todas sus inversiones sean psíquicas o físicas. Ya lo explicó certeramente años ha, Gilles Lipovetsky a partir de las tesis de Christopher Lasch sobre la cultura del narcisismo.

Mirándose al espejo, el ciudadano postmoderno parece que no encuentra causa por la que luchar o compromiso que valga la pena asumir. Su vida es autocéntrica. Da la impresión que no tiene capacidad para des-centrar-se, para salir de sí y entregarse a algo grande, a algo que no sea él mismo.

Se encontró con la mesa puesta y bien servida y considera que lo que debe hacer es disfrutar del banquete en distendida tertulia con los demás. Las tareas de emancipación se han terminado. Tras las arduas y prolongadas horas de trabajo que asumió la modernidad parece haber sonado la sirena que invita al recreo. Ahora toca pasarlo bien. El laborioso trabajo de la hormiga ha dejado paso al bullicioso e inoperante canto de la cigarra.

De ahí que sean muy pocos los ciudadanos que militan en partidos políticos o sindicatos y escasísima la participación de todos, mayores y jóvenes, en actividades de interés público. Cierto que muchos muestran simpatías por determinadas ONG’s, pero también es cierto que son una minoría los que participan en ellas y muchos menos quienes lo hacen de una manera sistemática o duradera.

También es cierto que, en determinados momentos, la ciudadanía muestra que no ha perdido su sensibilidad y sentimientos humanitarios. Esto es particularmente manifiesto en situaciones de catástrofes como terremotos, huracanes, inundaciones y guerras. Cuando los medios de comunicación se esfuerzan en comunicar un mensaje solidario alcanza las masas y éstas responden, pero ahí termina su compromiso puntual. Esto pone de relieve que los medios de comunicación movilizan y la ciudadanía responde con generosidad. No todo está perdido, pues, pero se trata de una solidaridad muy esporádica e intermitente, indolora y a distancia.

Se quiere ayudar a otros, cuenta Gilles Lipovetsky, pero sin comprometerse demasiado, sin dar demasiado de sí mismo. Sí a la generosidad, pero a condición de que sea fácil y distante, que no esté acompañada de una renuncia mayor. Ya no se trata de inspirar el sentido austero y exigente del deber, sino de sensibilizar, distraer, movilizar al público a través del rock y las estrellas. El sacrificio ha desaparecido de la órbita mental del postmoderno y todo cuánto signifique abnegación, abstinencia, renuncia es considerado algo negativo que entra en conflicto con las aspiraciones a una vida feliz.

Nada debe estropear la felicidad consumista del ciudadano-telespectador. Lo que pasa es que, en el fondo, arrastrando un cochecito cargado de productos por un centro comercial, este ciudadano experimenta igualmente el vacío, se aburre, siente insatisfacción, se da cuenta que tal estilo no colma sus aspiraciones más profundas.

Vivimos en la sociedad de la decepción, porque los modelos de felicidad imperantes, lejos de llenar nuestro deseo más profundo de plenitud, lo frustran a cada momento y eso, después de tanto esfuerzo, genera decepción. Alguien debería decirnos y repetirnos que la felicidad está en otro lugar.

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